¡Oh!, Santo Domingo de Guzmán; vos, sois el hijo del Dios
de la Vida, su amado santo y el “asceta de Cristo”, Señor
y Dios Nuestro, porque, os negasteis a vos mismo, para,
en los pobres y desvalidos de vuestro tiempo, crecer. Y,
de aquél abrazo con Francisco y sus estigmas, huellas de
amor dejasteis: “No puede ser que Cristo sufra hambre en
los pobres, mientras yo guarde en mi casa algo con lo cual
podía socorrerlos”. Vuestras armas para convertir: la
oración, la paciencia, la penitencia y horas incontables
para instruir a los ignorantes. A vuestros detractores os
decíais: “Inútil es, tratar de convertir a la gente con
la violencia. La oración hace más efecto que todas las
armas guerreras. No crean que los oyentes se van a conmover
y a volver mejores porque nos ven muy vestidos elegantemente.
En cambio con la humildad sí se ganan los corazones”.
Vuestra Comunidad, con diez y seis compañeros, la creasteis,
preparasteis y enviasteis a predicar, y de ella, surgieron
vuestros famosos conventos. Vuestras normas sencillas y
efectivas: Primero contemplar, y después enseñar. Dedicar
mucho tiempo y muchos esfuerzos a estudiar y meditar las
enseñanzas de Jesucristo y de su Iglesia, y después,
predicar y catequizar las enseñanzas católicas. Cada año
hacíais varias cuaresmas ayunando a pan y agua y durmiendo
sobre duras tablas. Caminabais descalzo por caminos llenos
de piedras y por senderos cubiertos de nieve. Soportabais
los más terribles insultos sin responder ni una sola palabra.
Después de viajar y empapado de agua, vos os ibais con Dios,
Caminasteis descalzo por una senda de piedrecillas afiladas,
y vos exclamasteis: “la próxima predicación tendrá grandes
frutos, porque los hemos ganado con estos sufrimientos”.
¡Y, así fue! Sufríais muchas enfermedades, pero, seguíais
predicando y enseñando catecismo sin cansaros y, sin
desanimaros. La gente os veía siempre lleno de alegría
y de buen humor, gozoso y amable. Vuestros compañeros
decían de vos así: “De día nadie más comunicativo y alegre.
De noche, nadie más dedicado a la oración y a la meditación”.
Vuestros libros favoritos eran el Evangelio de San Mateo
y las Cartas de San Pablo. Una noche, estabais orando
y la Santísima Virgen María, se os apareció en vuestro
auxilio y os entregó el Santo Rosario, como el "arma más
poderosa para ganar almas". Ella misma os enseñó a rezarlo
y os pidió que hicieseis lo mismo con toda vuestra mies,
haciéndoos una promesa: "todo aquel que lo rezara obtendría
gracias abundantes". Poco antes de morir tuvieron que
prestaros un colchón porque no teníais. Mientras os rezaban
las oraciones por los agonizantes y que a la letra dice:
“Que todos los ángeles y santos salgan a recibirte”, vos,
dijisteis: “¡Qué hermoso, qué hermoso!” y luego, expirasteis.
Así, voló vuestra alma al cielo, para coronada ser con
corona de luz, como justo premio a vuestra entrega de amor;
¡oh!, Santo Domingo, “viva predicación del Dios vivo”.
© 2025 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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de la Vida, su amado santo y el “asceta de Cristo”, Señor
y Dios Nuestro, porque, os negasteis a vos mismo, para,
en los pobres y desvalidos de vuestro tiempo, crecer. Y,
de aquél abrazo con Francisco y sus estigmas, huellas de
amor dejasteis: “No puede ser que Cristo sufra hambre en
los pobres, mientras yo guarde en mi casa algo con lo cual
podía socorrerlos”. Vuestras armas para convertir: la
oración, la paciencia, la penitencia y horas incontables
para instruir a los ignorantes. A vuestros detractores os
decíais: “Inútil es, tratar de convertir a la gente con
la violencia. La oración hace más efecto que todas las
armas guerreras. No crean que los oyentes se van a conmover
y a volver mejores porque nos ven muy vestidos elegantemente.
