Oh, San
Buenaventura, vos, sois el hijo
del Dios de la
vida y, vuelto a la vidapor San Francisco, con aquella preciosa
frase en vez de vuestro nombre, Juan:
"¡Buena Ventura!”. Y, así os quedasteis,
hasta convertiros en el “Doctor seráfico”,
porque, en amor ardíais por Dios, tanto
que vuestros sermones, escritos, trabajos
y estudios, para gloria de Dios y de las
almas, los ofrecíais. En “Itinerario del
alma hacia Dios”, bellísimo libro vuestro,
y muestra perfecta del bien, mostrasteis
y mostráis, cómo el hombre, alcanzar debe
su ascenso hacia la Casa del Padre Eterno.
Tareas sencillas del convento, realizabais
Cardenal hecho, con amor y alegría y
que, junto a vuestro amabilísimo trato
conciliador, os ganabais a la gente de
vuestro tiempo. El meditar en la pasión
y muerte de Cristo, os llevaba a menudo
a esforzaros por cumplir las palabras que
Jesús, alguna vez dijo: “Aprended de mi
que soy manso y humilde de corazón”.
A vuestro amor, junto a María Virgen
recomendabais el rezo del Santo Rosario
y el Angelus. ¡Qué hermoso!, debió haber
sido, cuando se os encargó, escribir la
biografía del fundador de vuestra orden,
San Francisco de Asís, porque, hasta Santo
Tomás de Aquino, se apeó a vuestra celda,
pero sólo a veros, porque estabais como ido
de este mundo y él exclamó: “dejemos que
un santo escriba la vida de otro santo”.
¿Dónde os fuisteis San Buenaventura? Y,
mayor ni mejor respuesta hay: en el cielo
está, en el cielo; todo vestido de luz eterna;
oh, San Buenaventura, “Seráfico Doctor”.
© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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15 de
julio
San
BuenaventuraReligioso, Cardenal y Escritor.
Año
1274
San
Buenaventura: pide a Nuestro Señor que nosotros lo amemos como lo amaste
tú.
Un nombre
profético
Nació en Bañoreal, cerca de Vitervo (Italia) en
1221. Se llamaba Juan, pero dicen que cuando era muy pequeño enfermó gravemente
y su madre lo presentó a San Francisco, el cual acercó al niñito de cuatro meses
a su corazón y le dijo: “¡BUENA VENTURA!”que significa: “¡BUENA SUERTE. BUEN
EXITO!”. Y el niño quedó curado. Y por eso cambio su nombre de Juan por el de
Buenaventura. Y en verdad que tuvo buena suerte y buen éxito en toda su
vida.
Un doctor muy
especial
En agradecimiento a San Francisco su
benefactor, se hizo religioso franciscano. Estudió en la universidad de París,
bajo la dirección de famoso maestro Alejandro de Ales, y llegó a ser uno de los
más grandes sabios de su tiempo. Se le llama “Doctor seráfico”, porque “Serafín”
significa “el que arde en amor por Dios” y este santo en sus sermones, escritos
y actitudes demostró vivir lleno de un amor inmenso hacia Nuestro Señor.
Los que lo conocieron y trataron dicen que
todos sus estudios y trabajos los ofrecía para gloria de Dios y salvación de las
almas. A sus clases concurrían en grandes cantidades gente de todas las clases
sociales y sus oyentes afirmaban que mientras hablaba parecía estar viendo al
invisible. Su inocencia y santidad de vida eran tales que su maestro, Alejandro
de Alex, exclamaba “Buenaventura parece que hubiera nacido sin pecado
original”.
Escrúpulos
peligrosos
Él no veía en si mismo sino faltas y miserias y
por eso empezó a padecer la enfermedad de los escrúpulos, que consiste en
considerar pecado lo que no es pecado. Y creyéndose totalmente indigno empezó a
dejar de comulgar. Afortunadamente la bondad de Dios le concedió un valor
especial, y observó en visión que Jesucristo en la Santa Hostia se venía desde
el copón en el cual el sacerdote estaba repartiendo la Sagrada Comunión, y
llegaba hasta sus labios. Con esto reconoció que el dejar de comulgar por
escrúpulos era una equivocación.
Escritor
famoso
Buenaventura, además de dedicarse muchos años a
dar clases en la Universidad de París donde se formaban estudiantes de filosofía
y teología de muchos países, escribió numerosos sermones y varias obras de
piedad que por siglos han hecho inmenso bien a infinidad de lectores. Una de
ellas se llama “Itinerario del alma hacia Dios”. Allí enseña que la perfección
cristiana consiste en hacer bien las acciones ordinarias y todo por amor de
Dios. El Papa Sixto IV decía que al leer las obras de San Buenaventura se siente
uno invadido de un fervor especial, porque fueron escritas por alguien que
rezaba mucho y amaba intensamente a Dios.
