¡Oh!, San Buenaventura, vos, sois el hijo del Dios de la Vida
y su amado santo, y, que, a la vida vuelto por San Francisco
con aquella famosa y preciosa frase: “Juan: ¡Buena Ventura!”.
Y, así, os quedasteis con ella para siempre, hasta convertiros
en el maravilloso “Doctor seráfico”, que sois. Vos, que en santo
amor ardíais por el Dios de la Vida, vuestros sermones, escritos
trabajos y estudios, a Él, os lo ofrecisteis. En “Itinerario del
alma hacia Dios”, bellísimo libro vuestro y muestra perfecta
del bien obrar, donde sutilmente mostráis, cómo el hombre,
alcanzar debe su ascenso hacia la Casa del Padre Eterno.
Vos, con humildad las tareas sencillas del convento realizabais
a la sazón joven Cardenal hecho, con amor puro y alegría
y que, junto a vuestro amabilísimo trato conciliador, os
ganabais a toda la gente de vuestro tiempo. El meditar en la
pasión y muerte de nuestro Señor jesucristo, os llevaba a menudo
a esforzaros por amor y, a cumplir las palabras que Él,
alguna vez dijo: “Aprended de mí que soy manso y humilde
de corazón”. Vuestro amor a María Virgen, recomendabais
complementarlo con el rezo del Santo Rosario y el Ángelus.
¡Qué hermoso! debió haber sido, cuando se os encargó
escribir la biografía del fundador de vuestra orden, San
Francisco de Asís, que, hasta Santo Tomás de Aquino, un día
se apeó a vuestra celda, y os vio, como “ido” de este mundo
y exclamó para sí: “dejemos que un santo escriba la vida
de otro santo”. Al final de vuestra santa vida ¿dónde
os fuisteis San Buenaventura? ¿dónde? Y, mayor ni mejor
respuesta hay: ¡al cielo os fuisteis todo coronado, con
corona de luz y gloria, como premio a vuestra increíble
entrega de amor, fe y misericordia sin fin. Inocencio,
Papa, en vuestro entierro dijo de vos: “Su amabilidad
era tan grande que empezar a tratarlo era quedar ya
amigos de él para siempre. Y su unción al predicar
y escribir era tan admirable, que escucharlo o leer sus
escritos, era ya empezar a sentir deseos de amar a Dios
y conseguir la santidad”. ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡oh!, San Buenaventura, “vivo Amor por el Dios de la Vida”.
© 2023 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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15 de julio
San Buenaventura
Religioso, Cardenal y Escritor.
Año 1274
San Buenaventura: pide a Nuestro Señor que nosotros lo amemos como lo amaste tú.
Un nombre profético
Nació en Bañoreal, cerca de Vitervo (Italia) en 1221. Se llamaba Juan, pero dicen que cuando era muy pequeño enfermó gravemente y su madre lo presentó a San Francisco, el cual acercó al niñito de cuatro meses a su corazón y le dijo: “¡BUENA VENTURA!”que significa: “¡BUENA SUERTE. BUEN EXITO!”. Y el niño quedó curado. Y por eso cambio su nombre de Juan por el de Buenaventura. Y en verdad que tuvo buena suerte y buen éxito en toda su vida.
Un doctor muy especial
En agradecimiento a San Francisco su benefactor, se hizo religioso franciscano. Estudió en la universidad de París, bajo la dirección de famoso maestro Alejandro de Ales, y llegó a ser uno de los más grandes sabios de su tiempo. Se le llama “Doctor seráfico”, porque “Serafín” significa “el que arde en amor por Dios” y este santo en sus sermones, escritos y actitudes demostró vivir lleno de un amor inmenso hacia Nuestro Señor.
Los que lo conocieron y trataron dicen que todos sus estudios y trabajos los ofrecía para gloria de Dios y salvación de las almas. A sus clases concurrían en grandes cantidades gente de todas las clases sociales y sus oyentes afirmaban que mientras hablaba parecía estar viendo al invisible. Su inocencia y santidad de vida eran tales que su maestro, Alejandro de Alex, exclamaba “Buenaventura parece que hubiera nacido sin pecado original”.
Escrúpulos peligrosos
Él no veía en si mismo sino faltas y miserias y por eso empezó a padecer la enfermedad de los escrúpulos, que consiste en considerar pecado lo que no es pecado. Y creyéndose totalmente indigno empezó a dejar de comulgar. Afortunadamente la bondad de Dios le concedió un valor especial, y observó en visión que Jesucristo en la Santa Hostia se venía desde el copón en el cual el sacerdote estaba repartiendo la Sagrada Comunión, y llegaba hasta sus labios. Con esto reconoció que el dejar de comulgar por escrúpulos era una equivocación.
