Oh, San Vicente de Paúl, vos, sois el hijo del Dios
de la vida, y, su amado santo, que, honor, al
significado de vuestro nombre hicisteis: “Vencedor,
victorioso”. Y, Dios, “ayudaros” quiso y lo hizo
y os purificó regalándoos el cautiverio, la difamación
y las tentaciones contra la fe. Vos decíais: “Me
di cuenta de que yo tenía un temperamento bilioso
y amargo y me convencí de que, con un modo de ser
áspero y duro se hace más mal que bien en el trabajo
de las almas. Y, entonces me propuse pedir a Dios
que me cambiara mi modo agrio de comportarme,
en un modo amable y bondadoso y me propuse trabajar
día tras día por transformar mi carácter áspero
en un modo de ser agradable”. Y, Dios os escuchó
y así lo hizo. A vos, os debemos las santas
Comunidades de los “Padres Vicentinos” y de las
“hermanas Vicentinas”. Repetíais vos, cada vez que
os querían daros honores: “Yo soy un pobre pastorcito
de ovejas, que dejé el campo para venirme a la ciudad,
pero sigo siendo siempre un campesino simplón y
ordinario”. Y, desesperabais por que la gente a
Dios no amaba, y, decíais: “No es suficiente que yo
ame a Dios. Es necesario hacer que mis prójimos
lo amen también”. Y, así, un día, os tocó partir
hacia el cielo, para justo premio recibir: coronado
ser, con corona de luz, como premio a vuestro amor,
“Patrono Santo de las asociaciones católicas de caridad”;
oh, San Vicente de Paúl, “luz y victoria de Dios”.
de la vida, y, su amado santo, que, honor, al
significado de vuestro nombre hicisteis: “Vencedor,
victorioso”. Y, Dios, “ayudaros” quiso y lo hizo
y os purificó regalándoos el cautiverio, la difamación
y las tentaciones contra la fe. Vos decíais: “Me
di cuenta de que yo tenía un temperamento bilioso
y amargo y me convencí de que, con un modo de ser
áspero y duro se hace más mal que bien en el trabajo
de las almas. Y, entonces me propuse pedir a Dios
que me cambiara mi modo agrio de comportarme,
en un modo amable y bondadoso y me propuse trabajar
día tras día por transformar mi carácter áspero
en un modo de ser agradable”. Y, Dios os escuchó
y así lo hizo. A vos, os debemos las santas
Comunidades de los “Padres Vicentinos” y de las
“hermanas Vicentinas”. Repetíais vos, cada vez que
os querían daros honores: “Yo soy un pobre pastorcito
de ovejas, que dejé el campo para venirme a la ciudad,
pero sigo siendo siempre un campesino simplón y
ordinario”. Y, desesperabais por que la gente a
Dios no amaba, y, decíais: “No es suficiente que yo
ame a Dios. Es necesario hacer que mis prójimos
lo amen también”. Y, así, un día, os tocó partir
hacia el cielo, para justo premio recibir: coronado
ser, con corona de luz, como premio a vuestro amor,
“Patrono Santo de las asociaciones católicas de caridad”;
oh, San Vicente de Paúl, “luz y victoria de Dios”.
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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27 de Septiembre
San Vicente de Paúl
Fundador
Año 1660
San Vicente de Paúl
Fundador
Año 1660
El Señor Dios que es tan bueno, siga enviando al mundo muchos
Vicentes como este, para bien de todos los necesitados. Dichoso el que
se compadece del pobre. Dios lo bendecirá (Salmo 41).
Vicente significa: “Vencedor, victorioso”. Nació San Vicente en el
pueblecito de Pouy en Francia, en 1580. Su niñez la pasó en el campo,
ayudando a sus padres en el pastoreo de las ovejas. Desde muy pequeño
era sumamente generoso en ayudar a los pobres. Los papás lo enviaron a
estudiar con los padres franciscanos y luego en la Universidad de
Toulouse, y a los 20 años, en 1600 fue ordenado de sacerdote. Dice el
santo que al principio de su sacerdocio lo único que le interesaba era
hacer una carrera brillante, pero Dios lo purificó con tres sufrimientos
muy fuertes.
