¡Oh!, Beatos Mártires Pasionistas de Daimiel, vosotros,
sois los hijos del Dios de la vida, sus amados beatos y
mártires, que, al mando de vuestro provincial P. Nicéforo,
escuchasteis unas palabras que no parecían de él, sino,
propias del Espíritu Santo, diciéndoos emocionado:
“Hermanos, esta noche es nuestro “Getsemaní”, con
el Calvario, encima nuestro, al estilo de Jesucristo, y,
nuestra naturaleza, en su parte débil, en su parte flaca,
desfallece, se acobarda, pero Jesús está con nosotros.
Yo os voy a dar al que es la fortaleza de los débiles,
Dice el Señor. A Jesús, le confortó un ángel, a nosotros
es el mismo Jesús, quien lo hace y nos sostiene. Dentro
de pocos momentos, estaremos con Cristo. Moradores
del Calvario, ¡animo a morir por Cristo! A mí me toca
animaros y yo mismo me estimulo con vuestro ejemplo”.
Luego, el P. Nicéforo os dio a todos la absolución general
y él mismo la recibió del P. Germán, su superior. Luego,
os dio a cada religioso la sagrada comunión. Desde
el altar el P. Nicéforo, se dirigió a las puertas de la iglesia,
acompañado de todos vosotros, y las abrió de par en par,
y uno de los revoltosos, arma en mano, se dirigió a todos
vosotros, y les exigió, amenazador, que abandonasen
el convento y la iglesia. El P. Nicéforo le dijo: “Si quieren
matarnos, háganlo aquí, en la iglesia”. Pero, no sucedió
así, el superior repartió el poco dinero de que disponían
y los grupos se despidieron tomando diferentes caminos.
Y, el mal, decía: “Van a pasar por ahí los pasionistas de
Daimiel. ¡Carne fresca! No la dejéis escapar”. Y, así,
uno a uno, rindiendo tributo de sus jóvenes vidas fueron
todos, menos cinco compañeros vuestros. Todos murieron
perdonando, como lo hizo Jesús en la cruz. “Si alguno
nos saca para fusilarnos, decía el P. Juan Pedro. os
pedimos que a nadie tengáis odio ni rencor por mal que
nos hagan “. Y, el P. Nicéforo, después de haber sido
fusilado y ya próximo a morir, levantó sus ojos al cielo,
volvió su rostro hacia sus asesinos y sonrió, desatando
su furia, diciendo: “Cómo, ¿todavía sonríes?” Y le disparó
otro tiro, que acabó con su vida acá en la tierra. Y, así,
vosotros veinte y seis religiosos pasionistas del convento
del Santo Cristo de la Luz, Daimiel, disteis vuestras vidas
por vuestra fidelidad a Cristo y a la Iglesia y sois: Nicéforo
Díez Tejerina, Germán Pérez Jiménez, Juan Pedro Bengoa
Aranguren, Felipe Valcobado Granado, Ildefonso García
Nozal, Pedro Largo Redondo, Justiniano Cuesta Redondo,
Pablo María Leoz Portillo, Benito Solana Ruiz, Anacario
Benito Lozal, Felipe Ruiz Fraile, Eufrasio de Celis Santos,
Maurilio Macho Rodríguez, Tomás Cuartero Gascón, José
María Cuartero Gascón, José Estalayo García, José Osés
Sáinz, Julio Mediavilla Concejero, Félix Ugalde Irurzun
José María Ruiz Martínez, Fulgencio Calvo Sánchez
Honorino Carracedo Ramos, Laurino Proaño Cuesta
Epifanio Sierra Conde, Abilio Ramos Ramos, y Zacarías
Fernández Crespo. Más tarde, los mismos asesinos dijeron
que los “vencidos” habían sido los “vencedores”, pues,
según confesaron los mismos asesinos, el P. Juan Pedro y
el Hno. Pablo María murieron con el crucifijo en las manos y
gritando: “¡Cristo Rey!” Y, así, todos vosotros entregasteis
vuestras almas, para coronadas ser con coronas de luz, como
justo premio a vuestras grande entrega de amor y fidelidad;
¡oh!, Beatos Pasionistas de Daimiel, “vivos mártires de la fe”
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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24 de julio
Beatos Mártires Pasionistas de Daimiel
Mártires Pasionistas
Por: Pablo García, C.P. | Fuente: Passiochristi.org
Fecha de beatificación: 1 de octubre de 1989 por S.S. Juan Pablo II
Breve Reseña
La noche del 21 al 22 de julio de 1936, el convento pasionista de
Daimiel, Ciudad Real, descansaba en la más profunda calma. La oscuridad
era como un manto protector, que envolvía la casa e iglesia del Santo
Cristo de la Luz. Parecía como si nadie pudiera perturbar ese ambiente
de paz y de silencio.
