¡Oh!; San Juan de Dios, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
su amado santo y fundador de la “Comunidad de los Hermanos
Hospitalarios”, que lleva vuestro nombre. Pastor y luego
soldado allí, os hicisteis fuerte y resistente para el sufrir. La
divina providencia, siempre de vuestro lado estuvo, tanto que,
Nuestra Señora, os salvó de ahorcado ser. Después de la milicia,
vendedor os hicisteis de estampas y religiosos libros. Y, el buen
Jesús, que nunca os dejó, bajo la apariencia de “niño pobre” os
dijo: “Granada será tu cruz”. Y, así fue. “¡Misericordia Señor,
que soy un pecador!”, gritasteis por las calles, a Dios pidiendo
perdón y os confesasteis con San Juan de Ávila y os propusisteis
penitencia especial hacer: fingiros el “loco” para que la gente
os humillara y os hiciera sufrir. Y, la gente, “loco” os creyó,
tanto que, os lanzaban piedras y os daban de golpes y hasta que,
llevado fuisteis al manicomio, y, en él, azotado, para “calmaros”.
Pero, a vos, no os atormentaban ni disgustaban los azotes que os
daban, sino que, feliz a Dios, los ofrecíais. Durante vuestra
estancia, a los pobres y enfermos visteis y, cómo en él, tratados
eran, y, por ello, fundar decidisteis un hospital donde “sólo amor se
diese y sólo amor, como medicina”. Allí, lego en medicina
como erais, erais más, cuando a curar el alma enseñabais y después,
el cuerpo. “Loco de amor”, toda vuestra santa vida la gastasteis
en ayudar a los enfermos miserables por amor a Cristo Jesús.
De enfermero, cocinero, barrendero, mandadero, padre y amigo
hicisteis. Por la noche, limosnas pedíais para vuestros
pobres, diciendo: “¡Haced el bien hermanos, para vuestro bien!”.
Y, luego, cerca de la medianoche hacíais el aseo del hospital, y,
a la madrugada os echabais a dormir un poco debajo de una escalera.
Dios, os daba muestras de que con vos, estaba, salvándoos siempre
de varios peligros. Un día os recogió una rica señora, para
curaros y exclamasteis: “Oh, estas comodidades son demasiado lujo
para mí que soy tan miserable pecador”. Y, más tarde, sintiendo
que os llegaba la muerte, os arrodillasteis en el suelo y
exclamasteis: “¡Jesús, Jesús, en tus manos me encomiendo!”. Y, así,
voló, vuestra alma al cielo, para coronada ser, con corona de luz,
como justo premio a vuestra entrega increíble de amor. Santo
Patrono de los que trabajan en los hospitales y de los que
propagan la fe con religiosos libros en todo el orbe de la tierra;
¡oh!; San Juan de Dios; “viva locura de amor por Cristo Jesús”.
su amado santo y fundador de la “Comunidad de los Hermanos
Hospitalarios”, que lleva vuestro nombre. Pastor y luego
soldado allí, os hicisteis fuerte y resistente para el sufrir. La
divina providencia, siempre de vuestro lado estuvo, tanto que,
Nuestra Señora, os salvó de ahorcado ser. Después de la milicia,
vendedor os hicisteis de estampas y religiosos libros. Y, el buen
Jesús, que nunca os dejó, bajo la apariencia de “niño pobre” os
dijo: “Granada será tu cruz”. Y, así fue. “¡Misericordia Señor,
que soy un pecador!”, gritasteis por las calles, a Dios pidiendo
perdón y os confesasteis con San Juan de Ávila y os propusisteis
penitencia especial hacer: fingiros el “loco” para que la gente
os humillara y os hiciera sufrir. Y, la gente, “loco” os creyó,
tanto que, os lanzaban piedras y os daban de golpes y hasta que,
llevado fuisteis al manicomio, y, en él, azotado, para “calmaros”.
Pero, a vos, no os atormentaban ni disgustaban los azotes que os
daban, sino que, feliz a Dios, los ofrecíais. Durante vuestra
estancia, a los pobres y enfermos visteis y, cómo en él, tratados
eran, y, por ello, fundar decidisteis un hospital donde “sólo amor se
diese y sólo amor, como medicina”. Allí, lego en medicina
como erais, erais más, cuando a curar el alma enseñabais y después,
el cuerpo. “Loco de amor”, toda vuestra santa vida la gastasteis
en ayudar a los enfermos miserables por amor a Cristo Jesús.
De enfermero, cocinero, barrendero, mandadero, padre y amigo
hicisteis. Por la noche, limosnas pedíais para vuestros
pobres, diciendo: “¡Haced el bien hermanos, para vuestro bien!”.
Y, luego, cerca de la medianoche hacíais el aseo del hospital, y,
a la madrugada os echabais a dormir un poco debajo de una escalera.
