Oh, San Arsenio, vos sois el hijo del
Dios de la vida y aquél, que brillo dio
al significado de vuestro nombre: fuerte,
valeroso y valiente, cosa que así fue.
Fuerte, fuisteis en el combate de la fe,
valeroso, en el silencio de los días y
de las noches del desierto y valiente,
en la palabra y el buen consejo; pues
vuestros dichos y refranes, hasta hoy
el caminar iluminan de vuestros fieles.
Una voz como de Dios, os dijo: “Apartaos
del trato con la gente, y huid a la
soledad”; y marchasteis al desierto a
orar y a penitencia hacer, por el hombre
y sus pecados, del mundo lejos y en plena
soledad. Un día os dejaron rica herencia
y dijisteis: “Antes de que él muriera en
su cuerpo, yo morí en mis ambiciones y
avaricias. No quiero riquezas mundanas
que me impidan adquirir las riquezas del
cielo” y a ella renunciasteis y a los
pobres las disteis. La gente os veía en
constante oración las noches todas y los
sábados, la noche caída, de rodillas con
los brazos en cruz, hasta que caías de
rodillas desmayado. “Muchas veces he
tenido que arrepentirme de haber hablado.
Pero nunca me he arrepentido de haber
guardado silencio”, decíais vos y agregabais:
“Siempre he sentido temor a presentarme
al juicio de Dios, porque soy un pecador”.
¿Para qué abandoné el mundo y me hice
religioso? Y, vos mismo respondíais: Me
hice religioso porque quiero santificarme y
salvar mi alma. Si esto no lo consigo, he
perdido totalmente mi tiempo”. ¿Dónde
podremos encontraros ahora? Duda no cabe:
coronado de luz todo, en la casa del Padre;
Oh, San Arasenio, fuerte, valeroso y santo.
© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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19 de julio
San Arsenio
Monje
Año 450
Dios de la vida y aquél, que brillo dio
al significado de vuestro nombre: fuerte,
valeroso y valiente, cosa que así fue.
Fuerte, fuisteis en el combate de la fe,
valeroso, en el silencio de los días y
de las noches del desierto y valiente,
en la palabra y el buen consejo; pues
vuestros dichos y refranes, hasta hoy
el caminar iluminan de vuestros fieles.
Una voz como de Dios, os dijo: “Apartaos
del trato con la gente, y huid a la
soledad”; y marchasteis al desierto a
orar y a penitencia hacer, por el hombre
y sus pecados, del mundo lejos y en plena
soledad. Un día os dejaron rica herencia
y dijisteis: “Antes de que él muriera en
su cuerpo, yo morí en mis ambiciones y
avaricias. No quiero riquezas mundanas
que me impidan adquirir las riquezas del
cielo” y a ella renunciasteis y a los
pobres las disteis. La gente os veía en
constante oración las noches todas y los
sábados, la noche caída, de rodillas con
los brazos en cruz, hasta que caías de
rodillas desmayado. “Muchas veces he
tenido que arrepentirme de haber hablado.
Pero nunca me he arrepentido de haber
guardado silencio”, decíais vos y agregabais:
“Siempre he sentido temor a presentarme
al juicio de Dios, porque soy un pecador”.
¿Para qué abandoné el mundo y me hice
religioso? Y, vos mismo respondíais: Me
hice religioso porque quiero santificarme y
salvar mi alma. Si esto no lo consigo, he
perdido totalmente mi tiempo”. ¿Dónde
podremos encontraros ahora? Duda no cabe:
coronado de luz todo, en la casa del Padre;
Oh, San Arasenio, fuerte, valeroso y santo.
© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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19 de julio
San Arsenio
Monje
Año 450
Arsenio significa: fuerte, valeroso, valiente. San Arsenio fue uno de los monjes más famosos de la antigüedad. Sus dichos o refranes fueron enormemente estimados. Las gentes hacían viajes de semanas y meses con tal de ir a consultarle y oír sus consejos.
Cuando el emperador Teodosio, el Grande buscaba un buen profesor para sus dos hijos, el Papa San Dámaso le recomendó a Arsenio, que era un senador sumamente sabio y muy práctico en los consejos que sabia dar. Y así durante diez años tuvo que estarse en el palacio imperial tratando de educar a los dos hijos del emperador, Arcadio y Honorio. Pero se dio cuenta de que el uno era demasiado atrevido y el otro demasiado apocado, y desilusionado de ese fracaso como educador de los dos futuros emperadores dispuso dedicarse a otra labor que le fuera de mayor utilidad para su santificación y salvación.
Y estando un día orando, en medio de una gran crisis espiritual, mientras le pedía a Dios que le iluminara lo que debía hacer para santificarse, oyó una voz que le decía: “Apártese del trato con la gente, y váyase a la soledad”. Entonces dispuso irse al desierto a orar y a hacer penitencia con los demás monjes de esa soledad.
Cuando llegó al monasterio del desierto, los monjes, sabiendo que había estado viviendo tanto tiempo como senador y como alto empleado del Palacio imperial, dispusieron ponerle algunas pruebas para saber si en verdad era apto para esa vida de humillación y mortificación. El superior lo recibió fríamente, y al llegar al comedor, no lo hizo sentar a la mesa sino que lo dejó de pie, junto a su mesa. Luego en vez de pasarle un plato de comida, le lanzó una tajada de pan al piso, y le dijo secamente: “Si quiere comer algo, recoja eso”. Arsenio se inclinó humildemente, recogió la tajada de pan y se sentó en el suelo a comer. El superior, al observar este comportamiento admirable, lo consideró lo suficientemente humilde como para ser recibido como monje y lo aceptó en el monasterio, diciendo a los demás religiosos: “Este será un buen hermano”.
