¡Oh!, San Juan Diego, vos, sois el hijo del Dios de la vida y
su amado santo, y aquél que la dicha tuvo de que, María, Madre
de Dios, se os revelara con toda su majestad, poder y esplendor.
Humildad, sencillez, obediencia y paciencia, los signos fueron
de vuestra vida, que, junto a vuestro amor y fe, os forjaron
de esperanza y caridad lleno. Hoy, desde el cielo, miráis el
el Tepeyac, como testigo que habla de las “rosas de Castilla”,
como viva prueba del milagro divino, y, en vuestro ayate,
la Viva imagen de María, la “Reina del Cielo”, la “Guadalupana”
grabada quedó por los siglos de los siglos. Alegraos, los hombres todos
de la América nuestra y también del orbe todo de la tierra,
que, en vos, se dio, aquello que se dice, se siente y se escucha,
de que: “estamos todos llamados a ser santos”. Porque, lo quiere
así, Dios, y así, lo espera Él, y así también la “Gudalupana”
lo desea por siempre. Vuestra humildad, sencillez, obediencia y
paciencia cimentó vuestra fe de firme esperanza y de gran caridad.
Y, en el “Nican motecpana”, se lee así, de vos: “A diario se ocupaba
en cosas espirituales y barría el templo. Se postraba delante
de la Señora del Cielo y la invocaba con fervor; frecuentemente
se confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba,
se ceñía cilicio de malla y escondía en la sombra para poder
entregarse a solas a la oración y estar invocando a la Señora
del cielo”. El Padre Luis Becerra Tanco, dijo de vos: “el indio
Juan Diego y su mujer María Lucía, guardaron castidad desde que
recibieron el agua del Bautismo Santo, por haber oído a uno de
los primeros ministros evangélicos muchos encomios de la pureza y
castidad y lo que ama nuestro Señor a las vírgenes, y esta fama
fue constante a los que conocieron y comunicaron mucho tiempo
estos dos casados”. Y, un día, después de haber sido fiel guardián
de la “Reina del cielo”, entregasteis vuestra alma a Dios, y Él
en su amor insondable, os premió con corona de luz eterna,
como justo premio a vuestro increíble amor y fe. ¡Aleleuya! ¡Aleluya!
¡oh!, San Juan Diego, “vivo amor, hecho águila del Amor de María”.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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su amado santo, y aquél que la dicha tuvo de que, María, Madre
de Dios, se os revelara con toda su majestad, poder y esplendor.
Humildad, sencillez, obediencia y paciencia, los signos fueron
de vuestra vida, que, junto a vuestro amor y fe, os forjaron
de esperanza y caridad lleno. Hoy, desde el cielo, miráis el
el Tepeyac, como testigo que habla de las “rosas de Castilla”,
como viva prueba del milagro divino, y, en vuestro ayate,
la Viva imagen de María, la “Reina del Cielo”, la “Guadalupana”
grabada quedó por los siglos de los siglos. Alegraos, los hombres todos
de la América nuestra y también del orbe todo de la tierra,
que, en vos, se dio, aquello que se dice, se siente y se escucha,
de que: “estamos todos llamados a ser santos”. Porque, lo quiere
así, Dios, y así, lo espera Él, y así también la “Gudalupana”
lo desea por siempre. Vuestra humildad, sencillez, obediencia y
paciencia cimentó vuestra fe de firme esperanza y de gran caridad.
Y, en el “Nican motecpana”, se lee así, de vos: “A diario se ocupaba
en cosas espirituales y barría el templo. Se postraba delante
de la Señora del Cielo y la invocaba con fervor; frecuentemente
se confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba,
se ceñía cilicio de malla y escondía en la sombra para poder
entregarse a solas a la oración y estar invocando a la Señora
del cielo”. El Padre Luis Becerra Tanco, dijo de vos: “el indio
Juan Diego y su mujer María Lucía, guardaron castidad desde que
recibieron el agua del Bautismo Santo, por haber oído a uno de
los primeros ministros evangélicos muchos encomios de la pureza y
castidad y lo que ama nuestro Señor a las vírgenes, y esta fama
fue constante a los que conocieron y comunicaron mucho tiempo
estos dos casados”. Y, un día, después de haber sido fiel guardián
de la “Reina del cielo”, entregasteis vuestra alma a Dios, y Él
en su amor insondable, os premió con corona de luz eterna,
como justo premio a vuestro increíble amor y fe. ¡Aleleuya! ¡Aleluya!
