Domingo XXI (A) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 16,13-20): En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo.
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«¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? (…). Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Rev. D. Joaquim MESEGUER García
(Rubí, Barcelona, España)
Hoy, la profesión de fe de Pedro en Cesarea de Filipo abre la última
etapa del ministerio público de Jesús preparándonos al acontecimiento
supremo de su muerte y resurrección. Después de la multiplicación de los
panes y los peces, Jesús decide retirarse por un tiempo con sus
apóstoles para intensificar su formación. En ellos empieza hacerse
visible la Iglesia, semilla del Reino de Dios en el mundo.
Hace
dos domingos, al contemplar como Pedro andaba sobre las aguas y se
hundía en ellas, escuchábamos la reprensión de Jesús: «¡Qué poca fe!
¿Por qué has dudado?» (Mt 14,31). Hoy, la reconvención se troca en
elogio: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás» (Mt 16,17). Pedro es
dichoso porque ha abierto su corazón a la revelación divina y ha
reconocido en Jesucristo al Hijo de Dios Salvador. A lo largo de la
historia se nos plantean las mismas preguntas: «¿Quién dicen los hombres
que es el Hijo del hombre? (…). Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
(Mt 16,13.15). También nosotros, en un momento u otro, hemos tenido que
responder quién es Jesús para mí y qué reconozco en Él; de una fe
recibida y transmitida por unos testigos (padres, catequistas,
sacerdotes, maestros, amigos…) hemos pasado a una fe personalizada en
Jesucristo, de la que también nos hemos convertido en testigos, ya que
en eso consiste el núcleo esencial de la fe cristiana.
Solamente
desde la fe y la comunión con Jesucristo venceremos el poder del mal. El
Reino de la muerte se manifiesta entre nosotros, nos causa sufrimiento y
nos plantea muchos interrogantes; sin embargo, también el Reino de Dios
se hace presente en medio de nosotros y desvela la esperanza; y la
Iglesia, sacramento del Reino de Dios en el mundo, cimentada en la roca
de la fe confesada por Pedro, nos hace nacer a la esperanza y a la
alegría de la vida eterna. Mientras haya humanidad en el mundo, será
preciso dar esperanza, y mientras sea preciso dar esperanza, será
necesaria la misión de la Iglesia; por eso, el poder del infierno no la
derrotará, ya que Cristo, presente en su pueblo, así nos lo garantiza.