Oh, San Casimiro de Polonia; vos,
sois, el hijo del Dios de la vida,
que honra disteis, desde vuestra
corta vida, a Aquél que todo lo ve
y juzga, adorándolo, y rindiéndoos
a los pies de Nuestra Señora, a
quien, amasteis y amas, más allá
de vuestra terrena desaparición.
Hijo de rey como erais, nunca os
ufanasteis como tal, y, vuestra
mano amiga, a los desposeídos y
pobres, extendisteis, pues, eran
vuestros favoritos, al igual que
los foráneos de aquél tiempo. Os
gustaban los sangrantes cristos,
y, ante ellos, largo tiempo os
quedabais meditando. Humilde y
afable permanecisteis, hasta el
día último, de vuestra santa vida,
en que, os premió el cielo, por
la eternidad, coronándoos de luz.
Desde entonces, brillando como
lumbrera, crisol y manante de paz
y luz estáis. “Cada día alma mía,
di a María su alabanza. En sus
fiestas la honrarás y su culto
extenderás”. Un vivo canto, y vivo
rezo, de vuestro corazón surgido,
para Vos, María, Madre de Dios y
Señora Nuestra, por siempre jamás;
Oh, San Casimiro de Polonia, “luz”.
© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
________________________________
4 de Marzo
San Casimiro de Polonia(año 1484)
En su idioma, el polaco, Casimiro significa: “el que impone la paz”.
(Kas = imponer, Mir = paz. Casimiro nació en 1458 en Cracovia. Era el
tercero de los trece hijos de Casimiro, rey de Polonia. Muchos santos han salido
de familias muy numerosas, y de esta clase de familias llegan a la Iglesia
Católica excelentes vocaciones.
Su madre Isabel, hija del emperador de Austria, era una fervorosa
católica y se esmeró con toda el alma porque sus hijos fueran también
entusiastas practicantes de la religión. Ella en una carta a una amiga hace una
formidable lista de las cualidades que debe tener una buena madre, y seguramente
que esas cualidades fueron las que practicó con sus propios hijos.
Y además de la educación que le dieron sus padres, Casimiro tuvo la gran
suerte de que el rey le consiguió dos maestros que eran buenísimos educadores.
El Padre Juan y el profesor Calímaco. El Padre Juan era Polaco y dejó
fama de ser muy sabio y muy santo, pero su mayor honor le viene de haber sido el
que encaminó a San Casimiro hacia una altísima santidad. El Profesor
Calímaco era un gran sabio que había sido secretario del Papa Pío II, y después
estuvo 30 años en la corte del rey de Polonia ayudándole en la instrucción de
los jóvenes. Calímaco dijo: “Casimiro es un adolescente santo”, y el
Padre Juan escribió también: “Casimiro es un joven excepcional en cuanto a
virtud”.
Claro está que no basta con recibir una buena educación de parte de
los papás y tener buenos profesores, sino que es necesario que el joven ponga de
su parte todo el empeño posible por ser bueno. Pues de los otros doce hermanos
de Casimiro, que tuvieron los mismos profesores, ninguno llegó a la santidad, y
algunos hasta dieron malos ejemplos. En cambio nuestro santo llegó a
unas alturas de virtud que admiraron a los que lo conocieron y lo trataron.
Dicen los biógrafos de San Casimiro que su más grande anhelo y su más fuerte
deseo era siempre agradar a Dios. Para eso trataba de dominar su cuerpo, antes
de que las pasiones sensuales mancharan su alma. Siendo hijo del rey,
sin embargo vestía muy sencillamente, sin ningún lujo. Se mortificaba en el
comer, en el beber, en el mirar y en el dormir. Muchas veces dormía sobre el
puro suelo y se esforzaba por no tomar licor. Y esto en un palacio real donde
las gentes eran bastante inclinadas a una vida fácil y de muchas comodidades y
comilonas.
Para Casimiro el centro de su devoción era la Pasión y Muerte de Jesucristo.
