Oh, San Esteban, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, aquél que,
de alcurnia alta siendo, os hicisteis
el último, a imitación de vuestro Maestro,
Señor y Dios nuestro. Vuestro terrenal
poder, al servicio de los desposeídos y
menesterosos pusisteis, dando de vuestra
fortuna “in extenso”, tanto que, la gente
os gritaba: “¡Ahora sí se van a acabar
los pobres!”. “Ellos representan mejor
a Jesucristo, a quien yo quiero atender
de manera especial. Una cosa sí me he
propuesto: no negar jamás una ayuda o
un favor. Si en mí existe la capacidad de
hacerlo”. Muy a menudo, decíais. La fe
Católica expandisteis, tanto en su doctrina
y la física obra. Nunca la devoción por
Nuestra Señora dejasteis, para quien, y
en su honor, templos levantasteis y
la invocabais a cada instante y, con ello,
la idolatría y las falsías religiones
terminasteis. Un día cualquiera, perdisteis
a vuestro amado hijo, a quien formado
habíais como vuestro sucesor. Al saberlo
sólo exclamasteis: “El Señor me lo dio,
el Señor me lo quitó. Bendito sea Dios”.
Los últimos años de vuestra vida padecisteis
enfermedades que os fueron purificando
y santificando cada vez más. Y el día
de la Asunción de Nuestra Señora, fiesta
amada por vos, voló vuestra alma al cielo
así ganando, corona de luz eterna, como
justo premio a vuestra entrega de amor,
Santo conversor del reino de Hungría;
oh, San Esteban, caridad, fe y esperanza.
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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16 de agosto
San Esteban rey de Hungría
Año 1038
Esteban significa: “coronado” (estebo= corona).
Este santo tiene el honor de haber convertido al catolicismo al reino de Hungría. Fue bautizado por San Adalberto y tuvo la suerte de casarse con Gisela, la hermana de San Enrique de Alemania, la cual influyó mucho en su vida. Valiente guerrero y muy buen organizador, logró derrotar en fuertes batallas a todos los que se querían oponer a que él gobernara la nación, como le correspondía, pues era el hijo del mandatario anterior.
Cuando ya hubo derrotado a todos aquellos que se habían opuesto a él cuando quiso propagar la religión católica por todo el país y acabar la idolatría y las falsas religiones, y había organizado la nación en varios obispados, envió al obispo principal, San Astrik, a Roma a obtener del Papa Silvestre II la aprobación para los obispados y que le concediera el título de rey. El sumo Pontífice se alegró mucho ante tantas buenas noticias y le envío una corona de oro, nombrándolo rey de Hungría. Y así en el año 1000 fue coronado solemnemente por el enviado del Papa como primer rey de aquel país.
El cariño del rey Esteban por la religión católica era inmenso; a los obispos y sacerdotes los trataba con extremo respeto y hacía que sus súbditos lo imitaran en demostrarles gran veneración. Su devoción por la Virgen Santísima era extraordinaria. Levantaba templos en su honor y la invocaba en todos sus momentos difíciles. Fundaba conventos y los dotaba de todo lo necesario. Ordenó que cada 10 pueblos debían construir un templo, y a cada Iglesia se encargaba de dotarla de ornamentos, libros, cálices y demás objetos necesarios para mantener el personal de religiosos allá. Lo mismo hizo en Roma.
La cantidad de limosnas que este santo rey repartía era tan extraordinaria, que la gente exclamaba: “¡Ahora sí se van a acabar los pobres!”. El personalmente atendía con gran bondad a todas las gentes que llegaban a hablarle o a pedirle favores, pero prefería siempre a los más pobres, diciendo: “Ellos representan mejor a Jesucristo, a quien yo quiero atender de manera especial”.
Para conocer mejor la terrible situación de los más necesitados, se disfrazaba de sencillo albañil y salía de noche por las calles a repartir ayudas. Y una noche al encontrarse con un enorme grupo de menesterosos empezó a repartirles las monedas que llevaba. Estos, incapaces de aguardar a que les llegara a cada quien un turno para recibir, se le lanzaron encima, quitándole todo y lo molieron a palos. Cuando se hubieron alejado, el santo se arrodilló y dio gracias a Dios por haberle permitido ofrecer aquel sacrificio. Cuando narró esto en el palacio, sus empleados celebraron aquella aventura, pero le aconsejaron que debía andar con más prudencia para evitar peligros. El les dijo: “Una cosa sí me he propuesto: no negar jamás una ayuda o un favor. Si en mí existe la capacidad de hacerlo”.
A su hijo lo educó con todo esmero y para él dejó escritos unos bellos consejos, recomendándole huir de toda impureza y del orgullo. Ser paciente, muy generoso con los pobres y en extremo respetuoso con la santa Iglesia Católica. La gente al ver su modo tan admirable de practicar la religión exclamaba: “El rey Esteban convierte más personas con buenos ejemplos, que con sus leyes o palabras”.
Dios, para poderlo hacer llegar a mayor santidad, permitió que en sus últimos años Esteban tuviera que sufrir muchos padecimientos. Y uno de ellos fue que su hijo en quien él tenía puestas todas sus esperanzas y al cual había formado muy bien, muriera en una cacería, quedando el santo rey sin sucesor. El exclamó al saber tan infausta noticia: “El Señor me lo dio, el Señor me los quitó. Bendito sea Dios”. Pero esto fue para su corazón una pena inmensa.
Los últimos años de su vida tuvo que padecer muy dolorosas enfermedades que lo fueron purificando y santificando cada vez más. El 15 de agosto del año 1038, día de la Asunción, fiesta muy querida por él, expiró santamente. Desde entonces la nación Húngara siempre ha sido muy católica. A los 45 años de muerto, el Sumo Pontífice permitió que lo invocaran como santo y en su sepulcro se obraron admirables milagros.
Que nuestro Dios Todopoderoso nos envíe en todo el mundo muchos gobernantes que sepan ser tan buenos católicos y tan generosos con los necesitados como lo fue el santo rey Esteban.