Texto del Evangelio (Jn 1,6-8.19-28): Hubo
un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Éste vino para un
testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por
Él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. Y éste
fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron donde él desde
Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?». Él
confesó, y no negó; confesó: «Yo no soy el Cristo». Y le preguntaron:
«¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?». Él dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el
profeta?». Respondió: «No». Entonces le dijeron: «¿Quién eres, pues,
para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti
mismo?». Dijo Él: «Yo soy voz del que clama en el desierto: ‘Rectificad
el camino del Señor’, como dijo el profeta Isaías».
Los enviados
eran fariseos. Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres
tú el Cristo, ni Elías, ni el profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo
con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que
viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su
sandalia». Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde
estaba Juan bautizando.
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«En medio de vosotros está uno a quien no conocéis» Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Rubí, Barcelona, España)
Hoy, en medio del Adviento, recibimos una invitación a la alegría y a
la esperanza: «Estad siempre alegres y orad sin cesar. Dad gracias por
todo» (1Tes 5,16-17). El Señor está cerca: «Hija mía, tu corazón es el
cielo para Mí», le dice Jesús a santa Faustina Kowalska (y, ciertamente,
el Señor lo querría repetir a cada uno de sus hijos). Es un buen
momento para pensar en todo lo que Él ha hecho por nosotros y darle
gracias.
La alegría es una característica esencial de la fe.
Sentirse amado y salvado por Dios es un gran gozo; sabernos hermanos de
Jesucristo que ha dado su vida por nosotros es el motivo principal de la
alegría cristiana. Un cristiano abandonado a la tristeza tendrá una
vida espiritual raquítica, no llegará a ver todo lo que Dios ha hecho
por él y, por tanto, será incapaz de comunicarlo. La alegría cristiana
brota de la acción de gracias, sobre todo por el amor que el Señor nos
manifiesta; cada domingo lo hacemos comunitariamente al celebrar la
Eucaristía.
El Evangelio nos ha presentado la figura de Juan
Bautista, el precursor. Juan gozaba de gran popularidad entre el pueblo
sencillo; pero, cuando le preguntan, él responde con humildad: «Yo no
soy el Mesías…» (cf. Jn 1,21); «Yo bautizo con agua, pero en medio de
vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí» (Jn
1,26-27). Jesucristo es Aquél a quien esperan; Él es la Luz que ilumina
el mundo. El Evangelio no es un mensaje extraño, ni una doctrina entre
tantas otras, sino la Buena Nueva que llena de sentido toda vida humana,
porque nos ha sido comunicada por Dios mismo que se ha hecho hombre.
Todo cristiano está llamado a confesar a Jesucristo y a ser testimonio
de su fe. Como discípulos de Cristo, estamos llamados a aportar el don
de la luz. Más allá de esas palabras, el mejor testimonio, es y será el
ejemplo de una vida fiel.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
- «Y precisamente porque resulta difícil distinguir la palabra de la voz, tomaron a Juan por el Mesías. La voz fue confundida con la palabra: pero la voz se reconoció a sí misma, para no ofender a la palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta» (San Agustín)
- «Para tener la alegría en la preparación de la Navidad lo primero es rezar. Lo segundo: dar gracias al Señor. Tercero, pensar cómo puedo ir al encuentro de los demás, llevando un poco de unción, de paz, de alegría. Esta es la alegría del cristiano» (Francisco)
- «Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores, vio y señaló a Jesús como el ‘Cordero de Dios que quita los pecados del mundo’ (Jn 1,29). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53,7) y carga con el pecado de las multitudes y el cordero pascual símbolo de la Redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12,3-14). Toda la vida de Cristo expresa su misión: ‘Servir y dar su vida en rescate por muchos’ (Mc 10,45)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 608)