¡oh!, San Juan Diego, “vivo amor, hecho águila del Amor de María”.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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9 de Diciembre
San Juan Diego Vidente de la Virgen de Guadalupe
Martirologio Romano: San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, de la estirpe indígena nativa, varón provisto de una fe purísima, de humildad y de fervor, que logró que se construyera un santuario en honor de la Bienaventurada María Virgen de Guadalupe en la colina de Tepeyac, en la ciudad de México, lugar donde se le había aparecido la Madre de Dios. († 1548)
Por P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez
Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila que habla o El que
habla como águila), un indio humilde, de la etnia indígena de los
chichimecas, nació en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, que en ese
tiempo pertenecía al reino de Texcoco. Juan Diego fue bautizado por los
primeros franciscanos, aproximadamente en 1524.
En 1531, Juan Diego era un hombre maduro, como de unos 57 años de
edad; edificó a los demás con su testimonio y su palabra; de hecho, se
acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y
súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del
cielo, todo se le concedía”.
Juan Diego fue un hombre virtuoso, las semillas de estas virtudes
habían sido inculcadas, cuidadas y protegidas por su ancestral cultura y
educación, pero recibieron plenitud cuando Juan Diego tuvo el gran
privilegio de encontrarse con la Madre de Dios, María Santísima de
Guadalupe, siendo encomendado a portar a la cabeza de la Iglesia y al
mundo entero el mensaje de unidad, de paz y de amor para todos los
hombres; fue precisamente este encuentro y esta maravillosa misión lo
que dio plenitud a cada una de las hermosas virtudes que estaban en el
corazón de este humilde hombre y fueron convertidas en modelo de
virtudes cristianas; Juan Diego fue un hombre humilde y sencillo,
obediente y paciente, cimentado en la fe, de firme esperanza y de gran
caridad.
Poco después de haber vivido el importante momento de las Apariciones
de Nuestra Señora de Guadalupe, Juan Diego se entregó plenamente al
servicio de Dios y de su Madre, transmitía lo que había visto y oído, y
oraba con gran devoción; aunque le apenaba mucho que su casa y pueblo
quedaran distantes de la Ermita. Él quería estar cerca del Santuario
para atenderlo todos los días, especialmente barriéndolo, que para los
indígenas era un verdadero honor; como recordaba fray Gerónimo de
Mendieta: “A los templos y a todas las cosas consagradas a Dios tienen
mucha reverencia, y se precian los viejos, por muy principales que sean,
de barrer las iglesias, guardando la costumbre de sus pasados en
tiempos de su gentilidad, que en barrer los templos mostraban su
devoción (aun los mismos señores).”
Juan Diego se acercó a suplicarle al señor Obispo que lo dejara estar
en cualquier parte que fuera, junto a las paredes de la Ermita para
poder así servir todo el tiempo posible a la Señora del Cielo. El
Obispo, que estimaba mucho a Juan Diego, accedió a su petición y
permitió que se le construyera una casita junto a la Ermita. Viendo su
tío Juan Bernardino que su sobrino servía muy bien a Nuestro Señor y a
su preciosa Madre, quería seguirle, para estar juntos; “pero Juan Diego
no accedió. Le dijo que convenía que se estuviera en su casa, para
conservar las casas y tierras que sus padres y abuelos les dejaron”.