En aquellos tiempos los maestros espirituales insistían frecuentemente en que
para ser fervoroso y crecer en el amor a Dios aprovecha muchísimo el
meditar en la Pasión de Jesucristo. Nuestro santo pasaba mucho tiempo meditando
en la Agonía de Jesús en el Huerto y en los azotes que padeció, como también en
la coronación de espinas y las bofetadas que le dieron a Nuestro Señor. Ratos y
ratos se estaba pensando en la subida de Jesús al Calvario y en las cinco
heridas del crucificado, y meditando en el amor que llevó a Jesús a sacrificarse
por nosotros. Le gustaban los cristos muy sangrantes, y ante un crucifijo se
quedaba tiempos y tiempos meditando, suplicando y dando gracias.
Otra gran devoción de Casimiro era la de Jesús Sacramentado. Como
durante el día estaba sumamente ocupado ayudando a su padre a gobernar el Reino
de Polonia y de Lituania, aprovechaba el descanso y el silencio de las noches
para ir a los templos y pasar horas y horas adorando a Jesús en la Santa
Hostia.
Sus preferidos eran los pobres. La gente se admiraba de que siendo
hijo de un rey, nunca ni en sus palabras ni en su trato se mostraba orgulloso o
despreciador con ninguno, ni siquiera con los más miserables y
antipáticos. Un biógrafo (enviado por el Papa León X a recoger datos
acerca de él) afirma que la caridad de Casimiro era casi increíble, un verdadero
don del Espíritu Santo. Que el amor tan grande que le tenía a Dios, lo llevaba a
amar inmensamente al prójimo, y que nada le era tan agradable y apetecible como
la entrega de todos sus bienes en favor de los más necesitados, y no sólo de sus
bienes materiales, sino de su tiempo, sus energías, de su influencia respecto a
su padre y de su inteligencia. Que prefería siempre a los más afligidos,
a los más pobres, a los extranjeros que no tenían a nadie que los socorriera, y
a los enfermos. Que defendía a los miserables y por eso el pueblo lo llamaba “el
defensor de los pobres”.
Su padre quiso casarlo con la hija del Emperador Federico, pero
Casimiro dijo que le había prometido a la Virgen Santísima conservarse en
perpetua castidad. Y renunció a tan honroso matrimonio.
Los secretarios y otras personas que vivieron con Casimiro durante varios
años estuvieron todos de acuerdo en afirmar que lo más probable es que este
santo joven no cometió ni un solo pecado grave en toda su vida. Y esto es tanto
más admirable en cuanto que vivía en un ambiente de palacio de gobierno donde
generalmente hay mucha relajación de costumbres. La gente se admiraba al
ver que un joven de veinte años observaba una conducta tan equilibrada y seria
como si ya tuviera sesenta.
A su padre el rey le advertía con todo respeto pero con mucha valentía, las
fallas que encontraba en el gobierno, especialmente cuando se cometían
injusticias contra los pobres. Y el papa atendía con rapidez a sus peticiones y
trataba de poner remedio.
Casimiro llegó lo mismo que San Luis Gonzaga, San Gabriel de la
Dolorosa, San Estanislao de Koska, San Juan Berchmans, y Santa Teresita de
Jesús, a una gran santidad, en muy pocos años.
Se enfermó de tuberculosis, y el 4 de marzo de 1484, a la corta edad
de 26 años, murió santamente dejando en todos los más edificantes recuerdos de
bondad y de pureza. Lo sepultaron en Vilma, capital de Lituania.
A los 120 años de enterrado abrieron su sepulcro y encontraron su
cuerpo incorrupto, como si estuviera recién enterrado. Ni siquiera sus vestidos
se habían dañado, y eso que el sitio donde lo habían sepultado era muy
húmedo.
Sobre su pecho encontraron una poesía a la Sma. Virgen, que él había
recitado frecuentemente y que mandó que la colocaran sobre su cadáver cuando lo
fueran a enterrar. Esa poesía que él había propagado mucho empieza
así:
Cada día alma mía, di a María su alabanza. En sus fiestas la honrarás
y su culto extenderás, etc., etc.
Hasta después de muerto quería que en su sepulcro se honrara a la
Virgen María a quien le tuvo inmensa devoción durante toda su vida.
San Casimiro trabajó incansablemente por extender la religión católica en
Polonia y Lituania, y estas dos naciones han conservado admirablemente su fe
católica, y aún en este tiempo cuando las gentes ven que está en peligro su
religión, invocan al santo joven que fue tan entusiasta por nuestra religión. Y
él demuestra con verdaderos prodigios lo mucho que intercede ante Dios en favor
de los que lo invocan con fe.