Viernes Santo
La tarde del Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de
Cristo en el Calvario. La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como
signo de salvación y de esperanza.
Con la Pasión de Jesús según el Evangelio de Juan contemplamos el
misterio del Crucificado, con el corazón del discípulo amado, de la
Madre, del soldado que le traspasó el costado.
San Juan, teólogo y cronista de la pasión nos lleva a contemplar el
misterio de la cruz de Cristo como una solemne liturgia. Todo es digno,
solemne, simbólico en su narración: cada palabra, cada gesto. La
densidad de su Evangelio se hace ahora más elocuente.
Y los títulos de Jesús componen una hermosa Cristología. Jesús es
Rey. Lo dice el título de la cruz, y el patíbulo es trono desde donde el
reina. Es sacerdote y templo a la vez, con la túnica inconsútil que los
soldados echan a suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva,
Hijo de María y Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el
ejecutor del testamento de la Escritura. El Dador del Espíritu. Es el
Cordero inmaculado e inmolado al que no le rompen los huesos. Es el
Exaltado en la cruz que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres
vuelven hacia Él la mirada.
La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de repente al
Gólgota, desde que el discípulo amado la recordó en Caná, sin haber
seguido paso a paso, con su corazón de Madre el camino de Jesús. Y ahora
está allí como madre y discípula que ha seguido en todo la suerte de su
Hijo, signo de contradicción como El, totalmente de su parte. Pero
solemne y majestuosa como una Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la
madre de los hijos dispersos que ella reúne junto a la cruz de su Hijo.
Maternidad del corazón, que se ensancha con la espada de dolor que la
fecunda.
La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta los confines
infinitos de todos los hombres. Madre de los discípulos, de los hermanos
de su Hijo. La maternidad de María tiene el mismo alcance de la
redención de Jesús. María contempla y vive el misterio con la majestad
de una Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la
glorifica con el recuerdo de esa maternidad. Ultimo testamento de Jesús.
Ultima dádiva. Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en
la de todos. Porque María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo.
El soldado que traspasó el costado de Cristo de la parte del corazón,
no se dio cuenta que cumplía una profecía y realizaba un último,
estupendo gesto litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La
sangre de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de
aquel amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo
del Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva
creación derrama sobre nosotros.
La celebración
Hoy no se celebra la Eucaristía en todo el mundo. El altar luce sin
mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de Jesús.
Los ministros se postran en el suelo ante el altar al comienzo de la
ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo
penitente que implora perdón por sus pecados.
Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer
testigo del amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y
siguen dando su vida por proclamar la liberación que Dios nos ofrece.
Acción litúrgica en la muerte del Señor
1. La Entrada
La impresionante celebración litúrgica del Viernes empieza con un
rito de entrada diferente de otros días: los ministros entran en
silencio, sin canto, vestidos de color rojo, el color de la sangre, del
martirio, se postran en el suelo, mientras la comunidad se arrodilla, y
después de un espacio de silencio, dice la oración del dia.
2. Celebración de la Palabra
Primera Lectura
Espectacular realismo en esta profecía hecha 800 años antes de Cristo,
llamada por muchos el 5º Evangelio. Que nos mete en el alma sufriente de
Cristo, durante toda su vida y ahora en la hora real de su muerte.
Dispongámonos a vivirla con Él.
Salmo Responsorial
En este Salmo, recitado por Jesús en la cruz, se entrecruzan la
confianza, el dolor, la soledad y la súplica: con el Varón de dolores,
hagamos nuestra esta oración.
Segunda lectura
El Sacerdote es el que une a Dios con el hombre y a los hombres con
Dios… Por eso Cristo es el perfecto Sacerdote: Dios y Hombre. El Único y
Sumo y Eterno Sacerdote. Del cual el Sacerdocio: el Papa, los Obispos,
los sacerdotes y los Diáconos, unidos a Él, son ministros, servidores,
ayudantes…
Versículo antes del Evangelio (Flp 2, 8-9)
Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de
cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el
“Nombre-sobre-todo-nombre”.
Como siempre, la celebración de la Palabra, después de la homilía, se
concluye con una ORACIÓN UNIVERSAL, que hoy tiene más sentido que nunca:
precisamente porque contemplamos a Cristo entregado en la Cruz como
Redentor de la humanidad, pedimos a Dios la salvación de todos, los
creyentes y los no creyentes.
3. Adoración de la Cruz
Después de las palabras pasamos a una acción simbólica muy expresiva y
propia de este dia: la veneración de la Santa Cruz es presentada
solemnemente la Cruz a la comunidad, cantando tres veces la aclamación:
Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del
mundo. VENID AADORARLO”, y todos nos arrodillamos unos momentos cada
vez; y entonces vamos, en procesión, a venerar la Cruz personalmente,
con una genuflexión (o inclinación profunda) y un beso (o tocándola con
la mano y santiguándonos); mientras cantamos las alabanzas a ese Cristo
de la Cruz:
“Pueblo mío, ¿qué te he hecho…?” “Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza…” “Victoria, tú reinarás…”
4. La Comunión
Desde 1955, cuando lo decidió Pío Xll en la reforma que hizo de la
Semana Santa, no sólo el sacerdote -como hasta entonces – sino también
los fieles pueden comulgar con el Cuerpo de Cristo.
Aunque hoy no hay propiamente Eucaristía, pero comulgando del Pan
consagrado en la celebración de ayer, Jueves Santo, expresamos nuestra
participación en la muerte salvadora de Cristo, recibiendo su “Cuerpo
entregado por nosotros”.
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Ayuno y Abstinencia en la Iglesia Católica
Es una doctrina tradicional de la espiritualidad Cristiana que es un
componente del arrepentimiento, de alejarse del pecado y volverse a
Dios, incluye alguna forma de penitencia, sin la cual al Cristiano le es
difícil permanecer en el camino angosto y ser salvado ( Jer 18:11,
25:5; Ez 18:30, 33:11-15; Jl 2:12; Mt 3:2; Mt 4:17; He 2:38 ). Cristo
mismo dijo que sus discípulos ayunarían una vez que Él partiera ( Lc
5:35 ). La ley general de la penitencia, por ello, es parte de la ley de
Dios para el hombre.
La Iglesia por su parte ha especificado ciertas formas de penitencia,
para asegurarse de que los católicos hagan algo, como lo requiere la
ley divina, y a la vez hacerle más fácil al católico cumplir la
obligación. El Código de Derecho Canónico de 1983 especifíca las
obligaciones de los católicos de Rito Latino (Los católicos de Rito
Oriental tienen sus propias prácticas penitenciales como se especifica
en el Código Canónico de las Iglesias Orientales).
Canon 1250 En la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de cuaresma.
Canon 1251 Todos los viernes, a no ser que coincidan con una
solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne o de otro alimento
que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se
guardarán el Miercoles de Ceniza y el Viernes Santo.
Canon 1252 La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido
catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan
cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden sin embargo los pastores de
almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de
penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados
al ayuno o a la abstinencia.
Canon 1253 La Conferencia Episcopal puede determinar con más detalle
el modo de observar el ayuno y la abstinencia, así como sustituirlos en
todo o en parte por otras formas de penitencia, sobre todo por obras de
caridad y prácticas de piedad.
La Iglesia tiene por lo tanto, dos formas oficiales de prácticas
penitenciales – tres si se incluye el ayuno Eucarístico de una hora
antes de la Comunión.
Abstinencia: La ley de abstinencia exige a un Católico de 14 años de
edad y hasta su muerte, a abstenerse de comer carne los Viernes en honor
a la Pasión de Jesús el Viernes Santo. La carne es considerada carne y
órganos de mamíferos y aves de corral. También se encuentran prohibidas
las sopas y cremas de ellos. Peces de mar y de agua dulce, anfibios,
reptiles y mariscos son permitidos, así como productos derivados de
animales como margarina y gelatina sin sabor a carne.
Los Viernes fuera de Cuaresma, la Conferencia de Obispos de USA
obtuvo permiso de la Santa Sede para que los Católicos en los Estados
Unidos pudieran sustituir esta penitencia por un acto de caridad o algún
otro de su propia escogencia. Ellos deben llevar a cabo alguna práctica
de caridad o penitencia en estos Viernes. Para la mayoría de las
personas la práctica más sencilla para cumplir con constancia, sería la
tradicional de abstenerse de comer carne todos los Viernes del año. En
Cuaresma la abstinencia de comer carne los Viernes es obligatoria en
Estados Unidos así como en otro lugar.
