¡Oh!, San Gabriel de la Dolorosa; vos, sois, el hijo
del Dios de la Vida, su amado santo, y el hombre
que vivió con desmedido apego a la vida mundana
y que, al mismo tiempo buscaba la luz. Y, ella, iba
y venía de vos, como se aleja del día, cuando la cubren
las sombras de la noche. Y, entonces vuestras pasiones,
a atacaros volvían reiteradamente, pero, una voz
en medio de todo, surgía y, que la oíais una y otra vez,
y otra vez, y que, os pedía que no la rechazarais,
y os invitaba dulcemente a su regazo de paz. Y, sucedió
que un día, os dejasteis llevar por ella, la oísteis
y cual manso corderito, marchasteis por fin, hasta
“haceros esclavo”, nunca más del mal, sino, de la virtud
y de la verdad, que Dios es; obra de vuestra devoción
a Nuestra Señora. “Lo que más me ayuda a vivir con el
alma en paz es pensar en la presencia de Dios, el
recordar que los ojos de Dios siempre me están mirando
y sus oídos me están oyendo a toda hora y que el Señor
pagará todo lo que se hace por él, aunque sea regalar
a otro un vaso de agua”. “Yo creo que si yo hubiera
permanecido en el mundo no habría conseguido la salvación
de mi alma. ¿Dirás que me divertí bastante? Pues de
todo ello no me queda sino amargura, remordimiento
y temor y hastío. Perdóname si te di algún mal ejemplo
y pídele a Dios que me perdone también a mí”. Así,
escribisteis a un viejo amigo, ya hecho sacerdote.
Vuestro libro preferido era “Las Glorias de María”,
escrito por San Alfonso, y que, os llevó a altísimos
grados de santidad. Así, y luego de haberos gastado
en buena lid, voló vuestra alma al cielo, para corona
de luz recibir, como premio a vuestra entrega de amor.
“Patrono de los Jóvenes que se dedican al apostolado”;
¡oh!, San Grabriel de la Dolorosa, “viva luz de Cristo”.
© 2021 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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27 de Febrero
San Gabriel de la Dolorosa
(año 1862)
Petición
San Gabriel de la Dolorosa: pídele a la Sma. Virgen por tantos
jóvenes tan llenos de vitalidad y de entusiasmo para que encaucen las
enormes fuerzas de su alma, no a dejarlas perderse en goces mundanos,
sino a ganarse un gran premio en el cielo dedicándose a salvar su propia
alma y la de muchos más.
El bailarín que llegó a la santidad. Nació en Asís (Italia)
en 1838. Su nombre en el mundo era Francisco Possenti. Era el décimo
entre 13 hermanos. Su padre trabajaba como juez de la ciudad. A los 4
años quedó huérfano de madre. El papá, que era un excelente católico, se
preocupó por darle una educación esmerada, mediante la cual logró ir
dominando su carácter fuerte que era muy propenso a estallar en
arranques de ira y de mal genio.
Tuvo la suerte de educarse con dos comunidades de excelentes
educadores: los Hermanos Cristianos y los Padres Jesuitas; y las
enseñanzas recibidas en el colegio le ayudaron mucho para resistir los
ataques de sus pasiones y de la mundanalidad.
El joven era sumamente esmerado en vestirse a la última moda. Y sus
facciones elegantes y su fino trato, a la vez que su rebosante alegría y
la gran agilidad para bailar , lo hacían el preferido de las muchachas
en las fiestas. Su lectura favorita eran las novelas, pero le sucedía
como en otro tiempo a San Ignacio, que al leer novelas, en el momento
sentía emoción y agrado, pero después le quedaba en el alma una profunda
tristeza y un mortal hastío y abatimiento. Sus amigos lo llamaban “el
enamoradizo”. Pero los amores mundanos eran como un puñal forrado con
miel”. Dulces por fuera y dolorosos en el alma.