1º. El Cautiverio. Viajando por el mar, cayó en manos de unos piratas
turcos los cuales lo llevaron como esclavo a Túnez donde estuvo los
años 1605, 1606 y 1607 en continuos sufrimientos.
2º. Logró huir del cautiverio y llegar a Francia, y allí se hospedó
en casa de un amigo, pero a este se le perdieron 400 monedas de plata y
le echó la culpa a Vicente y por meses estuvo acusándolo de ladrón ante
todos los que encontraba. El santo se callaba y solamente respondía:
“Dios sabe que yo no fui el que robó ese dinero”. A los seis meses
apareció el verdadero ladrón y se supo toda la verdad. San Vicente al
narrar más tarde este caso a sus discípulos les decía: “Es muy
provechoso tener paciencia y saber callar y dejar a Dios que tome
nuestra defensa”.
3º. La tercera prueba fue una terrible tentación contra la fe, que
aceptó para lograr que Dios librara de esa tentación a un amigo suyo.
Esto lo hizo sufrir hasta lo indecible y fue para su alma “la noche
oscura”.
A los 30 años escribe a su madre contándole que amargado por los
desengaños humanos piensa pasar el resto de su vida retirado en una
humilde ermita. Cae a los pies de un crucifijo, consagra su vida
totalmente a la caridad para con los necesitados, y es entonces cuando
empieza su verdadera historia gloriosa. Hace voto o juramento de dedicar
toda su vida a socorrer a los necesitados, y en adelante ya no pensará
sino en los pobres. Se pone bajo la dirección espiritual del Padre
Berule (futuro cardenal) sabio y santo, hace Retiros espirituales por
bastantes días y se lanza al apostolado que lo va a volver famoso.
Dice el santo “Me di cuenta de que yo tenía un temperamento bilioso y
amargo y me convencí de que con un modo de ser áspero y duro se hace
más mal que bien en el trabajo de las almas. Y entonces me propuse pedir
a Dios que me cambiara mi modo agrio de comportarme, en un modo amable y
bondadoso y me propuse trabajar día tras día por transformar mi
carácter áspero en un modo de ser agradable”. Y en verdad que lo
consiguió de tal manera, que varios años después, el gran orador
Bossuet, exclamará: “Oh Dios mío, si el Padre Vicente de Paúl es tan
amable, ¿Cómo lo serás Tú?”. San Vicente contaba a sus discípulos: “Tres
veces hablé cuando estaba de mal genio y con ira, y las tres veces dije
barbaridades”. Por eso cuando le ofendían permanecía siempre callado,
en silencio como Jesús en su santísima Pasión”.
Se propuso leer los escritos del amable San Francisco de Sales y
estos le hicieron mucho bien y lo volvieron manso y humilde de corazón.
Con este santo fueron muy buenos amigos. Vicente se hace amigo del
Ministro de la marina de Francia, y este lo nombra capellán de los
marineros y de los prisioneros que trabajan en los barcos. Y allí
descubre algo que no había imaginado: la vida horrorosa de los galeotes.
En ese tiempo para que los barcos lograran avanzar rápidamente les
colocaban en la parte baja unos grandes remos, y allá en los
subterráneos de la embarcación (lo cual se llama galera) estaban los
pobres prisioneros obligados a mover aquellos pesados remos, en un
ambiente sofocante, en medio de la hediondez y con hambre y sed, y
azotados continuamente por los capataces, para que no dejaran de remar.
San Vicente se horrorizó al constatar aquella situación tan
horripilante y obtuvo del Ministro, Sr. Gondi, que los galeotes fueran
tratados con mayor bondad y con menos crueldad. Y hasta un día, él mismo
se puso a remar para reemplazar a un pobre prisionero que estaba
rendido de cansancio y de debilidad. Con sus muchos regalos y favores se
fue ganando la simpatía de aquellos pobres hombres. El Ministro Gondi
nombró al Padre Vicente como capellán de las grandes regiones donde
tenía sus haciendas. Y allí nuestro santo descubrió con horror que los
campesinos ignoraban totalmente la religión. Que las pocas confesiones
que hacía eran sacrílegas porque callaban casi todo. Y que no tenían
quién les instruyera. Se consiguió un grupo de sacerdotes amigos, y
empezó a predicar misiones por esos pueblos y veredas y el éxito fue
clamoroso. Las gentes acudían por centenares y miles a escuchar los
sermones y se confesaban y enmendaban su vida. De ahí le vino la idea de
fundar su Comunidad de Padres Vicentinos, que se dedican a instruir y
ayudar a las gentes más necesitadas. Son ahora 4,300 en 546 casas.
