¡Oh!, San Juan Evangelista, vos sois, el hijo del Dios de la Vida,
su Apóstol y amado santo. Y, el mismo que, honor hicisteis
al significado de vuestro nombre: “Dios es misericordioso”.
Y, que, en realidad así fue con vos. Un día, la voz de Juan, «el
Bautista», oísteis cuando, a Jesús viendo, dijo: “Este es el cordero
de Dios, que el pecado del mundo quita”. Y, marchasteis
con Él, feliz. Y, en el Tabor, monte de su transfiguración vos,
testigo del poder de Dios fuisteis y, con el milagro de la vuelta
a la vida de la hija de Jairo. Con amor, preparasteis la última
cena y presenciasteis su agonía en el Huerto de los Olivos.
Además, cuando todo consumado fue, al pie del Gólgota os
encontrasteis y así, en guardián quedasteis de María, Madre
del Redentor, Señora y Madre Nuestra, como si fuera vuestra
madre. Visteis y creísteis que resucitó Jesús, y, más tarde,
Dominiciano, impío emperador, quiso mataros, y os echaron
en una olla de aceite hirviente pero, vos, salisteis más joven
y más sano de lo que habíais entrado. Al no poder su maldad
consumar y, de cólera y furia lleno, os desterró a Patmos,
donde para gloria de Cristo Jesús, Dios y Señor Nuestro, el
“Apocalipsis” escribisteis, obra cumbre vuestra, inspirado
por el Espíritu Santo de Dios. San Epifanio dice que entregasteis
vuestra alma, cercano a la centuria de vida, el año cien, y,
que, poco antes, fuisteis a un monte a convertir a un discípulo
vuestro, que había tomado el camino del mal, volviéndolo
bueno otra vez. Mi ser pregunta: ¿Qué premio os habrá dado
Dios? ¿Qué premio? ¿Qué premio? ¡Corona de luz eterna!,
como recompensa a vuestro santo amor fiel a Cristo y María;
¡Oh!, San Juan Evangelista, “vivo discípulo del Dios de la Vida.”
© 2021 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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27 de Diciembre
San Juan Apóstol y Evangelista
Año 100
San Juan Evangelista: consíguenos de Dios la gracia
especial de leer con fe y cariño tu santo evangelio, y obtener de su
lectura gran provecho para nuestra alma. Dios es amor (San Juan).
Juan significa: “Dios es misericordioso”.
Este apóstol tuvo la inmensa dicha de ser el discípulo más amado por
Jesús. Y se ha hecho muy famoso por haber compuesto el cuarto evangelio.
Nació en Galilea. Era hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor.
Su oficio era el de pescador. Parece que fue uno de los dos primeros
discípulos de Jesús, junto con Andrés. Los dos eran también discípulos
de Juan Bautista y un día al escuchar que el Bautista señalaba a Jesús y
decía: “Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, se
fueron detrás de Él. Jesús se volvió y les dijo: “¿Qué buscan?”. Ellos
le respondieron: “Señor: ¿dónde habitas?”. Y Jesús les dijo: “Vengan y
verán”. Y se fueron con él y estuvieron en su compañía toda la tarde
recibiendo sus enseñanzas. Durante toda su vida, jamás Juan podrá
olvidar el día, la hora y el sitio en que se encontró por primera vez
con Jesucristo. Fue el momento más decisivo de su existencia.
Juan estaba después un día con su hermano Santiago, y con sus amigos
Simón y Andrés, remendando las redes a la orilla del lago, cuando pasó
Jesús y les dijo: “Vengan conmigo y los haré pescadores de almas”.
Inmediatamente, dejando a su padre y a su empresa pequeña, se fue con
Cristo a dedicarse para siempre y por completo a extender el Reino de
Dios.
Juan evangelista hizo parte, junto con Pedro y Santiago, del pequeño
grupo de preferidos que Jesús llevaba a todas partes y que presenciaron
sus más grandes milagros. Los tres estuvieron presentes en la
Transfiguración, y presenciaron la resurrección de la hija de Jairo. Los
tres presenciaron la agonía de Cristo en el Huerto de los Olivos. Junto
con Pedro, fue este apóstol encargado por Jesús de prepararle la Última
Cena.
Al ver la mamá de Santiago y Juan que Jesús los prefería tanto, y
aconsejada por ellos dos, que eran bien orgullosos, se atrevió a pedirle
al Señor una gracia muy especial: que cuando él empezara a reinar,
nombrara a Juan primer ministro y a Santiago ministro también. Jesús le
respondió que el señalar los primeros puestos en el Reino de los cielos
le correspondía al Padre Celestial, y que estos ya estaban determinados
para otros. Los demás apóstoles se indignaron contra estos dos
vanidosos, pero Jesús aprovechó aquella ocasión para recordarles que en
el Reino de los cielos ocuparán los primeros puestos los que se hayan
dedicado a prestar servicios humildes a los demás.