Ayuno: La ley de ayuno requiere que el Católico desde los 18 hasta
los 59 años reduzca la cantidad de comida usual. La Iglesia define esto
como una comida más dos comidas pequeñas que sumadas no sobrepasen la
comida principal en cantidad. Este ayuno es obligatorio el Miercoles de
Ceniza y el Viernes Santo. El ayuno se rompe si se come entre comidas o
se toma algún líquido que es considerado comida ( batidos, pero no leche
). Bebidas alcoholicas no rompen el ayuno; pero parecieran contrarias
al espíritu de hacer penitencia.
Aquellos excluídos del ayuno y la abstinencia aparte de los ya
excluídos por su edad, aquellos que tienen problemas mentales, los
enfermos, los frágiles, mujeres en estado o que alimentan a los bebés de
acuerdo a la alimentación que necesitan para criar, obreros de acuerdo a
su necesidad, invitados a comidas que no pueden excusarse sin ofender
gravemente causando enemistad u otras situaciones morales o
imposibilidad física de mantener el ayuno.
Aparte de estos requisitos mínimos penitenciales, los católicos son
motivados a imponerse algunas penitencias personales a si mismos en
ciertas oportunidades. Pueden ser modeladas basadas en la penitencia y
el ayuno. Una persona puede por ejemplo, aumentar el número de días de
la abstención. Algunas personas dejan completamente de comer carne por
motivos religiosos (en oposición de aquellos que lo hacen por razones de
salud u otros). Algunas órdenes religiosas nunca comen carne.
Igualmente, uno pudiera hacer más ayuno que el requerido. La Iglesia
primitiva practicaba el ayuno los Miércoles y Sábados. Este ayuno podía
ser igual a la ley de la Iglesia (una comida más otras dos pequeñas) o
aún más estricto, como pan y agua. Este ayuno libremente escogido puede
consistir en abstenerse de algo que a uno le gusta- dulces, refrescos,
cigarillo, ese cocktail antes de la cena etc. Esto se le deja a cada
individuo.
Una consideración final. Antes que nada estamos obligados a cumplir
con nuestras obligaciones en la vida. Cualquier abstención que nos
impida seriamente llevar adelante nuestro trabajo como estudiantes,
empleados o parientes serían contrarias a la voluntad de Dios.
¿Por qué los católicos hacen ayuno y abstinencia en Cuaresma?
Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que
quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la
transformación espiritual que acerca el hombre a Dios.
El abstenerse de la comida y la bebida tienen como fin introducir en
la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también
el desprendimiento de lo que se podría definir como “actitud
consumística”.
Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las
características de Ia civilización occidental. El hombre, orientado
hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La
civilización se mide entonces según Ia cantidad y Ia calidad de las
cosas que están en condiciones de proveer al hombre y no se mide con el
metro adecuado al hombre.
Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no solo
para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades
creativas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, Ia
excitación que se deriva de ellos, el placer, una multiplicación de
sensaciones cada vez mayor.
El hombre de hoy debe abstenerse de muchos medios de consumo, de
estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse
de algo. El hombre es él mismo solo cuando logra decirse a sí mismo: No.
No es Ia renuncia por Ia renuncia: sino para el mejor y más
equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores
superiores, para el dominio de sí mismo.
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Meditación de las 7 palabras de Jesús en la Cruz
Oración
Jesús en la Cruz aboga:
da al ladrón: lega su Madre:
quéjase: la sed le ahoga:
cumple: entrega el alma al Padre
Al Calvario hay que llegar
porque Cristo, nuestra Luz,
hoy también nos quiere hablar
desde el ara de la Cruz.
¡Virgen de dolores y Madre mía! Que, como Tú, acompañe yo siempre
a tu Hijo en vida, redención y muerte. Y después de glorificado en la
tierra, le glorifique por toda la eternidad, junto a Él y junto a Ti. Te
lo pido por tu aflicción y martirio, al pie de la Cruz. Asísteme
siempre especialmente en este último momento del combate cristiano que
abrirá la eternidad feliz, en compañía de tu Hijo. Así sea.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.
Primera Palabra:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34)
Aunque he sido tu enemigo,
mi Jesús: como confieso,
ruega por mí: que, con eso,
seguro el perdón consigo.
Cuando loco te ofendí,
no supe lo que yo hacía:
sé, Jesús, del alma mía
y ruega al Padre por mí
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz para pagar
con tu sacrificio la deuda de mis pecados, y abriste tus divinos labios
para alcanzarme el perdón de la divina justicia: ten misericordia de
todos los hombres que están agonizando y de mí cuando me halle en igual
caso: y por los méritos de tu preciosísima Sangre derramada para mi
salvación, dame un dolor tan intenso de mis pecados, que expire con él
en el regazo de tu infinita misericordia.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.
Segunda Palabra:
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 43)
Vuelto hacia Ti el Buen Ladrón
con fe te implora tu piedad:
yo también de mi maldad
te pido, Señor, perdón.
Si al ladrón arrepentido
das un lugar en el Cielo,
yo también, ya sin recelo
la salvación hoy te pido.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y con tanta
generosidad correspondiste a la fe del buen ladrón, cuando en medio de
tu humillación redentora te reconoció por Hijo de Dios, hasta llegar a
asegurarle que aquel mismo día estaría contigo en el Paraíso: ten piedad
de todos los hombres que están para morir, y de mí cuando me encuentre
en el mismo trance: y por los méritos de tu sangre preciosísima, aviva
en mí un espíritu de fe tan firme y tan constante que no vacile ante las
sugestiones del enemigo, me entregue a tu empresa redentora del mundo y
pueda alcanzar lleno de méritos el premio de tu eterna compañía.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.
Tercera Palabra:
“He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre” (Jn 19, 26)
Jesús en su testamento a su Madre Virgen da:
¿y comprender quién podrá de María el sentimiento?
Hijo tuyo quiero ser,
sé Tu mi Madre Señora:
que mi alma desde a ahora
con tu amor va a florecer.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y ,
olvidándome de tus tormentos, me dejaste con amor y comprensión a tu
Madre dolorosa, para que en su compañía acudiera yo siempre a Ti con
mayor confianza: ten misericordia de todos los hombres que luchan con
las agonías y congojas de la muerte, y de mí cuando me vea en igual
momento; y por el eterno martirio de tu madre amantísima, aviva en mi
corazón una firme esperanza en los méritos infinitos de tu preciosísima
sangre, hasta superar así los riesgos de la eterna condenación, tantas
veces merecida por mis pecados.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.
Cuarta Palabra:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46)
Desamparado se ve
de su Padre el Hijo amado,
maldito siempre el pecado
que de esto la causa fue.
Quién quisiera consolar
a Jesús en su dolor,
diga en el alma: Señor,
me pesa: no mas pecar.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y tormento
tras tormento, además de tantos dolores en el cuerpo, sufriste con
invencible paciencia la mas profunda aflicción interior, el abandono de
tu eterno Padre; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y
de mí cuando me haye también el la agonía; y por los méritos de tu
preciosísima sangre, concédeme que sufra con paciencia todos los
sufrimientos, soledades y contradicciones de una vida en tu servicio,
entre mis hermanos de todo el mundo, para que siempre unido a Ti en mi
combate hasta el fin, comparta contigo lo más cerca de Ti tu triunfo
eterno.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.
Quinta Palabra:
“Tengo sed” (Jn 19, 28)
Sed, dice el Señor, que tiene;
para poder mitigar la sed que así le hace hablar,
darle lágrimas conviene.
Hiel darle, ya se le ha visto: la prueba, mas no la bebe:
¿Cómo quiero yo que pruebe la hiel de mis culpas Cristo?
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y no
contento con tantos oprobios y tormentos, deseaste padecer más para que
todos los hombres se salven, ya que sólo así quedará saciada en tu
divino Corazón la sed de almas; ten piedad de todos los hombres que
están agonizando y de mí cuando llegue a esa misma hora; y por los
méritos de tu preciosísima sangre, concédeme tal fuego de caridad para
contigo y para con tu obra redentora universal, que sólo llegue a
desfallecer con el deseo de unirme a Ti por toda la eternidad.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.
Sexta Palabra:
“Todo está consumado” (Jn 19,30)
Con firme voz anunció Jesús, ensangrentado,
que del hombre y del pecado
la redención consumó.
