De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua». Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame». En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?». En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios».
«Empezó a hundirse y gritó: ‘Señor, sálvame’»
Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Rubí, Barcelona, España)Hoy, la experiencia de Pedro
refleja situaciones que hemos experimentado también nosotros más de una
vez. ¿Quién no ha visto hacer aguas sus proyectos y no ha experimentado
la tentación del desánimo o de la desesperación? En circunstancias así,
debemos reavivar la fe y decir con el salmista: «Muéstranos, Señor, tu
misericordia y danos tu salvación» (Sal 85,8).
Para la mentalidad antigua, el mar era el lugar donde habitaban las
fuerzas del mal, el reino de la muerte, amenazador para el hombre. Al
“andar sobre el agua” (cf. Mt 14,25), Jesús nos indica que con su muerte
y resurrección triunfa sobre el poder del mal y de la muerte, que nos
amenaza y busca destrozarnos. Nuestra existencia, ¿no es también como
una frágil embarcación, sacudida por las olas, que atraviesa el mar de
la vida y que espera llegar a una meta que tenga sentido?
Pedro creía tener una fe clara y una fuerza muy consistente, pero
«empezó a hundirse» (Mt 14,30); Pedro había asegurado a Jesús que estaba
dispuesto a seguirlo hasta morir, pero su debilidad lo acobardó y negó
al Maestro en los hechos de la Pasión. ¿Por qué Pedro se hunde justo
cuando empieza a andar sobre el agua? Porque, en vez de mirar a
Jesucristo, miró al mar y eso le hizo perder fuerza y, a partir de ese
instante, su confianza en el Señor se debilitó y los pies no le
respondieron. Pero, Jesús le «extendió la mano, lo agarró» (Mt 14,31) y
lo salvó.
Después de su resurrección, el Señor no permite que su apóstol se hunda
en el remordimiento y la desesperación y le devuelve la confianza con su
perdón generoso. ¿A quién miro yo en el combate de la vida? Cuando noto
que el peso de mis pecados y errores me arrastra y me hunde, ¿dejo que
el buen Jesús alargue su mano y me salve?
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite, que ni se percibe su duración» (San Juan Mª Vianney)
«El Señor está en el “monte” del Padre: podemos invocarlo siempre» (Benedicto XVI)
«‘De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo’ (Heb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En É
l lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 65)