17 agosto, 2024

Santa Beatriz de Silva, Fundadora de la Orden de la Inmaculada Concepción

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 !Oh¡ Santa Beatriz de Silva, vos sois la hija del Dios
de la Vida, su amada santa y Fundadora de la Orden
de la Inmaculada Concepción. Vos, erais muy hermosa:
“la dama más bella de la corte de Castilla”, y por ello
muchos nobles caballeros os pidieron en matrimonio,
pero vos, ya habíais visto "otro caballero". La reina
celosa de vuestra belleza, ordenó que os encerraran.
Y, vos, en medio de la oscuridad os encomendasteis con
vuestro corazón, a la Virgen María, tanto que la visteis:
Iba vestida de hábito blanco y manto azul y el Niño
Jesús en brazos. Os habló y escuchasteis sus palabras
de ánimo y de consuelo. Allí mismo, os encargó fundar
una Orden que se dedicara a la honra del misterio de
su Inmaculada Concepción. Vistiendo como hábito, el
el mismo que Ella, lucía, blanco y azul. Allí mismo vos,
os ofrecisteis como su servidora y os consagrasteis y
Ella, os liberó de aquella prisión milagrosamente. Y,
así, abandonasteis la corte e ingresasteis como seglar
en el Monasterio dominico de Santo Domingo el Real. Allí,
en "retiro", permanecisteis por treinta años, durante
los cuales tuvisteis el rostro siemore cubierto con un
velo, nunca como penitencia sino, como señal de viva
consagración al Señor, esperando la hora de poder llevar
a cabo la misión que os encomendó nuestra Madre del Cielo,
la Virgen Inmaculada. No vivíais bajo ninguna regla
aprobada por la Iglesia. Inocencio Octavo Papa, os aprobó
el Monasterio dedicado a la Concepción de la Bienaventurada
Virgen María. Vuestra Comunidad, a pesar de los problemas
continuó fiel a vuestros primeros proyectos, junto a
la perseverancia de las primeras hermanas y el apoyo
de los Hermanos franciscanos. Pío Once Papa, confirmó
vuestro culto y os proclamó Beata y más tarde el Papa
Pablo Sexto, os canonizó solemnemente. A vos os conocen
como “la dama del rostro velado” y “la mujer del silencio”;
¡Oh!, Santa Beatriz "vivo amor por la Inmaculada Concepción".


© 2024 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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17 de Agosto
Santa Beatriz de Silva
Fundadora de la Orden de la Inmaculada Concepción 
 
Auto Biografía de Santa Beatriz de Silva
Fundadora de la Orden de la Inmaculada Concepción 
 
Mi padre, Ruy Gómes da Silva, fue alcalde mayor de Campo Mayor y consejero del rey D. Duarte. Mi madre, Dª Isabel de Meneses era una dama emparentada con las casas reales de España y Portugal. De mi infancia puedo deciros que crecí en el seno de una familia de hondas raíces cristianas. Éramos once hermanos, criados y educados con mucho amor.
 
Muy jovencita, como era costumbre en la época, me trasladé a la Corte de la reina Isabel, hija de D. Juan, príncipe de Portugal, al casarse ésta con D. Juan II, rey de Castilla. Permanecí en la corte de Tordesillas, como dama de la reina varios años.
 
Mis biógrafos, que me miran con buenos ojos, decían que era muy hermosa, “la dama más bella de la corte de Castilla”. Quizás no era consciente de ello pero mi belleza atraía las miradas de todos y despertaba cierta admiración en quienes me trataban. Cierto es que muchos nobles caballeros me pidieron en matrimonio, pero yo tenía las miras en otro caballero, pero de eso os hablaré más adelante.
Creo que por ello, la Reina, pudo contemplar en mí una rival en su matrimonio. Dicen que sus celos le llevaron a encerrarme. Solo sé que un día de forma inesperada para mí, me encontré dentro de un cofre en un rincón del castillo.
 
En medio de la oscuridad me encomendé con todo el corazón a la Virgen María. Pude verla, no sé si con mis propios ojos o los de la fe. Iba vestida de hábito blanco y manto azul y el niño Jesús en brazos. Me habló, o al menos yo pude escuchar sus palabras de ánimo y su consuelo. Me hizo un encargo que desde entonces no olvidé: fundar una Orden dedicada a la honra del misterio de su Inmaculada Concepción. El hábito de las monjas sería el mismo que ella lucía, blanco y azul. No pude sino ofrecerme como su servidora y consagrarme a ella. La Reina de cielo me libró de aquella prisión.
 
Al cabo de tres días salí de allí como si nada hubiera pasado. Abandoné la corte e ingresé, como seglar o señora de piso, en el Monasterio dominico de Santo Domingo el Real. Estuve en este retiro por espacio de treinta años, durante los cuales permanecí con el rostro cubierto siempre con un velo, no sólo como penitencia sino, sobre todo, en señal de una total consagración a mi Señor. Esperaba así la hora de poder llevar a cabo la misión que me había encomendado mi Señora, la Virgen Inmaculada.
 
Llegó el año 1484. Fue un año grato para mi e inolvidable. Abandoné el Monasterio de Santo Domingo y con algunas compañeras, pasamos a una casa llamada Palacios de Galiana, junto a la muralla norte de Toledo, un regalo donado por la Reina Isabel. Sí, Isabel la Católica. Nos unía una cierta amistad. Fue muy generosa. También nos concedió la capilla adjunta, dedicada a Santa Fe, una santa de origen francés.
 
Durante cinco años vivimos en Santa Fe. No profesamos en ninguna orden religiosa, ni vivíamos bajo ninguna regla aprobada por la Iglesia. Fue una experiencia nueva dentro del monacato femenino de aquella época. Finalmente a petición mía y de la Reina Isabel, nuestra valedora, el 30 de abril de 1489, conseguimos del Papa Inocencio VIII la aprobación de un Monasterio dedicado a la Concepción de la Bienaventurada Virgen María. Era el comienzo de un camino, un divino camino. Quiso el Señor llamarme a su lado antes de empezar a caminar por él, o quizás ya había comenzado. Antes de marchar hacia el año 1492 pude profesar en presencia de mis hermanas y el obispo de Toledo.
 
El monasterio no desapareció. La Comunidad, a pesar de muchas dificultades continuó fiel a nuestros primeros proyectos. La perseverancia de las primeras hermanas y el apoyo de la Orden franciscana que nos acompañó desde los comienzos, dio como resultado el crecimiento de la Orden desde Toledo a otros lugares del Reino. Por fin, el 17 de septiembre de 1511 obtuvimos regla propia. A mediados del s. XVI, la Orden de la Concepción de la bienaventurada Virgen María, llegó hasta el Nuevo mundo.
 
El Papa Pío XI confirmó el culto inmemorial que muchos me tributaron y me proclamó Beata el 28 de julio de 1926. Más tarde, reanudada la causa de canonización en 1950 por Pío XII, Pablo VI me canonizó solemnemente el 3 de octubre de 1976. Mi fiesta litúrgica se celebra el día 17 de agosto.
Soy conocida en la historia como “la dama del rostro velado” y “la mujer del silencio”.
 
 Espero que hayáis disfrutado con esta breve historia de mi vida que os he compartido. Ahora son mis hijas, extendidas por todo el mundo quienes hacen presente el Carisma que un día el Espíritu Santo me inspiró.