Y cumplida su misión,
ya puede Cristo morir,
y abrirme su corazón
para en su pecho vivir.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y desde su
altura de amor y de verdad proclamaste que ya estaba concluída la obra
de la redención, para que el hombre, hijo de ira y perdición, venga a
ser hijo y heredero de Dios; ten piedad de todos los hombres que están
agonizando, y de mí cuando me halle en esos instantes; y por los méritos
de tu preciosísima sangre, haz que en mi entrega a la obra salvadora de
Dios en el mundo, cumpla mi misión sobre la tierra, y al final de mi
vida, pueda hacer realidad en mí el diálogo de esta correspondencia
amorosa: Tú no pudiste haber hecho más por mí; yo, aunque a distancia
infinita, tampoco puede haber hecho más por Ti.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.
Séptima Palabra:
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)
A su eterno Padre, ya el espíritu encomienda;
si mi vida no se enmienda,
¿en qué manos parará?
En las tuyas desde ahora
mi alma pongo, Jesús mío;
guardaría allí yo confío
para mi última hora.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, aceptaste la
voluntad de tu eterno Padre, resignando en sus manos tu espíritu, para
inclinar después la cabeza y morir; ten piedad de todos los hombres que
sufren los dolores de la agonía, y de mí cuando llegue esa tu llamada; y
por los méritos de tu preciosísima sangre concédeme que te ofrezca con
amor el sacrificio de mi vida en reparación de mis pecados y faltas y
una perfecta conformidad con tu divina voluntad para vivir y morir como
mejor te agrade, siempre mi alma en tus manos.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.
Oración Final
1 Padre Nuestro, 1 Ave María, 1 Gloria
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Gloriémonos en la Cruz de Cristo
La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es una prenda de
gloria y una enseñanza de paciencia. Pues, ¿qué dejará de esperar de la
gracia de Dios el corazón de los fieles, si por ellos, el Hijo único de
Dios, coeterno con el Padre, no se contentó con nacer como un hombre
entre los hombres, sino que quiso incluso morir por mano de aquellos
hombres que Él mismo había creado?
Grande es lo que el Señor nos promete para el futuro, pero es mucho
mayor aún aquello que celebramos recordando lo que ya ha hecho por
nosotros. ¿Dónde estaban o quiénes eran, aquellos impíos por los que
murió Cristo? ¿Quién dudará que a los santos pueda dejar de darles su
vida, si él mismo entregó su muerte a los impíos? ¿Por qué vacila
todavía la fragilidad humana en creer que un día será realidad el que
los hombres vivan con Dios?
Lo que ya se ha realizado es mucho más increíble: Dios ha muerto por los hombres.
Porque ¿quién es Cristo, sino aquel de quien dice la Escritura: En el
principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la
Palabra era Dios? Esta Palabra de Dios se hizo carne y acampó entre
nosotros. El no poseería lo que era necesario para morir por nosotros si
no hubiera tomado de nosotros una carne mortal. Así el inmortal pudo
morir, Así pudo dar su vida a los mortales: y hará que más tarde tengan
parte en su vida aquellos de cuya condición él primero se había hecho
partícipe. Pues nosotros, por nuestra naturaleza, no teníamos
posibilidad de vivir, ni él por la suya, posibilidad de morir. Él hizo,
pues, con nosotros este admirable intercambio, tomó de nuestra
naturaleza la condición mortal y nos dio de la suya la posibilidad de
vivir.
Por tanto, no solo no debemos avergonzarnos de la muerte de nuestro
Dios y Señor, sino que hemos de confiar en ella con todas nuestras
fuerzas y gloriarnos en ella por encima de todo: pues al tomar de
nosotros la muerte, que en nosotros encontró, nos prometió con toda su
fidelidad que nos daría en si mismo la vida que nosotros no podemos
llegar a poseer por nosotros mismos. Y si aquel que no tiene pecado nos
amó hasta tal punto que por nosotros, pecadores, sufrió lo que habían
merecido nuestros pecados, ¿cómo después de habernos justificado, dejará
de darnos lo que es justo? Él, que promete con verdad, ¿cómo no va a
darnos los premios de los santos, si soportó, sin cometer iniquidad, el
castigo que los inicuos le infligieron?
Confesemos, por tanto, intrépidamente, hermanos, y declaremos bien a
las claras que Cristo fue crucificado por nosotros: y hagámoslo no con
miedo, sino con júbilo, no con vergüenza, sino con orgullo.
El apóstol Pablo, que cayó en la cuenta de este misterio, lo proclamó
como un título de gloria. Y siendo así que podía recordar muchos
aspectos grandiosos y divinos de Cristo, no dijo que se gloriaba de
estas maravillas –que hubiese creado el mundo, cuando, como Dios que
era, se hallaba junto al Padre, y que hubiese imperado sobre el mundo,
cuando era hombre como nosotros–, sino que dijo: Dios me libre de
gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
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La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
Extractos del libro “La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo” de la Mística alemana, Venerable Ana Catalina Emmerich
Fuente: Capilla de Oración Católica
1
Ayer tarde fue cuando tuvo lugar la última gran comida del Señor y
sus amigos, en casa de Simón el Leproso, en Betania, en donde María
Magdalena derramó por la última vez los perfumes sobre Jesús. Los
discípulos habían preguntado ya a Jesús dónde quería celebrar la Pascua.
Hoy, antes de amanecer, llamó el Señor a Pedro, a Santiago y a Juan:
les habló mucho de todo lo que debían preparar y ordenar en Jerusalén, y
les dijo que cuando subieran al monte de Sión, encontrarían al hombre
con el cántaro de agua. Ellos conocían ya a este hombre, pues en la
última Pascua, en Betania, él había preparado la comida de Jesús: por
eso San Mateo dice: cierto hombre. Debían seguirle hasta su casa y
decirle: “El Maestro os manda decir que su tiempo se acerca, y que
quiere celebrar la Pascua en vuestra casa”. Después debían ser
conducidos al Cenáculo, y ejecutar todas las disposiciones necesarias.
Yo vi los dos Apóstoles subir a Jerusalén; y encontraron al principio de
una pequeña subida, cerca de una casa vieja con muchos patios, al
hombre que el Señor les había designado: le siguieron y le dijeron lo
que Jesús les había mandado. Se alegró mucho de esta noticia, y les
respondió que la comida estaba ya dispuesta en su casa (probablemente
por Nicodemus); que no sabía para quién, y que se alegraba de saber que
era para Jesús. Este hombre era Elí, cuñado de Zacarías de Hebrón, en
cuya casa el año anterior había Jesús anunciado la muerte de Juan
Bautista. Iba todos los años a la fiesta de la Pascua con sus criados,
alquilaba una sala, y preparaba la Pascua para las personas que no
tenían hospedaje en la ciudad. Ese año había alquilado un Cenáculo que
pertenecía a Nicodemus y a José de Arimatea. Enseñó a los dos Apóstoles
su posición y su distribución interior.
2
Sobre el lado meridional de la montaña de Sión, se halla una antigua y
sólida casa, entre dos filas de árboles copudos, en medio de un patio
espacioso cercado de buenas paredes. Al lado izquierdo de la entrada se
ven otras habitaciones contiguas a la pared; a la derecha, la habitación
del mayordomo, y al lado, la que la Virgen y las santas mujeres
ocuparon con más frecuencia después de la muerte de Jesús. El Cenáculo,
antiguamente más espacioso, había servido entonces de habitación a los
audaces capitanes de David: en él se ejercitaban en manejar las armas.
Antes de la fundación del templo, el Arca de la Alianza había sido
depositada allí bastante tiempo, y aún hay vestigios de su permanencia
en un lugar subterráneo. Yo he visto también al profeta Malaquías
escondido debajo de las mismas bóvedas; allí escribió sus profecías
sobre el Santísimo Sacramento y el sacrificio de la Nueva Alianza.
Cuando una gran parte de Jerusalén fue destruida por los babilonios,
esta casa fue respetada: he visto otras muchas cosas de ella; pero no
tengo presente más que lo que he contado. Este edificio estaba en muy
mal estado cuando vino a ser propiedad de Nicodemus y de José de
Arimatea: habían dispuesto el cuerpo principal muy cómodamente y lo
alquilaban para servir de Cenáculo a los extranjeros, que la Pascua
atraía a Jerusalén. Así el Señor lo había usado en la última Pascua. El
Cenáculo, propiamente, está casi en medio del patio; es cuadrilongo,
rodeado de columnas poco elevadas. Al entrar, se halla primero un
vestíbulo, adonde conducen tres puertas; después de entra en la sala
interior, en cuyo techo hay colgadas muchas lámparas; las paredes están
adornadas, para la fiesta, hasta media altura, de hermosos tapices y de
colgaduras. La parte posterior de la sala está separada del resto por
una cortina. Esta división en tres partes da al Cenáculo cierta
similitud con el templo. En la última parte están dispuestos, a derecha e
izquierda, los vestidos necesarios para la celebración de la fiesta. En
el medio hay una especie de altar; en esta parte de la sala están
haciendo grandes preparativos para la comida pascual. En el nicho de la
pared hay tres armarios de diversos colores, que se vuelven como
nuestros tabernáculos para abrirlos y cerrarlos; vi toda clase de vasos
para la Pascua; más tarde, el Santísimo Sacramento reposó allí. En las
salas laterales del Cenáculo hay camas en donde se puede pasar la noche.
