Oh, San Hugo de Grenoble, vos sois
el hijo del Dios de la vida y su amado
santo, que os esforzasteis en la reforma
de las costumbres del clero y del pueblo,
y amante siendo de la soledad, ofrecisteis
a San Bruno, maestro vuestro, la Cartuja.
Vos, os entregasteis a cumplir fielmente
y con desagrado, vuestro ministerio
sagrado. Vuestra salud no os acompaña,
pero seguisteis sacando adelante vuestra
Iglesia, tanto que, vendisteis las mulas
de vuestro carro, para ayudar a los pobres
porque no había de dónde sacar cuartos
ni alimentos. Reformasteis los clérigos,
cambiasteis sus costumbres, los nobles
se ordenaron y los pobres, hospitales
tuvieron sus males y bien de sus almas.
Perdisteis vuestra memoria al final de
vuestra vida y a dudar de la Providencia
Divina. Vuestra vida, ejemplar fue para
todos, y Dios, con su grande amor, os
premió, coronándoos con corona de luz
como justo premio a vuestra entrega;
porque fuisteis sincero, honrado en el
trabajo, piadoso, y obediente siempre.
Modelo cierto y certero de obispos y de
los más Santos de todos los tiempos;
oh, San Higo de Grenoble, fortaleza y luz.
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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1 de Abril
San Hugo de Grenoble
Obispo
Martirologio Romano: En Grenoble, en Burgundia, san Hugo, obispo, que se
esforzó en la reforma de las costumbres del clero y del pueblo, y siendo amante
de la soledad, durante su episcopado ofreció a san Bruno, maestro suyo en otro
tiempo, y a sus compañeros, el lugar de la Cartuja, que presidió cual primer
abad, rigiendo durante cuarenta años esta Iglesia con esmerado ejemplo de
caridad (1132).
Etimológicamente: Hugo = Aquel de Inteligencia Clara, es de origen germano.
Fecha de canonización: 22 de abril de 1134 por el Papa Inocencio II.
El obispo que nunca quiso serlo y que se santificó siéndolo. Nació en
Valence, a orillas del Isar, en el Delfinado, en el año 1053. Casi todo en su
vida se sucede de forma poco frecuente. Su padre Odilón, después de cumplir con
sus obligaciones patrias, se retiró con el consentimiento de su esposa a la
Cartuja y al final de sus días recibió de mano de su hijo los últimos
sacramentos. Así que el hijo fue educado en exclusiva por su madre.
Aún joven obtiene la prebenda de un canonicato y su carrera
eclesiástica se promete feliz por su amistad con el legado del papa. Como es
bueno y lo ven piadoso, lo hacen obispo a los veintisiete años muy en contra de
su voluntad por no considerarse con cualidades para el oficio -y parece ser que
tenía toda la razón-, pero una vez consagrado ya no había remedio; siempre
atribuyeron su negativa a una humildad excesiva. Lo consagró obispo para
Grenoble el papa Gregorio VII, en el año 1080, y costeó los gastos la condesa
Matilde.
Al llegar a su diócesis se la encuentra en un estado deprimente: impera la
usura, se compran y venden los bienes eclesiásticos (simonía), abundan los
clérigos concubinarios, la moralidad de los fieles está bajo mínimos con los
ejemplos de los clérigos, y sólo hay deudas por la mala administración del
obispado. El escándalo entre todos es un hecho. Hugo -entre llantos y rezos-
quiere poner remedio a todo, pero ni las penitencias, ni las visitas y
exhortaciones a un pueblo rudo y grosero surten efecto. Después de dos años todo
sigue en desorden y desconcierto. Termina el obispo por marcharse a la abadía de
la Maison-Dieu en Clermont (Auvernia) y por vestir el hábito de san Benito. Pero
el papa le manda taxativamente volver a tomar las riendas de su iglesia en
Grenoble.
Con repugnancia obedece. Se entrega a cumplir fielmente y con desagrado su
sagrado ministerio. La salud no le acompaña y las tentaciones más aviesas le
atormentan por dentro. Inútil es insistir a los papas que se suceden le liberen
de sus obligaciones, nombren otro obispo y acepten su dimisión. Erre que erre ha
de seguir en el tajo de obispo sacando adelante la parcela de la Iglesia que
tiene bajo su pastoreo. Vendió las mulas de su carro para ayudar a los
pobres porque no había de dónde sacar cuartos ni alimentos, visita la diócesis
andando por los caminos, estuvo presente en concilios y excomulgó al antipapa
Anacleto; recibió al papa Inocencio II -que tampoco quiso aceptar su renuncia-
cuando huía del cismático Pedro de Lyon y contribuyó a eliminar el cisma de
Francia.
Ayudó a san Bruno y sus seis compañeros a establecerse en la Cartuja que para
él fue siempre remanso de paz y un consuelo; frecuentemente la visita y pasa
allí temporadas viviendo como el más fraile de todos los frailes.
Como él fue fiel y Dios es bueno, dio resultado su labor en Grenoble
a la vuelta de más de medio siglo de trabajo de obispo. Se reformaron los
clérigos, las costumbres cambiaron, se ordenaron los nobles y los pobres
tuvieron hospital para los males del cuerpo y sosiego de las almas. Al final de
su vida, atormentado por tentaciones que le llevaban a dudar de la Divina
Providencia, aseguran que perdió la memoria hasta el extremo de no reconocer a
sus amigos, pero manteniendo lucidez para lo que se refería al bien de las
almas. Su vida fue ejemplar para todos, tanto que, muerto el 1 de abril de 1132,
fue canonizado solo a los dos años, en el concilio que celebraba en Pisa el papa
Inocencio.
No tuvo vocación de obispo nunca, pero fue sincero, honrado en el
trabajo, piadoso, y obediente. La fuerza de Dios es así. Es modelo de obispos y
de los más santos de todos los tiempos.
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