¡Oh!, Santo Tomás Moro, vos, sois el hijo del Dios de la Vida
y su amado santo, y sin duda alguna uno de los dos grandes
Mártires de la Iglesia de Inglaterra, junto a San Juan Fisher,
a quienes os llamaban “lo gemelos”, pues, ambos lo fueron
en santidad y martirio. Vos, os opusísteis a los caprichos del
impío reyezuelo Enrique, que, acabar quiso con la Religión
Católica. Escribisteis muchos libros, pero con “Utopía”, es
decir «lo que no existe» atacais duramente las injusticias
que cometen los ricos y los funcionarios del gobierno contra
los pobres y los desprotegidos, proponiendo una nación ideal.
Vuestra rutina diaria jamás cambió: Misa, Confesión y Comunión.
Y, aquello claro que, no gustaba al infame sujeto aquél, pero vos,
siempre fiel, a vuestros principios, ideales y fe, jamás aceptasteis
la falsía de su cruel pensar y mucho menos su actuar: su infame
divorcio, ni mucho menos su vana pretensión la de querer
reemplazar al Vicario de Cristo en Roma, manteniendo siempre
vuestro valor y vuestras convicciones. Entonces os destituyeron
de vuestro cargo, confiscaron todos vuestros bienes y el rey os
mandó a encerraros a la tristemente célebre Torre de Londres,
conjuntamente que vuestro amigo San Juan Fisher, pues ambos
se negaron a aceptar la conducta infame del desquiciado rey.
En la hora de la muerte, a vuestros verdugos os respondisteis:
“¡Tengo que obedecer a lo que mi conciencia me manda, y pensar
en la salvación de mi alma. Eso es mucho más importante que todo
lo que, el mundo pueda ofrecer! ¡No acepto esos errores del rey!”
Y, entonces el espíritu de Dios, os movió a repetir el Salmo cincuenta:
“¡Misericordia Señor por tu bondad! ¡Misericordia!”. Y, luego,
Entregasteis vuestra Santa y proba vida. “Este hombre, aunque
No hubiera sido mártir, bien merecía que lo canonizaran, porque su
vida fue un admirable ejemplo de lo que debe ser el comportamiento
de un servidor público: un buen cristiano y un excelente ciudadano”.
Dijo de vos, alguien famoso de vuestro tiempo. Y, desde entonces
los cielos del Dios de la Vida, con mayor intensidad brillan, porque
aumentó con vuestra vida, que ilumina desde allí, la tierra toda
y que, ojala se cubra algún día de hombres íntegros como vos.
“Santo Patrono de los gobernantes y políticos de toda la tierra»;
¡oh!, Santo Tomás Moro, “vivo corazón y martirio de Cristo Vivo”.
© 2024 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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22 de junio
Santo Tomás Moro
Mártir y Patrono de los Gobernantes y Políticos
Año 1535
“Dichosos los que sufren persecución por causa de la
religión, porque su premio será muy grande en el reino de los cielos”
(Mt 5,11).
Este es uno de los dos grandes mártires de la Iglesia de
Inglaterra, cuando un rey impuro quiso acabar con la Religión Católica y
ellos se opusieron. El otro es San Juan Fisher (20 de junio). Tomás
significa: “el gemelo”. Y en verdad que fue un verdadero gemelo en
santidad y en cualidades con su compañero de martirio, San Juan Fisher.
Su vida
Nació Tomás Moro en Cheapside, Inglaterra en 1478. A los 13 años se
fue a trabajar de mensajero en la casa del Arzobispo de Canterbury, y
éste al darse cuenta de la gran inteligencia del joven, lo envió a
estudiar al colegio de la Universidad de Oxford. Su padre que era juez,
le enviaba únicamente el dinero indispensable para sus gastos más
necesarios, y esto le fue muy útil, pues como él mismo afirmaba después:
“Por no tener dinero para salir a divertirme, tenía que quedarme en
casa y en la biblioteca estudiando”. Lo cual le fue de gran provecho
para su futuro.
