Oh, Beata, María de la Encarnación;
vos, sois, la hija del Dios de la vida,
y, aquella santa mujer que, como
“cruz viva”, os abrazasteis al madero
divino, para, de luces devotamente
cubriros en esta vida, ya que, con
dulce mano, de vuestros hijos,
perfecta siembra y cosecha hicisteis,
brindándolos en honor al Dios de la
vida, como justo homenaje, a Aquél
que todo lo ve. “¿Le va pedir a Dios
que le revele la fecha de su muerte?”,
os preguntaron y respondisteis: ”No,
yo lo que le pido a Nuestro Señor es
que tenga misericordia de mí en esta
hora final”. Y, a la pregunta: “¿Qué
le pedirá a Dios al llegar al cielo?.
Vos, colmada de fe respondisteis: “Le
pediré que en todo y en todas partes
se haga siempre la voluntad de su
querido Hijo Jesucristo”. Y, poco
antes de morir y en pleno éxtasis,
os preguntaron: “¿Qué hacía hermana
durante este rato?”. Y respondisteis:
“Estaba hablando con mi buen Padre,
Dios”. Y, dicho ello, vuestra alma,
voló a Él, quien fue quien os la dio. Y,
Él, feliz de teneros, y por vuestra
incansable tarea; os abrió de par en
par, las puertas del cielo y os ciñó
con los laureles de gloria y de luz;
oh, Beata, María de la Encarnación.
© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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18 de Abril
Beata María de la Encarnación
Madre de familia
Año 1618
He aquí una madre de seis hijos, que se
dio el gusto de poder llevar a su país tres nuevas comunidades religiosas, y de
llegar a tener tres hijas religiosas y un hijo sacerdote, además de dos hijos
muy buenos católicos y padres de familia.
Nació en París en 1565 de noble familia. Sus
padres deseaban mucho tener una hija y después de bastantes años de casados no
la habían tenido. Prometieron consagrarla a la Sma. Virgen y Dios se la
concedió. Tan pronto nació la consagraron a Nuestra Señora y poco después fueron
al templo a dar gracias públicamente a Dios por tan gran regalo.
De jovencita deseaba mucho ser religiosa, pero
sus padres, por ser la única hija, dispusieron que debería contraer matrimonio.
Ella obedeció diciendo: “Si no me permiten ser esposa de Cristo, al
menos trataré de ser una buena esposa de un buen cristiano”. Y en
verdad que lo fue.
A sus seis hijos los educaba con tanto
esmero especialmente en lo espiritual que la gente decía: “Parece que los
estuviera preparando para ser religiosos”. Su esposo Pedro Acarí, un joven abogado,
que ocupaba un alto puesto en el Ministerio de Hacienda del gobierno, era muy
piadoso y caritativo y ayudaba con gran generosidad especialmente a los
católicos que tenían que huir de Inglaterra por la persecución de la Reina
Isabel. Pero como todo ser humano, Don Pedro tenía también fuertes defectos que
hicieron sufrir bastante a nuestra santa. Pero ella los soportaba con singular
paciencia.
A quienes le preguntaban si a sus hijos los
estaba preparando para que fueran religiosos, ella les respondía: “Los
estoy preparando para que cumplan siempre y en todo de la mejor manera la
voluntad de Dios”.
El Sr. Acarí pertenecía a la Liga Católica y este
partido fue derrotado y quedó de rey Enrique IV, el cual desterró a los jefes de
la Liga y les confiscó todos sus bienes. De un momento a otro la señora
de Acarí quedaba sin esposo y sin bienes y con seis hijitos para sostener. Pero
ella no era mujer débil para dejarse derrotar por las dificultades.
Personalmente asumió ante el gobierno la defensa de su marido y obtuvo que
levantaran el destierro y que le devolvieran parte de los bienes que le habían
quitado. Y llegó a ganarse la admiración y el aprecio del mismo rey Enrique
IV.