Juan Diego manifestó la gran nobleza de corazón y su ferviente
caridad cuando su tío estuvo gravemente enfermo; asimismo Juan Diego
manifestó su fe al estar con el corazón alegre, ante las palabras que le
dirigió Santa María de Guadalupe, quien le aseguró que su tío estaba
completamente sano; fue un indio de una fuerza religiosa que envolvía
toda su vida; que dejó sus casas y tierras para ir a vivir a una pobre
choza, a un lado de la Ermita; a dedicarse completamente al servicio del
templo de su amada Niña del Cielo, la Virgen Santa María de Guadalupe,
quien había pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo y su amor
maternal a todos lo hombres y mujeres.
Juan Diego tenía “sus ratos de oración en aquel modo que sabe Dios
dar a entender a los que le aman y conforme a la capacidad de cada uno,
ejercitándose en obras de virtud y mortificación.” También se nos
refiriere en el Nican motecpana: “A diario se ocupaba en cosas
espirituales y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del
Cielo y la invocaba con fervor; frecuentemente se confesaba, comulgaba,
ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y
escondía en la sombra para poder entregarse a solas a la oración y estar
invocando a la Señora del cielo.”
Toda persona que se acercaba a Juan Diego tuvo la oportunidad de
conocer de viva voz los pormenores del Acontecimiento Guadalupano, la
manera en que había ocurrido este encuentro maravilloso y el privilegio
de haber sido el mensajero de la Virgen de Guadalupe; como lo indicó el
indio Martín de San Luis cuando rindió su testimonio en 1666: “Todo lo
cual lo contó el dicho Diego de Torres Bullón a este testigo con mucha
distinción y claridad, que se lo había dicho y contado el mismo Indio
Juan Diego, porque lo comunicaba.” Juan Diego se constituyó en un
verdadero misionero.
Cuando Juan Diego se casó con María Lucía, quien había muerto dos
años antes de las Apariciones, habían escuchado un sermón a fray Toribio
de Benavente en el P. Luis Becerra Tanco: “el indio Juan Diego y su
mujer María Lucía, guardaron castidad desde que recibieron el agua del
Bautismo Santo, por haber oído a uno de los primeros ministros
evangélicos muchos encomios de la pureza y castidad y lo que ama nuestro
Señor a las vírgenes, y esta fama fue constante a los que conocieron y
comunicaron mucho tiempo estos dos casados”donde se exaltaba la
castidad, que era agradable a Dios y a la Virgen Santísima, por lo que
los dos decidieron vivirla; se nos refiere: “Era viudo: dos años antes
de que se le apareciera la Inmaculada, murió su mujer, que se llamaba
María Lucía. Ambos vivían castamente.” Como también lo testificó. Aunque
esto no obsta de que Juan Diego haya tenido descendencia, sea antes del
bautismo, sea por la línea de algún otro familiar; ya que, por fuentes
históricas sabemos que Juan Diego efectivamente tuvo descendencia; sobre
esto, uno de los principales documentos se conserva en el Archivo del
Convento de Corpus Christi en la Ciudad de México, en el cual se
declara: “Sor Gertrudis del Señor San José, sus padres caciques [indios
nobles] Dn. Diego de Torres Vázquez y Da. María del la Ascención de la
región di Xochiatlan […] y tenida por descendiente del dichoso Juan
Diego.”
Lo importante también es el hecho de que Juan Diego inspiró la
búsqueda de la santidad y de la perfección de vida, incluso en medio de
los miembros de su propia familia, ya que su tío, como ya veíamos, al
constatar como Juan Diego se había entregado muy bien al servicio de la
Virgen María de Guadalupe y de Dios, quiso seguirlo, aunque Juan Diego
le convino que era preferible que se quedara en su casa; y ahora tenemos
también este ejemplo de Sor Gertrudis del Señor San José, descendiente
de Juan Diego, quien ingresó a un monasterio, a consagrar su vida al
servicio de Dios, buscando esa perfección de vida, buscando la Santidad.
Es un hecho que Juan Diego siempre edificó a los demás con su
testimonio y su palabra; constantemente se acercaban a él para que
intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya
“que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.
