¡Oh!; San Juan XXIII, vos, sois, el hijo del Dios de la vida,
su Papa y amado santo, que, desde siempre el llamado de Dios
sentisteis, tanto que, abrazasteis jubiloso la “Regla de la
Orden franciscana seglar”, como vuestro camino, que, aunque
no del todo fácil, al cielo os dirigió inexorablemente. La
gente, os conoció como el “Papa bueno”. Vuestro “Diario del
alma”, un dulce y amoroso testimonio es, de vuestra reflexión
espiritual, donde reflejáis el sustento de San Carlos Borromeo,
San Francisco de Sales y San Gregorio Barbarigo. Vuestro lema
“Obediencia y paz”, marcó todo vuestro magisterio y vida, a
la par de vuestras humanas dotes humanas de solicitud y caridad.
Y, Jesús, nunca os dejó y por el contrario, os fortalecía y
os daba cada día confianza plena en SU Cruz. Ortodoxos y
musulmanes, os admiran hasta hoy, por vuestra tolerancia y tino.
En plena guerra, noticias dabais sobre los prisioneros y
vuestras manos salvaron a cientos de judíos perseguidos.
Buscasteis siempre la sencillez evangélica, animado por una
piedad sincera, dedicado todos los días, a la oración y a
la meditación. Pastor sabio y resuelto, siempre a imitación
de los santos, a quienes venerabais, reflejo siendo de nuestro
“Buen Pastor”. Manso y atento; emprendedor y valiente; sencillo
y cordial. Nunca de practicar dejasteis de lado las obras
de misericordia, tanto corporales, como espirituales, visitando
a los encarcelados y a los enfermos. Recibíais a hombres
de todas las naciones y creencias, y cultivabais un especial
sentimiento de paternidad hacia todos. Vuestro magisterio,
con vuestras encíclicas “Pacem in terris” y “Mater et magistra”,
son un legado eterno de vuestro corazón y amor por la humanidad.
Por todo ello, Dios os coronó con corona de luz y eternidad,
como justo premio a vuestra entrega increíble de amor y fe;
¡oh!; San Juan XXIII, “viva obediencia y paz del Cristo vivo”.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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su Papa y amado santo, que, desde siempre el llamado de Dios
sentisteis, tanto que, abrazasteis jubiloso la “Regla de la
Orden franciscana seglar”, como vuestro camino, que, aunque
no del todo fácil, al cielo os dirigió inexorablemente. La
gente, os conoció como el “Papa bueno”. Vuestro “Diario del
alma”, un dulce y amoroso testimonio es, de vuestra reflexión
espiritual, donde reflejáis el sustento de San Carlos Borromeo,
San Francisco de Sales y San Gregorio Barbarigo. Vuestro lema
“Obediencia y paz”, marcó todo vuestro magisterio y vida, a
la par de vuestras humanas dotes humanas de solicitud y caridad.
Y, Jesús, nunca os dejó y por el contrario, os fortalecía y
os daba cada día confianza plena en SU Cruz. Ortodoxos y
musulmanes, os admiran hasta hoy, por vuestra tolerancia y tino.
En plena guerra, noticias dabais sobre los prisioneros y
vuestras manos salvaron a cientos de judíos perseguidos.
Buscasteis siempre la sencillez evangélica, animado por una
piedad sincera, dedicado todos los días, a la oración y a
la meditación. Pastor sabio y resuelto, siempre a imitación
de los santos, a quienes venerabais, reflejo siendo de nuestro
“Buen Pastor”. Manso y atento; emprendedor y valiente; sencillo
y cordial. Nunca de practicar dejasteis de lado las obras
de misericordia, tanto corporales, como espirituales, visitando
a los encarcelados y a los enfermos. Recibíais a hombres
de todas las naciones y creencias, y cultivabais un especial
sentimiento de paternidad hacia todos. Vuestro magisterio,
con vuestras encíclicas “Pacem in terris” y “Mater et magistra”,
son un legado eterno de vuestro corazón y amor por la humanidad.
Por todo ello, Dios os coronó con corona de luz y eternidad,
como justo premio a vuestra entrega increíble de amor y fe;
¡oh!; San Juan XXIII, “viva obediencia y paz del Cristo vivo”.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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11 Octubre
San Juan XXIII
CCLXI Papa
San Juan XXIII
CCLXI Papa
Nació en el seno de una numerosa familia campesina, de profunda
raigambre cristiana. Pronto ingresó en el Seminario, donde profesó la
Regla de la Orden franciscana seglar. Ordenado sacerdote, trabajó en su
diócesis hasta que, en 1921, se puso al servicio de la Santa Sede. En
1958 fue elegido Papa, y sus cualidades humanas y cristianas le valieron
el nombre de “papa bueno”. Juan Pablo II lo beatificó el año 2000 y
estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre.
Nació el día 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y
provincia de Bérgamo (Italia). Ese mismo día fue bautizado, con el
nombre de Ángelo Giuseppe. Fue el cuarto de trece hermanos. Su familia
vivía del trabajo del campo. La vida de la familia Roncalli era de tipo
patriarcal. A su tío Zaverio, padrino de bautismo, atribuirá él mismo su
primera y fundamental formación religiosa. El clima religioso de la
familia y la fervorosa vida parroquial, fueron la primera y fundamental
escuela de vida cristiana, que marcó la fisonomía espiritual de Ángelo
Roncalli.
Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889 y, en 1892,
ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el segundo año
de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes espirituales, que
escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el
«Diario del alma». El 1 de marzo de 1896 el director espiritual del
seminario de Bérgamo lo admitió en la Orden franciscana seglar, cuya
Regla profesó el 23 de mayo de 1897.
De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio seminario romano, gracias a
una beca de la diócesis de Bérgamo. En este tiempo hizo, además, un año
de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904, en
Roma. En 1905 fue nombrado secretario del nuevo obispo de Bérgamo, Mons.
Giácomo María Radini Tedeschi. Desempeñó este cargo hasta 1914,
acompañando al obispo en las visitas pastorales y colaborando en
múltiples iniciativas apostólicas: sínodo, redacción del boletín
diocesano, peregrinaciones, obras sociales. A la vez era profesor de
historia, patrología y apologética en el seminario, asistente de la
Acción católica femenina, colaborador en el diario católico de Bérgamo y
predicador muy solicitado por su elocuencia elegante, profunda y
eficaz.
En aquellos años, además, ahondó en el estudio de tres grandes
pastores: san Carlos Borromeo (de quien publicó las Actas de la visita
apostólica realizada a la diócesis de Bérgamo en 1575), san Francisco de
Sales y el entonces beato Gregorio Barbarigo. Tras la muerte de Mons.
Radini Tedeschi, en 1914, don Ángelo prosiguió su ministerio sacerdotal
dedicado a la docencia en el seminario y al apostolado, sobre todo entre
los miembros de las asociaciones católicas.
En 1915, cuando Italia entró en guerra, fue llamado como sargento
sanitario y nombrado capellán militar de los soldados heridos que
regresaban del frente. Al final de la guerra abrió la «Casa del
estudiante» y trabajó en la pastoral de estudiantes. En 1919 fue
nombrado director espiritual del seminario.
En 1921 empezó la segunda parte de la vida de don Ángelo Roncalli,
dedicada al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV
como presidente para Italia del Consejo central de las Obras pontificias
para la Propagación de la fe, recorrió muchas diócesis de Italia
organizando círculos de misiones. En 1925 Pío XI lo nombró visitador
apostólico para Bulgaria y lo elevó al episcopado asignándole la sede
titular de Areópoli. Su lema episcopal, programa que lo acompañó durante
toda la vida, era: «Obediencia y paz».
Tras su consagración episcopal, que tuvo lugar el 19 de marzo de 1925
en Roma, inició su ministerio en Bulgaria, donde permaneció hasta 1935.
Visitó las comunidades católicas y cultivó relaciones respetuosas con
las demás comunidades cristianas. Actuó con gran solicitud y caridad,
aliviando los sufrimientos causados por el terremoto de 1928. Sobrellevó
en silencio las incomprensiones y dificultades de un ministerio marcado
por la táctica pastoral de pequeños pasos. Afianzó su confianza en
Jesús crucificado y su entrega a él.
En 1935 fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Era un
vasto campo de trabajo. La Iglesia católica tenía una presencia activa
en muchos ámbitos de la joven república, que se estaba renovando y
organizando. Mons. Roncalli trabajó con intensidad al servicio de los
católicos y destacó por su diálogo y talante respetuoso con los
ortodoxos y con los musulmanes. Cuando estalló la segunda guerra mundial
se hallaba en Grecia, que quedó devastada por los combates. Procuró dar
noticias sobre los prisioneros de guerra y salvó a muchos judíos con el
«visado de tránsito» de la delegación apostólica. En diciembre de 1944
Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París.
Durante los últimos meses del conflicto mundial, y una vez
restablecida la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y trabajó en la
normalización de la vida eclesiástica en Francia. Visitó los grandes
santuarios franceses y participó en las fiestas populares y en las
manifestaciones religiosas más significativas. Fue un observador atento,
prudente y lleno de confianza en las nuevas iniciativas pastorales del
episcopado y del clero de Francia. Se distinguió siempre por su búsqueda
de la sencillez evangélica, incluso en los asuntos diplomáticos más
intrincados. Procuró actuar como sacerdote en todas las situaciones.
Animado por una piedad sincera, dedicaba todos los días largo tiempo a
la oración y la meditación.
En 1953 fue creado cardenal y enviado a Venecia como patriarca. Fue
un pastor sabio y resuelto, a ejemplo de los santos a quienes siempre
había venerado, como san Lorenzo Giustiniani, primer patriarca de
Venecia.
Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958,
y tomó el nombre de Juan XXIII. Su pontificado, que duró menos de cinco
años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del buen Pastor.
Manso y atento, emprendedor y valiente, sencillo y cordial, practicó
cristianamente las obras de misericordia corporales y espirituales,
visitando a los encarcelados y a los enfermos, recibiendo a hombres de
todas las naciones y creencias, y cultivando un exquisito sentimiento de
paternidad hacia todos. Su magisterio, sobre todo sus encíclicas «Pacem
in terris» y «Mater et magistra», fue muy apreciado.
Convocó el Sínodo romano, instituyó una Comisión para la revisión del
Código de derecho canónico y convocó el Concilio ecuménico Vaticano II.
Visitó muchas parroquias de su diócesis de Roma, sobre todo las de los
barrios nuevos. La gente vio en él un reflejo de la bondad de Dios y lo
llamó «el Papa de la bondad». Lo sostenía un profundo espíritu de
oración. Su persona, iniciadora de una gran renovación en la Iglesia,
irradiaba la paz propia de quien confía siempre en el Señor. Falleció la
tarde del 3 de junio de 1963.
Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre del año 2000, y
estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre, recordando así que
Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II el 11 de
octubre de 1962.