¡Oh!, Santa Teresa de Jesús de Los Andes, vos, sois la hija
del Dios de la Vida y su amada santa, que pusisteis ante
nuestros ojos el evangelio vivo de Nuestro Señor Jesucristo.
Siendo aún niña e inspirada por el Espíritu Santo
de Dios, decidisteis consagraros a Él como religiosa santa
vistiendo los hábitos de carmelita descalza en el monasterio
del Espíritu Santo, en el pueblo de Los Andes. Después de
muchas tribulaciones interiores indecibles e inenarrables
vos, a los seis años atraída por Dios volcasteis vuestra
afectividad totalmente en Él. “Cuando vino el terremoto,
al poco tiempo fue cuando Jesús principió a tomar mi
corazón para sí”. Así, sin más, lo escribisteis en vuestro
diario. Vos, poseísteis una enorme capacidad de amar
y ser amada junto con una extraordinaria inteligencia. Dios,
os hizo experimentar su presencia, cautivándoos con su
conocimiento y os hizo suya a través de las exigencias
de la cruz, pues conociéndolo, lo amasteis; y amándolo os
entregasteis a Él con radicalidad. Desde niña comprendisteis
que el amor se demuestra con obras más que con palabras.
Os, mirasteis con ojos sinceros y sabios y comprendisteis
que para ser de Dios, necesario era morir a vos misma
y a todo lo que no fuera Él. El Sacramento de la Eucaristía, os
cautivó porque comprendisteis que Dios iba a morar dentro
de vos. Vuestra inclinación natural hacia Dios, desde ese día
se transformó en amistad, en vida de oración continua.
Jesucristo os dijo que os quería carmelita y que vuestra
meta debía ser la santidad. Con la abundante gracia de Dios
os disteis a la oración, a la adquisición de las virtudes
y a la práctica de la vida según el evangelio, llegando
a un alto grado de unión con Dios. Cristo, fue vuestro ideal,
vuestro único ideal y os enamorasteis de Él, y claro,
consecuente hasta crucificaros en cada minuto por Él.
Vuestra santidad la demostrasteis en la familia, el colegio,
las amigas y con quienes compartíais vuestras vacaciones
y a quienes catequizasteis y ayudasteis. Fuisteis jovial,
alegre, simpática, atractiva, deportista y comunicativa.
Vuestra vida monacal hasta vuestra muerte fue el último
peldaño de vuestra ascensión a la cumbre de la santidad.
Y, un día, después de muchas tribulaciones interiores
e indecibles padecimientos físicos, causados por un violento
ataque de tifus, voló vuestra alma al cielo, para recibir
corona de eternidad como justo premio a vuestra entrega
de amor, muriendo como novicia carmelita descalza, habiendo
vivido, creído y amado, tal y conforme lo dijo Jesús: “La
obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado”. ¡Aleluya!
¡Oh!, Santa Teresa de Jesús de Los Andes, “Vivo amor de Dios”.
© 2023 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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13 de Julio
SantaTeresa de Jesús de Los Andes
Carmelita Descalza
Virgen (1900-1920)
La joven que hoy es glorificada en la Iglesia con el título de Santa, es un profeta de Dios para los hombres y mujeres de nuestro tiempo. TERESA DE JESUS DE LOS ANDES, con el ejemplo de su vida, pone ante nuestros ojos el evangelio de Cristo, encarnado y llevado a la práctica hasta las últimas exigencias.
Ella es para la humanidad una prueba indiscutible de que la llamada de Cristo a ser santos, es actual, posible y verdadera. Ella se levanta ante nuestros ojos para demostrar que la radicalidad del seguimiento de Cristo es lo único que vale la pena y lo único que hace feliz al hombre.
Teresa de Los Andes, con el lenguaje de su intensa vida, nos confirma que Dios existe, que Dios es amor y alegría, que El es nuestra plenitud.
Nació en Santiago de Chile el 13 de julio de 1900. En la pila bautismal fue llamada Juana Enriqueta Josefina de los Sagrados Corazones Fernández Solar. Familiarmente se la conocía, y todavía se la conoce hoy, con el nombre de Juanita.
Su niñez se desarrolló normalmente en el seno familiar: sus padres, don Miguel Fernández y Lucía Solar; sus tres hermanos y dos hermanas; el abuelo materno, tíos, tías y primos.
La familia gozaba de muy buena posición económica y conservaba fielmente la fe cristiana, viviéndola con sinceridad y constancia.
Juana recibió su formación escolar en el colegio de las monjas francesas del Sagrado Corazón. Entre la vida estudiantil y la vida familiar se desarrolló su corta e intensa historia. A los catorce años de edad, inspirada por Dios, decidió consagrarse a El como religiosa, en concreto, como carmelita descalza.
Su deseo se realizó el 7 de mayo de 1919, cuando ingresó en el pequeño monasterio del Espíritu Santo en el pueblo de Los Andes, a unos 90 kms. de Santiago.
El 14 de octubre de ese mismo año vistió el hábito de carmelita, iniciando así su noviciado con el nombre de Teresa de Jesús. Sabía desde mucho antes que moriría joven. Más aún, el Señor se lo había revelado, pues ella misma lo comunicó a su confesor un mes antes de su partida.
Asumió esa realidad con alegría, serenidad y confianza. Segura de que continuaría en la eternidad su misión de hacer conocer y amar a Dios.