En cambio con la humildad sí se ganan los corazones”.
Vuestra Comunidad, con diez y seis compañeros, la creasteis,
preparasteis y enviasteis a predicar, y de ella, surgieron
vuestros famosos conventos. Vuestras normas sencillas y
efectivas: Primero contemplar, y después enseñar. Dedicar
mucho tiempo y muchos esfuerzos a estudiar y meditar las
enseñanzas de Jesucristo y de su Iglesia, y después,
predicar y catequizar las enseñanzas católicas. Cada año
hacíais varias cuaresmas ayunando a pan y agua y durmiendo
sobre duras tablas. Caminabais descalzo por caminos llenos
de piedras y por senderos cubiertos de nieve. Soportabais
los más terribles insultos sin responder ni una sola palabra.
Después de viajar y empapado de agua, vos os ibais con Dios,
Caminasteis descalzo por una senda de piedrecillas afiladas,
y vos exclamasteis: “la próxima predicación tendrá grandes
frutos, porque los hemos ganado con estos sufrimientos”.
¡Y, así fue! Sufríais muchas enfermedades, pero, seguíais
predicando y enseñando catecismo sin cansaros y, sin
desanimaros. La gente os veía siempre lleno de alegría
y de buen humor, gozoso y amable. Vuestros compañeros
decían de vos así: “De día nadie más comunicativo y alegre.
De noche, nadie más dedicado a la oración y a la meditación”.
Vuestros libros favoritos eran el Evangelio de San Mateo
y las Cartas de San Pablo. Una noche, estabais orando
y la Santísima Virgen María, se os apareció en vuestro
auxilio y os entregó el Santo Rosario, como el "arma más
poderosa para ganar almas". Ella misma os enseñó a rezarlo
y os pidió que hicieseis lo mismo con toda vuestra mies,
haciéndoos una promesa: "todo aquel que lo rezara obtendría
gracias abundantes". Poco antes de morir tuvieron que
prestaros un colchón porque no teníais. Mientras os rezaban
las oraciones por los agonizantes y que a la letra dice:
“Que todos los ángeles y santos salgan a recibirte”, vos,
dijisteis: “¡Qué hermoso, qué hermoso!” y luego, expirasteis.
Así, voló vuestra alma al cielo, para coronada ser con
corona de luz, como justo premio a vuestra entrega de amor;
¡oh!, Santo Domingo, “viva predicación del Dios vivo”.
© 2025 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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08 de agosto
Santo Domingo de Guzmán
Fundador de la Orden de Predicadores
En cuna de santos
Domingo nació el 8 de agosto de 1170, en Caleruega, Burgos (España). Su madre fue la Beata Juana de Aza, y su padre, el Venerable don Félix Núñez de Guzmán.
De los 14 a los 28 años Domingo vivió en Palencia, donde recibió una cuidadosa educación en artes (humanidades), filosofía y teología. Posteriormente, en dicha ciudad, se desempeñó como profesor de la escuela catedralicia por un periodo de cuatro años.
Generosidad y desprendimiento
Para 1190, Domingo ya había terminado la carrera y recibido la tonsura. Por ese entonces en la Península Ibérica se vivía un clima de tensión: a la presencia bélica de los moros -la población árabe-musulmana- en España, se añadían continuos enfrentamientos entre los príncipes y señores cristianos.
En la región de Palencia se produjo entonces una gran hambruna. Tal situación tocó profundamente a Domingo quien, compadecido por la miseria en la que muchos vivían, decidió ponerse al servicio de los más necesitados. Se deshizo de gran parte de sus pertenencias y de su biblioteca personal con el propósito de reunir algún dinero y donarlo.
Hacer de uno mismo una ofrenda
Cierto día, se presentó ante Domingo una mujer con el rostro cubierto de lágrimas. Ella le relató al santo cómo su hermano había caído prisionero de los moros y cómo estos se lo habían llevado. Domingo, de inmediato, decidió ofrecerse a sí mismo en rescate por aquel hombre.
Ese solo gesto, lleno de valentía y generosidad, hizo que los captores del muchacho desistieran del propósito de retenerlo. Al final, no fue ni siquiera necesario que Domingo se entregara. La determinación que había mostrado fue suficiente y le valió el reconocimiento popular.