Dios, os daba muestras de que con vos, estaba, salvándoos siempre
de varios peligros. Un día os recogió una rica señora, para
curaros y exclamasteis: “Oh, estas comodidades son demasiado lujo
para mí que soy tan miserable pecador”. Y, más tarde, sintiendo
que os llegaba la muerte, os arrodillasteis en el suelo y
exclamasteis: “¡Jesús, Jesús, en tus manos me encomiendo!”. Y, así,
voló, vuestra alma al cielo, para coronada ser, con corona de luz,
como justo premio a vuestra entrega increíble de amor. Santo
Patrono de los que trabajan en los hospitales y de los que
propagan la fe con religiosos libros en todo el orbe de la tierra;
¡oh!; San Juan de Dios; “viva locura de amor por Cristo Jesús”.
© 2019 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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8 de Marzo
San Juan de Dios
Fundador de la Comunidad
de Hermanos Hospitalarios
de San Juan de Dios
Año 1550
Nació y murió un 8 de marzo. Nace en Portugal en 1495 y muere en Granada, España, en 1550 a los 55 años de edad.
De familia pobre pero muy piadosa. Su madre murió cuando él era todavía joven. Su padre murió como religioso en un convento.
En su juventud fue pastor, muy apreciado por el dueño de la finca
donde trabajaba. Le propusieron que se casara con la hija del patrón y
así quedaría como heredero de aquellas posesiones, pero él dispuso
permanecer libre de compromisos económicos y caseros pues deseaba
dedicarse a labores más espirituales.
Estuvo de soldado bajo las órdenes del genio de la guerra, Carlos V
en batallas muy famosas. La vida militar lo hizo fuerte, resistente y
sufrido.
La Santísima Virgen lo salvó de ser ahorcado, pues una vez lo
pusieron en la guerra a cuidar un gran depósito y por no haber estado lo
suficientemente alerta, los enemigos se llevaron todo. Su coronel
dispuso mandarlo ahorcar, pero Juan se encomendó con toda fe a la Madre
de Dios y logró que le perdonaran la vida. Y dejó la milicia, porque
para eso no era muy adaptado.
Salido del ejército, quiso hacer un poco de apostolado y se dedicó a
hacer de vendedor ambulante de estampas y libros religiosos.
Cuando iba llegando a la ciudad de Granada vio a un niñito muy pobre y
muy necesitado y se ofreció bondadosamente a ayudarlo. Aquel
“pobrecito” era la representación de Jesús Niño, el cual le dijo:
“Granada será tu cruz”, y desapareció.
Estando Juan en Granada de vendedor ambulante de libros religiosos,
de pronto llegó a predicar una misión el famoso Padre San Luis de Avila.
Juan asistió a uno de sus elocuentes sermones, y en pleno sermón,
cuando el predicador hablaba contra la vida de pecado, nuestro hombre se
arrodillo y empezó a gritar: “Misericordia Señor, que soy un pecador”, y
salió gritando por las calles, pidiendo perdón a Dios. Tenía unos 40
años.
Se confesó con San Juan de Avila y se propuso una penitencia muy
especial: hacerse el loco para que la gente lo humillara y lo hiciera
sufrir muchísimo.
Repartió entre los pobres todo lo que tenía en su pequeña librería,
empezó a deambular por las calles de la ciudad pidiendo misericordia a
Dios por todos su pecados.
La gente lo creyó loco y empezaron a atacarlo a pedradas y golpes.
Al fin lo llevaron al manicomio y los encargados le dieron fuertes
palizas, pues ese era el medio que tenían en aquel tiempo para calmar a
los locos: azotarlos fuertemente. Pero ellos notaban que Juan no se
disgustaba por los azotes que le daban, sino que lo ofrecía todo a Dios.
Pero al mismo tiempo corregía a los guardias y les llamaba la atención
por el modo tan brutal que tenían de tratar a los pobres enfermos.
Aquella estadía de Juan en ese manicomio, que era un verdadero
infierno, fue verdaderamente providencial, porque se dio cuenta del gran
error que es pretender curar las enfermedades mentales con métodos de
tortura. Y cuando quede libre fundará un hospital, y allí, aunque él
sabe poco de medicina, demostrará que él es mucho mejor que los médicos,
sobre todo en lo relativo a las enfermedades mentales, y enseñará con
su ejemplo que a ciertos enfermos hay que curarles primero el alma si se
quiere obtener después la curación de su cuerpo.
Sus religiosos atienden enfermos mentales en todos los continentes y
con grandes y maravillosos resultados, empleando siempre los métodos de
la bondad y de la comprensión, en vez del rigor de la tortura.
Cuando San Juan de Avila volvió a la ciudad y supo que a su
convertido lo tenían en un manicomio, fue y logró sacarlo y le aconsejó
que ya no hiciera más la penitencia de hacerse el loco para ser
martirizado por las gentes. Ahora se dedicará a una verdadera “locura de
amor”: gastar toda su vida y sus energías a ayudar a los enfermos más
miserables por amor a Cristo Jesús, a quien ellos representan.