Después de muchas tribulaciones interiores e indecibles padecimientos físicos, causados por un violento ataque de tifus que acabó con su vida, pasó de este mundo al Padre al atardecer del 12 de abril de 1920. Había recibido con sumo fervor los santos sacramentos de la Iglesia y el 7 de abril había hecho la profesión religiosa en el artículo de la muerte. Aún le faltaban 3 meses para cumplir los 20 años de edad y 6 meses para acabar su noviciado canónico y poder emitir jurídicamente su profesión religiosa. Murió como novicia carmelita descalza.
Esa es toda la trayectoria externa de esta joven santiaguina. Desconcierta, y crece en nosotros el gran interrogante: ¿y qué hizo? Para tal pregunta hay una respuesta igualmente desconcertante: Vivir, creer, amar.
Cuando los discípulos preguntaron a Jesús qué debían hacer para vivir según Dios quiere, El respondió: “La obra de Dios es que creáis en quien El ha enviado” (Jn. 6, 28-29). Por lo tanto, para conocer el valor de la vida de Juanita, es necesario mirar hacia dentro, donde está el Reino de Dios.
Ella despertó a la vida de la gracia siendo todavía muy niñita. Asegura que a los seis años atraída por Dios empezó a volcar su afectividad totalmente en El. “Cuando vino el terremoto de 1906, al poco tiempo fue cuando Jesús principió a tomar mi corazón para sí” (Diario, n. 3, p. 26). Juanita poseyó una enorme capacidad de amar y ser amada junto con una extraordinaria inteligencia. Dios le hizo experimentar su presencia, la cautivó con su conocimiento y la hizo suya a través de las exigencias de la cruz. Conociéndolo, lo amó; y amándolo se entregó a El con radicalidad.
Desde niña comprendió que el amor se demuestra con obras más que con
palabras, por eso lo tradujo en todos los actos de su vida, empezando
por la raíz. Se miró con ojos sinceros y sabios y comprendió que para
ser de Dios era necesario morir a sí misma y a todo lo que no fuera El.
Su
naturaleza era totalmente contraria a la exigencia evangélica:
orgullosa, egoísta, terca, con todos los defectos que esto supone. Como
nos sucede a todos. Pero lo que ella hizo, a diferencia nuestra, fue
librar batalla encarnizada contra todo impulso que no naciera del amor.
A los 10 años era una persona nueva. La motivación inmediata fue el Sacramento de la Eucaristía que iba a recibir. Comprendiendo que nada menos que Dios iba a morar dentro de ella, trabajó en adquirir todas las virtudes que la harían menos indigna de esta gracia, consiguiendo en poquísimo tiempo transformar su carácter por completo.
En la celebración de este sacramento recibió de Dios gracias místicas de locuciones interiores que luego se mantuvieron a lo largo de su vida. La inclinación natural hacia Dios, desde ese día se transformó en amistad, en vida de oración.
Cuatro años más tarde recibió interiormente la revelación que determinó la orientación de su vida: Jesucristo le dijo que la quería carmelita y que su meta debía ser la santidad.
Con la abundante gracia de Dios y con la generosidad de joven enamorada se dio a la oración, a la adquisición de las virtudes y a la práctica de la vida según el evangelio, de tal modo que en cortos años llegó a un alto grado de unión con Dios.
Cristo fue su ideal, su único ideal. Se enamoró de El, y fue consecuente hasta crucificarse en cada minuto por El. La invadió el amor esponsal y, por tanto, el deseo de unirse plenamente al que la había cautivado. Por eso a los 15 años hizo el voto de virginidad por 9 días, renovándolo después continuamente.
La santidad de su vida resplandeció en los actos de cada día en los ambientes donde se desarrolló su vida: la familia, el colegio, las amigas, los inquilinos con quienes compartía sus vacaciones y a quienes, con celo apostólico, catequizó y ayudó.
Siendo una joven igual a sus amigas, éstas la sabían distinta. La tomaron por modelo, apoyo y consejera. Juanita sufrió y gozó intensamente, en Dios, todas las penas y alegrías con que se encuentra el hombre.
Jovial, alegre, simpática, atractiva, deportista, comunicativa. En los años de su adolescencia alcanzó el perfecto equilibrio síquico y espiritual, fruto de su ascesis y de su oración. La serenidad de su rostro era reflejo de Aquel que en ella vivía.
Su vida monacal desde el 7 de mayo de 1919 hasta su muerte fue el último peldaño de su ascensión a la cumbre de la santidad. Sólo once meses fueron suficientes para consumar su vida totalmente cristificada.
Muy pronto la comunidad descubrió en ella un paso de Dios por su historia. En el estilo de vida carmelitano-teresiano, la joven encontró plenamente el cauce para derramar más eficazmente el torrente de vida que ella quería dar a la Iglesia de Cristo. Era el estilo de vida que, a su modo, había vivido entre los suyos, y para el cual había nacido. La Orden de la Virgen María del Monte Carmelo colmó los deseos de Juanita al comprobar que la Madre de Dios, a quien amó desde niña, la había traído a formar parte de ella.
Fue beatificada en Santiago de Chile por Su Santidad Juan Pablo II, el día 3 de abril de 1987. Sus restos son venerados en el Santuario de Auco-Rinconada de Los Andes por miles de peregrinos que buscan y encuentran en ella el consuelo, la luz y el camino recto hacia Dios.
SANTA TERESA DE JESÚS DE LOS ANDES es la primera Santa chilena, la primera Santa carmelita descalza fuera de las fronteras de Europa y la cuarta Santa Teresa del Carmelo tras las Santas Teresas de Avila, de Florencia y de Lisieux.
(http://www.vatican.va/news_services/liturgy/saints/ns_lit_doc_19930321_teresa-de-jesus_sp.html)