14 abril, 2016

San Valeriano





¡Oh!, San Valeriano, vos, sois el hijo del Dios de la vida, y
su amado santo que, convertido fuisteis por Cecilia, vuestra
esposa, con sobrenaturales medios. Y, luego, no tardó mucho
ella, en convertir también a vuestro hermano Tiburcio. Y,
de pronto mostrasteis caridad para con los pobres, al igual
que vuestra esposa Cecilia, hasta que os llega la hora de
confesar con vuestro hermano, ser ambos cristianos. Y, así,
y todo, aprovechasteis el juicio para adoctrinar a los demás.
Encolerizados y fuera de sí, vuestros verdugos, por ésta
acción, optaron por apalearos, pero de pronto vuestros rostros
se encendieron de alegría, por la gracia de poder dar vuestra
sangre por Jesucristo. Y, así, amante de la verdad como erais,
Dios os premió, de verdad y en el cielo, y junto con vuestra
esposa y hermano, participáis del eterno banquete de gloria
coronado todo, con corona de luz por vuestra entrega de amor.
Y aquí, en la tierra, vuestras reliquias son conservadas, para
gloria de Dios en sus santos, y hasta hoy, son mudos testigos
de vuestra fe, en la iglesia dedicada a Cecilia, vuestra esposa;
¡oh!, San Valeriano, “viva robustez en el amor del Dios vivo”.

 
 © 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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14 de Abril
San Valeriano
Mártir



Martirologio Romano: En Roma, en el cementerio de Pretextato, en la vía Apia, santos Tiburcio, Valeriano y Máximo, mártires. († s. inc.)

Etimológicamente: Valeriano = Aquel que es fuerte, robusto. Viene de la lengua latina.
Mártir romano, probablemente del tiempo de Juliano el Apóstol, esposo de la popular virgen Cecilia. Según las tradiciones fue convertido por ella el día mismo de la boda con medios sobrenaturales y milagrosos. Sobre su casa se edificó luego un templo, en el que reposan las reliquias de su santa consorte. Fiesta 14 de abril.

Una de las imágenes más sugerentes y humanas con que la divina Palabra nos ha introducido en el misterio de la Redención la constituyen las llamadas bodas del Cordero.

Dios ha amado a la humanidad con amor de Esposo y en el banquete nupcial se entrega a sí mismo como víctima y como alimento. Es realmente un vínculo de sangre el que sella estas bodas sublimes, es la sangre del Cordero, del Hijo de Dios inmolado. Por ello se comprende y se admira el profundo sentido cristiano que guió a la piedad de nuestros antepasados, ya desde muchos siglos atrás, en tejer con minuciosos detalles en torno a unas nupcias, mitad terrenas y mitad espirituales, este bello poema de virginidad y de martirio, de amor y de sacrificio, el poema de Cecilia y Valeriano, el poema de Cristo presente en el amor transparente de los dos jóvenes.

Y el poema es cantado cada año por toda la Iglesia, en el oficio divino en honor de la santa esposa. Valeriano entra como segundo personaje, el convertido, el amante brioso, pero íntegro, que no duda en renunciar al goce sensible para unirse con ella en el amor supremo, el amor que salva y los une a los dos con Dios y en Dios.

La narración es suave e insinuante. Durante el banquete nupcial Cecilia, preparada anteriormente con larga oración y ayuno, sin dejar de participar en el bullicio y la alegría, entona su cántico de confianza: Que mi corazón permanezca inmaculado.

Luego viene el momento del encuentro con el esposo. Valeriano se acerca a Cecilia con toda la ilusión de su juventud, con toda la satisfacción del amor conquistado.

Cecilia pronuncia extrañas palabras. Un ángel guarda su virginidad; le invita a colaborar con el ángel, le promete ver también él al ángel si antes es lavado por un baño sagrado.

Valeriano, enamorado, no duda de Cecilia, se le confía, se convierte, y va en busca de la iglesia en su Cabeza, el Papa oculto. Éste le instruye en el misterio y, tras pedirlo insistente, le administra el santo bautismo.

Vuelve presuroso al tálamo nupcial, y descubre a su esposa en oración, con un ángel a su lado, más resplandeciente que el sol y ofreciendo a los dos una guirnalda de parte del Esposo de las vírgenes. Valeriano adora, cree, goza. Con la esposa.

Y no tarda en conseguir tiempo después la conversión de su hermano Tiburcio, que sigue su mismo camino. Así Cecilia puede presentar a los dos hermanos como sus más preciadas coronas del día de sus esponsales, como el fruto de su amor y de su sabiduría.

Pronto su esposo probará su espíritu y la profundidad con que siente su nueva vida. Primero dedicado intensamente a la caridad para con los pobres, compitiendo con Cecilia en su ya famoso desprendimiento.
Después será su valentía y decisión ante el prefecto Almaquio.

Los dos hermanos confiesan que son cristianos, y pretenden adoctrinar a los que asisten al juicio, en la verdadera religión. Son cruelmente apaleados, pero en pleno suplicio muestran sus rostros llenos de alegría por la gracia de poder dar su sangre por Jesucristo. Y de este modo, pasan delante de Cecilia, que pronto les seguirá en el camino del testimonio sangriento. 

Valeriano había amado de verdad y en el cielo, junto con su esposa, participa en el eterno banquete de gloria al Cordero. En la tierra, sus reliquias fueron conservadas, para gloria de Dios en sus santos, y se conservan en la iglesia dedicada a Santa Cecilia, en el Trastévere.

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