¡Oh!, San Casimiro de Polonia; vos, sois, el hijo del Dios
de la vida, y su amado santo, que, honra le disteis, desde
vuestra corta vida, adorándolo y rindiéndoos a los pies de
Nuestra Señora, a quien, amasteis y amas en el cielo. Hijo
de rey como erais, nunca os ufanasteis como tal y, vuestra
mano amiga, a los pobres, desposeídos y foráneos extendisteis,
pues, eran vuestros favoritos. Los sangrantes cristos os
gustaban y ante ellos, largo tiempo os quedabais meditando.
Vuestros biógrafos dicen de vos, que vuestro más grande
anhelo y deseo agradar a Dios era. Para ello dominabais vuestro
cuerpo y sencillamente vestíais. Os mortificabais en el comer,
en el beber, en el mirar y dormíais en el suelo. Para vos,
el centro de vuestra devoción era la Pasión y Muerte de Cristo
y meditabais en ella. Os gustaban los cristos sangrantes, y
el crucifijo y os quedabais suplicando y dando gracias. Además
teníais como devoción también, la de Jesús Sacramentado, y
en el descanso y el silencio de las noches, estabais en los
templos, adorando a Jesús en la Santa Hostia. Así, humilde y
afable, fuisteis hasta el día último de vuestra corta pero
santa vida, en que Dios, os premió coronándoos de luz. Desde
entonces, brilláis como crisol, lumbrera y manante de paz.
“Cada día alma mía, di a María su alabanza. En sus fiestas
la honrarás y su culto extenderás”. Un vivo canto y viva oración
de vuestro corazón surgido, para Vos, María, Santa Madre
de Dios y Señora Nuestra, que encontraron sobre vuestro pecho
el día que os exhumaron vuestro incorrupto cadáver. Hoy, con
justicia coronado estáis de luz, como premio a vuestro amor;
¡Oh!, San Casimiro de Polonia, “el que impone la Paz de Cristo”.
de la vida, y su amado santo, que, honra le disteis, desde
vuestra corta vida, adorándolo y rindiéndoos a los pies de
Nuestra Señora, a quien, amasteis y amas en el cielo. Hijo
de rey como erais, nunca os ufanasteis como tal y, vuestra
mano amiga, a los pobres, desposeídos y foráneos extendisteis,
pues, eran vuestros favoritos. Los sangrantes cristos os
gustaban y ante ellos, largo tiempo os quedabais meditando.
Vuestros biógrafos dicen de vos, que vuestro más grande
anhelo y deseo agradar a Dios era. Para ello dominabais vuestro
cuerpo y sencillamente vestíais. Os mortificabais en el comer,
en el beber, en el mirar y dormíais en el suelo. Para vos,
el centro de vuestra devoción era la Pasión y Muerte de Cristo
y meditabais en ella. Os gustaban los cristos sangrantes, y
el crucifijo y os quedabais suplicando y dando gracias. Además
teníais como devoción también, la de Jesús Sacramentado, y
en el descanso y el silencio de las noches, estabais en los
templos, adorando a Jesús en la Santa Hostia. Así, humilde y
afable, fuisteis hasta el día último de vuestra corta pero
santa vida, en que Dios, os premió coronándoos de luz. Desde
entonces, brilláis como crisol, lumbrera y manante de paz.
“Cada día alma mía, di a María su alabanza. En sus fiestas
la honrarás y su culto extenderás”. Un vivo canto y viva oración
de vuestro corazón surgido, para Vos, María, Santa Madre
de Dios y Señora Nuestra, que encontraron sobre vuestro pecho
el día que os exhumaron vuestro incorrupto cadáver. Hoy, con
justicia coronado estáis de luz, como premio a vuestro amor;
¡Oh!, San Casimiro de Polonia, “el que impone la Paz de Cristo”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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4 de Marzo
San Casimiro de Polonia
(año 1484)
San Casimiro de Polonia
(año 1484)
En su idioma, el polaco, Casimiro significa: “el que impone la paz”.
(Kas = imponer, Mir = paz. Casimiro nació en 1458 en Cracovia. Era el
tercero de los trece hijos de Casimiro, rey de Polonia. Muchos santos
han salido de familias muy numerosas, y de esta clase de familias llegan
a la Iglesia Católica excelentes vocaciones.
Su madre Isabel, hija del emperador de Austria, era una fervorosa
católica y se esmeró con toda el alma porque sus hijos fueran también
entusiastas practicantes de la religión. Ella en una carta a una amiga
hace una formidable lista de las cualidades que debe tener una buena
madre, y seguramente que esas cualidades fueron las que practicó con sus
propios hijos.
Y además de la educación que le dieron sus padres, Casimiro tuvo la
gran suerte de que el rey le consiguió dos maestros que eran buenísimos
educadores. El Padre Juan y el profesor Calímaco. El Padre Juan era
Polaco y dejó fama de ser muy sabio y muy santo, pero su mayor honor le
viene de haber sido el que encaminó a San Casimiro hacia una altísima
santidad. El Profesor Calímaco era un gran sabio que había sido
secretario del Papa Pío II, y después estuvo 30 años en la corte del rey
de Polonia ayudándole en la instrucción de los jóvenes. Calímaco dijo:
“Casimiro es un adolescente santo”, y el Padre Juan escribió también:
“Casimiro es un joven excepcional en cuanto a virtud”.
