¡Oh!, Siete Santos Fundadores; Alejo, Amadeo, Hugo,
Benito, Bartolomé, Gerardino y Juan; vosotros, sois
los hijos del Dios de la vida, y sus amados santos,
que, todos a la mundana vida renunciasteis, por amor
a Nuestra Señora atraídos, y, tan luego lo hicisteis
os despojasteis de vuestras pertenencias, donándolas
entre los pobres y desposeídos de vuestro tiempo. Y,
así, liberados ya, de vuestras cargas, os dedicasteis,
a una vida de oración y penitencia constante, todo,
bajo el amparo e influjo divino de María, Santa Madre
de Dios, llamándoos por ello, los “Siervos de María”
o “Servitas”. En el Senario, os hicisteis sacerdotes
– menos Alejo- y os pusisteis a predicar y a propagar
el evangelio. Un Viernes Santo, de María, recibisteis
la inspiración de adoptar como Reglamento, la escrita
por San Agustín, para invitar a nuevos aspirantes y
luego, creció la vuestra, de increíble manera. Todos
a su tiempo, sus trabajos y sus vidas ofrecieron a
Dios. En morir, el último fuisteis Alejo, y, quien os
conoció, dijo: “Cuando yo llegué a la Comunidad,
solamente vivía uno de los Siete Santos Fundadores,
el hermano Alejo, y de sus labios oímos la historia
de todos ellos. La vida del hermano Alejo era tan
santa que servía a todos de buen ejemplo y demostraba
como debieron ser de santos los otros seis compañeros”.
Hoy, os recordamos a todos vosotros, por haber gastado
vuestras santas vidas en buena lid, y haber recibido
justo premio: coronados ser, con coronas de luz, por
vuestra entrega de amor, fe, y espíritu evangelizador.
“Siervos de Santa María Virgen, por la eternidad”;
¡oh!, Siete Santos Fundadores, “Luz santa de María”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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17 de Febrero
Los Siete Santos Fundadores
(año 1233)
Eran siete amigos, comerciantes de la ciudad de
Florencia, Italia. Sus nombres: Alejo, Amadeo, Hugo, Benito, Bartolomé,
Gerardino y Juan.
Pertenecían a una asociación de devotos de la Virgen María, que había
en Florencia, y poco a poco fueron convenciéndose de que debían
abandonar lo mundano y dedicarse a la vida de santidad. Vendieron sus
bienes, repartieron el dinero a los pobres y se fueron al Monte Senario a
rezar y a hacer penitencia. La idea de irse a la montaña a
santificarse, les llegó el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la
Sma. Virgen, y la pusieron en práctica el 8 de septiembre, día del
nacimiento de Nuestra Señora. Ellos se habían propuesto propagar la
devoción a la Madre de Dios y confiarle a Ella todos sus planes y sus
angustias. A tan buena Madre le encomendaron que les ayudara a
convertirse de sus miserias espirituales y que bendijera
misericordiosamente sus buenos propósitos. Y dispusieron llamarse
“Siervos de María” o “Servitas”.
En el monte Senario se dedicaban a hacer muchas penitencias y mucha
oración, pero un día recibieron la visita del Sr. Cardenal delegado del
Sumo Pontífice, el cual les recomendó que no se debilitaran demasiado
con penitencias excesivas, y que más bien se dedicaran a estudiar y se
hicieran ordenar sacerdotes y se pusieran a predicar y a propagar el
evangelio. Así lo hicieron, y todos se ordenaron de sacerdotes, menos
Alejo, el menor de ellos, que por humildad quiso permanecer siempre como
simple hermano, y fue el último de todos en morir.
Un Viernes Santo recibieron de la Sma. Virgen María la inspiración de
adoptar como Reglamento de su Asociación la Regla escrita por San
Agustín, que por ser muy llena de bondad y de comprensión, servía para
que se pudieran adaptar a ella los nuevos aspirantes que quisieran
entrar en su comunidad. Así lo hicieron, y pronto esta asociación
religiosa se extendió de tal manera que llegó a tener cien conventos, y
sus religiosos iban por ciudades y pueblos y campos evangelizando y
enseñando a muchos con su palabra y su buen ejemplo, el camino de la
santidad.
Su especialidad era una gran devoción a la Santísima Virgen, la cual
les conseguía maravillosos favores de Dios. El más anciano de ellos fue
nombrado superior, y gobernó la comunidad por 16 años. Después renunció
por su ancianidad y pasó sus últimos años dedicado a la oración y a la
penitencia. Una mañana, mientras rezaba los salmos, acompañado de su
secretario que era San Felipe Benicio, el santo anciano recostó su
cabeza sobre el corazón del discípulo y quedó muerto plácidamente. Lo
reemplazó como superior otro de los Fundadores, Juan, el cual murió
pocos años después, un viernes, mientras predicaba a sus discípulos
acerca de la Pasión del Señor. Estaba leyendo aquellas palabras de San
Lucas: “Y Jesús, lanzando un fuerte grito, dijo: ¡Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu!” (Lc. 23, 46). El Padre Juan al decir estas
palabras cerró el evangelio, inclinó su cabeza y quedó muerto muy
santamente.
Lo reemplazó el tercero en edad, el cual, después de gobernar con
mucho entusiasmo a la comunidad y de hacerla extender por diversas
regiones, murió con fama de santo.
El cuarto, que era Bartolomé, llevó una vida de tan angelical pureza
que al morir se sintió todo el convento lleno de un agradabilísimo
perfume, y varios religiosos vieron que de la habitación del difunto
salía una luz brillante y subía al cielo.
De los fundadores, Hugo y Gerardino, mantuvieron toda la vida entre
sí una grande y santísima amistad. Juntos se prepararon para el
sacerdocio y mutuamente se animaban y corregían. Después tuvieron que
separarse para irse cada uno a lejanas regiones a predicar. Cuando ya
eran muy ancianos fueron llamados al Monte Senario para una reunión
general de todos los superiores. Llegaron muy fatigados por su vejez y
por el largo viaje.
Aquella tarde charlaron emocionados recordando sus antiguos y bellos
tiempos de juventud, y agradeciendo a Dios los inmensos beneficios que
les había concedido durante toda su vida. Rendidos de cansancio se
fueron a acostar cada uno a su celda, y en esa noche el superior, San
Felipe Benicio, vio en sueños que la Virgen María venía a la tierra a
llevarse dos blanquísimas azucenas para el cielo. Al levantarse por la
mañana supo la noticia de que los dos inseparables amigos habían
amanecido muertos, y se dio cuenta de que Nuestra Señora había venido a
llevarse a estar juntos en el Paraíso Eterno a aquellos dos que tanto la
habían amado a Ella en la tierra y que en tan santa amistad habían
permanecido por años y años, amándose como dos buenísimos hermanos.
El último en morir fue el hermano Alejo, que llegó hasta la edad de
110 años. De él dijo uno que lo conoció: “Cuando yo llegué a la
Comunidad, solamente vivía uno de los Siete Santos Fundadores, el
hermano Alejo, y de sus labios oímos la historia de todos ellos. La vida
del hermano Alejo era tan santa que servía a todos de buen ejemplo y
demostraba como debieron ser de santos los otros seis compañeros”. El
hermano Alejo murió el 17 de febrero del año 1310.
Petición
Que estos Santos Fundadores nos animen a aumentar nuestra
devoción a la Virgen Santísima y a no cansarnos nunca de propagar la
devoción a la Madre de Dios.
Recuerda la historia de los padres antiguos. ¿Quién confió en Dios y fue abandonado por Él? (S. Biblia. Eclesiástico).