Escritor famoso
Buenaventura, además de dedicarse muchos años a dar clases en la Universidad de París donde se formaban estudiantes de filosofía y teología de muchos países, escribió numerosos sermones y varias obras de piedad que por siglos han hecho inmenso bien a infinidad de lectores. Una de ellas se llama “Itinerario del alma hacia Dios”. Allí enseña que la perfección cristiana consiste en hacer bien las acciones ordinarias y todo por amor de Dios. El Papa Sixto IV decía que al leer las obras de San Buenaventura se siente uno invadido de un fervor especial, porque fueron escritas por alguien que rezaba mucho y amaba intensamente a Dios.
Una noticia muy alagadora. San Buenaventura fue nombrado Superior General de los Padres Franciscanos, y el Papa le concedió el título de Cardenal. Y aunque era famoso mundialmente por su sabiduría, sin embargo seguía siendo muy humilde y se iba a la cocina a lavar platos con los hermanos legos (dicen que la noticia de su nombramiento como Cardenal le llegó mientras estaba un día lavando platos en la cocina) y Fray Gil, uno de los hermanos legos más humildes, le preguntó un día: “Padre Buenaventura, ¿un pobre ignorante como yo, podrá algún día estar tan cerca de Dios, como su Reverencia que es tan inmensamente sabio?”
El gran sabio le respondió: “Oh mi querido Fray Gil: si una pobre viejecita ignorante tiene más amor de Dios que Fray Buenaventura, estará más cerca de Dios en la eternidad que Fray Buenaventura”. Al oír semejante noticia, el humilde frailecito empezó a aplaudir y a gritar: “Ay Fray Gil borriquillo de Dios, aunque seas más ignorante que la más pobre viejecita, si amas a Dios más que Fray Buenaventura, estarás en el cielo más cerca de Dios que el gran Fray Buenaventura”. Y de pura emoción se fue elevando por los aires, y quedó allí suspendido entre cielo y tierra en éxtasis. Es que había escuchado la más halagadora de las noticias: que el puesto en el cielo dependerá del grado de amor que hayamos tenido hacia el buen Dios.
La simpatía de San Buenaventura
Este gran doctor, que por 17 años fue Superior General de los Padres Franciscanos y recorrió el mundo visitando las casas de su comunidad y animando a todos a dedicarse a la santidad, y que fue el hombre de confianza del Sumo Pontífice para resolver muchos casos difíciles, y que dirigió en nombre del Papa el Concilio de Lyon y tuvo el honor de que la oración fúnebre el día de su entierro la hiciera el mismo Sumo Pontífice, tenía una cualidad especialísima: una exquisita bondad en su trato, una amabilidad que le ganaba los corazones, un modo conciliador que lo alejaba de los extremos, de la extrema rigidez que amarga la vida de los otros y de la relajación que deja a todos seguir por el camino del mal sin corregirlos.
Sus virtudes preferidas eran la humildad y la paciencia, y la meditación frecuente en la pasión y muerte de Cristo lo llevaba a esforzarse por cumplir aquel consejo de Jesús: “Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón”. Su crucifijo lo tenía totalmente desgastado de tanto besarle las manos, los pies, la cabeza y la herida del costado. Su amor a la Virgen María era intenso y por todas partes recomendaba el rezo del Angelus (o de las tres Aves Marías).
Un santo elogia a otro santo
A San Buenaventura le recomendaron que escribiera la biografía de su gran protector San Francisco de Asís (la cual resulto muy hermosa) y dicen que cuando estaba redactándola, llegó a visitarlo el sabio más famoso de su tiempo, Santo Tomás de Aquino, el cual al asomarse a su celda y verlo sumido en la contemplación y como en éxtasis, exclamó: “dejemos que un santo escriba la vida de otro santo”, y se fue. Así que estos dos sabios tan famosos no se trataron en vida pero se admiraron mutuamente.
Muerte solemne
En el año 1274 se celebro el concilio de Lyon (o reunión de todos los obispos católicos del mundo). Terminando el Concilio con gran éxito, todo dirigido por San Buenaventura, por orden del Sumo Pontífice, el santo sintió que le faltaban las fuerzas, y el 15 de julio de 1274 murió santamente asistido por el Papa en persona. Todos los obispos del Concilio asistieron a sus funerales y caso único en la historia, el Santo Padre ordenó que todos los sacerdotes del mundo celebran una misa por el alma del difunto.
Un elogio muy especial
El Papa Inocencio V predicó la homilía en el entierro de San Buenaventura y dijo de él: “Su amabilidad era tan grande que empezar a tratarlo era quedar ya amigos de él para siempre. Y su unción al predicar y escribir era tan admirable, que escucharlo o leer sus escritos, era ya empezar a sentir deseos de amar a Dios y conseguir la santidad”. Bello elogio en verdad.