Día litúrgico: 3 de Enero
Feria del tiempo de Navidad
Texto del Evangelio (Jn 1,29-34): Al día
siguiente Juan ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: ‘Detrás
de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía
antes que yo’. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua
para que él sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo:
«He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba
sobre Él. Y yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua,
me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre
él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto y doy
testimonio de que éste es el Elegido de Dios».
Rev. P. Higinio Rafael ROSOLEN IVE (Cobourg, Ontario, Canadá)
Hoy, san Juan Bautista da testimonio sobre el Bautismo de Jesús. El
Papa Francisco recordaba que «el Bautismo es el sacramento en el cual se
funda nuestra fe misma, que nos injerta como miembros vivos en Cristo y
en su Iglesia»; y agregaba: «No es una formalidad. Es un acto que toca
en profundidad nuestra existencia. Un niño bautizado o un niño no
bautizado no es lo mismo. No es lo mismo una persona bautizada o una
persona no bautizada. Nosotros, con el Bautismo, somos inmersos en esa
fuente inagotable de vida que es la muerte de Jesús, el más grande acto
de amor de toda la historia; y gracias a este amor podemos vivir una
vida nueva, no ya en poder del mal, del pecado y de la muerte, sino en
la comunión con Dios y con los hermanos».
Hemos escuchado los dos efectos principales del Bautismo enseñados en el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1262-1266):
1º «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn
1,29). Un efecto del Bautismo es la purificación de los pecados, es
decir, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los
pecados personales así como todas las penas del pecado.
2º «Baja el Espíritu», «bautiza con Espíritu Santo» (Jn 1,34): el
bautismo nos hace “una nueva creación”, hijos adoptivos de Dios y
partícipes de la naturaleza divina, miembros de Cristo, coherederos con
Él y templos del Espíritu Santo.
La Santísima Trinidad —Padre, Hijo y Espíritu Santo— nos da la gracia
santificante, que nos hace capaces de creer en Dios, de esperar en Él y
de amarlo; de vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante
sus dones; de crecer en el bien por medio de las virtudes morales.
Pidamos, como nos exhorta el Papa Francisco, «despertar la memoria de
nuestro Bautismo», «vivir cada día nuestro Bautismo, como realidad
actual en nuestra existencia».
«Yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios»
+ Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret
(Vic, Barcelona, España)
Hoy, este fragmento del Evangelio de san Juan nos adentra de lleno en
la dimensión testimonial que le es propia. Es testigo la persona que
comparece para declarar la identidad de alguien. Pues bien, Juan se nos
presenta como el profeta por excelencia, que afirma la centralidad de
Jesús. Veámoslo desde cuatro puntos de vista.
La afirma, en primer lugar, como un vidente que exhorta: «He ahí el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Lo hace, en
segundo lugar, como un convencido que reitera: «Éste es por quien yo
dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí,
porque existía antes que yo’» (Jn 1,30). Lo confirma como consciente de
la misión que ha recibido: «He venido a bautizar en agua para que Él sea
manifestado a Israel» (Jn 1,31). Y, finalmente, volviendo a su cualidad
de vidente, afirma: «El que me envió a bautizar con agua, me dijo:
‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre Él, ése es
el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto» (Jn 1,33-34).
Ante este testimonio que conserva dentro de la Iglesia la misma
energía de hace dos mil años, preguntémonos, hermanos: —En medio de una
cultura laicista que niega el pecado, ¿contemplo a Jesús como aquel que
me salva del mal moral? —En medio de una corriente de opinión que sólo
ve en Jesús un hombre religioso extraordinario, ¿creo en Él como aquel
que existe desde siempre, antes que Juan, antes de que el mundo fuera
creado? —En medio de un mundo desorientado por mil ideologías y
opiniones, ¿admito a Jesús como aquel que da sentido definitivo a mi
vida? —En medio de una civilización que margina la fe, ¿adoro a Jesús
como aquel en quien reposa plenamente el Espíritu de Dios?
Y una última pregunta: —Mi “sí” a Jesús, ¿es tan absoluto que también
yo, como Juan, proclamo a los que conozco y me rodean: «¡Os doy
testimonio de que Jesús es el hijo de Dios!»?