Serían las once y media de la noche. El sonido metálico de la campana
de la puerta vino a romper inesperadamente y con insistencia este
silencio claustral de la media noche estrenada. Era un sonar agitado y
nervioso, que hizo saltar del lecho en que dormía tranquilamente al
hermano portero de la comunidad. ¿Quién sería a tan altas horas de la
noche? ¿Qué estaría sucediendo?
¿Qué se pediría de ellos?
El buen hermano Pablo María destacaba precisamente por su
tranquilidad y su paz. Sin embargo, al oír ese sonar fuerte e insistente
de la campaña a horas tan intempestivas, no pudo menos de asustarse y
quedar desconcertado y sin saber qué hacer. ¿Acudiría a la puerta?
¿Esperaría un poco más a ver lo que pasaba? De ir, ¿lo haría solo?, ¿o
despertaría a algún otro religioso para que le acompañase?
Pronto recobra la calma y, con gran valentía y serenidad, decide ir
solo. ¿Cuál no sería su sorpresa. ..y miedo, al abrir la puerta y
encontrarse allí nada menos que con una multitud de hombres fuertemente
armados, envueltos en la oscuridad? Con ademanes amenazadores y sin más
dilación, éstos mandan al hermano que se desaloje inmediatamente el
convento.
"GETSEMANÍ, ÉSTE ES NUESTRO GETSEMANÍ…"
Pasos silenciosos, sombras y siluetas moviéndose a lo largo del
corredor en penumbra. Cada noche, algo más tarde, solían levantarse para
cantar las alabanzas del Señor en el coro. Ahora, estos hombres de Dios
querían coronar el canto de alabanza de sus vidas con el “amén” festivo
de su fidelidad a Cristo.
Entraron en la iglesia. Delante del altar les estaba ya esperando el
provincial, el P. Nicéforo, cuya mirada suave y cariñosa se iba posando
sobre cada uno de esos religiosos, en su mayor parte tan jóvenes.
Ya en el presbiterio y de rodillas ante el altar, el Padre les
dirigió unas palabras que no parecían de él, sino inspiradas
directamente por el Espíritu de Dios. Los pocos que lograron sobrevivir,
después de la tragedia de la guerra, todavía las recordaban
textualmente. De tal manera se les habían grabado en la memoria y en el
corazón:
“Getsemaní”
Les dijo con la mayor emoción-, éste es nuestro Getsemaní. Conturbada
ante la fatídica perspectiva del Calvario, como la de Jesucristo,
también nuestra naturaleza, en su parte débil, en su parte flaca,
desfallece, se acobarda… Pero Jesús está con nosotros. Yo os voy a dar
al que es la fortaleza de los débiles… A Jesús le confortó un ángel, a
nosotros es el mismo Jesús el que nos conforta y nos sostiene… Dentro de
pocos momentos, estaremos con Cristo…
Moradores del Calvario, ¡ánimo!, ¡a morir por Cristo! A mí me toca animaros y yo mismo me estimulo con vuestro ejemplo “.