El indio Gabriel Xuárez, quien tenía entre 112 y 115 años cuando dio
su testimonio en las Informaciones Jurídicas de 1666; declaró cómo Juan
Diego era un verdadero intercesor de su pueblo, decía: “que la dicha
Santa Imagen le dijo al dicho Juan Diego la parte y lugar, donde se le
había de hacer la dicha Ermita que fue donde se le apareció, que la ha
visto hecha y la vio empezar este testigo, como lleva dicho donde son
muchos los hombres y mujeres que van a verla y visitarla como este
testigo ha ido una y muchas veces a pedirle remedio, y del dicho indio
Juan para que como su pueblo, interceda por él.”
El anciano indio Gabriel Xuárez también señaló detalles importantes
sobre la personalidad de Juan Diego y la gran confianza que le tenía el
pueblo para que intercediera en sus necesidades: “el dicho Juan Diego,
–decía Gabriel Xuárez– respecto de ser natural de él y del barrio de
Tlayacac, era un Indio buen cristiano, temeroso de Dios, y de su
conciencia, y que siempre le vieron vivir quieta y honestamente, sin dar
nota, ni escándalo de su persona, que siempre le veían ocupado en
ministerios del servicio de Dios Nuestro Señor, acudiendo muy
puntualmente a la doctrina y divinos oficios, ejercitándose en ello muy
ordinariamente porque a todos los Indios de aquel tiempo oía este
testigo, decirles era varón santo, y que le llamaban el peregrino,
porque siempre lo veían andar solo y solo se iba a la doctrina de la
iglesia de Tlatelulco, y después que se le apareció al dicho Juan Diego
la Virgen de Guadalupe, y dejó su pueblo, casas y tierras, dejándolas a
su tío suyo, porque ya su mujer era muerta; se fue a vivir a una casa
Juan Diego que se le hizo pegada a la dicha Ermita, y allá iban muy de
ordinario los naturales de este dicho pueblo a verlo a dicho paraje y a
pedirle intercediese con la Virgen Santísima les diese buenos temporales
en sus milpas, porque en dicho tiempo todos lo tenían por Varón Santo.”
La india doña Juana de la Concepción que también dio su testimonio en
estas Informaciones, confirmó que Juan Diego, efectivamente, era un
hombre santo, pues había visto a la Virgen: “todos los Indios e Indias
–declaraba– de este dicho pueblo le iban a ver a la dicha Ermita,
teniéndole siempre por un santo varón, y esta testigo no sólo lo oía
decir a los dichos sus padres, sino a otras muchas personas”. Mientras
que el indio Pablo Xuárez recordaba lo que había escuchado sobre el
humilde indio mensajero de Nuestra Señora de Guadalupe, decía que para
el pueblo, Juan Diego era tan virtuoso y santo que era un verdadero
modelo a seguir, declaraba el testigo que Juan Diego era “amigo de que
todos viviesen bien, porque como lleva referido decía la dicha su abuela
que era un varón santo, y que pluguiese a Dios, que sus hijos y nietos
fuesen como él, pues fue tan venturoso que hablaba con la Virgen, por
cuya causa le tuvo siempre esta opinión y todos los de este pueblo.” El
indio don Martín de San Luis incluso declaró que la gente del pueblo:
“le veía hacer al dicho Juan Diego grandes penitencias y que en aquel
tiempo le decían varón santísimo.”
Como decíamos, Juan Diego murió en 1548, un poco después de su tío
Juan Bernardino, el cual falleció el 15 de mayo de 1544; ambos fueron
enterrados en el Santuario que tanto amaron. Se nos refiere en el Nican
motecpana: “Después de diez y seis años de servir allí Juan Diego a la
Señora del cielo, murió en el año de mil y quinientos y cuarenta y ocho,
a la sazón que murió el señor obispo. A su tiempo le consoló mucho la
Señora del cielo, quien le vio y le dijo que ya era hora de que fuese a
conseguir y gozar en el cielo, cuanto le había prometido. También fue
sepultado en el templo. Andaba en los setenta y cuatro años.” En el
Nican motecpana se exaltó su santidad ejemplar: “¡Ojalá que así nosotros
le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas perturbadoras de
este mundo, para que también podamos alcanzar los eternos gozos del
cielo!”