Domingo 5 (B) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 1,29-39): "En
aquel tiempo, cuando Jesús salió de la sinagoga se fue con Santiago y
Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con
fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la
levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Al atardecer, a
la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la
ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se
encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no
dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.
De madrugada,
cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar
solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron
en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». Él les dice:
«Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí
predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando
en sus sinagogas y expulsando los demonios".
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«Todos te buscan» Rev. D. Francesc CATARINEU i Vilageliu (Sabadell, Barcelona, España)
Hoy, contemplamos a Jesús en Cafarnaúm, el centro de su ministerio, y
más en concreto en casa de Simón Pedro: «Cuando salió de la sinagoga se
fue (…) a casa de Simón y Andrés» (Mc 1,29). Allí encuentra a su
familia, la de aquellos que escuchan la Palabra y la cumplen (cf. Lc
8,21). La suegra de Pedro está enferma en cama y Él, con un gesto que va
más allá de la anécdota, le da la mano, la levanta de su postración y
la devuelve al servicio.
Se acerca a los pobres-sufrientes que le
llevan y los cura solamente alargando la mano; sólo con un breve
contacto con Él, que es fuente de vida, quedan liberados-salvados.
Todos
buscan a Cristo, algunos de una manera expresa y esforzada, otros quizá
sin ser conscientes de ello, ya que «nuestro corazón está inquieto y no
encuentra descanso hasta reposar en Él» (San Agustín).
Pero, así
como nosotros le buscamos porque necesitamos que nos libere del mal y
del Maligno, Él se nos acerca para hacer posible aquello que nunca
podríamos conseguir nosotros solos. Él se ha hecho débil para ganarnos a
nosotros débiles, «se ha hecho todo para todos para ganar al menos
algunos» (1Cor 9,22).
Hay una mano alargada hacia nosotros que
yacemos agobiados por tantos males; basta con abrir la nuestra y nos
encontraremos en pie y renovados para el servicio. Podemos “abrir” la
mano mediante la oración, tomando ejemplo del Señor: «De madrugada,
cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar
solitario y allí se puso a hacer oración» (Mc 1,35).
Además, la
Eucaristía de cada domingo es el encuentro con el Señor que viene a
levantarnos del pecado de la rutina y del desánimo para hacer de
nosotros testigos vivos de un encuentro que nos renueva constantemente, y
que nos hace libres de verdad con Jesucristo.