A continuación, el P. Nicéforo dio a todos la absolución general y él
mismo la recibió del P . Germán, el superior de la comunidad. Luego, se
revistió el roquete y la estola y dio a cada religioso la sagrada
comunión. De esta comunión escribiría, años más tarde, uno de los
supervivientes: “¡Qué comunión aquella tan fervorosa!”
Después de unos momentos de acción de gracias, el P. Provincial animó
todavía a sus religiosos al martirio, recordándoles que ahora debían
probar con su vida que eran seguidores de Cristo Crucificado, que eran
¡pasionistas!
Con solemnidad y misterio, desde el altar el Padre se dirigió a las
puertas de la iglesia, acompañado de sus religiosos. Las abrió de par en
par. Fuera y envueltos en la oscuridad de la noche, le esperaban unos
doscientos milicianos fuertemente armados y apiñados hacia la entrada.
Entonces uno de ellos, destacándose de los demás y con el arma en la
mano, se dirigió a los religiosos y les exigió, amenazador, que
abandonasen el convento y la iglesia.
El P. Nicéforo le contestó sencillamente: “Si quieren matarnos,
háganlo aquí, en la iglesia “. El miliciano no había contado con esta
actitud tan pacífica y valiente. No poco confuso, se dirigió todavía al
P. Nicéforo con estas palabras: “¿Quién ha dicho que queremos mataros?
Lo que queremos es que os vayáis de aquí”.
Escoltados como si fueran malhechores, los religiosos pasionistas
salieron de la iglesia y se internaron en la oscuridad y en lo
desconocido. Ninguno intentó huir ante la muerte. Todos permanecieron
fieles al Señor.
Después de haber recibido la eucaristía y de la
oración, los Pasionistas de Daimiel, a ejemplo de Jesús y de los
primeros mártires de la Iglesia, se sintieron ya fuertes y preparados
para enfrentarse con su pasión y beber hasta las heces el cáliz que el
Padre celestial les preparaba.
Pero, ¿adónde los llevaría ahora su camino, en medio de la oscuridad, tan avanzada la noche y rodeados de enemigos?
CAMINO DEL CEMENTERIO
Primero se les dio orden de dirigirse hacia la estación. Algunos
pensaron que allí les dejarían tomar el tren y alejarse. ¡Vana ilusión!
La comitiva cambió pronto de rumbo y tomó otra dirección, esta vez la
del cementerio cercano. Todos estaban convencidos de que allí serían
fusilados.
En filas de dos en dos, escoltados por hombres armados, caminaban
envueltos en la oscuridad de la noche. ¡Silencio! Pero cuanto mayor era
el silencio, tanto más vivo se hacía en ellos el mundo de sus
pensamientos. En aquellos momentos y en la oscuridad de la noche, no
podían ser más siniestros. Uno de los cinco supervivientes describiría
así, después de terminada la guerra, los sentimientos que les embargaban
en aquellos trágicos momentos: “Nuestra excitada fantasía veía ya
cavada la tumba. ¿Nos enterrarían vivos?, ¿o muertos? La muerte nos
causaba espanto, pero el pensamiento de que nos enterrasen vivos era
todavía mucho más terrible “.
Pero no, al llegar al cementerio, los hombres del “frente popular”
les dejaron en libertad con la orden de seguir adelante y de no dejarse
ver más por Daimiel y sus cercanías. De no hacerlo así, su vida correría
el mayor peligro.
Después de haber visto tan de cerca la muerte, los religiosos dieron
un profundo respiro y tuvieron una gran sensación de alivio. Al llegar a
la bifurcación de la carretera de Ciudad Real a Bolaños, se detuvieron
para deliberar. Como no era posible que treinta y un hombres juntos
pasaran desapercibidos las líneas del frente rojo, decidieron dividirse
en grupos. El superior repartió el poco dinero de que disponían y los
grupos se despidieron tomando diferentes caminos. Si todo salía bien, se
encontrarían de nuevo en Madrid; en caso contrario…, en el cielo.
