¡Oh!, San Ignacio de Loyola, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, y el que, vuestra tierra,
Pamplona, la defendisteis hasta herido caer, y aún,
convaleciente, obró la divina providencia en vos, y así
en amante de la teología os convertisteis de un momento
a otro. Tanto, que gustabais de las lecturas de piadosos
libros, y allí, descubristeis, en la vida de Jesús, y
en la lectura de la vida de los Santos, vuestra vocación
verdadera. Interiores y constantes luchas os acosaron,
entre piadosos deseos y los del mundo, hasta que, a los
primeros venciendo, escogisteis, poneros al servicio
de la fe, en un apostolado prístino. Así, nuevamente la
providencia divina, hizo carne y os dirigió al Santuario
de Nuestra Señora de Montserrat, y, haciendo confesión
sincera, vuestra espada y vuestras ropas de combatiente
a sus pies santos dejasteis, haciendo votos de pobreza,
una vida comenzasteis, de oración y penitencia llenas,
dedicándoos en cuerpo y alma, a amar a Dios, sobre todas
las cosas. Con vuestros santos escritos y con vuestros
discípulos Pedro Fabro, Francisco Javier, Laínez, Salnerón,
Simón Rodríguez y Nicolás Bobadilla, y, con vos, a la cabeza,
la “Compañía de Jesús”, fundasteis, en especial día: el
de de la Asunción de María, y con la cual, intensamente
trabajasteis por la reforma de Nuestra Santa Madre Iglesia.
Vuestro libro “Ejercicios Espirituales”, preciosa joya es,
para domar el alma y alejar los sentidos del mundo. Vuestra
obra, llena de portentos, continúa hoy, y poderosa se yergue
y expande, por el orbe de la tierra, tal y conforme,
lo había ya, sentenciado Jesús, Dios y Señor Nuestro. Y,
vos, que vuestra santa vida la gastasteis hasta el fin, y
entregasteis vuestra alma al cielo, recibisteis corona
de gloria, como premio a vuestra entrega de amor y fe;
“Santo Patrono de los ejercicios espirituales del mundo”;
¡oh!, San Ignacio de Loyola, “amor, pluma y luz de Cristo”.
de la vida y su amado santo, y el que, vuestra tierra,
Pamplona, la defendisteis hasta herido caer, y aún,
convaleciente, obró la divina providencia en vos, y así
en amante de la teología os convertisteis de un momento
a otro. Tanto, que gustabais de las lecturas de piadosos
libros, y allí, descubristeis, en la vida de Jesús, y
en la lectura de la vida de los Santos, vuestra vocación
verdadera. Interiores y constantes luchas os acosaron,
entre piadosos deseos y los del mundo, hasta que, a los
primeros venciendo, escogisteis, poneros al servicio
de la fe, en un apostolado prístino. Así, nuevamente la
providencia divina, hizo carne y os dirigió al Santuario
de Nuestra Señora de Montserrat, y, haciendo confesión
sincera, vuestra espada y vuestras ropas de combatiente
a sus pies santos dejasteis, haciendo votos de pobreza,
una vida comenzasteis, de oración y penitencia llenas,
dedicándoos en cuerpo y alma, a amar a Dios, sobre todas
las cosas. Con vuestros santos escritos y con vuestros
discípulos Pedro Fabro, Francisco Javier, Laínez, Salnerón,
Simón Rodríguez y Nicolás Bobadilla, y, con vos, a la cabeza,
la “Compañía de Jesús”, fundasteis, en especial día: el
de de la Asunción de María, y con la cual, intensamente
trabajasteis por la reforma de Nuestra Santa Madre Iglesia.
Vuestro libro “Ejercicios Espirituales”, preciosa joya es,
para domar el alma y alejar los sentidos del mundo. Vuestra
obra, llena de portentos, continúa hoy, y poderosa se yergue
y expande, por el orbe de la tierra, tal y conforme,
lo había ya, sentenciado Jesús, Dios y Señor Nuestro. Y,
vos, que vuestra santa vida la gastasteis hasta el fin, y
entregasteis vuestra alma al cielo, recibisteis corona
de gloria, como premio a vuestra entrega de amor y fe;
“Santo Patrono de los ejercicios espirituales del mundo”;
¡oh!, San Ignacio de Loyola, “amor, pluma y luz de Cristo”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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31 de Julio
San Ignacio de Loyola
Fundador de los Jesuitas
Año 1556
San Ignacio de Loyola
Fundador de los Jesuitas
Año 1556
San Ignacio: ruégale a Dios por todos los que como tí
deseamos extender el Reino de Cristo, y hacer amar más a nuestro Divino
Salvador.
“Todo para mayor Gloria de Dios” (San Ignacio)
San Ignacio nació en 1491 en el castillo de Loyola, en
Guipúzcoa, norte de España, cerca de los montes Pirineos que están en el
límite con Francia. Su padre Bertrán De Loyola y su madre Marina Sáenz,
de familias muy distinguidas, tuvieron once hijos: ocho varones y tres
mujeres. El más joven de todos fue Ignacio. El nombre que le pusieron en
el bautismo fue Iñigo.
