19 mayo, 2018

San Celestino V, Papa

 
 
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     ¡Oh!, San Celestino V, vos, sois, el hijo del Dios de la vida,
y su amado santo, que habiendo a vuestro cargo de Papa,
renunciado, fuisteis vos, quien dijo a vuestra madre: “Mamá,
yo te daré la alegría de consagrarme a Dios”. Y, así, vuestra
vida, en medio del retiro y la soledad para meditar y rezar
os acompañó siempre. Amabais mucho el silencio y la vida
mundana os molestaba, y, en una celda estrecha, en la que
cabíais de pie o acostado, pasasteis tres años en la soledad.
Fuisteis ordenado de sacerdote, pero sentíais mucho temor a
celebrar la Santa Misa, porque os creíais muy indigno.
Consultasteis entonces a un anciano ermitaño el cual os
respondió: “¿Y quién es digno de celebrar la Misa? Celebre
cada día, pero celebre con temor y temblor, o sea con inmenso
respeto al santo sacrificio”. Al oír esta respuesta, se os
fueron vuestros temores y pesares. Y, así, muchos hombres,
con el deseo hacer penitencia y santidad os acompañaron
muy cerca de donde morabais, para recibir de vos, vuestras
instrucciones. Así, con el tiempo, llegasteis a tener catorce
conventos. Vuestra fama de santidad y de los milagros
que obteníais por medio de vuestras oraciones, os hicieron
famoso en todos los alrededores. Más tarde, vos, mismo
reconocisteis que había sido un error el aceptar el cargo
de Papa, y os propusisteis a renunciar y publicasteis
un decreto, declarando que el Sumo Pontífice sí puede
renunciar. Y, sólo así, así, os despojasteis de vuestros
ornamentos pontificios y os vestisteis de simple monje,
marchando a la soledad que tanto amabais a seguir orando.
Fuisteis cinco meses Sumo Pontífice. Pero, sucedió
que vuestro sucesor, el Papa Bonifacio Octavo, al sentir
que se formaba en Roma un gran partido en su contra y
otro a favor de vos, mandó que volvieseis otra vez a
la ciudad, para apaciguar los ánimos de los exaltados.
Y, vos, salisteis huyendo, pero, os apresaron y os
llevaron a un castillo donde os encerraron como prisionero.
Por dos años estuvisteis allí dedicado a rezar y meditar.
Y, decías: “Lo que yo siempre deseaba era tener una celda
llena de silencio y de apartamiento de todo para poder
dedicarme a la oración y a la meditación. Y esa celda,
me la han dado aquí. ¿Qué más puedo pedir?”. Y, claro,
un día cualquiera voló vuestra alma al cielo, para coronada
ser con corona de luz como premio a vuestra entrega de amor;
¡oh!, San Celestino, “Viva Misa con temor y temblor de Dios”.

 
© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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19 de Mayo
San Celestino V
Pontífice renunciante
Año 1296


San Celestino V: recuérdanos a nosotros que vamos a encontrarmayor paz y tranquilidad dedicándonos a orar y meditar en silencio, que gastando nuestro tiempo en demasiadas actividades materiales.

Este santo se hizo famoso porque ha sido el único Papa que ha renunciado a su cargo. Nació en 1215 en los Abruzos, Italia, Él mismo en su autobiografía narra cómo eran sus padres. Dice así: “Mis padres eran muy santos a los ojos de Dios y muy estimados por los vecinos a causa de su excelente comportamiento. Daban muchas limosnas y recibían siempre muy bien a los pobres que llegaban a pedir ayudas. Tuvieron doce hijos, como el Patriarca Jacob, y siempre pedían al Señor que alguno de sus descendientes lograra llegar al sacerdocio”. Pedro fue el último de los 12 hijos, y el que llegó a ser sacerdote.

Su madre se entristecía porque ninguno de sus hijos mayores mostraba inclinación hacia el sacerdocio o hacia la vida religiosa pero el niño menor le decía: “Mamá, yo te daré la alegría de consagrarme a Dios”. Viendo la mamá que Pedro tenía una gran inteligencia y muy buenas cualidades para el estudio, se propuso hacerlo estudiar, aunque toda la familia se oponía a ello, y aunque tuvo que hacer muchos sacrificios para lograr costearle sus estudios. Él dice en su autobiografía que el primer libro que logró leer de corrido fue el de Los Salmos, y este fue para toda su vida el libro preferido para leer y meditar cada día y todos los días.

Pedro, que luego se llamó Celestino (nombre que significa: “inclinado hacia lo que es del cielo”) era estudiante “diferente” a los demás. Sus recreos preferidos consistían en retirarse a la soledad a meditar y rezar. Amaba mucho el silencio y le fastidiaban las fiestas mundanas donde hay trago y bailes y pecado. Al final, cuando ya tenía 20 años supo que en una montaña había un ermitaño dedicado a la oración, y se fue hacia allá a que este santo religioso le enseñara el arte de orar y de meditar.