En una de las 40 cartas que de él se conservan, le escribe a un
antiguo amigo, cuando ya se ha entrado de religioso: “Mi buen colega; si
quieres mantener tu alma libre de pecado y sin la esclavitud de las
pasiones y de las malas costumbres tienes que huir siempre de la lectura
de novelas y del asistir a teatros donde se dan representaciones
mundanas. Mucho cuidado con las reuniones donde hay licor y con las
fiestas donde hay sensualidad y huye siempre de toda lectura que pueda
hacer daño a tu alma. Yo creo que si yo hubiera permanecido en el mundo
no habría conseguido la salvación de mi alma. ¿Dirás que me divertí
bastante? Pues de todo ello no me queda sino amargura, remordimiento y
temor y hastío. Perdóname si te di algún mal ejemplo y pídele a Dios que
me perdone también a mí”.
Al terminar su bachillerato, y cuando ya iba a empezar sus estudios
universitarios, Dios lo llamó a la conversión por medio de una grave
enfermedad. Lleno de susto prometió que si se curaba de aquel mal, se
iría de religioso. Pero apenas estuvo bien de salud, olvidó su promesa y
siguió gozando del mundo.
Un año después enferma mucho más gravemente. Una laringitis que trata
de ahogarlo y que casi lo lleva al sepulcro. Lleno de fe invoca la
intercesión de un santo jesuita martirizado en las misiones y promete
irse de religioso, y al colocarse una reliquia de aquel mártir sobre su
pecho, se queda dormido y cuando despierta está curado milagrosamente.
Pero apenas se repone de su enfermedad empieza otras vez el atractivo de
las fiestas y de los enamoramientos, y olvida su promesa. Es verdad que
pide ser admitido como jesuita y es aceptado, pero él cree que para su
vida de hombre tan mundano lo que está necesitando es una comunidad
rigurosa, y deja para más tarde el entrar a una congregación de
religiosos.
Estalla la peste del cólera en Italia
Miles y miles de personas van muriendo día por día. Y el día menos
pensado muere la hermana que él más quiere. Considera que esto es un
llamado muy serio de Dios para que se vaya de religioso. Habla con su
padre, pero a éste le parece que un joven tan amigo de las fiestas
mundanas se va a aburrir demasiado en un convento y que la vocación no
le va a durar quizá ni siquiera unos meses.
Pero un día asiste a una procesión con la imagen de la Virgen
Santísima. Nuestro joven siempre le ha tenido una gran devoción a la
Madre de Dios (y probablemente esta devoción fue la que logró librarlo
de las trampas del mundo) y en plena procesión levanta sus ojos hacia la
imagen de la Virgen y ve que Ella lo mira fijamente con una mirada que
jamás había sentido en su vida. Ante esto ya no puede resistir más. Se
va a donde su padre a rogarle que lo deje irse de religioso. El buen
hombre le pide el parecer al confesor de su hijo, y recibida la
aprobación de este santo sacerdote, le concede el permiso de entrar a
una comunidad bien rígida y rigurosa, los Padres Pasionistas.
Al entrar de religioso se cambia el nombre y en adelante se llamará
Gabriel de la Dolorosa. Gabriel, que significa: el que lleva mensajes de
Dios. Y de la Dolorosa, porque su devoción mariana más querida consiste
en recordar los siete dolores o penas que sufrió la Virgen María. Desde
entonces será un hombre totalmente transformado.
Gabriel había gozado siempre de muchas comodidades en la vida y le
había dado gusto a sus sentidos y ahora entra a una comunidad donde se
ayuna y donde la alimentación es tosca y nada variada. Los primeros
meses sufre un verdadero martirio con este cambio tan brusco, pero nadie
le oye jamás una queja, ni lo ve triste o disgustado.
Gabriel lo que hacía, lo hacía con toda el alma. En el mundo se había
dedicado con todas sus fuerzas a las fiestas mundanas, pero ahora,
entrado de religioso, se dedicó con todas las fuerzas de su personalidad
a cumplir exactamente los Reglamentos de su Comunidad. Los religiosos
se quedaban admirados de su gran amabilidad, de la exactitud total con
la que cumplía todo lo que se le mandaba, y del fervor impresionante con
el que cumplía sus prácticas de piedad.
