Oh, San Marcelino de Embrun, vos,
sois el hijo del Dios de la vida
y su amado santo, que, del África
siendo, convertisteis a la fe de
Cristo, a la población de los Alpes
Marítimos, conjuntamente con Domingo
y Vicente, amigos vuestros, capilla
edificando en la ciudad. Vuestro amor
por Cristo, no sólo de palabras fue,
sino, más de obras y, por ello, las
gentes de vuestro tiempo os querían
y amaban de manera entrañable. Y,
nada que ver con arrianos, a quienes
combate frontal le ofrecisteis y, las
montañas, vuestro refugio mejor fueron
para evitar, que cayeras en enemigas
manos. Y, viendo Dios, vuestra gran
obra, os premió con corona de luz;
oh, San Marcelino de Embrum, santo.
© 2013 Luis Ernesto Chacón Delgado
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20 de Abril
San Marcelino de Embrun
Obispo
Martirologio Romano: En Embrún, en la Galia, san Marcelino, primer obispo de esta ciudad, el cual, oriundo de África, convirtió a la fe de Cristo la mayor parte de la población de los Alpes Marítimos, siendo ordenado obispo por san Eusebio de Vercelli (c. 374).
Etimológicamente: Marcelino = Aquel que procede de Marte, con Marte como dios de la guerra romano. Es de origen latino.
Vino al mundo en la provincia romana de Africa y murió en Embrun (Alpes), el 13 de abril del año 374.
Este joven tuvo la feliz idea evangélica de embarcarse con dos compañeros, Domingo y Vicente, con destino a Francia.
Les guiaba llana y simplemente la evangelización de los Alpes franceses. A sus dos amigos los envió a los Alpes Bajos. El se quedó en Embrun. En seguida, llevado por la urgencia de anunciar el evangelio y para tener un lugar apropiado en donde hacerlo, construyó una capilla en la ciudad.
Para su inauguración invitó a san Eusebio de Vercelli. A pesar de la distancia y de los caminos, vino desde el Piamonte para la consagración de la iglesia y, de camino, lo consagró Obispo.
Se cuenta que, a la vuelta de una incursión apostólica, Marcelino se encontró con una reata de mulos que llevaban sacos de trigo, uno de los arrieros le daba golpes al animal porque había caído muerto de extenuación y agotamiento.
Al ver pasar al obispo, le dijo: “Usted va a hacer sus veces”. Y así lo hizo. Cargó con el trigo hasta el pueblo. Cuando los cristianos lo vieron llegar de esta forma extraña, quisieron hacerle daño al arriero, pero Marcelino se lo impidió: “No le hagáis daño, es mi bienhechor. ¿No me ha permitido imitar un poco a Aquel que cargó con nuestros pecados y quiso llevar la cruz de la salvación?”.
Con estas pruebas de amor a Cristo, la gente se quedó alucinada. Gracias a esto, le fue más fácil lograr conversiones para la fe cristiana.
Junto a este amor limpio y sincero para con todo el mundo, también supo luchar con ahínco contra el arrianismo que quería implantar Constancio II en todo el Occidente. Por eso, alguna que otra vez tuvo que huir a las montañas para que no lo cogieran los funcionarios imperiales. Al morir el emperador, quedó libre.