Domingo 23 de Junio
Domingo 12 (B) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 4,35-41): Un día, al atardecer, Jesús dijo a los discípulos: «Pasemos a la otra orilla». Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con Él. En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. Él estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Él, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla, enmudece!». El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?». Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: «Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?».
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?»
Hoy -en estos tiempos de «fuerte
borrasca»- nos vemos interpelados por el Evangelio. La humanidad ha
vivido dramas que, como olas violentas, han irrumpido sobre hombres y
pueblos enteros, particularmente durante el siglo XX y los albores del
XXI. Y, a veces, nos sale del alma preguntarle: «Maestro, ¿no te importa
que perezcamos?» (Mc 4,38); si Tú verdaderamente existes, si Tú eres
Padre, ¿por qué ocurren estos episodios?
Ante el recuerdo de los horrores de los campos de concentración de la II
Guerra Mundial, el Papa Benedicto se pregunta: «¿Dónde estaba Dios en
esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso
de destrucción?». Una pregunta que Israel, ya en el Antiguo Testamento,
se hacía: «¿Por qué duermes? (…). ¿Por qué nos escondes tu rostro y
olvidas nuestra desgracia?» (Sal 44,24-25).
Dios no responderá a estas preguntas: a Él le podemos pedir todo menos
el porqué de las cosas; no tenemos derecho a pedirle cuentas. En
realidad, Dios está y está hablando; somos nosotros quienes no estamos
[en su presencia] y, por tanto, no oímos su voz. «Nosotros -dice
Benedicto XVI- no podemos escrutar el secreto de Dios. Sólo vemos
fragmentos y nos equivocamos si queremos hacernos jueces de Dios y de la
historia. En ese caso, no defenderíamos al hombre, sino que
contribuiríamos sólo a su destrucción».
En efecto, el problema no es que Dios no exista o que no esté, sino que
los hombres vivamos como si Dios no existiera. He aquí la respuesta de
Dios: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?» (Mc 4,40).
Eso dijo Jesús a los apóstoles, y lo mismo le dijo a santa Faustina
Kowalska: «Hija mía, no tengas miedo de nada, Yo siempre estoy contigo,
aunque te parezca que no esté».
No le preguntemos, más bien recemos y respetemos su voluntad y…,
entonces habrá menos dramas… y, asombrados, exclamaremos: «¿Quién es
éste que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mc 4,41). -Jesús, en ti
confío!
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«En los momentos de perturbación, no os dejéis vencer por el oleaje. No obstante, si soplare el viento, si se alborotan las pasiones de nuestra alma, no desesperemos: despertemos a Cristo, para que podamos navegar con bonanza y arribar al puerto de la patria» (San Agustín)
«Cuando en esa barca sube Jesús, el clima inmediatamente cambia: todos se sienten unidos en la fe en Él. La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús, siempre a nuestro lado, de su mano que nos aferra para sustraernos de los peligros» (Francisco)
«(…) ‘Como Cristo realizó la obra de la redención en la persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación’ (Concilio VaticanoII)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 853)
(https://evangeli.net/evangelio/dia/2024-06-23)