Su vida religiosa fue breve
Apenas unos seis años. Pero en él se cumple lo que dice el Libro de
la Sabiduría: “Terminó sus días en breve tiempo, pero ganó tanto premio
como si hubiera vivido muchos años”.
Su naturaleza protestaba porque la vida religiosa era austera y
rígida, pero nadie se daba cuenta en lo exterior de las repugnancias
casi invencibles que su cuerpo sentía ante las austeridades y
penitencias. Su director espiritual sí lo sabía muy bien.
Al empezar los estudios en el seminario mayor para prepararse al
sacerdocio, leyó unas palabras que le sirvieron como de lema para todos
sus estudios, y fueron escritas por un sabio de su comunidad, San
Vicente María Strambi. Son las siguientes: “Los que se preparan para ser
predicadores o catequistas, piensen mientras estudian, que una inmensa
cantidad de pobres pecadores les suplica diciendo: por favor: prepárense
bien, para que logren llevarnos a nosotros a la eterna salvación”. Este
consejo tan provechoso lo incitó a dedicarse a los estudios religiosos
con todo el entusiasmo de su espíritu.
Cuando ya Gabriel está bastante cerca de llegar al sacerdocio le
llega la terrible enfermedad de la tuberculosis. Tiene que recluirse en
la enfermería, y allí acepta con toda alegría y gran paciencia lo que
Dios ha permitido que le suceda. De vómito de sangre en vómito de
sangre, de ahogo en ahogo, vive todo un año repitiendo de vez en cuando
lo que Jesús decía en el Huerto de los Olivos: “Padre, si no es posible
que pase de mí este cáliz de amargura, que se cumpla en mí tu santa
voluntad”.
La Comunidad de los Pasionistas tiene como principal devoción el
meditar en la Santísima Pasión de Jesús. Y al pensar y repensar en lo
que Cristo sufrió en la Agonía del Huerto, y en la Flagelación y
coronación de espinas, y en la Subida al Calvario con la cruz a cuestas y
en las horas de mortal agonía que el Señor padeció en la Cruz, sentía
Gabriel tan grande aprecio por los sufrimientos que nos vuelven muy
semejantes a Jesús sufriente, que lo soportaba todo con un valor y una
tranquilidad impresionantes.
Pero había otra gran ayuda que lo llenaba de valor y esperanza, y era
su fervorosa devoción a la Madre de Dios. Su libro mariano preferido
era “Las Glorias de María”, escrito por San Alfonso, un libro que
consuela mucho a los pecadores y débiles, y que aunque lo leamos diez
veces, todas las veces nos parece nuevo e impresionante. La devoción a
la Sma. Virgen llevó a Gabriel a grados altísimos de santidad.
A un religioso le aconsejaba: “No hay que fijar la mirada en rostros
hermosos, porque esto enciende mucho las pasiones”. A otro le decía: “Lo
que más me ayuda a vivir con el alma en paz es pensar en la presencia
de Dios, el recordar que los ojos de Dios siempre me están mirando y sus
oídos me están oyendo a toda hora y que el Señor pagará todo lo que se
hace por él, aunque sea regalar a otro un vaso de agua”.
Y el 27 de febrero de 1862, después de recibir los santos sacramentos
y de haber pedido perdón a todos por cualquier mal ejemplo que les
hubiera podido dar, cruzó sus manos sobre el pecho y quedó como si
estuviera plácidamente dormido. Su alma había volado a la eternidad a
recibir de Dios el premio de sus buenas obras y de sus sacrificios.
Apenas iba a cumplir los 25 años.
Poco después empezaron a conseguirse milagros por su intercesión y en
1926 el Sumo Pontífice lo declaró santo, y lo nombró Patrono de los
Jóvenes laicos que se dedican al apostolado.
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Gabriel_de_la_Dolorosa.htm)