¡Oh!, San Benito, vos, sois el hijo del Dios de la Vida,
y su amado santo, que, honor disteis al significado de vuestro
nombre: “Bendecido”. Sois, “base y roca” de las órdenes
religiosas en las que se inspiraron las demás. Con San
Mauro, San Plácido, y otros amados discípulos fundasteis
los “Benedictinos” en el Monte Casino. Y, vuestros milagros
surgieron incontables y, entre ellos: “El muchacho que
no sabía nadar”, “El edificio que se cae”, “La piedra que
no se movía”, “El disfrazado” y “Los panes que se multiplican”,
prueba son de lo taumaturgo que erais, porque Dios, era
quien jamás os abandonó. Decías en vuestra “Regla Santa”,
que la virtud que un religioso necesita es “la humildad”;
y que, la casa de Dios es para “rezar” y no para “charlar”;
que, todo superior debe esforzarse por amable ser, como
un bondadoso padre; que, el ecónomo no debe jamás humillar
a nadie; que, como único lema debe tener y tiene: “Trabajar
y rezar”; que, cada uno debe esforzarse por ser exquisito
y agradable en su trato; que, cada comunidad debe ser como
una buena familia donde todos se aman; que, en lo posible
cada ser evite, todo lo que sea rústico y vulgar, porque
“portarse con nobleza es una gran virtud”, tal como lo decía
san Ambrosio, y, que sobre todo “hay que tener un deseo
inmenso de ir al cielo”. Un Jueves Santo, sentisteis morir
y os, apoyasteis en los brazos de dos de vuestros discípulos,
y elevando vuestros ojos hacia el cielo cumplisteis una vez
más lo que tanto recomendabais a los que os escuchaban:
“Hay que tener un deseo inmenso de ir al cielo”, y entonces,
lanzando un suspiro como de quien obtiene aquello que tanto
había anhelado, quedasteis muerto. Otros, dos monjes,
lejos de allí, vieron una luz brillante que subía hacia los cielos
y dijeron: “Seguramente es nuestro Padre Benito, que ha volado
a la eternidad”. ¡Y, sí!, era el momento preciso en que vuestra
alma, al cielo volaba, para recibir justo premio y, coronada
ser, con corona de luz, por vuestra increíble entrega de amor y fe.
Vuestro hoy, compañero, San Juan Pablo Segundo, en vida, os
reconoció como “Patrono Santo de todas las Europas y guía”;
y además el “Primer Fundador de Religiosos” ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡oh!, San Benito, “vivo trabajo y oración, por el Dios de la Vida”.
© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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y su amado santo, que, honor disteis al significado de vuestro
nombre: “Bendecido”. Sois, “base y roca” de las órdenes
religiosas en las que se inspiraron las demás. Con San
Mauro, San Plácido, y otros amados discípulos fundasteis
los “Benedictinos” en el Monte Casino. Y, vuestros milagros
surgieron incontables y, entre ellos: “El muchacho que
no sabía nadar”, “El edificio que se cae”, “La piedra que
no se movía”, “El disfrazado” y “Los panes que se multiplican”,
prueba son de lo taumaturgo que erais, porque Dios, era
quien jamás os abandonó. Decías en vuestra “Regla Santa”,
que la virtud que un religioso necesita es “la humildad”;
y que, la casa de Dios es para “rezar” y no para “charlar”;
que, todo superior debe esforzarse por amable ser, como
un bondadoso padre; que, el ecónomo no debe jamás humillar
a nadie; que, como único lema debe tener y tiene: “Trabajar
y rezar”; que, cada uno debe esforzarse por ser exquisito
y agradable en su trato; que, cada comunidad debe ser como
una buena familia donde todos se aman; que, en lo posible
cada ser evite, todo lo que sea rústico y vulgar, porque
“portarse con nobleza es una gran virtud”, tal como lo decía
san Ambrosio, y, que sobre todo “hay que tener un deseo
inmenso de ir al cielo”. Un Jueves Santo, sentisteis morir
y os, apoyasteis en los brazos de dos de vuestros discípulos,
y elevando vuestros ojos hacia el cielo cumplisteis una vez
más lo que tanto recomendabais a los que os escuchaban:
“Hay que tener un deseo inmenso de ir al cielo”, y entonces,
lanzando un suspiro como de quien obtiene aquello que tanto
había anhelado, quedasteis muerto. Otros, dos monjes,
lejos de allí, vieron una luz brillante que subía hacia los cielos
y dijeron: “Seguramente es nuestro Padre Benito, que ha volado
a la eternidad”. ¡Y, sí!, era el momento preciso en que vuestra
alma, al cielo volaba, para recibir justo premio y, coronada
ser, con corona de luz, por vuestra increíble entrega de amor y fe.
