¡Oh!, Nuestra Señora, Virgen de los Dolores,
siete vuestros dolores, los que os acompañaron
hasta el pie de la Cruz: la profecía de Simeón,
vuestra huida a Egipto, los tres días en que Jesús,
Vuestro Amado Hijo, perdido estuvo, más tarde,
el encuentro con Él, la Cruz llevando, su Muerte
en el Calvario, su Descendimiento y la colocación
de su cuerpo en el sepulcro. ¿Qué valor para
superar aquél dolor? Soldadesca, gritos, escupitajos,
insultos, vinagre en vez de agua, lanza en su
costado y Vuestro Amado Hijo, sin chistar nada.
Y, Vos, igual; hecha toda lágrimas de sangre.
Permitidnos, pues; Corredentora nuestra, marchar
junto a Vos, compartiendo vuestro sufrir y en
cada palpitar, suplicaros que intercedáis por la
humanidad toda, para que, al veros, vuestra fe, y
valor, se apoderen de todos nosotros, y juntos,
comprender podamos el amor infinito e inescrutable
de Vuestro Hijo, Jesucristo, que, siendo Dios,
humano se hizo para convivir entre nosotros como
uno más, igual en todo, jamás, en el pecado, y a
quien Vos, le disteis vuestra humanidad, y Dios
Padre, su maravillosa e inescrutable divinidad;
¡Oh!, Señora Nuestra, Virgen de los Dolores.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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15 de septiembre
Nuestra Señora, Virgen de los Dolores
Los siete dolores de la Santísima Virgen que han suscitado mayor
devoción son: la profecía de Simeón, la huida a Egipto, los tres días
que Jesús estuvo perdido, el encuentro con Jesús llevando la Cruz, su
Muerte en el Calvario, el Descendimiento, la colocación en el sepulcro.
Simeón había anunciado previamente a la Madre la oposición que iba a
suscitar su Hijo, el Redentor. Cuando ella, a los cuarenta días de
nacido ofreció a su Hijo a Dios en el Templo, dijo Simeón: “Este niño
debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente de
Israel. Será puesto como una señal que muchos rechazarán y a ti misma
una espada te atravesará el alma” (Lc 2,34).
El dolor de María en el Calvario fue más agudo que ningún otro en el
mundo, pues no ha habido madre que haya tenido un corazón an tierno como
el de la Madre de Dios. Cómo no ha habido amor igual al suyo. Ella lo
sufrió todo por nosotros para que disfrutemos de la gracia de la
Redención. Sufrió voluntariamente para demostrarnos su amor, pues el
amor se prueba con el sacrificio.
No por ser la Madre de Dios pudo María sobrellevar sus dolores sino
por ver las cosas desde el plan de Dios y no del de sí misma, o mejor
dicho, hizo suyo el plan de Dios. Nosotros debemos hacer lo mismo. La
Madre Dolorosa nos echará una mano para ayudarnos.
La devoción a los Dolores de María es fuente de gracias sin número
porque llega a lo profundo del Corazón de Cristo. Si pensamos con
frecuencia en los falsos placeres de este mundo abrazaríamos con
paciencia los dolores y sufrimientos de la vida. Nos traspasaría el
dolor de los pecados.
La Iglesia nos exhorta a entregarnos sin reservas al amor de María y
llevar con paciencia nuestra cruz acompañados de la Madre Dolorosa. Ella
quiere de verdad ayudarnos a llevar nuestras cruces diarias, porque fue
en le calvario que el Hijo moribundo nos confió el cuidado de su Madre.
Fue su última voluntad que amemos a su Madre como la amó Él.
La Palabra de Dios
“Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para
caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción
-¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! – a fin de que queden
al descubierto las intenciones de muchos corazones.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de
Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con
su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se
apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones.
Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba
del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que
cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a
su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de
sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él. Sus padres iban todos
los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua.
“Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta
y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén,
sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana,
hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y
conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su
busca.” Lc 2, 34-45
“Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo,
¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te
andábamos buscando.” Lc 2, 48 “Vosotros, todos los que pasáis por el
camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta,”
Lam 1, 12
Oración propia de la Novena
¡Santísima y muy afligida Madre, Virgen de los Dolores y Reina de los
Mártires! Estuviste de pie, inmóvil, bajo la Cruz, mientras moría tu
Hijo. Por la espada de dolor que te traspasó entonces, por el incesante
sufrimiento de tu vida dolorosa y el gozo con que ahora eres
recompensada de tus pruebas y aflicción, mírame con ternura Madre, ten
compasión de mí que vengo a tu presencia para venerar tus dolores.