Debajo de todo el edificio hay bodegas hermosas. El Arca de la Alianza
fue depositada en algún tiempo bajo el sitio donde se ha construido el
hogar. Yo he visto allí a Jesús curar y enseñar; los discípulos también
pasaban con frecuencia las noches en las laterales.
3
Vi a Pedro y a Juan en Jerusalén entrar en una casa que pertenecía a
Serafia (tal era el nombre de la que después fue llamada Verónica). Su
marido, miembro del Consejo, estaba la mayor parte del tiempo fuera de
la casa atareado con sus negocios; y aun cuando estaba en casa, ella lo
veía poco. Era una mujer de la edad de María Santísima, y que estaba en
relaciones con la Sagrada Familia desde mucho tiempo antes: pues cuando
el niño se quedó en el templo después de la fiesta, ella le dio de
comer. Los dos apóstoles tomaron allí, entre otras cosas, el cáliz de
que se sirvió el Señor para la institución de la Sagrada Eucaristía. El
cáliz que los apóstoles llevaron de la casa de Verónica, es un vaso
maravilloso y misterioso. Había estado mucho tiempo en el templo entre
otros objetos preciosos y de gran antigüedad, cuyo origen y uso se había
olvidado. Había sido vendido a un aficionado de antigüedades. Y
comprado por Serafia había servido ya muchas veces a Jesús para la
celebración de las fiestas, y desde ese día fue propiedad constante de
la santa comunidad cristiana. El gran cáliz estaba puesto en una
azafata, y alrededor había seis copas. Dentro de él había otro vaso
pequeño, y encima un plato con una tapadera redonda. En su pie estaba
embutida una cuchara, que se sacaba con facilidad. El gran cáliz se ha
quedado en la iglesia de Jerusalén, cerca de Santiago el Menor, y lo veo
todavía conservado en esta villa: ¡aparecerá a la luz como ha aparecido
esta vez! Otras iglesias se han repartido las copas que lo rodeaban;
una de ellas está en Antioquía; otra en Efeso: pertenecían a los
Patriarcas, que bebían en ellas una bebida misteriosa cuando recibían y
daban la bendición, como lo he visto muchas veces. El gran cáliz estaba
en casa de Abraham: Melquisedec lo trajo consigo del país de Semíramis a
la tierra de Canaán cuando comenzó a fundar algunos establecimientos en
el mismo sitio donde se edificó después Jerusalén: él lo usó en el
sacrificio, cuando ofreció el pan y el vino en presencia de Abraham, y
se lo dejó a este Patriarca.
4
Por la mañana, mientras los dos Apóstoles se ocupaban en Jerusalén en
hacer los preparativos de la Pascua, Jesús, que se había quedado en
Betania, hizo una despedida tierna a las santas mujeres, a Lázaro y a su
Madre, y les dio algunas instrucciones. Yo vi al Señor hablar solo con
su Madre; le dijo, entre otras cosas, que había enviado a Pedro, el
Apóstol de la fe, y a Juan, el Apóstol del amor, para preparar la Pascua
en Jerusalén. Dijo que María Magdalena, cuyo dolor era muy violento,
que su amor era grande, pero que todavía era un poco según la carne, y
que por ese motivo el dolor la ponía fuera de sí. Habló también del
proyecto de Judas, y la Virgen Santísima rogó por él. Judas había ido
otra vez de Betania a Jerusalén con pretexto de hacer un pago. Corrió
todo el día a casa de los fariseos, y arregló la venta con ellos. Le
enseñaron los soldados encargados de prender al Salvador. Calculó sus
idas y venidas de modo que pudiera explicar su ausencia. Volvió al lado
del Señor poco antes de la cena. Yo he visto todas sus tramas y todos
sus pensamientos. Era activo y servicial; pero lleno de avaricia, de
ambición y de envidia, y no combatía estas pasiones. Había hecho
milagros y curaba enfermos en la ausencia de Jesús. Cuando el Señor
anunció a la Virgen lo que iba a suceder, Ella le pidió de la manera más
tierna que la dejase morir con Él. Pero Él le recomendó que tuviera más
resignación que las otras mujeres; le dijo también que resucitaría, y
el sitio donde se le aparecería. Ella no lloró mucho, pero estaba
profundamente triste. El Señor le dio las gracias, como un hijo piadoso,
por todo el amor que le tenía. Se despidió otra vez de todos, dando
todavía diversas instrucciones. Jesús y los nueve Apóstoles salieron a
las doce de Betania para Jerusalén; anduvieron al pie del monte de los
Olivos, en el valle de Josafat y hasta el Calvario. En el camino no
cesaba de instruirlos. Dijo a los Apóstoles, entre otras cosas, que
hasta entonces les había dado su pan y su vino, pero que hoy quería
darles su carne y su sangre, y que les dejaría todo lo que tenía. Decía
esto el Señor con una expresión tan dulce en su ara, que su alma parecía
salirse por todas partes, y que se deshacía en amor, esperando el
momento de darse a los hombres. Sus discípulos no lo comprendieron:
creyeron que hablaba del cordero pascual. No se puede expresar todo el
amor y toda la resignación que encierran los últimos discursos que
pronunció en Betania y aquí. Cuando Pedro y Juan vinieron al Cenáculo
con el cáliz, todos los vestidos de la ceremonia estaban ya en el
vestíbulo. En seguida se fueron al valle de Josafat y llamaron al Señor y
a los nueve Apóstoles. Los discípulos y los amigos que debían celebrar
la Pascua en el Cenáculo vinieron después.
5
Jesús y los suyos comieron el cordero pascual en el Cenáculo,
divididos en tres grupos: el Salvador con los doce Apóstoles en la sala
del Cenáculo; Natanael con otros doce discípulos en una de las salas
laterales; otros doce tenían a su cabeza a Eliazim, hijo de Cleofás y de
María, hija de Helí: había sido discípulo de San Juan Bautista. Se
mataron para ellos tres corderos en el templo. Había allí un cuarto
cordero, que fue sacrificado en el Cenáculo: éste es el que comió Jesús
con los Apóstoles. Judas ignoraba esta circunstancia; continuamente
ocupado en su trama, no había vuelto cuando el sacrificio del cordero;
vino pocos instantes antes de la comida. El sacrificio del cordero
destinado a Jesús y a los Apóstoles fue muy tierno; se hizo en el
vestíbulo del Cenáculo. Los Apóstoles y los discípulos estaban allí
cantando el salmo CXVIII. Jesús habló de una nueva época que comenzaba.
Dijo que los sacrificios de Moisés y la figura del Cordero pascual iban a
cumplirse; pero que, por esta razón, el cordero debía ser sacrificado
como antiguamente en Egipto, y que iban a salir verdaderamente de la
casa de servidumbre. Los vasos y los instrumentos necesarios fueron
preparados. Trajeron un cordero pequeñito, adornado con una corona, que
fue enviada a la Virgen Santísima al sitio donde estaba con las santas
mujeres. El cordero estaba atado, con la espalda sobre una tabla, por el
medio del cuerpo: me recordó a Jesús atado a la columna y azotado. El
hijo de Simeón tenía la cabeza del cordero. El Señor lo picó con la
punta de un cuchillo en el cuello, y el hijo de Simeón acabó de matarlo.