A los 22 años ya es doctor en abogacía, y profesor brillante. Es un
apasionado lector que todos los ratos libres los dedica a la lectura de
buenos libros. Uno de sus compañeros de ese tiempo dio de él este
testimonio: “Es un intelectual muy brillante, y a sus grandes cualidades
intelectuales añade una muy agradable simpatía”. Le llegaron dudas
acerca de cuál era la vocación para la cual Dios lo tenía destinado. Al
principio se fue a vivir con los cartujos (esos monjes que nunca hablan,
ni comen carne, y rezan mucho de día y de noche) pero después de 4 años
se dio cuenta de que no había nacido para esa heroica vocación. También
intentó irse de franciscano, pero resultó que tampoco era ese su
camino. Entonces se dispuso optar por la vocación del matrimonio. Se
casó, tuvo cuatro hijos y fue un excelente esposo y un cariñosísimo
papá. Su vocación estaba un poco más allá: su vocación era actuar en el
gobierno y escribir libros.
Para con sus hijos, para con los pobres y para cuantos deseaban
tratar con él, Tomás fue siempre un excelente y simpático amigo.
Acostumbraba ir personalmente a visitar los barrios de los pobres para
conocer sus necesidades y poder ayudarles mejor. Con frecuencia invitaba
a su mesa a gentes muy pobres, y casi nunca invitaba a almorzar a los
ricos. A su casa llegaban muchas visitas de intelectuales que iban a
charlar con él acerca de temas muy importantes para esos momentos y a
comentar los últimos libros que se iban publicando. Su esposa se
admiraba al verlo siempre de buen humor, pasara lo que pasara. Era
difícil encontrar otro de conversación más amena.
Tomás Moro escribió bastantes libros. Muchos de ellos contra los
protestantes, pero el más famoso es el que se llama Utopía. Esta es una
palabra que significa: “Lo que no existe” (U=no. Topos: lugar. Lo que no
tiene lugar). En ese libro describe una nación que en realidad no
existe pero que debería existir. En su escrito ataca fuertemente las
injusticias que cometen los ricos y los altos del gobierno con los
pobres y los desprotegidos y va describiendo cómo debería ser una nación
ideal. Esta obra lo hizo muy conocido en toda Europa.
El joven abogado Tomás Moro fue aceptado como profesor de uno de los
más prestigiosos colegios de Londres. Luego fue elegido como secretario
del alcalde de la capital. En 1529 fue nombrado Canciller o Ministro de
Relaciones Exteriores. Pero este altísimo cargo no cambió en nada su
sencillez. Siguió asistiendo a Misa cada día, confesándose con
frecuencia y comulgando. Tratable y amable con todos. Alguien llegó a
afirmar: “Parece que lo hubieran elegido Canciller, solamente para poder
favorecer más a los pobres y desamparados”. Otro añadía: “El rey no
pudo encontrar otro mejor consejero que este”. Pero Tomás, que conocía
bien cómo era Enrique VIII, declaraba con su fino humor: “El rey es de
tal manera que si le ofrecen una buena casa por mi cabeza, me la mandará
cortar de inmediato”.
Ya llevaba dos años como Canciller cuando sucedió en Inglaterra un
hecho terrible contra la religión católica. El impúdico rey Enrique VIII
se divorció de su legítima esposa y se fue a vivir con la concubina Ana
Bolena. Y como el Sumo Pontífice no aceptó este divorcio, el rey se
declaró Jefe Supremo de la religión de la nación, y declaró la
persecución contra todo el que no aceptara su divorcio o no lo aceptara a
él como reemplazo del Papa en Roma. Muchos católicos tendrían que morir
por oponerse a todo esto.
Tomás Moro no aceptó ninguno de los terribilísimos errores del
malvado rey: ni el divorcio ni el que tratara de reemplazar al Sumo
Pontífice. Entonces fue destituido de su alto puesto, le confiscaron sus
bienes y el rey lo mandó encerrar como prisionero de la espantosa Torre
de Londres. Santo Tomás y San Juan Fisher fueron los dos principales de
todos los altos funcionarios de la capital que se negaron a aceptar tan
grandes infamias del monarca. Y ambos fueron llevados a la torre
fatídica. Allí estuvo Tomás encerrado durante 15 meses.
Verdaderamente hermosas son las cartas que desde la cárcel escribió
este gran sabio a su hija Margarita que estaba muy desconsolada por la
prisión de su padre. En ellas le dice: “Con esta cárcel estoy pagando a
Dios por los pecados que he cometido en mi vida. Los sufrimientos de
esta prisión seguramente me van a disminuir las penas que me esperan en
el purgatorio. Recuerda hija mía, que nada podrá pasar si Dios no
permite que me suceda. Y todo lo permite Dios para bien de los que lo
aman. Y lo que el buen Dios permite que nos suceda es lo mejor, aunque
no lo entendamos, ni nos parezca así”.