Con palabras consoladoras, con la mayor emoción se abrazaron
fuertemente y se despidieron como para un largo viaje, muy probablemente
hasta la eternidad, como así les sucedió a todos menos a cinco de esos
religiosos.
Aunque dejados en libertad, los religiosos eran seguidos por el
“frente popular”, que iba informando de sus posibles itinerarios hacia
la capital de España, a veces con consignas como ésta: “Van a pasar por
ahí los pasionistas de Daimiel. ¡Carne fresca! No la dejéis escapar…”
Al día siguiente, 23 de julio de 1936, serían ya fusilados en la
cercana población de Manzanares los primeros mártires. Cinco, entre
ellos el P. Nicéforo, murieron allí, otros siete podrían todavía
sobrevivir, pero, tres meses más tarde y después de mucho sufrimiento
por las heridas de ese fusilamiento, morirían también fusilados de
nuevo. Todos los demás, en distintos lugares y en diferentes fechas,
morirían igualmente fusilados en Carabanchel Bajo (Madrid), en Carrión
de Calatrava (Ciudad Real) y en Urda (Toledo ).
Todos murieron perdonando, como lo hizo Jesús en la cruz. “Si alguno
nos saca para fusilarnos, diría el P. Juan Pedro. os pedimos que a nadie
tengáis odio ni rencor por mal que nos hagan “. Testigos presenciales
cuentan también que el P. Nicéforo, después de haber sido fusilado y ya
próximo a morir, levantó sus ojos al cielo, volvió su rostro hacia sus
asesinos y les ofreció una sonrisa, lo que les desconcertó hasta el
punto de que uno de ellos, todavía más enfurecido, le recriminó: “Cómo,
¿todavía sonríes?” Y le disparó a bocajarro otro tiro, que acabó con su
vida acá en la tierra.
Los 26 religiosos pasionistas del convento del Santo Cristo de la
Luz, Daimiel, que dieron su vida por su fidelidad a Cristo y a la
Iglesia son:
Nicéforo Díez Tejerina, superior provincial y que había sufrido ya persecución y destierro en México,
Germán Pérez Jiménez, superior de la comunidad,
Juan Pedro Bengoa Aranguren, que había sufrido también persecución por la fe en México,
Felipe Valcobado Granado,
Ildefonso García Nozal,
Pedro Largo Redondo
Justiniano Cuesta Redondo
Pablo María Leoz Portillo,
Benito Solana Ruiz,
Anacario Benito Lozal
Felipe Ruiz Fraile
Eufrasio de Celis Santos
Maurilio Macho Rodríguez,
Tomás Cuartero Gascón
José María Cuartero Gascón
José Estalayo García
José Osés Sáinz
Julio Mediavilla Concejero
Félix Ugalde Irurzun
José María Ruiz Martínez
Fulgencio Calvo Sánchez
Honorino Carracedo Ramos
Laurino Proaño Cuesta
Epifanio Sierra Conde
Abilio Ramos Ramos, y
Zacarías Fernández Crespo.
Pero los vencidos habían sido los vencedores. Según confesaron más
tarde los mismos asesinos, el P. Juan Pedro y el Hno. Pablo María
murieron con el crucifijo en las manos y gritando: “¡Cristo Rey!”
Otra cosa que llama la atención es el gran número de religiosos
jóvenes. Dieciséis de estos Mártires Pasionistas de Daimiel estaban en
edades comprendidas entre los 18 y los 21 años. Ojalá que su ejemplo
despierte en nuestros días la conciencia y el entusiasmo de tantos
jóvenes todavía indecisos y les lleve a orientar su vida hacia ideales
altos y nobles, tal vez incluso a consagrarse como ellos a Dios en la
vida religiosa o el sacerdocio.
Estos 26 Mártires Pasionistas de Daimiel fueron beatificados
por el papa Juan Pablo II el día 1 de octubre de 1989. Sus reliquias se
conservan y veneran en la cripta del convento pasionista de Daimiel,
convertido en casa de ejercicios y centro de espiritualidad. La fiesta
litúrgica se celebra el día 24 de julio.