¡Oh!, Santa Juana de Arco; vos, sois la hija del Dios
de la vida y su amada santa. Aquella mujer que,
desde pequeña, os entregasteis a Su divina providencia.
Cada sábado recogíais bellas y maravillosas flores
del campo para llevarlas al altar de Nuestra Señora.
San Miguel Arcángel, Santa Catalina y Santa Margarita,
fueron tras de vos y os hablaron así: “Vos debéis
salvar a vuestra nación y al rey”. Y, así, los colores
de Jesús y María, estandartes hechos, que flameasen
dejasteis sobre los campos de batalla, y, las victorias,
a raudales se dieron. Así, brilló la luz de la verdad
prontamente sobre vos, y así, también, la oscuridad
del maligno os envolvió y, por la envidia de los hombres,
crueles martirios sufristeis en la cárcel. Pero, nada
os importó el desprecio, el sobrevivir en las mazmorras,
el descrédito y el martirio final de quemada ser viva.
Inmutable y feliz, tres veces pronunciasteis el santo
nombre de Jesús. Encendieron una gran hoguera y os
ataron a un poste y os quemaron lentamente. Dejasteis
este mundo, rezando y vuestro consuelo, mirar era el
crucifijo y encomendaros a Nuestro Señor. Invocasteis
a San Miguel Arcángel, y luego, voló, vuestra alma
al cielo, para coronada ser con corona de luz, como
justo premio a vuestra entrega de amor. Las gentes
decían “¡Hoy hemos quemado a una santa!”. Pero, Dios
es justo, y, veintitrés años después Calixto III, Papa
os liberó, de vuestra sentencia injusta del pasado.
El rey de Francia os declaró inocente y Benedicto XV
Papa, os proclamó santa, para gloria de Nuestra Iglesia,
y el pueblo francés os nombró feliz, su Santa Patrona;
¡oh!, Santa Juana de Arco; “vivo amor y valor; fe y verdad”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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30 de Mayo
Santa Juana de Arco
Mártir
(1431)
Petición
Juana de Arco: concédenos un gran amor por nuestra patria.
Historia
Esta santa a los 17 años llegó a ser heroína nacional y mártir de la
religión. Juana de Arco nació en el año 1412 en Donremy, Francia. Su
padre se llamaba Jaime de Arco, y era un campesino.
Juana creció en el campo y nunca aprendió a leer ni a escribir. Pero
su madre que era muy piadosa le infundió una gran confianza en el Padre
Celestial y una tierna devoción hacia la Virgen María. Cada sábado la
niña Juana recogía flores del campo para llevarles al altar de Nuestra
Señora. Cada mes se confesaba y comulgaba, y su gran deseo era llegar a
la santidad y no cometer nunca ningún pecado. Era tan buena y bondadosa
que todos en el pueblo la querían.
Su patria Francia, estaba en muy grave situación porque la habían
invadido los ingleses que se iban posesionando rápidamente de muchas
ciudades y hacían grandes estragos. A los catorce años la niña Juana
empezó a sentir unas voces que la llamaban. Al principio no sabía de
quién se trataba, pero después empezó a ver resplandores y que se le
aparecían el Arcángel San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita y le
decían: “Tú debes salvar a la nación y al rey”.
Por temor no contó a nadie nada al principio, pero después las voces
fueron insistiéndole fuertemente en que ella, pobre niña campesina e
ignorante, estaba destinada para salvar la nación y al rey y entonces
contó a sus familiares y vecinos. Las primeras veces las gentes no le
creyeron, pero después ante la insistencia de las voces y los ruegos de
la joven, un tío suyo se la llevó a donde el comandante del ejército de
la ciudad vecina. Ella le dijo que Dios la enviaba para llevar un
mensaje al rey. Pero el militar no le creyó y la despachó otra vez para
su casa.
Sin embargo unos meses después Juana volvió a presentarse ante el
comandante y este ante la noticia de una derrota que la niña le había
profetizado la envió con una escolta a que fuera a ver al rey.
Llegada a la ciudad pidió poder hablarle al rey. Este para engañarla
se disfrazó de simple aldeano y colocó en su sitio a otro. La joven
llegó al gran salón y en vez de dirigirse hacia donde estaba el
reemplazo del rey, guiada por las “voces” que la dirigían se fue
directamente a donde estaba el rey disfrazado y le habló y le contó
secretos que el rey no se imaginaba. Esto hizo que el rey cambiara
totalmente de opinión acerca de la joven campesina.