Anunciar al Señor con propiedad
Domingo, a los 24 años de edad, fue llamado por el obispo de Osma para ocupar el cargo de canónigo de la catedral, y, un año después, fue ordenado sacerdote.
Más adelante, el prelado tuvo que viajar a Dinamarca por encargo del rey Alfonso VIII y decidió llevar a Domingo consigo. Durante el viaje, el santo quedó impactado por el alcance que tenía la herejía albigense (catarismo) en aquellas tierras. Eso lo llevó al convencimiento de que una buena predicación del Evangelio era indispensable, y que si se predicaba de manera didáctica sería posible apartar del error a los incautos, y así fortalecer la fe del pueblo.
La Orden de los predicadores
Para 1207, Santo Domingo se encontraba completamente dedicado a su labor misionera y apostólica. Junto a él se había formado un grupo de compañeros que compartían el deseo de ser buenos predicadores. Como Domingo, ellos también habían dejado atrás todo tipo de comodidades y vivían ahora de la limosna.
Domingo se aboca a la formación de sacerdotes para que prediquen con locuacidad la sana doctrina. Más tarde fundaría la Orden de Predicadores (cuyos miembros serían después conocidos como ‘dominicos’). La Orden fue constituída en Toulouse (Francia), durante la denominada Cruzada albigense, luego sería confirmada por el Papa Honorio III, el 22 de diciembre de 1216.
A lo largo de su vida, Domingo recibió hasta tres pedidos papales para ser obispo, pero siempre declinó para ocuparse de la Orden que había fundado. Los años posteriores a 1216 fueron de un esfuerzo espiritual extenuante; el santo no descansaría hasta ver consolidada su fundación.
El Rosario
Según la tradición, respaldada por numerosos documentos pontificios, cierta noche, Santo Domingo, estando en oración tuvo una visión en la que la Virgen María aparecía en su auxilio y le entregaba el Rosario, refiriéndose a este como el arma más poderosa para ganar almas.
La Virgen le enseñó a rezarlo y le pidió que hiciera lo mismo con todo aquél que pudiese. Ella hizo además una promesa: todo aquel que lo rezara obtendría gracias abundantes. Así, Domingo se convertiría en el más grande propagador de la oración a Nuestra Madre, el Santo Rosario, la oración mariana por excelencia.
Santo Domingo de Guzmán, quien conoció y trató a San Francisco de Asís, fundador de los Frailes Menores -la otra gran orden mendicante-, partió a la Casa del Padre en Bolonia (entonces parte del Sacro Imperio Germánico, hoy Alemania) el 6 de agosto de 1221. Tenía 50 años.
El Papa Gregorio IX lo canonizó en 1234. En su discurso, el Pontífice dijo de Domingo: “De la santidad de este hombre estoy tan seguro como de la santidad de San Pedro y San Pablo”.
Órdenes mendicantes y espíritu misionero
Los dominicos y franciscanos -ambas integrantes de las llamadas órdenes mendicantes- se convirtieron en los pilares que sostuvieron a la Iglesia durante las crisis del siglo XIII y la baja Edad Media. Hoy, con renovado ardor, los hijos de Santo Domingo siguen invitados a la hermosa aventura de predicar a Cristo.
En 2021 se celebró el VIII Centenario de la muerte de Santo Domingo de Guzmán. Con ocasión de ello, el Papa Francisco envió una carta a al hermano Gerard Francisco Timoner O.P., Maestro General de la Orden de Predicadores, en la que le decía:
«En nuestro tiempo, caracterizado por grandes transformaciones y nuevos desafíos a la misión evangelizadora de la Iglesia, Domingo puede servir de inspiración a todos los bautizados, llamados, como discípulos misioneros, a llegar a todas las “periferias” de nuestro mundo con la luz del Evangelio y el amor misericordioso de Cristo. Hablando de las líneas temporales perennes de la visión y el carisma de santo Domingo, el Papa Benedicto XVI nos recordaba [Audiencia general, 3 de febrero de 2010] que ”en el corazón de la Iglesia debe arder siempre un fuego misionero”».(ACI prensa).
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