Claro está que no basta con recibir una buena educación de parte de
los papás y tener buenos profesores, sino que es necesario que el joven
ponga de su parte todo el empeño posible por ser bueno. Pues de los
otros doce hermanos de Casimiro, que tuvieron los mismos profesores,
ninguno llegó a la santidad, y algunos hasta dieron malos ejemplos. En
cambio nuestro santo llegó a unas alturas de virtud que admiraron a los
que lo conocieron y lo trataron.
Dicen los biógrafos de San Casimiro que su más grande anhelo y su más
fuerte deseo era siempre agradar a Dios. Para eso trataba de dominar su
cuerpo, antes de que las pasiones sensuales mancharan su alma. Siendo
hijo del rey, sin embargo vestía muy sencillamente, sin ningún lujo. Se
mortificaba en el comer, en el beber, en el mirar y en el dormir. Muchas
veces dormía sobre el puro suelo y se esforzaba por no tomar licor. Y
esto en un palacio real donde las gentes eran bastante inclinadas a una
vida fácil y de muchas comodidades y comilonas.
Para Casimiro el centro de su devoción era la Pasión y Muerte de
Jesucristo. En aquellos tiempos los maestros espirituales insistían
frecuentemente en que para ser fervoroso y crecer en el amor a Dios
aprovecha muchísimo el meditar en la Pasión de Jesucristo. Nuestro santo
pasaba mucho tiempo meditando en la Agonía de Jesús en el Huerto y en
los azotes que padeció, como también en la coronación de espinas y las
bofetadas que le dieron a Nuestro Señor. Ratos y ratos se estaba
pensando en la subida de Jesús al Calvario y en las cinco heridas del
crucificado, y meditando en el amor que llevó a Jesús a sacrificarse por
nosotros. Le gustaban los cristos muy sangrantes, y ante un crucifijo
se quedaba tiempos y tiempos meditando, suplicando y dando gracias.
Otra gran devoción de Casimiro era la de Jesús Sacramentado. Como
durante el día estaba sumamente ocupado ayudando a su padre a gobernar
el Reino de Polonia y de Lituania, aprovechaba el descanso y el silencio
de las noches para ir a los templos y pasar horas y horas adorando a
Jesús en la Santa Hostia.
Sus preferidos eran los pobres. La gente se admiraba de que siendo
hijo de un rey, nunca ni en sus palabras ni en su trato se mostraba
orgulloso o despreciador con ninguno, ni siquiera con los más miserables
y antipáticos. Un biógrafo (enviado por el Papa León X a recoger datos
acerca de él) afirma que la caridad de Casimiro era casi increíble, un
verdadero don del Espíritu Santo. Que el amor tan grande que le tenía a
Dios, lo llevaba a amar inmensamente al prójimo, y que nada le era tan
agradable y apetecible como la entrega de todos sus bienes en favor de
los más necesitados, y no sólo de sus bienes materiales, sino de su
tiempo, sus energías, de su influencia respecto a su padre y de su
inteligencia. Que prefería siempre a los más afligidos, a los más
pobres, a los extranjeros que no tenían a nadie que los socorriera, y a
los enfermos. Que defendía a los miserables y por eso el pueblo lo
llamaba “el defensor de los pobres”.
Su padre quiso casarlo con la hija del Emperador Federico, pero
Casimiro dijo que le había prometido a la Virgen Santísima conservarse
en perpetua castidad. Y renunció a tan honroso matrimonio.
Los secretarios y otras personas que vivieron con Casimiro durante
varios años estuvieron todos de acuerdo en afirmar que lo más probable
es que este santo joven no cometió ni un solo pecado grave en toda su
vida. Y esto es tanto más admirable en cuanto que vivía en un ambiente
de palacio de gobierno donde generalmente hay mucha relajación de
costumbres. La gente se admiraba al ver que un joven de veinte años
observaba una conducta tan equilibrada y seria como si ya tuviera
sesenta.
A su padre el rey le advertía con todo respeto pero con mucha
valentía, las fallas que encontraba en el gobierno, especialmente cuando
se cometían injusticias contra los pobres. Y el papa atendía con
rapidez a sus peticiones y trataba de poner remedio.
Casimiro llegó lo mismo que San Luis Gonzaga, San Gabriel de la
Dolorosa, San Estanislao de Koska, San Juan Berchmans, y Santa Teresita
de Jesús, a una gran santidad, en muy pocos años.
Se enfermó de tuberculosis, y el 4 de marzo de 1484, a la corta edad
de 26 años, murió santamente dejando en todos los más edificantes
recuerdos de bondad y de pureza. Lo sepultaron en Vilma, capital de
Lituania.
A los 120 años de enterrado abrieron su sepulcro y encontraron su
cuerpo incorrupto, como si estuviera recién enterrado. Ni siquiera sus
vestidos se habían dañado, y eso que el sitio donde lo habían sepultado
era muy húmedo.
Sobre su pecho encontraron una poesía a la Sma. Virgen, que él había
recitado frecuentemente y que mandó que la colocaran sobre su cadáver
cuando lo fueran a enterrar. Esa poesía que él había propagado mucho
empieza así:
“Cada día alma mía, di a María su alabanza. En sus fiestas la honrarás y su culto extenderás,…” etc., etc.
Hasta después de muerto quería que en su sepulcro se honrara a la
Virgen María a quien le tuvo inmensa devoción durante toda su vida.
San Casimiro trabajó incansablemente por extender la religión
católica en Polonia y Lituania, y estas dos naciones han conservado
admirablemente su fe católica, y aún en este tiempo cuando las gentes
ven que está en peligro su religión, invocan al santo joven que fue tan
entusiasta por nuestra religión. Y él demuestra con verdaderos prodigios
lo mucho que intercede ante Dios en favor de los que lo invocan con fe.