¡Oh!, Santos Basilio Magno y Gregorio Nazianceno, vosotros,
sois los hijos del Dios de la vida y sus amados santos. Basilio,
asceta del desierto, que, en vuestro libro “Constituciones”,
las reglas volcasteis, más elevadas para, la santidad alcanzar
en la vida religiosa. Amado como erais por cristianos, judíos
y paganos, haciendo carne el amor de Dios y, diciendo a los cuatro
vientos: “Óyeme cristiano que no ayudas al pobre: tú eres un
verdadero ladrón. El pan que no necesitas le pertenece al
hambriento. Los vestidos que ya no usas le pertenecen al
necesitado. El calzado que ya no empleas le pertenece al
descalzo. El dinero que gastas en lo que no es necesario es un
robo que le estás haciendo al que no tiene con que comprar lo
que necesita. Si pudiendo ayudar no ayudas, eres un verdadero
ladrón”. Elegido Arzobispo de Cesarea, el delegado del gobierno
quiso haceros renegar de la fe y vos respondisteis: ¿Qué me
vas a poder quitar si no tengo casas ni bienes, pues todo lo
repartí entre los pobres? ¿Acaso me vas a atormentar? Es
tan débil mi salud que no resistiré ni un día de tormentos sin
morir y no podrás seguir atormentándome. ¿Qué me vas a
desterrar? A cualquier sitio a donde me destierres, allá estará
Dios, y donde esté Dios, allí es mi patria, y allí me sentiré
contento. El gobernador os respondió admirado: “Jamás nadie
me había contestado a sí”. Y vos, añadisteis: “Es que jamás
te habías encontrado con un obispo”. Y, admirado el gobernante
no os castigó. Por vuestra parte, vos, Gregorio, obispo fuisteis
de Sancina, en Constantinopla y, de Nacianzo. Defendisteis
con ardor de corazón la divinidad del Verbo eterno y por ello
os llamaron “Teólogo”. Vuestra inspiración poética nos legó
unos cuatrocientos poemas. Vuestros sermones y escritos
tesoro son de testimonio ortodoxo. Con vos, y vuestro hermano
menor Gregorio de Nisa, los tres recibieron el título de los “Tres
capadocios”. Y, hoy, hay alegría en la Iglesia por celebrar en
conjunto vuestra santa memoria. Hoy, brilláis con corona
de luz, como premio a vuestra grande entrega de amor y fe;
¡Oh!, Santos Basilio y Gregorio, “vivo” amor de Jesucristo”.
© 2021 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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“Basilio santo, nació entre santos. Basilio pobre vivió pobre entre los pobres. Basilio hijo de mártires, sufrió como un mártir. Basilio predicó siempre con sus labios, y con sus buenos ejemplos y seguirá predicando siempre con sus escritos admirables”; con estas palabras, San Gregorio Nacianceno describió a quien fue su gran amigo, San Basilio Magno. La Iglesia recuerda a ambos santos por su defensa de la fe en contra de las herejías que negaban la divinidad de Jesús; y los celebra unidos, el mismo día, cada 2 de enero.
San Basilio
San Basilio nació en Cesarea (Asia Menor) alrededor del año 330, en una familia que floreció en frutos de santidad. Sus hermanos fueron San Gregorio de Nicea, Santa Macrina la Joven y San Pedro de Sebaste. Su padre fue San Basilio, el Viejo; su madre, Santa Emelia, y su abuela, Santa Macrina.
Su compañero de estudios e inseparable amigo fue San Gregorio Nacianceno. Cuando San Basilio se encontraba en la cúspide de la fama profesional, sintió un gran impulso por abandonar el mundo. Necesitado de ayuda y orientación, acudió a su hermana, Santa Macrina, quien vivía apartada del mundo, en compañía de su viuda madre y de otras mujeres.
Basilio pidió el bautismo, y como nuevo cristiano se dedicó a buscar el lugar que Dios quería para él. Visitó algunas comunidades cristianas pero decidió vivir en soledad en un sitio agreste, entregado a la plegaria y el estudio. Con el tiempo, se le unieron algunos discípulos y con quienes formó el primer monasterio del Asia Menor. Sus enseñanzas fueron decisivas para la comprensión del estilo de vida monacal y se ponen en práctica hasta hoy, especialmente, entre los monjes de Oriente. Por estas razones, Basilio fue una de las influencias más importantes de San Benito, quien lo consideraba su “maestro”.
Al ser ordenado sacerdote, San Basilio fue animado por San Gregorio Nacianceno a que le ayude en la defensa del sacerdocio, la Iglesia y las verdades de fe. Fue nombrado primer auxiliar del arzobispo de Cesarea y, como muchos otros hombres conversos al cristianismo, usó la herencia que le dejó su madre para ayudar a los más necesitados. Él mismo se encargaba del reparto de comida a la entrada del monasterio, tarea que quedó plasmada en cierta iconografía que lo representa con una suerte de delantal de cocina y un cucharón en la mano.
A la muerte de su arzobispo, fue nombrado su sucesor, emprendiendo la tarea de defender la autonomía de la Iglesia frente al emperador Valente. Como arzobispo promovió la devoción a la Eucaristía y la necesidad de este sacramento en la vida del cristiano. Partió a la Casa del Padre el 1 de enero del año 379.
San Gregorio
San Gregorio Nacianceno nació en Capadocia (actual Turquía), el mismo año que San Basilio. Su padre fue San Gregorio el Mayor, Obispo de Nacianzo; su madre Santa Nona y sus hermanos, Santos Cesáreo y Gorgonia.
Se unió a San Basilio en el deseo de ser fiel a Cristo en la vida solitaria, y, como él, también sirvió como sacerdote. Sin embargo, no todo sería cordialidad entre ambos, como a veces sucede incluso entre quienes son amigos. Hacia el año 372, San Basilio quiso consagrarlo obispo de Sasima. Aquella región constituía territorio en disputa entre las denominadas “Dos Capadocias”. Esto produjo tensiones entre ambos, que supieron superar años más tarde. Después de recorrer varias ciudades, San Gregorio se estableció en Constantinopla donde fue consagrado obispo. Como pastor, su fidelidad le valió numerosos sufrimientos a causa de difamaciones promovidas, paradójicamente, entre algunos cristianos y por los “ataques” contra la doctrina, promovidos por los herejes.
El Concilio de Constantinopla (381) confirmó las conclusiones y enseñanzas establecidas en el Concilio de Nicea en relación a las herejías que negaban la divinidad de Cristo. San Gregorio, en calidad de obispo de Constantinopla, se apoyó en el magisterio conciliar para fortalecer su propia enseñanza. Lamentablemente, sus enemigos pusieron en duda la validez de su elección, por lo que el Santo, para restaurar la paz, decidió volver a Nacianzo. Allí se convertiría en el nuevo obispo. San Gregorio partió a la Casa del Padre el 25 de enero del año 389 (c. 390).
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