El día en que Margarita fue a visitar por última vez a su padre,
vieron los dos salir hacia el sitio del martirio a cuatro monjes
cartujos que no habían querido aceptar los errores de Enrique VIII.
Tomás dijo a Margarita: “Mire cómo van de contentos a ofrecer su vida
por Jesucristo. Ojalá también a mí me conceda Dios el valor suficiente
para ofrecer mi vida por su santa religión”.
Tomás fue llamado a un último consejo de guerra. Le pidieron que
aceptara lo que el rey le mandaba y él respondió: “Tengo que obedecer a
lo que mi conciencia me manda, y pensar en la salvación de mi alma. Eso
es mucho más importante que todo lo que el mundo pueda ofrecer. No
acepto esos errores del rey”. Se le dictó entonces sentencia de muerte.
El se despidió de su hijo y de su hija y volvió a ser encerrado en la
Torre de Londres.
En la madrugada del 6 de julio de 1535 le comunicaron que lo
llevarían al sitio del martirio, él se colocó su mejor vestido. De buen
humor como siempre, dijo al salir al corredor frío: “por favor, mi
abrigo, porque doy mi vida, pero un resfriado sí no me quiero
conseguir”. Al llegar al sitio donde lo iban a matar rezó despacio el
Salmo 51: “Misericordia Señor por tu bondad”. Luego prometió que rogaría
por el rey y sus demás perseguidores, y declaró públicamente que moría
por ser fiel a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Luego
enseguida de un hachazo le cortaron la cabeza.
Tomás Moro fue declarado santo por el Papa en 1935. Un sabio decía:
“Este hombre, aunque no hubiera sido mártir,
bien merecía que lo canonizaran, porque su vida fue
un admirable ejemplo de lo que debe ser el
comportamiento de un servidor público:
un buen cristiano y un excelente ciudadano”.
Proclamación de Santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los políticos
CARTA APOSTÓLICA EN FORMA DE MOTU PROPRIO PARA LA PROCLAMACIÓN DE
SANTO TOMÁS MORO COMO PATRONO DE LOS GOBERNANTES Y DE LOS POLÍTICOS
JUAN PABLO II
SUMO PONTÍFICE
PARA PERPETUA MEMORIA
1. De la vida y del martirio de santo Tomás Moro brota un mensaje que
a través de los siglos habla a los hombres de todos los tiempos de la
inalienable dignidad de la conciencia, la cual, como recuerda el
Concilio Vaticano II, “es el núcleo más secreto y el sagrario del
hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo
de ella” (Gaudium et spes, 16). Cuando el hombre y la mujer escuchan la
llamada de la verdad, entonces la conciencia orienta con seguridad sus
actos hacia el bien. Precisamente por el testimonio, ofrecido hasta el
derramamiento de su sangre, de la primacía de la verdad sobre el poder,
santo Tomás Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia
moral. Y también fuera de la Iglesia, especialmente entre los que están
llamados a dirigir los destinos de los pueblos, su figura es reconocida
como fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo
el servicio a la persona humana.
Recientemente, algunos Jefes de Estado y de Gobierno, numerosos
exponentes políticos, algunas Conferencias Episcopales y Obispos de
forma individual, me han dirigido peticiones en favor de la proclamación
de santo Tomás Moro como Patrono de los Gobernantes y de los Políticos.
Entre los firmantes de esta petición hay personalidades de diversa
orientación política, cultural y religiosa, como expresión de vivo y
difundido interés hacia el pensamiento y la conducta de este insigne
hombre de gobierno.
2. Tomás Moro vivió una extraordinaria carrera política en su País.
Nacido en Londres en 1478 en el seno de una respetable familia, entró
desde joven al servicio del Arzobispo de Canterbury Juan Morton,
Canciller del Reino. Prosiguió después los estudios de leyes en Oxford y
Londres, interesándose también por amplios sectores de la cultura, de
la teología y de la literatura clásica. Aprendió bien el griego y
mantuvo relaciones de intercambio y amistad con importantes
protagonistas de la cultura renacentista, entre ellos Erasmo Desiderio
de Rotterdam.
