¡Oh!, San Modesto de Tréveris, vos, sois el hijo del Dios
de la vida, su amdo santo y el que, brillo y honor disteis
al significado de vuestro nombre: “Modesto”, porque sabiás
vos, que en él, inserta llevaba la templanza; cara y escasa
virtud de hallar y conseguir en cualquier tiempo. Vos, os
preocupabais por la mies de Cristo, a quienes, vuestras
virtudes en cada sermón insertabais y en cada ofrenda, a
pesar de que, invadido y asolado estabais por reyezuelos
corruptos, soportando el desorden, el desaliento, y el dolor
que generaban los muertos en vuestra grey y, la inhumana
pobreza en medio de la abundancia, el vicio, el desarreglo y
el libertinaje de aquél tiempo. Pero, vos, lo transformasteis
todo con valor, esfuerzo, paciencia y constante trabajo,
refugiándoos en el secreto de los santos: “la oración”,
llorando los pecados de vuestro pueblo y ayunando a diario,
para que, la ira de Dios, se aplacase. Ora desde el púlpito,
predicando, ora en la calle, ayudando a desposeídos y pobres.
Y, así, casi de pronto, como respuesta venida del cielo,
lo casi imposible, se hizo posible, y un increíble cambio
se obró entre vuestros fieles, a quienes supisteis ganar
con amor, paciencia y amabilidad. Y, el pueblo feliz os
ama y es éste, quien os busca, porque desea gustar más
del “agua viva” de la “Vida”, pues, ya habían estado sobrado
tiempo dentro de la rudeza, la ignorancia y la vulgaridad.
Y, un día, tarea cumplida voló, vuestra alma al cielo, para
coronada ser con corona de luz, como premio a vuestro amor;
¡oh!, San Modesto de Tréveris, “viva luz y modestia de Cristo”.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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24 de Febrero
San Modesto de Tréveris
Obispo
Martirologio Romano: En Tréveris, en la Galia Bélgica, (hoy en Alemania), san Modesto, obispo (c. 486).
Su apelativo bien pronunciado indica al poseedor de una virtud
altamente costosa de conseguir y dice mucho con relación a la templanza
que ayuda al perfecto dominio de sí. Buen servicio hizo esta virtud al
santo que la llevó en su nombre.
El pastor de Tréveris trabaja y se desvive por los fieles de
Jesucristo, allá por el siglo V. Lo presentan los escritos narradores de
su vida adornado con todas las virtudes que debe llevar consigo un
obispo.
Al leer el relato, uno va comprobando que, con modalidades diversas,
el hombre continúa siendo el mismo a lo largo de la historia. No cambia
en su esencia, no son distintos sus vicios y ni siquiera se puede decir
que no sea un indigente de los mismos remedios ayer que hoy.
Precisamente en el orden de la sobrenatural, las necesidades corren
parejas por el mismo sendero, las virtudes a adquirir son siempre las
mismas y los medios disponibles son idénticos. Fueron inventados hace
mucho tiempo y el hombre ha cambiado poco y siempre por fuera.
Modesto es un buen obispo que se encuentra con un pueblo invadido y
su población asolada por los reyes francos Merboco y Quildeberto. A su
gente le pasa lo que suele suceder como consecuencia del desastre de las
guerras. Soportan todas las consecuencias del desorden, del desaliento,
del dolor de los muertos y de la indigencia. Están descaminados los
usos y costumbres de los cristianos; abunda el vicio, el desarreglo y
libertinaje. Para colmo de males, si la comunidad cristiana está
deshecha, el estado en que se encuentra el clero es aún más deplorable.
En su mayor parte, están desviados, sumidos en el error y algunos nadan
en la corrupción.
El obispo está al borde del desaliento; lleno de dolor y con el alma
encogida por lo que ve y oye. Es muy difícil poner de nuevo en tal
desierto la semilla del Evangelio. Humanamente la tarea se presenta con
dificultades que parecen insuperables.
Reacciona haciendo cada día más suyo el camino que bien sabía habían
tomado con éxito los santos. Se refugia en la oración; allí gime en la
presencia de Dios, pidiendo y suplicando que aplaque su ira. Apoya el
ruego con generosa penitencia; llora los pecados de su pueblo y ayuna.
Sí, son muchas las horas pasadas con el Señor como confidente y
recordándole que, al fin y al cabo, las almas son suyas.
No deja otros medios que están a su alcance y que forman parte del
ministerio. También predica. Va poco a poco en una labor lenta; comienza
a visitar las casas y a conocer en directo a su gente. Sobre todo, los
pobres se benefician primeramente de su generosidad. En esas
conversaciones de hogar instruye, anima, da ejemplo y empuja en el
caminar.
Lo que parecía imposible se realiza. Hay un cambio entre los fieles
que supo ganar con paciencia y amabilidad. Ahora es el pueblo quien
busca a su obispo porque quiere gustar más de los misterios de la fe. Ya
estuvieron sobrado tiempo siendo rudos, ignorantes y groseros.
Murió -y la gente decía que era un santo el que se iba- el 24 de febrero
del año 486.
El relato reafirma juntamente la pequeñez del hombre -el de ayer y el de hoy-y su grandeza.