Jesús parecía tener repugnancia de herirlo: lo hizo rápidamente, pero
con gravedad; la sangre fue recogida en un baño, y le trajeron un ramo
de hisopo que mojó en la sangre. En seguida fue a la puerta de la sala,
tiñó de sangre los dos pilares y la cerradura, y fijó sobre la puerta el
ramo teñido de sangre. Después hizo una instrucción, y dijo, entre
otras cosas, que el ángel exterminador pasaría más lejos; que debían
adorar en ese sitio sin temor y sin inquietud cuando Él fuera
sacrificado, a Él mismo, el verdadero Cordero pascual; que un nuevo
tiempo y un nuevo sacrificio iban a comenzar, y que durarían hasta el
fin del mundo. Después se fueron a la extremidad de la sala, cerca del
hogar donde había estado en otro tiempo el Arca de la Alianza. Jesús
vertió la sangre sobre el hogar, y lo consagró como un altar; seguido de
sus Apóstoles, dio la vuelta al Cenáculo y lo consagró como un nuevo
templo. Todas las puertas estaban cerradas mientras tanto. El hijo de
Simeón había ya preparado el cordero. Lo puso en una tabla: las patas de
adelante estaban atadas a un palo puesto al revés; las de atrás estaban
extendidas a lo largo de la tabla. Se parecía a Jesús sobre la cruz, y
fue metido en el horno para ser asado con los otros tres corderos
traídos del templo. Los convidados se pusieron los vestidos de viaje que
estaban en el vestíbulo, otros zapatos, un vestido blanco parecido a
una camisa, y una capa más corta de adelante que de atrás; se
arremangaron los vestidos hasta la cintura; tenían también unas mangas
anchas arremangadas. Cada grupo fue a la mesa que le estaba reservada:
los discípulos en las salas laterales, el Señor con los Apóstoles en la
del Cenáculo. Según puedo acordarme, a la derecha de Jesús estaban Juan,
Santiago el Mayor y Santiago el Menor; al extremo de la mesa,
Bartolomé; y a la vuelta, Tomás y Judas Iscariote. A la izquierda de
Jesús estaban Pedro, Andrés y Tadeo; al extremo de la izquierda, Simón, y
a la vuelta, Mateo y Felipe. Después de la oración, el mayordomo puso
delante de Jesús, sobre la mesa, el cuchillo para cortar el cordero, una
copa de vino delante del Señor, y llenó seis copas, que estaban cada
una entre dos Apóstoles. Jesús bendijo el vino y lo bebió; los Apóstoles
bebían dos en la misma copa. El Señor partió el cordero; los Apóstoles
presentaron cada uno su pan, y recibieron su parte. La comieron muy de
prisa, con ajos y yerbas verdes que mojaban en la salsa. Todo esto lo
hicieron de pie.
___________________________________________
¿Por qué la cruz?
“Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre” (Mt 24,30). La cruz es el símbolo
del cristiano, que nos enseña cuál es nuestra auténtica vocación como seres humanos.
Hoy parecemos asistir a la desaparición progresiva del símbolo de la
cruz. Desaparece de las casas de los vivos y de las tumbas de los
muertos, y desaparece sobre todo del corazón de muchos hombres y mujeres
a quienes molesta contemplar a un hombre clavado en la cruz. Esto no
nos debe extrañar, pues ya desde el inicio del cristianismo San Pablo
hablaba de falsos hermanos que querían abolir la cruz: “Porque son
muchos y ahora os lo digo con lágrimas, que son enemigos de la cruz de
Cristo” (Flp 3, 18).
Unos afirman que es un símbolo maldito; otros que no hubo tal cruz,
sino que era un palo; para muchos el Cristo de la cruz es un Cristo
impotente; hay quien enseña que Cristo no murió en la cruz. La cruz es
símbolo de humillación, derrota y muerte para todos aquellos que ignoran
el poder de Cristo para cambiar la humillación en exaltación, la
derrota en victoria, la muerte en vida y la cruz en camino hacia la luz.
Jesús, sabiendo el rechazo que iba producir la predicación de la
cruz, “comenzó a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén
y sufrir mucho… ser matado y resucitar al tercer día. Pedro le tomó
aparte y se puso a reprenderle: ‘¡Lejos de ti, Señor, de ningún modo te
sucederá eso!’ Pero Él dijo a Pedro: ¡Quítate de mi vista,
Satanás!¡…porque tus pensamientos no son de Dios, sino de los hombres!”
(Mt 16, 21-23).
Pedro ignoraba el poder de Cristo y no tenía fe en la resurrección, por
eso quiso apartarlo del camino que lleva a la cruz, pero Cristo le
enseña que el que se opone a la cruz se pone de lado de Satanás.
Satanás el orgulloso y soberbio odia la cruz porque Jesucristo,
humilde y obediente, lo venció en ella “humillándose a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz”, y así transformo la cruz
en victoria: “…por lo cual Dios le ensalzó y le dio un nombre que está
sobre todo nombre” (Flp 2, 8-9).
Algunas personas, para confundirnos, nos preguntan: ¿Adorarías tú el cuchillo con que mataron a tu padre?
¡Por supuesto que no!
1º. Porque mi padre no tiene poder para convertir un símbolo de
derrota en símbolo de victoria; pero Cristo sí tiene poder. ¿O tú no
crees en el poder de la sangre de Cristo? Si la tierra que pisó Jesús es
Tierra Santa, la cruz bañada con la sangre de Cristo, con más razón, es
Santa Cruz.
2º. No fue la cruz la que mató a Jesús sino nuestros pecados. “Él ha
sido herido por nuestras rebeldías y molido por nuestros pecados, el
castigo que nos devuelve la paz calló sobre Él y por sus llagas hemos
sido curados”. (Is 53, 5). ¿Cómo puede ser la cruz signo maldito, si nos
cura y nos devuelve la paz?
3º. La historia de Jesús no termina en la muerte. Cuando recordamos
la cruz de Cristo, nuestra fe y esperanza se centran en el resucitado.
Por eso para San Pablo la cruz era motivo de gloria (Gál 6, 14).
Nos enseña quiénes somos
La cruz, con sus dos maderos, nos enseña quiénes somos y cuál es
nuestra dignidad: el madero horizontal nos muestra el sentido de nuestro
caminar, al que Jesucristo se ha unido haciéndose igual a nosotros en
todo, excepto en el pecado. ¡Somos hermanos del Señor Jesús, hijos de un
mismo Padre en el Espíritu! El madero que soportó los brazos abiertos
del Señor nos enseña a amar a nuestros hermanos como a nosotros mismos. Y
el madero vertical nos enseña cuál es nuestro destino eterno. No
tenemos morada acá en la tierra, caminamos hacia la vida eterna. Todos
tenemos un mismo origen: la Trinidad que nos ha creado por amor. Y un
destino común: el cielo, la vida eterna. La cruz nos enseña cuál es
nuestra real identidad.
Nos recuerda el Amor Divino
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el
que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna”. (Jn 3, 16). Pero
¿cómo lo entregó? ¿No fue acaso en la cruz? La cruz es el recuerdo de
tanto amor del Padre hacia nosotros y del amor mayor de Cristo, quien
dio la vida por sus amigos (Jn 15, 13). El demonio odia la cruz, porque
nos recuerda el amor infinito de Jesús. Lee: Gálatas 2, 20.
Signo de nuestra reconciliación
La cruz es signo de reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con
los humanos y con todo el orden de la creación en medio de un mundo
marcado por la ruptura y la falta de comunión.
La señal del cristiano
Cristo, tiene muchos falsos seguidores que lo buscan sólo por sus
milagros. Pero Él no se deja engañar, (Jn 6, 64); por eso advirtió: “El
que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí” (Mt 7, 13).
Objeción: La Biblia dice: “Maldito el que cuelga del madero…”.
Respuesta: Los malditos que merecíamos la cruz por nuestros pecados
éramos nosotros, pero Cristo, el Bendito, al bañar con su sangre la
cruz, la convirtió en camino de salvación.
El ver la cruz con fe nos salva
Jesús dijo: “como Moisés levantó a la serpiente en el desierto, así
tiene que ser levantado (en la cruz) el Hijo del hombre, para que todo
el que crea en Él tenga vida eterna” (Jn 3, 14-15). Al ver la serpiente,
los heridos de veneno mortal quedaban curados. Al ver al crucificado,
el centurión pagano se hizo creyente; Juan, el apóstol que lo vio, se
convirtió en testigo. Lee: Juan 19, 35-37.
Fuerza de Dios
“Porque la predicación de la cruz es locura para los que se pierden…
pero es fuerza de Dios para los que se salvan” (1 Cor 1, 18), como el
centurión que reconoció el poder de Cristo crucificado. Él ve la cruz y
confiesa un trono; ve una corona de espinas y reconoce a un rey; ve a un
hombre clavado de pies y manos e invoca a un salvador. Por eso el Señor
resucitado no borró de su cuerpo las llagas de la cruz, sino las mostró
como señal de su victoria. Lee: Juan 20, 24-29.