Su sensibilidad religiosa lo llevó a buscar la virtud a través de una
asidua práctica ascética: cultivó la amistad con los frailes menores
observantes del convento de Greenwich y durante un tiempo se alojó en la
cartuja de Londres, dos de los principales centros de fervor religioso
del Reino. Sintiéndose llamado al matrimonio, a la vida familiar y al
compromiso laical, se casó en 1505 con Juana Colt, de la cual tuvo
cuatro hijos. Juana murió en 1511 y Tomás se casó en segundas nupcias
con Alicia Middleton, viuda con una hija. Fue durante toda su vida un
marido y un padre cariñoso y fiel, profundamente comprometido en la
educación religiosa, moral e intelectual de sus hijos. Su casa acogía
yernos, nueras y nietos y estaba abierta a muchos jóvenes amigos en
busca de la verdad o de la propia vocación. La vida de familia permitía,
además, largo tiempo para la oración común y la lectio divina, así como
para sanas formas de recreo hogareño. Tomás asistía diariamente a Misa
en la iglesia parroquial, y las austeras penitencias que se imponía eran
conocidas solamente por sus parientes más íntimos.
3. En 1504, bajo el rey Enrique VII, fue elegido por primera vez para
el Parlamento. Enrique VIII le renovó el mandato en 1510 y lo nombró
también representante de la Corona en la capital, abriéndole así una
brillante carrera en la administración pública. En la década sucesiva,
el rey lo envió en varias ocasiones para misiones diplomáticas y
comerciales en Flandes y en el territorio de la actual Francia. Nombrado
miembro del Consejo de la Corona, juez presidente de un tribunal
importante, vicetesorero y caballero, en 1523 llegó a ser portavoz, es
decir, presidente de la Cámara de los Comunes.
Estimado por todos por su indefectible integridad moral, la agudeza
de su ingenio, su carácter alegre y simpático y su erudición
extraordinaria, en 1529, en un momento de crisis política y económica
del País, el Rey le nombró Canciller del Reino. Como primer laico en
ocupar este cargo, Tomás afrontó un período extremadamente difícil,
esforzándose en servir al Rey y al País. Fiel a sus principios se empeñó
en promover la justicia e impedir el influjo nocivo de quien buscaba
los propios intereses en detrimento de los débiles. En 1532, no
queriendo dar su apoyo al proyecto de Enrique VIII que quería asumir el
control sobre la Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión. Se retiró
de la vida pública aceptando sufrir con su familia la pobreza y el
abandono de muchos que, en la prueba, se mostraron falsos amigos.
Constatada su gran firmeza en rechazar cualquier compromiso contra su
propia conciencia, el Rey, en 1534, lo hizo encarcelar en la Torre de
Londres dónde fue sometido a diversas formas de presión psicológica.
Tomás Moro no se dejó vencer y rechazó prestar el juramento que se le
pedía, porque ello hubiera supuesto la aceptación de una situación
política y eclesiástica que preparaba el terreno a un despotismo sin
control. Durante el proceso al que fue sometido, pronunció una
apasionada apología de las propias convicciones sobre la indisolubilidad
del matrimonio, el respeto del patrimonio jurídico inspirado en los
valores cristianos y la libertad de la Iglesia ante el Estado. Condenado
por el tribunal, fue decapitado.
Con el paso de los siglos se atenuó la discriminación respecto a la
Iglesia. En 1850 fue restablecida en Inglaterra la jerarquía católica.
Así fue posible iniciar las causas de canonización de numerosos
mártires. Tomás Moro, junto con otros 53 mártires, entre ellos el Obispo
Juan Fisher, fue beatificado por el Papa León XIII en 1886. Junto con
el mismo Obispo, fue canonizado después por Pío XI en 1935, con ocasión
del IV centenario de su martirio.
4. Son muchas las razones a favor de la proclamación de santo Tomás
Moro como Patrono de los Gobernantes y de los Políticos. Entre éstas, la
necesidad que siente el mundo político y administrativo de modelos
creíbles, que muestren el camino de la verdad en un momento histórico en
el que se multiplican arduos desafíos y graves responsabilidades. En
efecto, fenómenos económicos muy innovadores están hoy modificando las
estructuras sociales. Por otra parte, las conquistas científicas en el
sector de las biotecnologías agudizan la exigencia de defender la vida
humana en todas sus expresiones, mientras las promesas de una nueva
sociedad, propuestas con buenos resultados a una opinión pública
desorientada, exigen con urgencia opciones políticas claras en favor de
la familia, de los jóvenes, de los ancianos y de los marginados.