Juan alquila una casa vieja y allí empieza a recibir a cualquier
enfermo, mendigo, loco, anciano, huérfano y desamparado que le pida su
ayuda. Durante todo el día atiende a cada uno con el más exquisito
cariño, haciendo de enfermero, cocinero, barrendero, mandadero, padre,
amigo y hermano de todos. Por la noche se va por la calle pidiendo
limosnas para sus pobres.
Pronto se hizo popular en toda Granada el grito de Juan en las noches
por las calles. El iba con unos morrales y unas ollas gritando: ¡Haced
el bien hermanos, para vuestro bien! Las gentes salían a la puerta de
sus casas y le regalaban cuanto les había sobrado de la comida del día.
Al volver cerca de medianoche se dedicaba a hacer aseo en el hospital, y
a la madrugada se echaba a dormir un rato debajo de una escalera. Un
verdadero héroe de la caridad.
El señor obispo, admirado por la gran obra de caridad que Juan estaba
haciendo, le añadió dos palabras a su nombre de pila, y empezó a
llamarlo “Juan de Dios”, y así lo llamó toda la gente en adelante.
Luego, como este hombre cambiaba frecuentemente su vestido bueno por los
harapos de los pobres que encontraba en las calles, el prelado le dio
una túnica negra como uniforme; así se vistió hasta su muerte, y así han
vestido sus religiosos por varios siglos.
Un día su hospital se incendió y Juan de Dios entró varias veces por
entre las llamas a sacar a los enfermos y aunque pasaba por en medio de
enormes llamaradas no sufría quemaduras, y logró salvarle la vida a
todos aquellos pobres.
Otro día el río bajaba enormemente crecido y arrastraba muchos
troncos y palos. Juan necesitaba abundante leña para el invierno, porque
en Granada hace mucho frío y a los ancianos les gustaba calentarse
alrededor de la hoguera. Entonces se fue al río a sacar troncos, pero
uno de sus compañeros, muy joven, se adentró imprudentemente entre las
violentas aguas y se lo llevó la corriente. El santo se lanzó al agua a
tratar de salvarle la vida, y como el río bajaba supremamente frío, esto
le hizo daño para su enfermedad de artritis y empezó a sufrir
espantosos dolores.
Después de tantísimos trabajos, ayunos y trasnochadas por hacer el
bien , y resfriados por ayudar a sus enfermos, la salud de Juan de Dios
se debilitó totalmente. El hacía todo lo posible porque nadie se diera
cuenta de los espantosos dolores que lo atormentaban día y noche, pero
al fin ya no fue capaz de simular más. Sobre todo la artritis le tenía
sus piernas retorcidas y le causaba dolores indecibles. Entonces una
venerable señora de la ciudad obtuvo del señor obispo autorización para
llevarlo a su casa y cuidarlo un poco.
El santo se fue ante el Santísimo Sacramento del altar y por largo
tiempo rezó con todo el fervor antes de despedirse de su amado hospital.
Le confió la dirección de su obra a Antonio Martín, un hombre a quien
él había convertido y había logrado que se hiciera religioso, y
colaborador suyo, junto con otro hombre a quien Antonio odiaba; y
después de amigarlos, logró el santo que le ayudaran en su obra en favor
de los pobres, como dos buenos amigos.
Al llegar al la casa de la rica señora, exclamó Juan: “Oh, estas
comodidades son demasiado lujo para mí que soy tan miserable pecador”.
Allí trataron de curarlo de su dolorosa enfermedad, pero ya era
demasiado tarde.
El 8 de marzo de 1550, sintiendo que le llegaba la muerte, se
arrodilló en el suelo y exclamó: “Jesús, Jesús, en tus manos me
encomiendo”, y quedó muerto, así de rodillas.
Había trabajado incansablemente durante diez años dirigiendo su
hospital de pobres, con tantos problemas económicos que a veces ni se
atrevía a salir a la calle a causa de las muchísimas deudas que tenía; y
con tanta humildad, que siendo el más grande santo de la ciudad se
creía el más indigno pecador. El que había sido apedreado como loco, fue
acompañado al cementerio por el obispo, las autoridades y todo el
pueblo, como un santo.
Después de muerto obtuvo de Dios muchos milagros en favor de sus
devotos y el Papa lo declaró santo en 1690. Es Patrono de los que
trabajan en hospitales y de los que propagan libros religiosos.
San Juan de Dios: alcánzanos de Dios un gran amor hacia los enfermos y los pobres.
NOTA: Los religiosos Hospitalarios de San Juan de Dios son 1,500 y
tienen 216 casas en el mundo para el servicio de los enfermos. Los
primeros beatos de Colombia pertenecieron a esta santa Comunidad.
Todo lo que hicisteis con cada uno de estos mis hermanos enfermos, conmigo lo hicisteis (Jesucristo Mt. 25,40).
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Juan_de_Dios.htm)