Desde los primeros años de su matrimonio dispuso
llevar una vida de mucha piedad en su hogar. Al personal de servicio le
hacía rezar ciertas oraciones por la mañana y por la noche, y a la vez que les
prestaba toda clase de ayudas materiales, se preocupaba mucho porque cada uno
cumpliera muy bien sus deberes para con Dios. Se asoció con una de sus
sirvientas para rezar juntas, corregirse mutuamente en sus defectos, leer libros
piadosos y ayudarse en todo lo espiritual.
La bondad de su corazón alcanzaba a
todos
Alimentaba a los hambrientos, visitaba enfermos, ayudaba a los que pasaban situaciones económicas difíciles, asistía a los agonizantes, instruía a los que no sabían bien el catecismo, trataba de convertir a los herejes, a los que habían pasado a otras religiones y favorecía a todas las comunidades religiosas que le era posible. Su marido a veces se disgustaba al verla tan dedicada a tantas actividades religiosas y caritativas, pero después bendecía a Dios por haberle dado una esposa tan santa.
La señora de Acarí se hizo amiga de una
mujer mundana la cual empezó a tratar en sus charlas de temas profanos, y al
iniciarla en lecturas de novelas y de escritos no piadosos. Esto la enfrió mucho
en su piedad. Afortunadamente su esposo se dio cuenta y la previno contra el
peligro de esa amistad y de esas lecturas y empezó a llevarle los libros
escritos por Santa Teresa, y estos libros la transformaron completamente.
Otra lectura que la conmovió profundamente fue la de las Confesiones de
San Agustín. Una frase de este santo que la movió a dedicarse totalmente a Dios
fue la siguiente: “Muy pobre y miserable es el corazón que en vez de
contentarse con tener a Dios de amigo, se dedica a buscar amistades que sólo le
dejan desilusión”.
Muere su esposo y ella puede ahora dedicarse con
más exclusividad a las labores espirituales. Arregla todo de la mejor manera
para que sus hijos sigan recibiendo la mejor educación posible y ella dirige
todos sus esfuerzos a una labor que le ha sido confiada en una visión.
Un día mientras está orando, después de haber
leído unas páginas de la autobiografía de Santa Teresa, siente que ésta santa se
le aparece y le dice: “Tú tienes que esforzarte por que mi comunidad de
las carmelitas logre llegar a Francia”. Desde esa fecha la Señora Acarí
se dedica a conseguir los permisos para que las Carmelitas puedan entrar a su
país. Pero las dificultades que se le presentan son muy grandes. Hay leyes que
prohiben la llegada de nuevas comunidades. Habla con el rey y con el arzobispo,
pero cuando todo parece ya estar listo, de nuevo se les prohibe la entrada.
Una nueva aparición de Santa Teresa viene a recomendarle que no se canse
de hacer gestiones para que las religiosas carmelitas puedan entrar a Francia,
porque esta comunidad va a hacer grandes labores espirituales en ese país. Por
sus ruegos el Padre Berule (el futuro Cardenal Berule) se va a España y obtiene
que preparen un grupo de carmelitas para enviar a París. Y mientras tanto la
Sra. Acarí sigue en la capital haciendo gestiones para conseguirles casa y por
obtener todos los permisos del alto gobierno.
Nuestra santa no es de las que se quedan con los
brazos cruzados. Sabe que a París ha llegado el famoso obispo San Francisco de
Sales a predicar una gran serie de sermones y lo invita a su casa y este santo
apóstol que es admirador incondicional de los escritos de Santa Teresa se le
convierte en su mejor aliado y habla con las más altas personalidades y le ayuda
a conseguir los permisos que necesitan. Otro que les ayudó mucho fue el abad de
los Cartujos, que era su confesor. Y entre todos logran conseguir del Papa
Clemente VIII un decreto permitiendo la entrada de las hermanas a Francia.
Un
ideal conseguido.