Síntesis del Evangelio
San Pablo resumía el Evangelio como la predicación de la cruz (1 Cor
1,17-18). Por eso el Santo Padre y los grandes misioneros han predicado
el Evangelio con el crucifijo en la mano: “Así mientras los judíos piden
milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un
Cristo crucificado: escándalo para los judíos (porque para ellos era un
símbolo maldito) necedad para los gentiles (porque para ellos era señal
de fracaso), mas para los llamados un Cristo fuerza de Dios y sabiduría
de Dios” (1Cor 23-24).
Hoy hay muchos católicos que, como los discípulos de Emaús, se van de
la Iglesia porque creen que la cruz es derrota. A todos ellos Jesús les
sale al encuentro y les dice: ¿No era necesario que el Cristo padeciera
eso y entrara así en su gloria? Lee: Lucas 24, 25-26. La cruz es pues
el camino a la gloria, el camino a la luz. El que rechaza la cruz no
sigue a Jesús. Lee: Mateo 16, 24
Nuestra razón, dirá Juan Pablo II, nunca va a poder vaciar el
misterio de amor que la cruz representa, pero la cruz sí nos puede dar
la respuesta última que todos los seres humanos buscamos: «No es la
sabiduría de las palabras, sino la Palabra de la Sabiduría lo que San
Pablo pone como criterio de verdad, y a la vez, de salvación» (JP II,
Fides et ratio, 23).
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Examen forense al “cuerpo” de Jesús
El forense José Antonio Lorente ha analizado para el Magazine de El
Mundo, a raíz de la polémica desatada por la película de Mel Gibson La
Pasión, las agresiones recibidas durante las últimas ocho horas de la
vida de Cristo muestra que le causaron un sufrimiento indescriptible y
que tenían un propósito criminal.
Con el respeto y admiración que siempre me ha causado la figura de
Jesús, especialmente marcada por mi condición de católico creyente,
analizo desde una perspectiva estrictamente profesional y en base a
datos objetivos, cuál podría haber sido, a la luz de los conocimientos
de hoy, el resultado de la autopsia médico-forense de una persona que
hubiese muerto tras sufrir las lesiones infligidas a Jesús. Todos los
datos en los que me baso han sido obtenidos (por José Manuel Vidal,
corresponsal religioso de El Mundo) de las Sagradas Escrituras, por lo
que nada se deja a la improvisación ni a la imaginación de los autores.
La autopsia forense va encaminada a determinar la causa de la muerte y
las circunstancias de la misma, cuestiones a veces muy complejas de
establecer, como veremos a continuación tras una breve introducción
genérica a la autopsia médico-legal.
La causa de la muerte, en el contexto médico-legal, es de dos tipos,
ambos estrechamente relacionados entre sí: la causa inmediata y la causa
fundamental. La vida tiene un trípode vital (ya descrito por Bichat)
que hace que la misma exista por el funcionamiento coordinado de las
funciones cardiaca, respiratoria y nerviosa; el motivo por el cual cesa
al menos una de estas tres funciones y acaba la vida es la causa
inmediata de la muerte. Esta causa inmediata está a su vez basada en una
serie de alteraciones generales más graves y genéricas, que es la causa
fundamental. Así, por ejemplo, una persona que fallece por un infarto
de miocardio tiene como causa inmediata la isquemia cardiaca con
necrosis miocárdica, y como causa fundamental, por ejemplo, una grave
ateroesclerosis con reducción drástica de la luz o diámetro de una serie
de arterias coronarias. Estas causas se recogen siempre en los
certificados médicos de defunción y en las declaraciones o informes de
autopsia.
Las circunstancias de la muerte tratan de explicar básicamente si la
misma ha sido criminal (homicida), accidental o suicida, ya que este
tipo de conclusiones son básicas para la investigación judicial. Para
ello, el médico forense estudia minuciosamente el cadáver, primero la
parte exterior (examen externo), y posteriormente las cavidades y
órganos internos ubicados en el cráneo, en el tórax y en el abdomen.
Se usan cuantas técnicas complementarias o auxiliares sean necesarias
(histopatológicas, toxicológicas, genéticas, etcétera), ya que de estos
datos no sólo se puede deducir si la muerte es homicida o accidental,
sino que a veces se consiguen datos sobre los autores del crimen o de
ciertas lesiones (por ejemplo, recuperando semen del cuerpo de una
víctima que puede servir para identificar al autor) y en otras ocasiones
sirve hasta para identificar a un cadáver previamente no identificado
(por ejemplo, observando cicatrices o tatuajes).
He aquí, pues, la declaración de autopsia que podemos deducir con
rigor de las descripciones encontradas en las Sagradas Escrituras, con
mínimas licencias formales de estilo, nunca de contenido.
La autopsia. Sobre la mesa de autopsia se encuentra el cadáver de un
varón, de aproximadamente 30 a 35 años de edad, identificado por un
nutrido grupo de seguidores como Jesús de Nazaret, del que aseguran que
tiene 33 años, hijo de José y de María, crucificado tras ser condenado.
En el examen externo se aprecia un buen estado físico, pese a las
lesiones que ha sufrido. En la cabeza destacan múltiples pequeñas
heridas punzantes (pinchazos), incisas (cortes) e inciso-contusas
(cortes unidos a golpes o cortes producidos por instrumentos no
cortantes), de disposición en forma de coronal o de circunferencia, que
abarca la parte superior de la frente y se continúa hacia atrás por
ambos lados de la cabeza, afectando a los huesos parietales, temporal y
al occipital.
Las heridas son profundas, afectando a toda la galea capitis (cuero
cabelludo) y llegando hasta la tabla externa de los huesos mencionados.
Los pabellones auriculares se hallan igualmente perforados por la acción
de instrumentos punzantes (pinchos). A consecuencia de las profusas
hemorragias provocadas por las múltiples heridas, es de mencionar que
casi todo el cabello se encuentra, en toda su longitud, empapado en
sangre húmeda o con costras originadas al secarse. Todas las lesiones
sufridas son compatibles con las que produciría una corona de espinas
como la que se describe que llevó el finado.
En el tronco, tanto en su parte anterior (pecho) como en la posterior
(espalda) se aprecian múltiples lesiones, donde predominan las
contusiones en forma de equimosis, equimomas y hematomas (cardenales),
algunas de ellas de carácter longitudinal en forma figurada que
reproducen los objetos que las produjeron, muy probablemente por una o
varios flagrum (especie de látigo de correas o tiras). Por la violencia
de los golpes y/o por la reiteración de los mismos en ciertas zonas, se
han producido soluciones de continuidad, apareciendo heridas contusas
longitudinales, erosiones (arañazos superficiales) y excoriaciones
(arañazos profundos, donde aparece sangre).
En algunos puntos del cuerpo las heridas contusas son especialmente
profundas, produciendo un gran desgarramiento muscular y también
hemorragias profusas. Todas estas lesiones predominan sobre todo en la
parte posterior del tronco. Finalmente, en la zona costal derecha,
anterolateralmente, destaca una herida incisa profunda, con evidentes
signos de haber producido una abundante hemorragia.
En ambas extremidades superiores, casi a la altura de las manos, en
la zona carpiana, se aprecia una herida punzante transfixiante (que
atraviesa), con bordes contusos y signos de desgarramiento por haber
soportado gran peso, probablemente el del cuerpo. En las manos, en la
palma y en la eminencia tenar, se aprecian erosiones y excoriaciones,
compatibles con las producidas al apoyarse en el suelo tras una caída.
En las extremidades inferiores se aprecia, en ambos pies, una herida
punzante transfixiante de bordes contusos. Las rodillas aparecen con
erosiones y excoriaciones, probablemente por haberse caído y golpeado
sobre las mismas.
En el examen interno (podemos deducir) se apreciarían signos propios
de una hipoxia-anoxia, hemorragia masiva, shock hipovolémico, con
palidez de mucosas y de órganos internos como los pulmones, el hígado y
los riñones. Además se encuentra una cantidad muy limitada de sangre en
cavidades cardiacas y en los grandes vasos arteriovenosos. Existirían
signos de asfixia en cerebro y pulmones, todo ello compatible con una
agonía prolongada.
Es necesario ahora realizar una serie de razonamientos (llamados
consideraciones médico-legales) antes de concluir con las circunstancias
de la muerte.