Entró a la carrera militar, pero en 1521, a la edad de 30
años, siendo ya capitán, fue gravemente herido mientras defendía el
Castillo de Pamplona. Al ser herido su jefe, la guarnición del castillo
capituló ante el ejército francés. Los vencedores lo enviaron a su
Castillo de Loyola a que fuera tratado de su herida. Le hicieron tres
operaciones en la rodilla, dolorosísimas, y sin anestesia; pero no
permitió que lo atasen ni que nadie lo sostuviera. Durante las
operaciones no prorrumpió ni una queja. Los médicos se admiraban. Para
que la pierna operada no le quedara más corta le amarraron unas pesas al
pie y así estuvo por semanas con el pie en alto, soportando semejante
peso. Sin embargo quedó cojo para toda la vida.
A pesar de esto Ignacio tuvo durante toda su vida un modo muy
elegante y fino para tratar a toda clase de personas. Lo había
aprendido en la Corte en su niñez. Mientras estaba en convalecencia
pidió que le llevaran novelas de caballería, llenas de narraciones
inventadas e imaginarias. Pero su hermana le dijo que no tenía más
libros que “La vida de Cristo” y el “Año Cristiano”, o sea la historia
del santo de cada día. Y le sucedió un caso muy especial. Antes,
mientras leía novelas y narraciones inventadas, en el momento sentía
satisfacción pero después quedaba con un sentimiento horrible de
tristeza y frustración . En cambio ahora al leer la vida de Cristo y las
Vidas de los santos sentía una alegría inmensa que le duraba por días y
días. Esto lo fue impresionando profundamente.
Y mientras leía las historias de los grandes santos pensaba:
“¿Y por qué no tratar de imitarlos? Si ellos pudieron llegar a ese grado
de espiritualidad, ¿por qué no lo voy a lograr yo? ¿Por qué no tratar
de ser como San Francisco, Santo Domingo, etc.? Estos hombres estaban
hechos del mismo barro que yo. ¿Por qué no esforzarme por llegar al
grado que ellos alcanzaron?”. Y después se iba a cumplir en él aquello
que decía Jesús: “Dichosos los que tienen un gran deseo de ser santos,
porque su deseo se cumplirá” (Mt. 5,6), y aquella sentencia de los
psicólogos: “Cuidado con lo que deseas, porque lo conseguirás”.
Mientras se proponía seriamente convertirse, una noche se le
apareció Nuestra Señora con su Hijo Santísimo. La visión lo consoló
inmensamente. Desde entonces se propuso no dedicarse a servir a
gobernantes de la tierra sino al Rey del cielo. Apenas terminó su
convalecencia se fue en peregrinación al famoso Santuario de la Virgen
de Monserrat. Allí tomó el serio propósito de dedicarse a hacer
penitencia por sus pecados. Cambió sus lujosos vestidos por los de un
pordiosero, se consagró a la Virgen Santísima e hizo confesión general
de toda su vida.
Y se fue a un pueblecito llamado Manresa, a 15 kilómetros de
Monserrat a orar y hacer penitencia, allí estuvo un año. Cerca de
Manresa había una cueva y en ella se encerraba a dedicarse a la oración y
a la meditación. Allá se le ocurrió la idea de los Ejercicios
Espirituales, que tanto bien iban a hacer a la humanidad. Después de
unos días en los cuales sentía mucho gozo y consuelo en la oración,
empezó a sentir aburrimiento y cansancio por todo lo que fuera
espiritual. A esta crisis de desgano la llaman los sabios “la noche
oscura del alma”. Es un estado dificultoso que cada uno tiene que pasar
para que se convenza de que los consuelos que siente en la oración no se
los merece, sino que son un regalo gratuito de Dios.
Luego le llegó otra enfermedad espiritual muy fastidiosa: los
escrúpulos. O sea el imaginarse que todo es pecado. Esto casi lo lleva a
la desesperación. Pero iba anotando lo que le sucedía y lo que sentía y
estos datos le proporcionaron después mucha habilidad para poder
dirigir espiritualmente a otros convertidos y según sus propias
experiencias poderles enseñar el camino de la santidad. Allí orando en
Manresa adquirió lo que se llama “Discreción de espíritus”, que consiste
en saber determinar qué es lo que le sucede a cada alma y cuáles son
los consejos que más necesita, y saber distinguir lo bueno de lo malo. A
un amigo suyo le decía después: “En una hora de oración en Manresa
aprendí más a dirigir almas, que todo lo que hubiera podido aprender
asistiendo a universidades”.
En 1523 se fue en peregrinación a Jerusalén, pidiendo limosna por el
camino. Todavía era muy impulsivo y un día casi ataca a espada a uno que
hablaba mal de la religión. Por eso le aconsejaron que no se quedara en
Tierra Santa donde había muchos enemigos del catolicismo. Después fue
adquiriendo gran bondad y paciencia. A los 33 años empezó como
estudiante de colegio en Barcelona, España. Sus compañeros de estudio
eran mucho más jóvenes que él y se burlaban mucho. El toleraba todo con
admirable paciencia. De todo lo que estudiaba tomaba pretexto para
elevar su alma a Dios y adorarlo.