En 1604 llegaron a París las primeras hermanas
Carmelitas. Iban dirigidas por dos religiosas que después serían beatas: la
beata Ana de Jesús y la Madre Ana de San Bartolomé. La señora de Acarí con sus
tres hijas las estaba esperando en las puertas de la ciudad, y con ellas lo
mejor de la sociedad. Y cantando el salmo 116: “Alabad al Señor todas las
naciones, aclamadlo todos los pueblos”, entraron al pueblo para dar gracias y
luego las acompañaron a la casa que les tenían preparada. Poco después las tres
hijas de la señora Acarí se hicieron monjas carmelitas y luego lo será ella
también.
La comunidad de las carmelitas estaba destinada a
hacer un gran bien en Francia por muchos siglos y a tener santas famosas como
por ejemplo, Santa Teresita del Niño Jesús.
La beata de la cual estamos hablando en
esta biografía tiene la especialidad de haber sido una de las monjas más
especiales que ha tenido la Iglesia Católica. Madre de seis hijos (tres
religiosas carmelitas, un sacerdote y dos casados) viuda, dama de la alta
sociedad y termina siendo humilde monjita en un convento donde su propia hija es
la superiora. No es un caso tan fácil de repetirse.
Después de conseguirles muchas novicias a
las hermanas carmelitas y de ayudarles a fundar tres conventos en Francia y de
haber tenido el gusto de que sus tres hijas se hicieran monjas carmelitas, pidió
ella también ser aceptada como hermanita legal en uno de los conventos. Y allí
se dedicó a los oficios más humildes y a obedecer en todo como la más sencilla
de las novicias. Al ser nombrada su hija como superiora del convento, la mamá de
rodillas le juró obediencia.
Los últimos años de la hermana María de
la Encarnación (nombre que tomó en la comunidad) fueron de profunda vida mística
y de frecuentes éxtasis. Dios le revelaba importantes verdades. Estas
elevaciones espirituales, ahora en la vida del convento las podía gozar mucho
más tranquilamente. Santa Teresa en una tercera aparición le anunció que ella
también llegaría a pertenecer a su comunidad de hermanas carmelitas y esto la
animó a hacer la petición para entrar a la santa comunidad.
Desde que se hizo religiosa su ilusión
era pasar escondida y en silencio, cumpliendo con la mayor exactitud los
reglamentos de la congregación. Las monjitas empezaron pronto a presenciar sus
éxtasis y les parecía que esta venerable señora era ante Dios como una niñita
sencilla, pura y obediente que tenía su cuerpo acá en la tierra pero que ya su
espíritu vivía más en el cielo que en este mundo.
En abril de 1618 enfermó gravemente y quedó medio
paralizada. No se cansaba de bendecir a Dios por todas las misericordias que le
había regalado en su vida. A una hija que lloraba al sentir que se iba a
morir le decía: “Pero hija, ¿te entristeces porque me marcho a una patria mucho
mejor que esta?”. Y su lecho de muerte se convierte en cátedra desde donde
enseña a todas la santidad. Sin cesar recomienda a quienes la visitan que no se
apeguen a los goces de la tierra que son tan pasajeros y que se esfuercen por
conseguir los goces del cielo que son eternos.
Las hermanas le preguntan: “¿Le va pedir
a Dios que le revele la fecha de su muerte?”, y responde: -”No, yo lo que le
pido a Nuestro Señor es que tenga misericordia de mí en esta hora final”. Otra
le pregunta: “¿Qué le pedirá a Dios al llegar al cielo? – Le pediré que en todo
y en todas partes se haga siempre la voluntad de su querido Hijo Jesucristo”. El
16 de abril de 1618 tiene un éxtasis y al final de él una monjita le pregunta:
“¿Qué hacía hermana durante este rato?” Y le responde: “Estaba hablando con mi
buen Padre, Dios”. Luego con una suave sonrisa se quedó muerta.
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