Una noticia muy alagadora. San Buenaventura fue
nombrado Superior General de los Padres Franciscanos, y el Papa le concedió el
título de Cardenal. Y aunque era famoso mundialmente por su sabiduría, sin
embargo seguía siendo muy humilde y se iba a la cocina a lavar platos con los
hermanos legos (dicen que la noticia de su nombramiento como Cardenal le llegó
mientras estaba un día lavando platos en la cocina) y Fray Gil, uno de los
hermanos legos más humildes, le preguntó un día: “Padre Buenaventura, ¿un pobre
ignorante como yo, podrá algún día estar tan cerca de Dios, como su Reverencia
que es tan inmensamente sabio?”
El gran sabio le respondió: “Oh mi querido Fray
Gil: si una pobre viejecita ignorante tiene más amor de Dios que Fray
Buenaventura, estará más cerca de Dios en la eternidad que Fray Buenaventura”.
Al oír semejante noticia, el humilde frailecito empezó a aplaudir y a gritar:
“Ay Fray Gil borriquillo de Dios, aunque seas más ignorante que la más pobre
viejecita, si amas a Dios más que Fray Buenaventura, estarás en el cielo más
cerca de Dios que el gran Fray Buenaventura”. Y de pura emoción se fue elevando
por los aires, y quedó allí suspendido entre cielo y tierra en éxtasis. Es que
había escuchado la más halagadora de las noticias: que el puesto en el cielo
dependerá del grado de amor que hayamos tenido hacia el buen Dios.
La simpatía de
San Buenaventura
Este gran doctor, que por 17 años fue Superior
General de los Padres Franciscanos y recorrió el mundo visitando las casas de su
comunidad y animando a todos a dedicarse a la santidad, y que fue el hombre de
confianza del Sumo Pontífice para resolver muchos casos difíciles, y que dirigió
en nombre del Papa el Concilio de Lyon y tuvo el honor de que la oración fúnebre
el día de su entierro la hiciera el mismo Sumo Pontífice, tenía una cualidad
especialísima: una exquisita bondad en su trato, una amabilidad que le ganaba
los corazones, un modo conciliador que lo alejaba de los extremos, de la extrema
rigidez que amarga la vida de los otros y de la relajación que deja a todos
seguir por el camino del mal sin corregirlos.
Sus virtudes preferidas eran la humildad y la
paciencia, y la meditación frecuente en la pasión y muerte de Cristo lo llevaba
a esforzarse por cumplir aquel consejo de Jesús: “Aprended de mi que soy manso y
humilde de corazón”. Su crucifijo lo tenía totalmente desgastado de tanto
besarle las manos, los pies, la cabeza y la herida del costado. Su amor a la
Virgen María era intenso y por todas partes recomendaba el rezo del Angelus (o
de las tres Aves Marías).
Un santo
elogia a otro santo
A San Buenaventura le recomendaron que
escribiera la biografía de su gran protector San Francisco de Asís (la cual
resulto muy hermosa) y dicen que cuando estaba redactándola, llegó a visitarlo
el sabio más famoso de su tiempo, Santo Tomás de Aquino, el cual al asomarse a
su celda y verlo sumido en la contemplación y como en éxtasis, exclamó: “dejemos
que un santo escriba la vida de otro santo”, y se fue. Así que estos dos sabios
tan famosos no se trataron en vida pero se admiraron mutuamente.
Muerte
solemne
En el año 1274 se celebro el concilio de Lyon
(o reunión de todos los obispos católicos del mundo). Terminando el Concilio con
gran éxito, todo dirigido por San Buenaventura, por orden del Sumo Pontífice, el
santo sintió que le faltaban las fuerzas, y el 15 de julio de 1274 murió
santamente asistido por el Papa en persona. Todos los obispos del Concilio
asistieron a sus funerales y caso único en la historia, el Santo Padre ordenó
que todos los sacerdotes del mundo celebran una misa por el alma del
difunto.
Un elogio muy
especial
El Papa Inocencio V predicó la homilía en el
entierro de San Buenaventura y dijo de él: “Su amabilidad era tan grande que
empezar a tratarlo era quedar ya amigos de él para siempre. Y su unción al
predicar y escribir era tan admirable, que escucharlo o leer sus escritos, era
ya empezar a sentir deseos de amar a Dios y conseguir la santidad”. Bello elogio
en verdad.
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Buenaventura_7_15.htm)