¡Oh!, San Marcelo, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
y, que, honor hicisteis al significado de vuestro nombre:
“guerrero”, porque enfrentasteis la persecución terrible
de Diocleciano, animando a los fieles a unidos permanecer
al cristianismo, aunque los martirizaran, porque Dios
en la hora justa, premiaría a sus hijos con la eternidad
de la vida, como lo hizo y lo hará por siempre. En medio
de todo, la Iglesia reorganizasteis, y, aunque Magencio,
emperador os desterró, vos, a Dios seguisteis celebrando
de manera clandestina en casa de Lucina, vuestra fiel
sierva. Dividisteis Roma en sectores y al frente de cada
uno nombrasteis un Presbítero. Construisteis un cementerio
al que terminaron llamando el “Cementerio del Papa Marcelo”.
Más tarde, San Dámaso, Papa, escribió vuestro epitafio,
y allí, relata que fuisteis expulsado por haber sido acusado
por un apóstata. En el “Libro Pontifical”, se afirma que
vos, os escondisteis en vez de iros al destierro, en casa
de Lucina, noble señora y que, desde allí dirigiendo
seguisteis a vuestra grey, convirtiéndose aquella, en templo,
en que celebrabais cada día, hasta el día, en que el emperador
os descubrió, y os obligó, a trabajos indignos para vos.
Así pues, cumplida vuestra obra, voló vuestra alma al cielo,
para coronada ser con corona de luz, como justo premio a
vuestro gran amor y fidelidad. Quedan de vos, como vivo
recuerdo la casa de Lucina, vuestra fiel sierva, toda en
Templo maravilloso convertido, y que, además y porque así
lo quiso Dios, vuestro nombre lleva: “Templo de San Marcelo”;
¡oh!, San Marcelo Papa, “vivo guerrero del Dios de la vida”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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16 de Enero
San Marcelo Papa
Señor Dios: concédenos la gracia de no renegar jamás de nuestras creencias cristianas, y haz que te ofrezcamos las debidas penitencias por nuestros pecados. Amen.
En la serie de los Pontífices (que hasta 1994 ya eran 265) el Papa
Marcelo ocupa el puesto número 30. Fue Pontífice por un año: del 308 al
309. El nombre “Marcelo” significa: “Guerrero”. Era uno de los más
valientes sacerdotes de Roma en la terrible persecución de Diocleciano
en los años 303 al 305.
Animaba a todos a permanecer fieles al cristianismo aunque los
martirizaran. Elegido Sumo Pontífice se dedicó a reorganizar la Iglesia
que estaba muy desorganizada porque ya hacía 4 años que había muerto el
último Pontífice, San Marcelino. Era un hombre de carácter enérgico,
aunque moderado, y se dedicó a volver a edificar los templos destruidos
en la anterior persecución.
Dividió Roma en 25 sectores y al frente de cada uno nombró a un
Presbítero (o párroco). Construyó un nuevo cementerio que llegó a ser
muy famoso y se llamó “Cementerio del Papa Marcelo”. Muchos cristianos
habían renegado de la fe, por miedo en la última persecución, pero
deseaban volver otra vez a pertenecer a la Iglesia.
Unos (los rigoristas) decían que nunca más se les debía volver a
aceptar. Otros (los manguianchos) decían que había que admitirlos sin
más ni más otra vez a la religión. Pero el Papa Marcelo, apoyado por los
mejores sabios de la Iglesia, decretó que había que seguir un término
medio: sí aceptarlos otra vez en la religión si pedían ser aceptados,
pero no admitirlos sin más ni más, sino exigirles antes que hicieran
algunas penitencias por haber renegado de la fe, por miedo, en la
persecución.
Muchos aceptaron la decisión del Pontífice, pero algunos, los más
perezosos para hacer penitencias, promovieron tumultos contra él. Y uno
de ellos, apóstata y renegado, lo acusó ante el emperador Majencio, el
cual, abusando de su poder que no le permitía inmiscuirse en los asuntos
internos de la religión, decretó que Marcelo quedaba expulsado de Roma.
Era una expulsión injusta porque él no estaba siendo demasiado riguroso
sino que estaba manteniendo en la Iglesia la necesaria disciplina,
porque si al que a la primera persecución ya reniega de la fe se le
admite sin más ni más, se llega a convertir la religión en un juego de
niños.
El Papa San Dámaso escribió medio siglo después el epitafio del Papa
Marcelo y dice allí que fue expulsado por haber sido acusado
injustamente por un renegado. El “Libro Pontifical”, un libro sumamente
antiguo, afirma que en vez de irse al destierro, Marcelo se escondió en
la casa de una señora muy noble, llamada Lucina, y que desde allí siguió
dirigiendo a los cristianos y que así aquella casa se convirtió en un
verdadero templo, porque allí celebraba el Pontífice cada día.
Un Martirologio (o libro que narra historias de mártires) redactado
en el siglo quinto, dice que el emperador descubrió dónde estaba
escondido Marcelo e hizo trasladar allá sus mulas y caballos y lo obligó
a dedicarse a asear esa enorme pesebrera, y que agotado de tan duros
trabajos falleció el Pontífice en el año 309. La casa de Lucina fue
convertida después en “Templo de San Marcelo” y es uno de los templos de
Roma que tiene por titular a un Cardenal.