¡Oh!, San Pedro de Alcántara; vos, sois, el hijo del Dios
de la vida, su amado santo y su eterno penitente, que,
de tal forma, vuestro cuerpo mortificasteis que, de agua
y de alimento lo privasteis. Contemplación, éxtasis, y
visiones de un lado; y oración y predicación del otro,
fueron vuestras armas, por las que, a la conversión
llevasteis a los impíos pecadores de vuestro tiempo y,
que, resumisteis en los “Alcantarinos”, crisol “vivo”
de fe y de esperanza que nos legasteis hasta nuestro
tiempo y, que, ojala, de acicate sirva, para que, os
imiten tanto en la palabra, como en la acción, y, así,
conduzcan a la mies orante y penitente hacia las dulces
alegrías del eterno cielo. Los últimos años de vuestra
vida os dedicasteis a ayudar a Santa Teresa, en la fundación
de la comunidad de “Hermanas Carmelitas”, y dice, ella,
que buena parte de los éxitos que logró, se debió a vos.
Y, así, llegó el tiempo en que, cumplida vuestra misión
en la tierra, voló al cielo vuestra alma, mientras vos,
de rodillas decíais las palabras del Salmo: “¡Que alegría
cuando me dijeron vamos a la casa del Señor!”. Y, más tarde,
Santa Teresa, os vió, y escribió así: “Lo he visto varias
veces en la gloria y me ha conseguido enormes favores de Dios
y me dijo: Felices sufrimientos y penitencias en la tierra,
que me consiguieron tan grandes premios en el cielo”. Santo
Protector de los celadores y guardias del orbe de la tierra;
¡oh!, San Pedro de Alcántara; “penitencia viva de Jesucristo”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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20 de Octubre
San Pedro de Alcántara
Penitente
Año 1562 San Pedro de Alcántara; maravilloso penitente: alcánzanos de
Dios la gracia de dominar nuestro cuerpo con las debidas
mortificaciones, para que él no esclavice a nuestra alma con pecados y
malas inclinaciones. Una palabra amable es tan agradable como un buen
regalo (S. Biblia 18,17).
Este es un santo que se hizo famoso por sus terribles penitencias.
Nació en 1499 en un pueblo de España llamado Alcántara. Su padre era
gobernador de la región y su madre era de muy buena familia. Ambos se
distinguían por su gran piedad y su excelente comportamiento. Estando
estudiando en la universidad de Salamanca se entusiasmó por la vida de
los franciscanos porque le parecían gente muy desprendida de lo material
y muy dedicada a lo espiritual. Pidió ser admitido como franciscano y
eligió para irse a vivir al convento donde estaban los religiosos más
observantes y estrictos de esa comunidad. En el noviciado lo pusieron de
portero, hortelano, barrendero y cocinero. Pero en este último oficio
sufría frecuentes regaños por ser bastante distraído. Llegó a
mortificarse tan ásperamente en el comer y el beber que perdió el
sentido del gusto y así todos los alimentos le sabían igual. Dormía
sobre un duro cuero en el puro suelo. Pasaba horas y horas de rodillas, y
si el cansancio le llegaba, apoyaba la cabeza sobre un clavo en la
pared y así dormía unos minutos, arrodillado. Pasaba noches enteritas
sin dormir ni un minuto, rezando y meditando. Por eso ha sido elegido
protector de los celadores y guardias nocturnos.
Con el tiempo fue disminuyendo estas terribles mortificaciones porque
vio que le arruinaban su salud. Fue nombrado superior de varios
conventos y siempre era un modelo para todos sus súbditos en cuanto al
cumplimiento exacto de los reglamentos de la comunidad. Pero el trabajo
en el cual más éxitos obtenía era el de la predicación. Dios le había
dado la gracia de conmover a los oyentes, y muchas veces bastaba su sola
presencia para que muchos empezaran a dejar su vida llena de vicios y
comenzaran una vida virtuosa. Prefería siempre los auditorios de gente
pobre, porque le parecía que eran los que más voluntad tenían de
convertirse. La gente decía que mientras predicaba parecía estar viendo
al invisible.
Deseando San Pedro de Alcántara que los religiosos fueran más
mortificados y se dedicaran por más tiempo a la oración y la meditación,
fundó una nueva rama de franciscanos, llamados de “estricta
observancia” (o “Alcantarinos”). El Sumo Pontífice aprobó dicha
congregación y pronto hubo en muchos sitios, conventos dedicados a
llevar a la santidad a sus religiosos por medio de una vida de gran
penitencia. El santo fue atacado muy fuertemente por esta nueva
fundación, pero a pesar de tantos ataques, su nueva comunidad progresó
notablemente.
En 1560 San Pedro Alcántara se encontró con Santa Teresa, la cual
estaba muy angustiada porque algunas personas le decían que las visiones
que ella tenía eran engaños del demonio. Guiado por su propia
experiencia en materia de visiones, San Pedro entendió perfectamente el
caso de esta santa y le dijo que sus visiones venían de Dios y habló en
favor de ella con otros sacerdotes que la dirigían.
Santa Teresa en su autobiografía cuenta así algunos datos que el gran
penitente le contó a ella. Dice así: “Me dijo que en los últimos años
no había dormido sino unas poquísimas horas cada noche. Que al principio
su mayor mortificación consistía en vencer el sueño, por lo cual tenía
que pasar la noche de rodillas o de pie. Que en estos 40 años jamás se
cubrió la cabeza en los viajes aunque el sol o la lluvia fueran muy
fuertes. Siempre iba descalzo y su único vestido era un túnica de tela
muy ordinaria. Me dijo que cuando el frío era muy intenso, entonces se
quitaba el manto y abría la puerta y la ventana de su habitación, para
que luego al cerrarlas y ponerse otra vez el manto lograra sentir un
poquito más de calor. Estaba acostumbrado a comer sólo cada tres días y
se extrañó de que yo me maravillase por eso, pues decía, que eso era
cuestión de acostumbrarse uno a no comer…”.
Un compañero suyo me contó que a veces pasaba una semana sin comer, y
esto sucedía cuando le llegaba los éxtasis y los días de oración más
profunda pues entonces sus sentidos no se daban cuenta de lo que sucedía
a su alrededor. Cuando yo lo conocí ya era muy viejo y su cuerpo estaba
tan flaco que parecía más bien hecho de raíces y de cortezas de árbol,
que de carne. Era un hombre muy amable, pero sólo hablaba cuando le
preguntaban algo. Respondía con pocas palabras, pero valía la pena
oírlo, porque lo que decía hacía mucho bien”… Formidable retrato de un
santo hecho por una santa.
Los últimos años de su vida los dedicó San Pedro de Alcántara en gran
parte a ayudar a Santa Teresa a la fundación de la comunidad de
Hermanas Carmelitas que ella había fundado, y dicen que buena parte de
los éxitos que la santa logró en la extensión de su nueva comunidad se
debió a que este gran penitente se valió de toda su influencia para
ganar amigos en favor de la comunidad de las Carmelitas.
Cuenta Santa Teresa que San Pedro de Alcántara se le apareció a ella
después de muerto y le dijo: “Felices sufrimientos y penitencias en la
tierra, que me consiguieron tan grandes premios en el cielo”. Murió de
rodillas diciendo aquellas palabras del Salmo: “¡Que alegría cuando me
dijeron vamos a la casa del Señor!”. Santa Teresa escribió: “Lo he visto
varias veces en la gloria y me ha conseguido enormes favores de Dios”.