¡Oh!, Santa Regina, vos, sois la hija del Dios de la vida y
su amada santa, y, que, a temprana edad, a Cristo, conocisteis
y le entregasteis vuestro corazón y vuestra virginidad. El
prefecto romano se enamoró de vos, al solo veros, pero vos,
a los cuatro vientos confesasteis vuestra fe, y, por ella,
vuestras dificultades comenzaron, y, de pronto, marchasteis a
la cárcel y con amenazas, de que a la vuelta del prefecto, vos,
debíais haber cambiado de religión o conoceríais el “amor”
romano. Así y todo, os negasteis a hacer sacrificios a los
ídolos, y os torturaron sin compasión y los hierros arañaron y
cortaron vuestra carne. Pero Dios, que nunca abandona a sus
hijos, sabe Él, como responderos. Entonces, de pronto prodigios
del cielo y, en medio de vuestro martirio, tiembla la tierra,
voces celestiales se oyen, y hasta una blanca paloma se os
acerca para consolaros y daros ánimo y curaros vuestras carnes.
Y, así, la gente que contemplaba vuestro martirio, se convierte
a centenares entre lágrimas y gritos. Y, luego el verdugo hace
su obra degollándoos de un solo tajo. Así, vuela vuestra alma
al cielo, para coronada ser de luz, como premio a vuestro amor;
¡Oh!, Santa Regina, “viva reina, virgen y mártir del Dios Vivo”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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7 de Setiembre
Santa Regina
Mártir
Los niños piden -al menos así lo hacían en tiempos pasados- a los
mayores que les cuenten un cuento a la hora de dormir. La
condescendencia de los que les quieren, procurando su bien dormir, les
lleva a ilustrar su imaginación con historias que unas veces son sólo
producto del genio humano y otras… adornan la verdad de hechos ocurridos
en la ordinariez de la vida con amplificaciones que hacen fantástica,
amable y hasta apasionante la historia real. No sé si la historia de
Regina servirá para rellenar esos momentos previos al descanso nocturno
de los pequeños, pero no me cabe duda de que sí servirán a los adultos
para que detengamos un momento nuestro ardoroso caminar.
Regina es palabra latina que se vierte al castellano por Reina. Así
se llamaba nuestra protagonista de hoy. Fue una francesita hija de padre
romano y de madre gala. Era el tiempo del Imperio. Cuando tenía quince
años conoció a Cristo y le entregó su corazón, se bautizó y decidió
darle para siempre su virginidad.
Es hermosa en demasía. El prefecto romano se enamoró de ella al
verla. En su presencia, Regina confiesa su fe. Desde este momento
comienzan las dificultades para la fidelidad. Fue puesta en la cárcel y
con una amenaza: al regreso del prefecto, que necesariamente ha de
ausentarse, ella debe haber cambiado de religión o conocerá el furor
romano.
Sucede a la vuelta del personaje lo previsible con la gracia de Dios.
Ella se niega a sacrificar a los ídolos, llegan las torturas, los
hierros arañan y cortan su carne. También hay prodigios del Cielo: se
producen terremotos, se oyen voces celestiales… hasta una paloma se
acerca para consolarla, darle ánimos y curarla.
El ejemplo es tan llamativo que la gente se convierte a centenares.
Por fin, es degollada. La candidez de la historia narrada, pletórica de
elementos hiperbólicos y de adornos donados por la fantasía, expone un
drama común y diario de mucha gente que bien merece la atención y el
mimo del poeta, me refiero a todos esos que están dispuestos en serio a
dar la vida por la fe que tienen y, llegado el momento, darla.
Fuente: Archidiócesis de Madrid