¡Oh!, Santa Agueda, sois vos, la hija del Dios de la vida
y su amada santa. La predilecta de Nuestro Señor Jesucristo,
y, aquella que, amándoos de tal forma, la mundana vida y
sus propuestas rechazó, hasta la entrega de la propia vida,
en cruel y cruento martirio, Salmos elevando al cielo. Y,
cuando curada fuisteis, por el mismo Pedro, os preguntó
el tirano: “¿Quién os ha curado?” Vos, respondisteis: “He
sido curada por el poder de Jesucristo”. Y, lleno de rabia
el impío os gritó: “¿Cómo os atrevéis a nombrar a Cristo,
si eso está prohibido?” Y, vos, volvisteis a responder: “Yo
no puedo dejar de hablar de Aquél, a quien más fuertemente
amo en mi corazón”. Y, entonces os tiraron sobre llamas y
brasas ardientes. Y, vos, mientras os quemabais decíais:
“Oh Señor, Creador mío: gracias porque desde la cuna me has
protegido siempre. Gracias porque me has apartado del amor
a lo mundano y de lo que es malo y dañoso. Gracias por la
paciencia que me has concedido para sufrir. Recibe ahora
en tus brazos mi alma”. Y, Él, os escuchó y os recibió en
sus amadísimos brazos, y, a la vez os premió, con corona
de luz, como premio a vuestra entrega incréible de amor.
Por todo ello, un himno latino muy antiguo, os canta así:
“Oh Agueda: tu corazón era tan fuerte que logró aguantar
que el pecho fuera destrozado a machetazos y tu intercesión
es tan poderosa, que los que te invocan cuando huyen al
estallar el volcán Etna, se logran librar del fuego y de
la lava ardiente, y los que te rezan, logran apagar el
fuego de la concupiscencia”. “La buena”, “La virtuosa”;
¡oh!, Santa Agueda; “viva luz de bondad y virtud de Cristo”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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5 de Febrero
Santa Agueda
Virgen y Mártir
(año 251)
Agueda significa “la buena”, “la virtuosa”. Un himno latino sumamente
antiguo canta así: “Oh Agueda: tu corazón era tan fuerte que logró
aguantar que el pecho fuera destrozado a machetazos y tu intercesión es
tan poderosa, que los que te invocan cuando huyen al estallar el volcán
Etna, se logran librar del fuego y de la lava ardiente, y los que te
rezan, logran apagar el fuego de la concupiscencia”.
Agueda nació en Catania, Sicilia, al sur de Italia, hacia el año
230.Como Santa Inés, Santa Cecilia y Santa Lucía, decidió conservarse
siempre pura y virgen, por amor a Dios. En tiempos de la persecución del
tirano emperador Decio, el gobernador Quinciano se propone enamorar a
Agueda, pero ella le declara que se ha consagrado a Cristo.
Para hacerle perder la fe y la pureza el gobernador la hace llevar a
una casa de mujeres de mala vida y estarse allá un mes, pero nada ni
nadie logra hacerla quebrantar el juramento de virginidad y de pureza
que le ha hecho a Dios. Allí, en esta peligrosa situación, Agueda
repetía las palabras del Salmo 16: “Señor Dios: defiéndeme como a las
pupilas de tus ojos. A la sombra de tus alas escóndeme de los malvados
que me atacan, de los enemigos mortales que asaltan”.
El gobernador le manda destrozar el pecho a machetazos y azotarla
cruelmente. Pero esa noche se le aparece el apóstol San Pedro y la anima
a sufrir por Cristo y la cura de sus heridas.
Al encontrarla curada al día siguiente, el tirano le pregunta: ¿Quién
te ha curado? Ella responde: “He sido curada por el poder de
Jesucristo”. El malvado le grita: ¿Cómo te atreves a nombrar a Cristo,
si eso está prohibido? Y la joven le responde: “Yo no puedo dejar de
hablar de Aquél a quien más fuertemente amo en mi corazón”.
Entonces el perseguidor la mandó echar sobre llamas y brasas
ardientes, y ella mientras se quemaba iba diciendo en su oración: “Oh
Señor, Creador mío: gracias porque desde la cuna me has protegido
siempre. Gracias porque me has apartado del amor a lo mundano y de lo
que es malo y dañoso. Gracias por la paciencia que me has concedido para
sufrir. Recibe ahora en tus brazos mi alma”. Y diciendo esto expiró.
Era el 5 de febrero del año 251.
Desde los antiguos siglos los cristianos le han tenido una gran
devoción a Santa Agueda y muchísimos y muchísimas le han rezado con fe
para obtener que ella les consiga el don de lograr dominar el fuego de
la propia concupiscencia o inclinación a la sensualidad.
Propósito
Digámosle a Dios: “Señor, aquí están todas mis concupiscencias y
malas inclinaciones. Mi vida se puede convertir fácilmente en un
desorden. Toma en tus manos estas mis malas inclinaciones y cálmalas y
cúralas, tu que curaste las heridas de tu sierva Agueda y le diste
fortaleza para resistir al fuego. Creo que el poder y la bondad de mi
Dios podrán obtener lo que mis pobres fuerzas no han logrado. Dios puede
mejorar radicalmente mi personalidad”.
¿Cuántas veces pondré en manos de Dios mis concupiscencias y
malas inclinaciones para que El las cure y las calme? ¿Cuántas veces
cada día?