Vuestro hoy, compañero, San Juan Pablo Segundo, en vida, os
reconoció como “Patrono Santo de todas las Europas y guía”;
y además el “Primer Fundador de Religiosos” ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡oh!, San Benito, “vivo trabajo y oración, por el Dios de la Vida”.
© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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11 de julio
San Benito
Primer Fundador de Religiosos
Año 517
Benito significa: “Bendecido”
En 1980 el Santo Padre Juan Pablo II nombró a San Benito
como patrono de toda Europa, en el XV Centenario de su nacimiento,
porque ha sido el santo que más influencia ha tenido quizás en ese
continente, por medio de la Comunidad religiosa que fundó, y por medio
de sus maravillosos escritos y sabias enseñanzas.
Su Vida y Obra
San Benito nació en Nursia (Italia, cerca de Roma) en el año 480. De
padres acomodados, fue enviado a Roma a estudiar filosofía y letras, y
se nota que aprendió muy bien el idioma nacional (que era el latín)
porque sus escritos están redactados en muy buen estilo. Todos los datos
de su biografía los tomamos de la Vida de San Benito, escrita por San
Gregorio Magno, que fue monje de su comunidad benedictina.
Su primera huida
La ciudad de Roma estaba habitada por una mezcla de cristianos
fervorosos, cristianos relajados, paganos, ateos, bárbaros y toda clase
de gentes de diversos países y de variadas creencias, y el ambiente,
especialmente el de la juventud, era espantosamente relajado. Así que
Benito se dio cuenta de que si permanecía allá en medio de esa sociedad
tan dañada, iba a llegar a ser un tremendo corrompido. Y sabía muy bien
que en la lucha contra el pecado y la corrupción resultan vencedores los
que en apariencia son “cobardes”, o sea, los que huyen de las ocasiones
y se alejan de las personas malvadas. Por eso huyó de la ciudad y se
fue a un pueblecito alejado, a rezar, meditar y hacer penitencia.
Segunda huida
Pero sucedió que en el pueblo a donde llegó, obtuvo un milagro sin
quererlo. Vio a una pobre mujer llorando porque se le había partido un
precioso jarrón que era ajeno. Benito rezó y le dio la bendición, y el
jarrón volvió a quedar como si nada le hubiera pasado. Esto conmovió
mucho a las gentes del pueblo y empezaron a venerarlo como un santo.
Entonces tuvo que salir huyendo hacia más lejos.
Principios heroicos
Se fue hacia una región totalmente deshabitada y en un sitio llamado
“Subiaco”(que significa: debajo del lago, porque había allí cuevas
debajo del agua) se retiró a vivir en una roca, rodeada de malezas y de
espinos, y a donde era dificilísimo subir. Un monje que vivía por los
alrededores lo instruyó acerca de cómo ser un buen religioso y le
llevaba un pan cada día, el cual amarraba a un cable, que Benito tiraba
desde arriba. Su barba y su cabellera crecieron de tal manera y su piel
se volvió tan morena en aquella roca, que un día unos pastores que
buscaban unas cabras, al encontrarlo, creyeron que era una fiera. Más
luego al oírle hablar, se quedaron maravillados de los buenos consejos
que sabía dar. Contaron la noticia y mucha gente empezó a visitarlo para
pedirle que les aconsejara y enseñara.
Superior contra su voluntad
Y sucedió que otros hombres, cansados de la corrupción de la ciudad,
se fueron a estos sitios deshabitados a rezar y a hacer penitencia, y al
darse cuenta de la gran santidad de Benito, aunque él era más joven que
los otros, le rogaron que se hiciera superior de todos ellos. El santo
no quería porque sabía que varios de ellos eran gente difícil de
gobernar y porque personalmente era muy exigente con los que querían
llegar a la santidad y sospechaba que no le iban a hacer caso. Pero
tanto le rogaron que al fin aceptó el cargo de superior. Con todos ellos
fundó allí 12 pequeños conventos de religiosos, cada uno con un
superior o abad. El tenía la dirección general de todo.