Ya no faltaba sino una ciudad importante por caer en manos de los
ingleses. Era Orleans. Y estaba sitiada por un fuerte ejército inglés.
El rey Carlos y sus militares ya creían perdida la guerra. Pero Juana le
pide al monarca que le conceda a ella el mando sobre las tropas. Y el
rey la nombra capitana. Juana manda hacer una bandera blanca con los
nombres de Jesús y de María y al frente de diez mil hombres se dirige
hacia Orleans.
Animados por la joven capitana, los soldados franceses lucharon como
héroes y expulsaron a los asaltantes y liberaron Orleans. Luego se
dirigieron a varias otras ciudades y las liberaron también.
Juana no luchaba ni hería a nadie, pero al frente del ejército iba de
grupo en grupo animando a los combatientes e infundiéndoles entusiasmo y
varias veces fue herida en las batallas.
Después de sus resonantes victorias, obtuvo Santa Juana que el
temeroso rey Carlos VII aceptara ser coronado como jefe de toda la
nación. Y así se hizo con impresionante solemnidad en la ciudad de
Reims.
Pero vinieron luego las envidias y entonces empezó para nuestra santa
una época de sufrimiento y de traiciones contra ella. Hasta ahora había
sido una heroína nacional. Ahora iba a llegar a ser una mártir. Muchos
empleados de la corte del rey tenían celos de que ella llegara a ser
demasiado importante y empezaron a hacerle la guerra.
Faltaba algo muy importante en aquella guerra nacional: conquistar a
París, la capital, que estaba en poder del enemigo. Y hacia allá se
dirigió Juana con sus valientes. Pero el rey Carlos VII, por envidias y
por componendas con los enemigos, le retiró sus tropas y Juana fue
herida en la batalla y hecha prisionera por los Borgoñones.
Los franceses la habían abandonado, pero los ingleses estaban
supremamente interesados en tenerla en la cárcel, y así pagaron más de
mil monedas de oro a los de Borgoña para que se la entregaran y la
sentenciaron a cadena perpetua.
Los ingleses la hicieron sufrir muchísimo en la cárcel. Las
humillaciones y los insultos eran todos los días y a todas horas, hasta
el punto que Juana llegó a exclamar: “Esta cárcel ha sido para mí un
martirio tan cruel, como nunca me había imaginado que pudiera serlo”.
Pero seguía rezando con fe y proclamando que sí había oído las voces del
cielo y que la campaña que había hecho por salvar a su patria, había
sido por voluntad de Dios.
En ese tiempo estaba muy de moda acusar de brujería a toda mujer que
uno quisiera hacer desaparecer. Y así fue que los enemigos acusaron a
Juana de brujería, diciendo que las victorias que había obtenido era
porque les había hecho brujerías a los ingleses para poderlos derrotar.
Ella apeló al Sumo Pontífice, pidiéndole que fuera el Papa de Roma el
que la juzgara, pero nadie quiso llevarle al Santo Padre esta noticia, y
el tribunal estuvo compuesto exclusivamente por enemigos de la santa. Y
aunque Juana declaró muchas veces que nunca había empleado brujerías y
que era totalmente creyente y buena católica, sin embargo la
sentenciaron a la más terribles de las muertes de ese entonces: ser
quemada viva.
Encendieron una gran hoguera y la amarraron a un poste y la quemaron
lentamente. Murió rezando y su mayor consuelo era mirar el crucifijo que
un religioso le presentaba y encomendarse a Nuestro Señor. Invocaba al
Arcángel San Miguel, al cual siempre le había tenido gran devoción y
pronunciando por tres veces el nombre de Jesús, entregó su espíritu. Era
el 29 de mayo del año 1431. Tenía apenas 19 años.
Varios volvieron a sus casas diciendo: “Hoy hemos quemado a una
santa”. 23 años después su madre y sus hermanos pidieron que se
reabriera otra vez aquel juicio que se había hecho contra ella. Y el
Papa Calixto III nombró una comisión de juristas, los cuales declararon
que la sentencia de Juana fue una injusticia. El rey de Francia la
declaró inocente y el Papa Benedicto XV la proclamó santa.