Deposito mi petición con infantil confianza en el santuario de tu
Corazón herido.
Te suplico que presentes a Jesucristo, en unión con los méritos
infinitos de su Pasión y Muerte, lo que sufriste junto a la Cruz, y por
vuestros méritos me sea concedida esta petición (Mencione el favor que
desea). ¿A quién acudiré yo en mis necesidades y sufrimientos sino a ti,
Madre de misericordia? Tan hondo bebiste del cáliz de tu Hijo que
puedes compadecerte de los sufrimientos de quienes están todavía en este
valle de lágrimas.
Ofrece a nuestro divino Salvador lo que Él sufrió en la Cruz para que
su recuerdo le mueva a compadecerse de mí, pecador. Refugio de
pecadores y esperanza de la humanidad, acepta mi petición y escúchala
favorablemente, si es conforme a la voluntad de Dios. Señor Jesucristo,
te ofrezco los méritos de María, Madre tuya y nuestra, que ganó bajo la
Cruz. Por su amable intercesión pueda yo obtener los deliciosos frutos
de tu Pasión y Muerte.
María, Virgen Santísima y Reina de los Mártires, acepta el sincero
homenaje de mi amor infantil. Recibe mi pobre alma dentro de tu corazón,
traspasado por tantas espadas. Tómala por compañera de tus dolores al
pie de la Cruz, donde Jesús murió para redimir al mundo.
Contigo, Virgen de los Dolores, quiero sufrir gustosamente todas las
pruebas, sufrimientos y aflicciones que Dios se complazca en mandarme.
Los ofrezco en memoria de tus dolores. Haz que todos mis pensamientos y
latidos del corazón sean un acto de compasión y amor por ti.
Madre amadísima ten compasión de mí, reconcíliame con Jesús, tu
divino Hijo, manténme en su gracia y asísteme en mi última agonía, para
que pueda yo encontrarte en el Cielo juntamente con el Hijo.
Himno – Stabat Mater
Ante el hórrido Madero Del Calvario lastimero, Junto al Hijo de tu
amor, ¡Pobre Madre entristecida! Traspasó tu alma abatida Una espada de
dolor.
¡Cuan penoso, cuán doliente Ver en tosca Cruz pendiente Al Amado de
tu ser! Viendo a Cristo en el tormento, Tú sentías el sufrimiento De su
amargo padecer.
¿Quien hay que no lloraría Contemplando la agonía De María ante la
Pasión? ¿Habrá un corazón humano Que no compartiese hermano Tan profunda
transfixión? Golpeado, escarnecido, Vio a su Cristo tan querido Sufrir
tortura tan cruel, Por el peso del pecado De su pueblo desalmado Rindió
su espíritu El.
Dulce Madre, amante fuente, Haz mi espíritu ferviente Y haz mi
corazón igual Al tuyo tan fervoroso Que al buen Jesús piadoso Rinda su
amor fraternal.
Oh Madre Santa, en mi vida Haz renacer cada herida De mi amado
Salvador, Contigo sentir su pena, Sufrir su mortal condena Y su morir
redentor.
A tu llanto unir el mío, Llorar por mi Rey tan pío Cada día de mi
existir: Contigo honrar su Calvario, Hacer mi alma su santuario, Madre,
te quiero pedir.
Virgen Bienaventurada, De todas predestinada, Partícipe en tu pesar
Quiero ser mi vida entera, De Jesús la muerte austera Quiero en mi pecho
llevar.
Sus llagas en mi imprimidas, Con Sangre de sus heridas Satura mi
corazón Y líbrame del suplicio, Oh Madre en el día del juicio No halle
yo condenación.
Jesús, que al llegar mi hora, Sea María mi defensora, Tu Cruz mi
palma triunfal, Y mientras mi cuerpo acabe Mi alma tu bondad alabe En tu
reino celestial. Amén, Aleluya.
Oración
Padre, Tu quisiste que la madre de tu Hijo, llena de compasión,
estuviese junto a la Cruz donde Él fue glorificado. Concede a tu
Iglesia, que comparte la Pasión de Cristo, participar de su
Resurrección. Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los
siglos de los siglos. Amén.