Primer atentado
Cuando algunos de aquellos hombres se dieron cuenta de que Benito
como superior era exigente y no permitía “vivir prendiéndole un vela a
Dios y otra al diablo”, que no permitía vivir en esa vida de retiro tan
viciosamente como si se viviera en el mundo, dispusieron deshacerse de
él y matarlo. Y echaron un fuerte veneno en la copa de vino que él se
iba a tomar. Pero el santo dio una bendición a la copa, y esta saltó por
los aires hecha mil pedazos. Entonces se dio cuenta de que su vida
corría peligro entre aquellos hombres, y renunció a su cargo, se alejó
de allí.
Terribles Tentaciones
Al joven Benito le llegaron espantosas tentaciones impuras. A su
imaginación se le presentaban escenas más corruptas y le llegaba el
recuerdo de cierta mujer que él había visto hacía tiempo y sentía toda
la fuerza de la pasión. Rezaba y pedía ayudas al cielo, y al fin cuando
sintió que ya iba a consentir, se lanzó contra un matorral lleno de
punzantes espinas y se revolcó allí hasta que todo su cuerpo quedó
herido y lastimado. Así, mediante esas heridas corporales logró curar
las heridas de su alma, y la tentación impura se alejó de él.
Su fundación más famosa
Con unos discípulos que le habían sido siempre fieles (San Mauro, San
Plácido y otros) se dirigió hacia un monte escarpado, llamado Monte
Casino. Allá iba a fundar su famosísima Comunidad de Benedictinos. Su
monasterio de Monte Casino ha sido famoso durante muchos siglos.
En el año 530, después de ayunar y rezar por 40 días, empezó la
construcción del convento, en la cima del Monte. En ese sitio había un
templo pagano, dedicado a Apolo; lo hizo derribar y en su lugar
construyó una capilla católica. Luego con sus discípulos fue
evangelizando a todos los paganos que vivían en los alrededores, y
enseguida empezó a levantar el edificio, del cual por tantos siglos han
salido santos misioneros a llevar la santidad a pueblos y naciones.
Milagros a montón
San Gregorio en su biografía de San Benito, narra muchos hechos interesantes de entre los cuales vamos a recordar algunos:
El muchacho que no sabía nadar
El joven Plácido cayó en un profundo lago y se estaba ahogando. San
Benito mandó a su discípulo preferido Mauro: “Láncese al agua y
sálvelo”. Mauro se lanzó enseguida y logró sacarlo sano y salvo hasta la
orilla. Y al salir del profundo lago se acordó de que había logrado
atravesar esas aguas sin saber nadar. La obediencia al santo le había
permitido hacer aquel salvamento milagroso.
El edificio que se cae
Estando construyendo el monasterio, se vino abajo una enorme pared y
sepultó a uno de los discípulos de San Benito. Este se puso a rezar y
mandó a los otros monjes que removieran los escombros, y debajo de todo
apareció el monje sepultado, sano y sin heridas, como si hubiera
simplemente despertado de un sueño.
La piedra que no se movía
Estaban sus religiosos constructores tratando de quitar una inmensa
piedra, pero esta no se dejaba ni siquiera mover un centímetro. Entonces
el santo le envió una bendición, y enseguida la pudieron mover de allí
como si no pesara nada. Por eso desde hace siglos cuando la gente tiene
algún grave problema en su casa que no logra alejar, consigue una
medalla de San Benito y le reza con fe, y obtiene prodigios. Es que este
varón de Dios tiene mucho influjo ante Nuestro Señor.
El disfrazado
El terrible rey Totila, pagano, estaba invadiendo a Italia, y oyó
ponderar la santidad del famoso fundador. Entonces mandó al jefe de su
guardia que se vistiera de rey y fuera con los ministros, a presentarse
ante el santo, como si él fuera Totila. San Benito, apenas lo vio le
dijo: “Quítate esos vestidos de rey que no son los tuyos”. El otro
volvió a contarle al rey lo sucedido y este se fue a visitarlo con gran
respeto. El venerable anciano le anunció que lograría apoderarse de Roma
y de Sicilia, pero que poco después de llegar a esa isla moriría. Y así
le sucedió, tal cual.