Comenzamos constatando que no se han descrito lesiones mortales, o
sea, aquéllas que por afectar a un órgano o función vital, son causa
inmediata y fundamental de muerte. Todo ello nos lleva a considerar la
muerte de Jesús de Nazaret como el resultado de un largo proceso
agónico.
Desde las nueve de la noche del jueves 12 (al acabar la Última Cena y
ser detenido) hasta las tres de la tarde del viernes 13 en que murió,
transcurren un total de 18 horas. Desde el momento de su detención,
parece que no ingirió ningún tipo de alimento o líquido. Los castigos
(excepto el bastonazo propiciado por un criado de Caifás poco después de
su detención) comenzaron sobre las siete de la mañana del viernes, por
lo que hasta el momento de la muerte transcurren unas ocho horas. Las
otras lesiones proceden de la flagelación, y son múltiples latigazos en
el pecho y la espalda. Estas lesiones provocan hemorragias que en
principio no tienen por qué ser muy profusas al no ser profundas y por
tanto no afectar a grandes arterias y venas.
Sin embargo, al ser una extensión muy amplia del cuerpo (pecho y
espalda) la pérdida sanguínea se va acumulando y puede ser
significativa, pudiendo producir (a lo largo de las más de ocho horas de
castigo) la pérdida de uno o dos litros de sangre y plasma
(sinceramente no creemos que se pudiese perder más, ya que esas lesiones
en vasos de diámetro pequeño y mediano tienden a cerrarse per se).
Una hemorragia produce una pérdida del volumen de sangre (que se
denomina volemia), por lo que la pérdida de sangre se llama hipovolemia.
Una gran hipovolemia origina una crisis o shock en el funcionamiento
del organismo, que en este caso se llama shock hipovolémico.
Paralelamente, habida cuenta la gran cantidad de golpes que impactan
en los mismos lugares, se producen una serie de graves lesiones
similares a las de un aplastamiento o machacamiento, lo que se conoce en
medicina como síndrome de aplastamiento (crush syndrome) y que implica
la liberación de sustancias al interior de la sangre, entre ellas
mioglobina procedente de los músculos, que provoca alteraciones en los
procesos renales de filtración.
Tan masiva cantidad de golpes en el tórax es también causa de un gran
dolor, enorme e incalificable sufrimiento. Entre los mecanismos de
defensa que de modo automático o inconsciente utiliza el organismo está
el de reducir la movilidad al mínimo (cuando, por ejemplo, una persona
se hace daño en un dedo, lo primero que hace inmediatamente después es
cogerlo con la otra mano y no moverlo); la reducción de la movilidad en
el tórax se traduce en respiraciones superficiales que originan una
hipoxia (falta de oxigenación de la sangre por no respirar
adecuadamente), que se asocia a una hipercapnia (exceso de dióxido de
carbono por el mismo motivo) y a una serie de alteraciones del
equilibrio ácido-base.
A esto hay que unir que, por la postura existente en la cruz, donde
el cuerpo cuelga literalmente de las extremidades superiores a través de
una tensión que se transmite al tórax y a sus músculos, que ven
dificultada sus funciones, entre ellas la de facilitar los movimientos
respiratorios.
Las graves lesiones traumáticas en el tórax bien pudieron producir
una irritación de las membranas que rodean los pulmones (pleuras),
ocasionando una pleuritis con una acumulación de líquido llamado exudado
en el espacio interpleural. Esto puede explicar perfectamente por qué
salió “sangre y agua” al pinchar en el lado derecho de su costado:
sangre de las lesiones propias de las arterias y venas de la zona, y
“agua” que sería el exudado acumulado entre las pleuras (interpleural).
Las lesiones producidas por los clavos en ambas manos (zona carpiana)
y en los pies no deben estar en principio relacionadas con la causa de
la muerte, ya que no afectan órganos vitales y una posible infección
grave no se desarrolla en tan corto plazo de tiempo. La única posible
influencia –no descrita en las Sagradas Escrituras– es la producción de
una gran hemorragia porque se hubiesen afectado arterias o venas de gran
calibre, lo cual hubiese redundado en el posible shock hipovolémico
mencionado.
Las lesiones producidas por la corona de espinas en la cabeza no
están probablemente relacionadas con la causa de la muerte (no afectan
órganos vitales al no penetrar en el cerebro ni producen gran
hemorragia).
Una nota final para destacar que la posición en la cruz (ortostática,
de pie) hace difícil la llegada de oxígeno al cerebro, ya que la sangre
tiende a acumularse en las partes inferiores del organismo (por efecto
de la gravedad), sobre todo cuando el corazón funciona débilmente, por
lo que la oxigenación del órgano que más lo necesita (el cerebro o
sistema nervioso central) es deficiente.
Conociendo la lenta agonía y el mantenimiento de la conciencia casi
hasta el último instante, en base a todas las consideraciones
anteriormente expuestas, obtenemos las siguientes conclusiones
médico-legales como las más probables:
Causa inmediata de la muerte: hipoxia-anoxia (hipoxia es disminución
de la concentración de oxígeno en la sangre, y anoxia es la ausencia
total de oxígeno en la misma) cerebral consecuencia de hipovolemia
(disminución del volumen de sangre) post-hemorrágica, de insuficiencia
respiratoria mecánica (incapacidad para respirar adecuadamente por falta
de movilidad) por graves lesiones en músculos intercostales, y de
insuficiencia cardiaca.
Causa fundamental de la muerte: múltiples heridas inciso-contusas,
equimosis, erosiones, excoriaciones y hematomas en la parte anterior y
posterior del tronco.
Origen de la muerte: criminal.
El doctor José Antonio Lorente Acosta es especialista en
Medicina Legal y Forense y profesor titular de Medicina Legal de la
Universidad de Granada.
_______________________
Exposición dogmática
Tomado del Misal Diario de Dom Gaspar Lefevbre O.S.B.
Desclée de Brouwer y Cía. Brujas Bélgica 1953
La Iglesia, que desde el principio del Ciclo Pascual ha seguido a
Jesús en su ministerio apostólico contempla enlutada, en el Tiempo de
Pasión, los acontecimientos dolorosos en que abundó su último año
(Semana de Pasión), y la postrera semana (Semana Santa) de su vida
mortal.
La rabia de los émulos del Salvador, que acrece por días, a va a
estallar por fin; y el Viernes Santo nos recordará el más atroz de los
crímenes, y el drama sangriento del Gólgota, anunciado por los profetas y
por el mismo Jesús. Así que la liturgia, confrontando el Antiguo con el
Nuevo testamento, establece un curiosos paralelo entre las palabras de
San Pablo y de los Evangelistas referentes a la Pasión, y los clarísimos
vaticinios de Jeremías e Isaías, de David, de Jonás y de Daniel.
Al acercarse ya el trágico desenlace, los acentos de dolor en que la
Iglesia prorrumpe son cada vez más desgarradores, y pronto oiremos sus
lamentos por su Esposo que ha desaparecido. “El cielo de la Iglesia,
escribe “Dom Guéranger, se va poniendo más y más sombrío”. Como en los
días de la tormenta, vemos acumularse en el horizonte siniestros y
densos nubarrones. Va a caer el rayo de la divina Justicia, desgarrando a
Jesús que por amor a su Padre y a nosotros se hizo hombre. En virtud de
la misteriosa solidaridad que enlaza entre sí a los distintos miembros
de la familia humana, ese Dios hecho carne ha sustituido a sus hermanos
culpables. Para eso “se reviste de nuestras culpas como de un manto”, en
frase del Profeta, y “se hace pecado por nosotros” a fin de poder
llevarlo con su carne a la cruz, y destruirlo con su muerte. En el
huerto de Getsemaní, los pecados de todos los siglos y de todas las
almas se agolpan horribles y repugnantes en fangosas oleadas sobre el
alma purísima de Jesús, el cual se convierte en “¡receptáculo de todo el
barro humano, en sentina de la creación! (Mons.Gay. Ser. Juez. S.)
Su mismo Padre, violentando el amor entrañable que le tiene, debe
tratarle como a un ser maldito, porque escrito está: “Maldito todo aquel
que pende de un leño”. Y es que la obra de nuestra salvación reclamaba
que Jesús “fuera cosido al madero de la cruz, para que precisamente lo
que nos había dado la muerte nos devolviera la vida; y que el que por el
leño nos había vencido, por el leño lo fuese también a su vez por
Jesucristo Señor nuestro”.