En este contexto es útil volver al ejemplo de santo Tomás Moro que se
distinguió por la constante fidelidad a las autoridades y a las
instituciones legítimas, precisamente porque en las mismas quería servir
no al poder, sino al supremo ideal de la justicia. Su vida nos enseña
que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes. Convencido de
este riguroso imperativo moral, el Estadista inglés puso su actividad
pública al servicio de la persona, especialmente si era débil o pobre;
gestionó las controversias sociales con exquisito sentido de equidad;
tuteló la familia y la defendió con gran empeño; promovió la educación
integral de la juventud. El profundo desprendimiento de honores y
riquezas, la humildad serena y jovial, el equilibrado conocimiento de la
naturaleza humana y de la vanidad del éxito, así como la seguridad de
juicio basada en la fe, le dieron aquella confiada fortaleza interior
que lo sostuvo en las adversidades y frente a la muerte. Su santidad,
que brilló en el martirio, se forjó a través de toda una vida entera de
trabajo y de entrega a Dios y al prójimo.
Refiriéndome a semejantes ejemplos de armonía entre la fe y las
obras, en la Exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici
escribí que “la unidad de vida de los fieles laicos tiene una gran
importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida profesional
ordinaria. Por tanto, para que puedan responder a su vocación, los
fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como
ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como
también de servicio a los demás hombres” (n. 17).
Esta armonía entre lo natural y lo sobrenatural es tal vez el
elemento que mejor define la personalidad del gran Estadista inglés. Él
vivió su intensa vida pública con sencilla humildad, caracterizada por
el célebre “buen humor”, incluso ante la muerte. Éste es el horizonte a
donde le llevó su pasión por la verdad. El hombre no se puede separar de
Dios, ni la política de la moral. Ésta es la luz que iluminó su
conciencia. Como ya tuve ocasión de decir, “el hombre es criatura de
Dios, y por esto los derechos humanos tienen su origen en Él, se basan
en el designio de la creación y se enmarcan en el plan de la Redención.
Podría decirse, con expresión atrevida, que los derechos del hombre son
también derechos de Dios” (Discurso 7.4.1998, 3).
Y fue precisamente en la defensa de los derechos de la conciencia
donde el ejemplo de Tomás Moro brilló con intensa luz. Se puede decir
que él vivió de modo singular el valor de una conciencia moral que es
“testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad
del hombre hasta las raíces de su alma” (Enc. Veritatis splendor, 58).
Aunque, por lo que se refiere a su acción contra los herejes, sufrió los
límites de la cultura de su tiempo.
El Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Constitución Gaudium et
spes, señala cómo en el mundo contemporáneo está creciendo “la
conciencia de la excelsa dignidad que corresponde a la persona humana,
ya que está por encima de todas las cosas, y sus derechos y deberes son
universales e inviolables” (n.26). La historia de santo Tomás Moro
ilustra con claridad una verdad fundamental de la ética política. En
efecto, la defensa de la libertad de la Iglesia frente a indebidas
ingerencias del Estado es, al mismo tiempo, defensa, en nombre de la
primacía de la conciencia, de la libertad de la persona frente al poder
político. En esto reside el principio fundamental de todo orden civil de
acuerdo con la naturaleza del hombre.
5. Confío, por tanto, que la elevación de la eximia figura de santo
Tomás Moro como Patrono de los Gobernantes y de los Políticos ayude al
bien de la sociedad. Ésta es, además, una iniciativa en plena sintonía
con el espíritu del Gran Jubileo que nos introduce en el tercer milenio
cristiano.
Por tanto, después de una madura consideración, acogiendo complacido
las peticiones recibidas, constituyo y declaro Patrono de los
Gobernantes y de los Políticos a santo Tomás Moro, concediendo que le
vengan otorgados todos los honores y privilegios litúrgicos que
corresponden, según el derecho, a los Patronos de categorías de
personas.
Sea bendito y glorificado Jesucristo, Redentor del hombre, ayer, hoy y siempre.
Roma, junto a San Pedro, el día 31 de octubre de 2000, vigésimo tercero de mi Pontificado
IOANNES PAULUS PP.II
(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Tomás_Moro_6_25.htm)