Panes que se multiplican
Hubo una gran escasez en esa región y San Benito mandó repartir entre
los pobres todo el pan que había en el convento. Solamente dejó cinco
panes, y los monjes eran muchos. Al verlos aterrados ante este
atrevimiento les dijo: “Ya verán que el Señor nos devolverá con la misma
generosidad con la que hemos repartido”. A la mañana siguiente,
llegaron a las puertas del monasterio 200 bultos de harina, y nunca se
supo quién los envió.
Muertes anunciadas
Un día exclamó: “Se murió mi amigo el obispo de Cápua, porque vi que
subía al cielo un bello globo luminoso”. Al día siguiente vinieron a
traer la noticia de la muerte del obispo. Otro día vio que salía volando
hacia el cielo una blanquísima paloma y exclamó: “Seguramente se murió
mi hermana Escolástica”. Los monjes fueron a averiguar, y sí, en efecto
acababa de morir tan santa mujer. El, que había anunciado la muerte de
otros, supo también que se aproximaba su propia muerte y mandó a unos
religiosos a excavar en el suelo su sepultura. Duraron seis días
haciéndola, y apenas la terminaron, empezó él a sentir las altísimas
fiebres, y poco después murió.
Un día en la vida de San Benito
Se levantaba a las dos de la madrugada a rezar los salmos. Pasaba
horas y horas rezando y meditando. Jamás comía carne. Dedicaba bastantes
horas al trabajo manual, y logró que sus seguidores se convencieran de
que el trabajo no es un rebajarse, sino un ser útil para la sociedad y
un modo de imitar a Jesucristo que fue un gran trabajador, y hasta un
método muy bueno para alejar tentaciones. Ayunaba cada día, y su
desayuno lo tomaba en las horas de la tarde. La mañana la pasaba sin
comer ni beber. Atendía a todos los que le iban a hacer consultas
espirituales, que eran muchos, y de vez en cuando se iba por los pueblos
de los alrededores, con sus monjes a predicar y a tratar de convertir a
los pecadores. Su trato con todos era extremadamente amable y bien
educado. Su presencia era venerable.
Su famoso reglamento: LA SANTA REGLA
Inspirado por Dios, escribió nuestro santo un Reglamento para sus
monjes que llamó “Santa Regla”. Es un documento que se ha hecho famoso
en todo el mundo, y en el cual se han basado los Reglamentos de todas
las demás Comunidades religiosas en la Iglesia Católica. Allí recomienda
ciertos detalles como estos:
La primera virtud que necesita un religioso (después de la caridad) es la humildad.
La casa de Dios es para rezar y no para charlar.
Todo superior debe esforzarse por ser amable como un padre bondadoso.
El ecónomo o el que administra el dinero no debe humillar a nadie.
Nuestro lema debe ser: Trabajar y rezar.
Nuestro lema debe ser: Trabajar y rezar.
Cada uno debe esforzarse por ser exquisito y agradable en su trato.
Cada comunidad debe ser como una buena familia donde todos se aman.
Evite cada individuo todo lo que sea rústico y vulgar. Recuerde lo
que decía San Ambrosio: “Portarse con nobleza es una gran virtud”.
Y los que vivieron con él afirmaban que todo lo bueno que recomienda
en su Santa Regla, lo practicaba él en su vida diaria. Con estos
principios, su Comunidad de Benedictinos ha hecho inmenso bien en todo
el mundo en 15 siglos.
Morir de pie, como los robles
El 21 de marzo del año 543, estaba el santo en la Ceremonia del
Jueves Santo, cuando se sintió morir. Se apoyó en los brazos de dos de
sus discípulos, y elevando sus ojos hacia el cielo cumplió una vez más
lo que tanto recomendaba a los que lo escuchaban: “Hay que tener un
deseo inmenso de ir al cielo”, y lanzando un suspiro como de quien
obtiene aquello que tanto había anhelado, quedó muerto.
Dos de sus monjes estaban lejos de allí rezando, y de pronto vieron
una luz esplendorosa que subía hacia los cielos y exclamaron:
“Seguramente es nuestro Padre Benito, que ha volado a la eternidad”. Era
el momento preciso en el que moría el santo.
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Benito.htm)