Vemos pues, trabados en duelo desigual al Príncipe de la vida y a de
la muerte; pero “Cristo es quien triunfa, inmolándose”. Y, en efecto, el
Domingo de Ramos sale cual sale un valeroso conquistador, seguro de sí
mismo, aclamado y coronado con palmas y laureles”, “símbolos de la
victoria que iba a reportar”.
“Alégrate, hija de Jerusalén, porque mira que tu Dios viene a Ti”,
dice le profeta Zacarías, y la turba tiende sus vestidos por el suelo,
cual se estilaba al hacer la entrada triunfal de los reyes, gritando:
¡Bendito sea el que viene como rey en el nombre del señor!” Jesús entra
en su capital de Jerusalén y sube al trono precioso de su sangre
“vestido de regia púrpura”, y encima de él Judíos y Romanos escriben en
las tres lenguas entonces más usadas su glorioso título de “Jesús
Nazareno, rey de los Judíos, “El oráculo de David se cumplió: Dios
reinará por el leño”, que siendo hasta entonces padrón de ignominia, se
trueca en “estandarte del rey” y “nuestra única esperanza en el Tiempo
de Pasión”. Nos postramos ante la cruz, porque por el madero se devolvió
la alegría al universo mundo”. Para demostrar a las claras que la
iglesia considerará en adelante desde ese punto de vista a Jesús en la
cruz, los antiguos artistas cristianos ponían al Crucifijo corona
heráldica y real. La humillación de Cristo había sido, en efecto, para
su Padre una glorificación, para Satanás una derrota, para Jesús un
triunfo y para nosotros una expiación infinita. Y la Iglesia, que hará
resaltar en su liturgia pascual el aspecto vivificador de la muerte de
Jesús, procura que ya esté embebida de ese mismo pensamiento al liturgia
del Tiempo de Pasión; porque la muerte de Cristo, imagen de nuestra
muerte al pecado, y su resurrección, modelo de la resurrección nuestra a
la vida sobrenatural, son como las dos caras del misterio de la Pascua
de Jesús Crucificado y Pascua de Jesús resucitado.
Por eso también, en la noche Pascual los catecúmenos “eran sepultados
por el Bautismo con Jesús en su muerte, y resucitaban con Él a nueva
vida”.
Y efectivamente, al fin de la Cuaresma y en los días en que la
Iglesia celebra el recuerdo de la muerte y del triunfo de Jesús, exigían
los Concilios que se administrasen a los Catecúmenos los sacramentos
del Bautismo y Eucaristía, y que se les reconciliase por medio de la
absolución sacramental a los públicos penitentes. De este modo, el
Tiempo de pasión y de Pascua, a la vez que señalaba para todos los
cristianos el aniversario de la recepción de tan grandes beneficios, les
recordaba cómo la Pasión y la Resurrección de Cristo son la causa
eficiente y ejemplar de la suya, y les permitía asociarse a ellas cada
año de un modo más cabal, más íntimo. Estas fiestas no eran un mero
recuerdo histórico, referente a la sola persona de Jesús, sino una
realidad viviente para todo su místico cuerpo: El luto del Gólgota,
cundía por el mundo entero, e que la Iglesia, con Cristo su Cabeza,
ganaba todos los años una nueva victoria sobre Satanás. Este mismo
pensamiento consumaba la iniciación de los catecúmenos y excitaba de un
modo más apremiante al arrepentimiento a los penitentes públicos, que
cifraban sus esperanzas en “la inmolación del Cordero”, cuanto más
próximos a ella se veían. El Tiempo de Pasión, por s conexión con el
Tiempo Pascual quiere traernos el recuerdo del Bautismo en que nuestra
alma fue lavada con la sangre de Jesús, y de nuestra primera Comunión,
en que vino a beber de ella; y por la Confesión y Comunión Pascuales,
vestigios de la disciplina penitencial y bautismal de antaño, este
Tiempo nos hace morir y resucitar más y más con Cristo.
Transcrito por José Gálvez Krüger para ACI Prensa
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Exposición histórica
Tomado del Misal Diario de Dom Gaspar Lefevbre O.S.B.
Desclée de Brouwer y Cía. Brujas Bélgica 1953
El tiempo de Pasión se refiere especialmente al tercer año del
ministerio de Jesús y a los últimos sucesos de su vida mortal. Segundo
año: después de curado el hijo de la viuda de Naím, Persona Jesús a
María Magdalena, la pecadora que no temió postrarse a los pies de Jesús,
sentado a la mesa en casa de Simón el Fariseo. Tercer año: después de
la Transfiguración Jesús se fue a Cafarnaum, y de allí volvió en seguida
a Jerusalén, para la fiesta de los Tabernáculos, la Escenopegia.
Entonces declaró ser Él mismo “a fuente de aguas vivas” que refrigera
las almas y predijo su próxima muerte. El día siguiente a esas fiestas
dio a los judíos pruebas palmarias de su divinidad; pero ellos
intentaron apedrearle. De nuevo en Galilea, regresó Jesús otra vez a
Jerusalén en invierno, con ánimo de celebrar allí la Dedicación del
templo. Los Judíos quisieron también apedrearle, diciendo que era un
blasfemo, pues que pretendía ser uno con el Padre celestial.
Habiendo salido Jesús para Perea fue llamado a Betania donde resucitó
a Lázaro; prodigio que le mereció la universal celebridad entre los
judíos, hasta que, no pudiendo sus émulos retener más su envidia,
resolviéronse definitivamente a darle muerte; y entonces fue cuando
Jesús se refugió en Efrén. Seis días antes de la Pascua volvió a Betania
donde María Magdalena derramó aceite perfumado sobre sus pies para
embalsamarle.
La gran Semana. El día siguiente entró triunfalmente Jesús en
Jerusalén, saliendo de la ciudad por la tarde para volver a ella el día
siguiente, que es el Lunes santo, en que tuvo en el Templo una
entrevista con los Gentiles. El Martes Santo salió al atardecer al monte
de los Olivos, y entonces predijo a los apóstoles su Pasión ya próxima;
mas no volvió a Jerusalén hasta el Jueves por la tarde, para celebrar
la Cena. Finalmente, fue crucificado el Viernes fuera de las puertas de
la ciudad, sobre el cerro llamado Gólgota y el mismo día fue sepultado,
resucitando glorioso al amanecer del Domingo siguiente.
Transcrito por José Gálvez Krüger para ACI Prensa
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Exposición litúrgica
Tomado del Misal Diario de Dom Gaspar Lefevbre O.S.B.
Desclée de Brouwer y Cía. Brujas Bélgica 1953
El Tiempo de Septuagésima, el de Cuaresma y el de Pasión son
respectivamente un preparación remota próxima e inmediata para las
solemnidades pascuales. Los festejos y ceremonias de la última semana,
llamada Semana Mayor o Semana Santa, tuvieron su origen en la Iglesia de
Jerusalén. Los cristianos seguían con el Evangelio en mano los pasos
todos del Salvador, recogiendo piadosamente en el sitio mismo los
recuerdos de sucesos tan solemnes. La iglesia adoptó luego esa liturgia
local en sus comienzos, y aun dispuso sus iglesias de manera que
pudiesen celebrarse los Oficios de Semana Santa lo mismo que en
Jerusalén.
Durante esos 15 días, y para asociar a sus hijos a su dolor la
iglesia suprime el Salmo Judica me y algunos Gloria Patri; porque no
figuraban en l antigua liturgia en esos días, y sobre todo en el último
Triduo de Semana Santa, ha quedado casi enteramente con su forma
arcaica.
Se cubren también con oscuros velos las imágenes de los santos. El
culto a los Santos debe eclipsarse estos días ante la obra magna de la
Redención; pero si se advierte también que el crucifijo está tapado,
luego se verá en este uso un vestigio de la cortina que antes se colgaba
durante toda la Cuaresma, entre el santuario y la nave. Y, en efecto,
antiguamente los Penitentes públicos expulsados de la Iglesia, no podían
volver a entrar en ella hasta el Jueves santo. Suprimida esta
ceremonia, todos los fieles, y sin pronunciar sobre ellos la pena de
exclusión, se ocultaba a sus miradas el santuario y todo cuanto en
derredor de él había, como indicando que no merecían participar en el
culto eucarístico por la Comunión pascual, sino después de haber hecho
dignos frutos de penitencia. En el desnudar de los altares y el callar
de las campanas durante los tres días santos, quiere la Iglesia
significar s tristeza al recordar la muerte de su divino Esposo.
(
https://www.aciprensa.com/recursos/exposicion-liturgica-2022)