Arsenio había pasado toda su vida en el alto gobierno y en lujosos palacios, tratando con gente de mundo, y conservaba algunas costumbres mundanas que los otros monjes no hallaban como corregírselas, porque le tenían mucho respeto. Entonces dispusieron irlo corrigiendo indirectamente, y poco a poco. Así por ejemplo, él acostumbraba montar la pierna, mientras estaba rezando en la capilla. Y los demás para quitarle la tal costumbre, le dijeron a un monje joven que mientras rezaban tuviera la pierna montada, y que ellos le llamarían la atención por eso. Y así lo hicieron, regañando fuertemente al joven por esa actitud. Arsenio entendió muy bien la lección y se corrigió.
San Arsenio se hizo famoso por sus penitencias extraordinarias. Un día llegó un alto empleado del imperio a llevarle un documento en el cual se le comunicaba que un senador riquísimo le dejaba en herencia todas sus grandes riquezas, y que se fuera a reclamarlas. El santo exclamó: “Antes de que él muriera en su cuerpo, yo morí en mis ambiciones y avaricias. No quiero riquezas mundanas que me impidan adquirir las riquezas del cielo”. Y renunció a todo esto en favor de los pobres.
Con frecuencia pasaba toda la noche en oración. Los sábados al anochecer empezaba a rezar de rodillas con los brazos en cruz y permanecía así hasta que caía por el suelo desmayado. Tenía 40 años cuando abandonó el palacio imperial donde tenía todas las comodidades, para irse a un tremendo desierto, donde todo faltaba. Desde los 40 años hasta los 95 años estuvo orando, ayunando y haciendo penitencias en el desierto, por la conversión de los pecadores, la extensión de la religión y el perdón de sus propios pecados.
Como hombre de mundo y de política que había sido, sentía una gran inclinación a tratar con la gente y a charlar con los demás, y en cambio hacía todo lo posible por retirarse del trato con todos, y vivir en la más completa soledad. Cuando un día el superior le llamó la atención porque no se prestaba a quedarse a charlar con las numerosísimas personas que iban a consultarle, le respondió: “Dios sabe que los quiero con toda mi alma y que gozo inmensamente charlando con ellos, pero como penitencia tengo que abstenerme lo más posible de las charlatanerías. El Señor me ha dicho que si quiero santificarme tengo que hacer la mortificación de apartarme del trato con las gentes”. En verdad que a cada persona la lleva Dios a la santidad por caminos diversos. A unos los hace santos haciendo que se dediquen totalmente a tratar con los demás para salvarlos, y a otros les ha pedido que con el sacrificio de no tratar tanto con la gente, le ganen también almas para el cielo.
Por muchos siglos han sido enormemente estimados los dichos o frases breves que San Arsenio acostumbraba decir a las gentes. Desde remotas tierras iban viajeros ansiosos de escuchar sus enseñanzas que eran cortas pero sumamente provechosas.
Recordemos algunos de sus dichos
“Muchas veces he tenido que arrepentirme de haber hablado. Pero nunca me he arrepentido de haber guardado silencio”. “Siempre he sentido temor a presentarme al juicio de Dios, porque soy un pecador”.
El religioso debe preguntarse frecuentemente: “¿Para qué abandoné el mundo y me hice religioso? y responderse: Me hice religioso porque quiero santificarme y salvar mi alma. Si esto no lo consigo, he perdido totalmente mi tiempo” (Esta frase ha conmovido a muchos santos. Por ej. San Bernardo la tenía escrita así en su habitación: “Bernardo: ¿a qué viniste a la vida religiosa? – Quiero salvar mi alma y santificarme”).
San Arsenio pedía consejos espirituales a monjes que eran muchísimo más ignorantes que él. Le preguntaron por qué lo hacía y respondió: “Yo sé idiomas, literatura, filosofía y política, pero en lo espiritual soy un analfabeto. En cambio estos religiosos que no hicieron estudios especiales, son unos especialistas en espiritualidad y de ello saben mucho más que yo”.
Un religioso le preguntó por qué los sabios del mundo que conocen tantas ciencas y han leído muchos libros son tan ignorantes en lo que se refiere a la santidad, y en cambio tanta gentecita ignorante progresa tan admirablemente en lo espiritual, y el santo respondió: “Es que la ciencia infla y llena de orgullo, y en un corazón orgulloso Dios no hace obras de arte en santidad. En cambio los humildes conocen su debilidad, su ignorancia, y su insuficiencia, y ponen toda su confianza en Dios, y en ellos sí hace prodigios de santificación Nuestro Señor”.
Arsenio era muy conocido por su presencia venerable. Alto, flaco, bien parecido, con una barba larguísima y muy blanca, su hermosa figura descollaba majestuosamente entre los demás monjes. Y su santidad superaba a la de los demás compañeros. Las gentes lo veneraban inmesamente y sus consejos han sido apreciados por muchos siglos. Que Arsenio ruegue por nosotros y nos consiga una santidad como la suya.
De toda palabra indebida que diga una persona, tendrá que rendir cuentas el día del juicio. (Jesucristo, Mt. 12,36).
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Arsenio_7_19.htm)