Oh, San Pelayo de Córdoba, vos
sois, el hijo del Dios de la vida y su
amado Mártir. Nacisteis, en tiempos
en que, árabes musulmanes, media
península, en sus manos estaban.
Tío y sobrino, presos después de la
Batalla. Vos, con nueve años de edad,
y Hermigio, Tío, vuestro y obispo,
negoció su libertad y os abandonó
cobardemente y os dejó como rehén
para siempre. Dios, jamás os abandonó
y os convertisteis en extraordinario
e inteligente propagador de la vida y
obra de Jesús, Dios y Señor Nuestro.
Y, por ello, el reyezuelo Abderramán III,
en cólera montó, y quiso que vos,
de vuestra fe renegarais. Pero, vos,
y vuestras convicciones cristianas,
más fuertes que la roca eran. Y, el
tirano entonces, os pidió actos impuros
pero vos, os negasteis con firmeza. Y,
harto de furia, os sometió al martirio
de desmembraros los miembros por
medio de enormes pinzas de hierro
candentes. Y, vos, dolor no mostrasteis
y cantando himnos, dejasteis vuestro
cuerpo en esta tierra, permitiendo así,
que vuestra alma, al cielo volase, para
recibir justo premio: ser coronado con
corona de luz, que brilla y no marchita;
oh, San Pelayo de Córdova, “valor y luz”.
© Luis Ernesto Chacón Delgado
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26 de junio
San Pelayo de Córdoba
Mártir.
San Pelayo de Córdoba
Mártir.
(911-925)
Nació en Albeos, Crecente, España, en una época en que más de la mitad de la península Ibérica seguía ocupada por árabes musulmanes, y el califato de Córdoba era gobernado por Abderramán III.
San Pelayo era sobrino del obispo de Tuy, llamado Hermigio; ambos estuvieron con el rey Ordoño II de León en la Batalla de Valdejunquera, en 920, aliado con el rey de Navarra Sancho Garcés I.
En la batalla, Abderramán les infligió una abrumadora derrota a las huestes cristianas, capturando numerosos prisioneros, los cuales fueron llevados a Córdoba. Entre ellos estaban Hermigio y su sobrino Pelayo, o Paio, de apenas 9 años de edad.
Después de un tiempo de estar en cautiverio, Hermigio, en su calidad de obispo, negoció que lo liberaran para ir a reunir el monto del rescate que pedía el emir de Córdoba por su libertad; y como rehén quedó su pequeño sobrino. Pero el tío nunca regresó.
San Pelayo pasó en Córdoba los siguientes cuatro años; el niño se fue convirtiendo en un joven inteligente y despierto que no dejaba de hablar de Jesús ni de promover las bondades del cristianismo. Esto fue lo que llamó la atención de las autoridades.
Un fatídico día en 925, cuando contaba apenas con trece o catorce años de edad, San Pelayo fue conducido sorpresivamente ante Abderramán III, a quien le llegaron rumores de su devoción.
El monarca tuvo la idea de hacerlo renegar del cristianismo, pero las convicciones de San Pelayo eran demasiado firmes. Se dice que Abderramán le solicitó favores sexuales, a lo cual el muchacho se habría negado.
San Pelayo fue sometido entonces a un martirio de desmembramiento por medio de enormes pinzas de hierro al rojo vivo que lo prensaban de varias partes del cuerpo.
Después de su muerte, el culto de San Pelayo se extendió con rapidez por toda la España cristiana. Reliquias suyas llegaron en 967 a León y en 985 a Oviedo.
SAN PELAYO DE CÓRDOBA nos enseña la importancia de defender nuestra dignidad a toda costa.