A Juan y su hermano Santiago les puso Jesús un sobrenombre: “Hijos
del trueno”. Y esto se debió a que un día fueron los apóstoles a pedir
hospedaje en un pueblo de samaritanos (que odiaban a los judíos) y nadie
les quiso proporcionar nada. Entonces estos dos hermanos, que eran
violentos, le propusieron a Jesús que les mandara a aquellos maleducados
samaritanos alguno de los rayos que tenía desocupados por allá en las
nubes. Jesús tuvo que regañarlos porque no habían comprendido todavía
que Él no había venido a hacer daño a ninguno, sino a tratar de salvar a
cuantos más pudiera. Más tarde estos dos hermanos tan vanidosos y
malgeniados, cuando reciban el Espíritu Santo, se volverán humildes y
sumamente amables y bondadosos.
En la Última Cena tuvo el honor de recostar su cabeza sobre el
corazón de Cristo. Juan Evangelista fue el único de los apóstoles que
estuvo presente en el Calvario al morir Jesús. Y recibió de Él en sus
últimos momentos el más precioso de los regalos. Cristo le encomendó que
se encargara de cuidar a la Madre Santísima María, como si fuera su
propia madre, diciéndole: “He ahí a tu madre”. Y diciendo a María: “He
ahí a tu hijo”.
El domingo de la resurrección, fue el primero de los apóstoles en
llegar al sepulcro vacío de Jesús. Se fue corriendo con Pedro (al oír la
noticia de que el sepulcro estaba vacío), pero como era más joven,
corrió a mayor velocidad y llegó primero. Sin embargo por respeto a
Pedro lo dejó entrar a él primero y luego entró él también y vio y creyó
que Jesús había resucitado.
Después de la resurrección de Cristo, cuando la segunda pesca
milagrosa, Juan fue el primero en darse cuenta de que el que estaba en
la orilla era Jesús. Luego Pedro le preguntó al Señor señalando a Juan:
“¿Y éste qué será?”. Jesús le respondió: “Y si yo quiero que se quede
hasta que yo venga, a ti qué?”. Con esto algunos creyeron que el Señor
había anunciado que Juan no moriría. Pero lo que anunció fue que se
quedaría vivo por bastante tiempo, hasta que el reinado de Cristo se
hubiera extendido mucho. Y en efecto vivió hasta el año 100, y fue el
único apóstol al cual no lograron matar los perseguidores.
Después de recibir el Espíritu Santo en Pentecostés, Juan iba con
Pedro un día hacia el templo y un pobre paralítico les pidió limosa. En
cambio le dieron la curación instantánea de su enfermedad. Con este
milagro se convirtieron cinco mil personas, pero los apóstoles fueron
llevados al tribunal supremo de los judíos que les prohibió hablar de
Jesucristo. Pedro y Juan les respondieron: “Tenemos que obedecer a Dios,
antes que a los hombres”. Los encarcelaron, pero un ángel llegó y los
libertó. Otra vez los pusieron presos y les dieron 39 azotes a cada uno.
Ellos salieron muy contentos de haber tenido el honor de sufrir esta
afrenta por amor al Señor Jesús, y siguieron predicando por todas
partes.
Juan, para cumplir el mandato de Jesús en la cruz, se encargó de
cuidar a María Santísima como el más cariñoso de los hijos. Con Ella se
fue a evangelizar a Éfeso y la acompañó hasta la hora de su gloriosa
muerte.
El emperador Dominiciano quiso matar al apóstol San Juan y lo hizo
echar en una olla de aceite hirviente, pero él salió de allá más joven y
más sano de lo que había entrado, entonces fue desterrado de la isla de
Patmos, donde fue escrito el Apocalipsis.
Después volvió otra vez a Éfeso donde escribió el Evangelio según San
Juan, que es el libro que lo ha hecho tan famoso. Este libro tiene un
estilo elevadísimo e impresionantemente hermoso. Agrada mucho a las
almas místicas, y ha convertido a muchísimos con su lectura.
A San Juan Evangelista lo pintan con un águila al lado, porque es el
escritor de la Biblia que se ha elevado a más grandes alturas de
espiritualidad con sus escritos. Ningún otro libro tiene tan elevados
pensamientos como en su evangelio.
Dice San Jerónimo que cuando San Juan era ya muy anciano se hacía
llevar a las reuniones de los cristianos y lo único que les decía
siempre era esto: “hermanos, ámense los unos a otros”. Una vez le
preguntaron por qué repetía siempre lo mismo, y respondió: “es que ese
es el mandato de Jesús, y si lo cumplimos, todo lo demás vendrá por
añadidura”.
San Epifanio dice que San Juan murió hacia el año cien, a los 94 años
de edad. Poco antes había ido a un monte tenebroso a convertir a un
discípulo suyo que se había vuelto guerrillero, y lo logró convertir
volviéndolo bueno otra vez. Dicen los antiguos escritores que amaba
mucho a todos pero que les tenía especial temor a los herejes porque
ellos con sus errores pierden muchas almas.
(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Juan_Evangelista.htm)