Oh, San Saturnino; vos, sois el hijo del Dios de la vida y
su amado santo. Vos, pastoreasteis a vuestra cristiana mies,
y con ella, os negasteis a incienso quemar a los falsos dioses,
sufriendo cruel martirio. Grande fue, vuestro amor a Cristo,
tanto que, vuestro martirio culto se hizo en el interior
de las Galias, en la ribera mediterránea y pasó también
de los Pirineos, hacia España, donde los peregrinos, veneran
vuestras reliquias. Dice de vos, el Martirologio Romano:
“En Tolosa, en tiempo de Decio, San Saturnino, obispo, fue
detenido por los paganos en el Capitolio de esta villa y
arrojado desde lo alto de las gradas. Así, rota su cabeza,
esparcido el cerebro, magullado el cuerpo, entregó su digna
alma a Cristo”. Y, en otra versión dice que, atado fuisteis
con cuerdas a un toro que estaba dispuesto a ser sacrificado
y que, os arrastró, hasta muerto dejaros y destrozado. Pero,
dos cristianas valientes, vuestro cuerpo recogieron y os
enterraron de la ruta cerca de Aquitania. Así, con valor y
presteza sublimes, os despojasteis de esta vida, alcanzando
la gloria de vuestro Maestro, Cristo Jesús, Dios y Señor
Nuestro, quien os coronó, de luz y gloria eterna, como
justo premio a vuestra entrega total e increíble de amor;
oh, San Saturnino, “fidelidad con el Dios de la vida y la luz”.
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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29 de Noviembre
San Saturnino de Tolosa
Obispo y Mártir
La ciudad de Toulouse, en el Languedoc francés, muestra con orgullo
su magnífica e impresionante catedral —joya del románico— de
Saint-Sernin. Tiene cinco naves, vasto crucero y un coro deambulatorio
con capillas radiadas.
San Saturnino —nuestro conocido y tantas veces cantado Sanserenín de
las canciones y juegos infantiles— fue el primer obispo de esta parte de
la Iglesia.
No se conoce nada anterior a su muerte. Todo lo que nos ha llegado es
producto del deseo de ejemplarizar rellenando con la imaginación y la
fantasía lo que la historia no es capaz de decir. A partir de unos
relatos probables se suman otros y otros más que lo van adornando como
descendiente de familia romana — el nombre es diminutivo del dios romano
Saturno— culta, adinerada, noble e incluso regia hasta llegar a las
afirmaciones de Cesareo de Arlés que, nada respetuoso con la cronología,
lo presenta candorosamente como oriundo de Oriente, uno más de los
discípulos del Señor, bautizado por Juan Bautista, presente en la última
Cena y en Pentecostés. Ciertamente es el comienzo de la literatura
legendaria.
Lo que consta es que la figura está enmarcada en el siglo III, en
tiempos de la dominación romana, después de haberse publicado, en el año
250, los edictos persecutorios de Decio, cuando la zona geográfica de
Tolosa cuenta con una pequeña comunidad cristiana pastoreada por el
obispo Saturnino que por no caer en idolatría, quemando incienso a los
dioses, sufre el martirio de una manera suficientemente cruel para que
el hecho trascienda los límites locales y la figura del mártir comience a
recibir culto en el interior de las Galias, en la ribera mediterránea y
pase también los Pirineos hacia España.
En tiempos posteriores, facilita la extensión de esta devoción el
hecho de que el reino visigodo se prolongue hasta España lo que conlleva
el transporte de datos culturales; también el peregrinaje desde toda
Europa a la tumba el Apóstol Santiago en Compostela hace que los
andariegos regresen expandiendo hacia el continente la devoción
saturniniana, al ser Tolosa un punto de referencia clásico en las
peregrinaciones, y con ello los peregrinos entran en contacto con las
reliquias del mártir.
El martirologio romano hace su relación escueta en estos términos:
“En Tolosa, en tiempo de Decio, San Saturnino, obispo, fue detenido por
los paganos en el Capitolio de esta villa y arrojado desde lo alto de
las gradas. Así, rota su cabeza, esparcido el cerebro, magullado el
cuerpo, entregó su digna alma a Cristo”.
Los relatos siguientes lo presentan atado con cuerdas a un toro que
estaba dispuesto para ser sacrificado y que lo arrastra hasta dejarlo
muerto y destrozado. Dos valientes cristianas —Les Saintes-Puelles—
recogen su cuerpo y lo entierran cerca de la ruta de Aquitania.
El obispo Hilario hizo construir sobre la tumba de su antecesor una
pequeña basílica que reformó san Exuperio en el siglo V y que
destruyeron los sarracenos en el 711. Edificada lentamente durante el
siglo XI, la consagró el papa Urbano II el año 1096 para que, en el
1258, el obispo Raimundo de Falgar depositara en su coro los restos de
san Saturnino.
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