Oh, Santa Lea, vos, sois la hija del
Dios de la vida, que considerada
erais, "santísima" por San Jerónimo,
porque, viuda quedando, al mundo
renunciasteis e ingresasteis a un
monasterio y, dentro de él, a ser
superiora llegasteis. San Jerónimo,
de vos escribió: "De un modo tan
completo se convirtió a Dios, que
mereció ser cabeza de su monasterio
y madre de vírgenes; después de
llevar blandas vestiduras, mortificó
su cuerpo vistiendo sacos; pasaba
las noches en oración y enseñaba
a sus compañeras más con el ejemplo
que con sus palabras. Fue tan grande
su humildad y sumisión, que la que
había sido señora de tantos criados
parecía ahora criada de todos; aunque
tanto más era sierva de Cristo cuanto
menos era tenida por señora de hombres.
Su vestido era pobre y sin ningún
esmero, comía cualquier cosa, llevaba
los cabellos sin peinar, pero todo
eso de tal manera que huía en todo
la ostentación". Cumplisteis vuestro
tiempo, y luego, el alma al Padre,
entregasteis, para justo premio recibir:
coronada ser de inmarchitable luz;
oh, Santa Lea, excelsa sierva de Dios.
© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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22 de Marzo
Santa Lea
Abadesa
De "la santísima Lea", como la llama san Jerónimo, sólo sabemos lo que él mismo nos dice en una especie de elogio fúnebre que incluyó en una de sus cartas. Era una matrona romana que al enviudar - quizá joven aún - renunció al mundo para ingresar en una comunidad religiosa de la que llegó a ser superiora, llevando siempre una vida ejemplarísima.
Estas son las palabras insustituibles de san Jerónimo:
«De un modo tan completo se convirtió a Dios, que mereció ser cabeza de su monasterio y madre de vírgenes; después de llevar blandas vestiduras, mortificó su cuerpo vistiendo sacos; pasaba las noches en oración y enseñaba a sus compañeras más con el ejemplo que con sus palabras».
«Fue tan grande su humildad y sumisión, que la que había sido señora de tantos criados parecía ahora criada de todos; aunque tanto más era sierva de Cristo cuanto menos era tenida por señora de hombres. Su vestido era pobre y sin ningún esmero, comía cualquier cosa, llevaba los cabellos sin peinar, pero todo eso de tal manera que huía en todo la ostentación».
No sabemos más de esta dama penitente, cuyo recuerdo sólo pervive en las frases que hemos citado de san Jerónimo. La Roma en la que fue una rica señora de alcurnia no tardaría en desaparecer asolada por los bárbaros, y Lea, «cuya vida era tenida por todos como un desatino», llega hasta nosotros con su áspero perfume de santidad que desafía al tiempo.
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