Se construyó una celda tan estrecha que apenas cabía de pie o acostado. Y allí se estuvo tres años en la más estricta soledad. Al principio todo eran consolaciones y alegrías espirituales, pero luego empezaron a llegarle terribles tentaciones que no lo dejaban en paz ni de día ni de noche. Era el ataque de los enemigos del alma para hacerle desistir de su vocación a la santidad. Afortunadamente a base de oración y de mortificación y de consultar de vez en cuando a su director espiritual, logró vencer.

Fue ordenado de sacerdote, pero sentía mucho temor a celebrar la Santa Misa porque se creía indigno. Consultó entonces a un anciano ermitaño el cual le respondió: “¿Y quién es digno de celebrar la misa? Celebre cada día, pero celebre con temor y temblor, o sea con inmenso respeto al santo sacrificio”. Al oír esta respuesta se le fueron sus temores.

Muchos hombres, deseosos de hacer penitencia y de conseguir la santidad se fueron a vivir allí cerca de donde moraba Celestino, para recibir de él sus instrucciones, y así llegó a tener 14 conventos bajo su dirección. Su fama de santidad y los milagros que obtenía por medio de sus oraciones lo hicieron famoso en todos los alrededores.

Había muerto el Papa Nicolás IV y los cardenales electores se habían dividido en dos partidos contrarios y ya llevaban dos años sin poder elegir al nuevo Sumo Pontífice. Al fin se les ocurrió una idea: elegir como Papa a un santo monje. Y eligieron a Celestino. Y un día, cuando él menos lo imaginaba, llegaron al monte donde habitaba, varios prelados a comunicarle tan grande noticia. Su susto fue espantoso y se echó a llorar. Pero las gentes lo aclamaban como el mejor para ese cargo.

Celestino tenía 80 años. A su coronación como Pontífice asistieron más de 200,000 personas. La veneración hacia él era tan grande que tenía que pasar días enteros en la ventana impartiendo bendiciones a las multitudes que llegaban a visitarlo. La entrada solemne la hizo cabalgando en un burrito, cuyas riendas eran llevadas por dos reyes Carlos de Anjou y Carlos de Hungría. Era el año 1294.

Pero pronto se dio cuanta Celestino de qué el no estaba preparado para tan difícil cargo ni tenía cualidades para ello. No conocía las leyes y cánones que rigen a la Iglesia en el Vaticano. No sabía hablar bien el latín en el cual se redactan los documentos pontificios. No tenía la suficiente pericia para no dejarse engañar, y así como era tan sin malicia y tan generoso, muchos aprovechaban de que concedía cuanto se le pedía, y llegó el caso de que nombró hasta tres personas distintas para un mismo cargo.

Y para acabar de completar, como su inclinación era a la oración, a la meditación y al silencio, mandó que le construyeran una celda de monje en el Palacio Pontificio, y allí se dedicaba por horas y horas a la oración y a la meditación, y mientras tanto no había quien despachara los asuntos en las oficinas del Pontífice.

Y él mismo reconoció que había sido un error el aceptar el cargo de Papa y se propuso renunciar. Es el primer caso que ha sucedido en la historia de la Iglesia, de que un Papa renuncie a su cargo. Primero publicó un decreto declarando que el Sumo Pontífice sí puede renunciar a su alto cargo. Luego reunió a todos los cardenales y les leyó su renuncia al Pontificado y les pidió que nombraran a su sucesor. Y allí mismo se despojó de todos sus ornamentos pontificios y se vistió de simple moje, y se propuso irse otra vez a la soledad a hacer oración. Era el 13 de diciembre de 1294. Apenas había sido Pontífice durante cinco meses.

Pero sucedió que su sucesor, el Papa Bonifacio Octavo, al sentir que se formaba en Roma un gran partido en su contra y a favor de Celestino, mandó que volviera otra vez a la ciudad, para apaciguar los ánimos. El santo, que no quería saber ya nada más de esos asuntos materiales salió huyendo, pero fue puesto preso y llevado a un castillo donde lo encerraron como prisionero. Por dos años estuvo allí dedicado a rezar y meditar. Cuando algunos se quejaban de que lo tuvieran encerrado decía: “Lo que yo siempre deseaba era tener una celda llena de silencio y de apartamiento de todo para poder dedicarme a la oración y a la meditación. Y esa celda me la han dado aquí. ¿Qué más puedo pedir?”. Murió santamente en mayo de 1206 y fue declarado santo en 1313.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Celestino_V.htm)