Después pasó a la Universidad de Alcalá. Vestía muy
pobremente y vivía de limosna. Reunía niños para enseñarles religión;
hacía reuniones de gente sencilla para tratar temas de espiritualidad, y
convertía pecadores hablándoles amablemente de lo importante que es
salvar el alma. Lo acusaron injustamente ante la autoridad religiosa y
estuvo dos meses en la cárcel. Después lo declararon inocente, pero
había gente que lo perseguía. El consideraba todos estos sufrimientos
como un medio que Dios le proporcionaba para que fuera pagando sus
pecados. Y exclamaba: “No hay en la ciudad tantas cárceles ni tantos
tormentos como los que yo deseo sufrir por amor a Jesucristo”.
Se fue a Paris a estudiar en su famosa Universidad de La Sorbona.
Allá formó un grupo con seis compañeros que se han hecho famosos porque
con ellos fundó la Compañía de Jesús. Ellos son: Pedro Fabro, Francisco
Javier, Laínez, Salnerón, Simón Rodríguez y Nicolás Bobadilla.
Recibieron doctorado en aquella universidad y daban muy buen ejemplo a
todos. Los siete hicieron votos o juramentos de ser puros, obedientes y
pobres, el día 15 de Agosto de 1534, fiesta de la Asunción de María. Se
comprometieron a estar siempre a las órdenes del Sumo Pontífice para que
él los emplease en lo que mejor le pareciera para la gloria de Dios.
Se fueron a Roma y el Papa Pablo III les recibió muy bien y les dio
permiso de ser ordenados sacerdotes. Ignacio, que se había cambiado por
ese nombre su nombre antiguo de Íñigo, esperó un año desde el día de su
ordenación hasta el día de la celebración de su primera misa, para
prepararse lo mejor posible a celebrarla con todo fervor. San Ignacio se
dedicó en Roma a predicar Ejercicios Espirituales y a catequizar al
pueblo. Sus compañeros se dedicaron a dictar clases en universidades y
colegios y a dar conferencias espirituales a toda clase de personas. Se
propusieron como principal oficio enseñar la religión a la gente.
En 1540 el Papa Pablo III aprobó su comunidad llamada
“Compañía de Jesús” o “Jesuitas”. El Superior General de la nueva
comunidad fue San Ignacio hasta su muerte. En Roma pasó todo el resto de
su vida. Era tanto el deseo que tenía de salvar almas que exclamaba:
“Estaría dispuesto a perder todo lo que tengo, y hasta que se acabara mi
comunidad, con tal de salvar el alma de un pecador”. Fundó casas de su
congregación en España y Portugal. Envió a San Francisco Javier a
evangelizar el Asia. De los jesuitas que envió a Inglaterra, 22 murieron
martirizados por los protestantes. Sus dos grandes amigos Laínez y
Salmerón fueron famosos sabios que dirigieron el Concilio de Trento. A
San Pedro Canisio lo envió a Alemania y este santo llegó a ser el más
célebre catequista de aquél país. Recibió como religioso jesuita a San
Francisco de Borja que era rico político, gobernador, en España. San
Ignacio escribió más de 6 mil cartas dando consejos espirituales.
El Colegio que San Ignacio fundó en Roma llegó a ser modelo en el
cual se inspiraron muchísimos colegios más y ahora se ha convertido en
la célebre Universidad Gregoriana. Los jesuitas fundados por San Ignacio
llegaron a ser los más sabios adversarios de los protestantes y
combatieron y detuvieron en todas partes al protestantismo. Les
recomendaba que tuvieran mansedumbre y gran respeto hacia el adversario
pero que se presentaran muy instruidos para combatirlos. El deseaba que
el apóstol católico fuera muy instruido.
El libro más famoso de San Ignacio se titula: “Ejercicios
Espirituales” y es lo mejor que se ha escrito acerca de como hacer bien
los santos ejercicios. En todo el mundo es leído y practicado este
maravilloso libro. Duró 15 años escribiéndolo. Su lema era: “Todo para
mayor gloria de Dios”. Y a ello dirigía todas sus acciones, palabras y
pensamientos: A que Dios fuera más conocido, más amado y mejor
obedecido. En los 15 años que San Ignacio dirigió a la Compañía de
Jesús, esta pasó de siete socios a más de mil. A todos y cada uno
trataba de formarlos muy bien espiritualmente.
Como casi cada año se enfermaba y después volvía a obtener la
curación, cuando le vino la última enfermedad nadie se imaginó que se
iba a morir, y murió súbitamente el 31 de julio de 1556 a la edad de 65
años. En 1622 el Papa lo declaró Santo y después Pío XI lo declaró
Patrono de los Ejercicios Espirituales en todo el mundo. Su comunidad de
Jesuitas es la más numerosa en la Iglesia Católica.