El santo fundaba en todas partes a donde llegaba, unos grupos de
caridad para ayudar e instruir a las gentes más pobres. Pero se dio
cuenta de que para dirigir estas obras necesitaba unas religiosas que le
ayudaran. Y habiendo encontrado una mujer especialmente bien dotada de
cualidades para estas obras de caridad, Santa Luisa de Marillac, con
ella fundó a las hermanas Vicentinas, que son ahora la comunidad
femenina más numerosa que existe en el mundo. Son ahora 33,000 en 3,300
casas y se dedican por completo a socorrer e instruir a las gentes más
pobres y abandonadas, según el espíritu de su fundador.
San Vicente poseía una gran cualidad para lograr que la gente rica le
diera limosnas para los pobres. Reunía a las señoras más adineradas de
París y les hablaba con tanta convicción acerca de la necesidad de
ayudar a quienes estaban en la miseria, que ellas daban cuanto dinero
encontraban a la mano. La reina (que se confesaba con él) le dijo un
día: “No me queda más dinero para darle”, y el santo le respondió: “¿Y
esas joyas que lleva en los dedos y en el cuello y en las orejas?”, y
ella le regaló también sus joyas, para los pobres.
Parece casi imposible que un solo hombre haya podido repartir tantas,
y tan grandes limosnas, en tantos sitios, y a tan diversas clases de
gentes necesitadas, como lo logró San Vicente de Paúl. Había hecho
juramento de dedicar toda su vida a los más miserables y lo fue
cumpliendo día por día con generosidad heroica. Fundó varios hospitales y
asilos para huérfanos. Recogía grandes cantidades de dinero y lo
llevaba a los que habían quedado en la miseria a causa de la guerra. Se
dio cuenta de que la causa principal del decaimiento de la religión en
Francia era que los sacerdotes no estaban bien formados. Él decía que el
mayor regalo que Dios puede hacer a un pueblo es dale un sacerdote
santo. Por eso empezó a reunir a quienes se preparaban al sacerdocio,
para hacerles cursos especiales, y a los que ya eran sacerdotes, los
reunía cada martes para darles conferencias acerca de los deberes del
sacerdocio. Luego con los religiosos formados por él, fue organizando
seminarios para preparar cuidadosamente a los seminaristas de manera que
llegaran a ser sacerdotes santos y fervorosos.
Aún ahora los Padres Vicentinos se dedican en muchos países del mundo
a preparar en los seminarios a los que se preparan para el sacerdocio.
San Vicente caminaba muy agachadito y un día por la calle no vio a un
hombre que venía en dirección contraria y le dio un cabezazo. El otro le
dio un terrible bofetón. El santo se arrodilló y le pidió perdón por
aquella su falta involuntaria. El agresor averiguó quien era ese
sacerdote y al día siguiente por la mañana estuvo en la capilla donde le
santo celebraba misa y le pidió perdón llorando, y en adelante fue
siempre su gran amigo. Se ganó esta amistad con su humildad y paciencia.
Siempre vestía muy pobremente, y cuando le querían tributar honores,
exclamaba: “Yo soy un pobre pastorcito de ovejas, que dejé el campo para
venirme a la ciudad, pero sigo siendo siempre un campesino simplón y
ordinario”. En sus últimos años su salud estaba muy deteriorada, pero no
por eso dejaba de inventar y dirigir nuevas y numerosas obras de
caridad. Lo que más le conmovía era que la gente no amaba a Dios.
Exclamaba: “No es suficiente que yo ame a Dios. Es necesario hacer que
mis prójimos lo amen también”.
El 27 de septiembre de 1660 pasó a la eternidad a recibir el premio
prometido por Dios a quienes se dedican a amar y hacer el bien a los
demás. Tenía 80 años. El Santo Padre León XIII proclamó a este sencillo
campesino como Patrono de todas las asociaciones católicas de caridad.
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Vicente_de_Paul.htm)
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