Oh, San Antonio Abad, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, el hombre aquél, que
hicisteis honor al significado de vuestro santo
nombre: “floreciente”. Así, os describe vuestro
discípulo y admirador, san Atanasio. Un día vos,
os conmovisteis por las palabras de Jesús, en la
eucaristía, quien dijo: “Si queréis ser perfecto,
id y vended todo lo que tenéis y dadlo a los pobres”.
Y, así, lo hicisteis, llevando una vida, apartada
del mundo y afincada entre sepulcros del desierto,
proclamando la eterna victoria de la resurrección
de la vida. Y, la vuestra con su ejemplo, se propagó
pronto y muchos hombres, os siguieron y encontraron
oración y trabajo en vuestro monasterio, donde
fuisteis, amoroso padre de vuestros monjes, a viva
imagen de Dios y de vuestro santo bautismo. Aunque
no fuisteis hombre de estudios, demostrasteis
con vuestra monástica vida, lo esencial de ella,
es decir, una vida bautismal riquísima y despojada
de aditamentos superfluos y vanos. Y, Dios, al final
de vuestra vida, os premió, coronándoos con corona
de luz eterna, como premio justo a vuestro amor;
oh, San Antonio Abad, “floreciente en amor de Dios”.
de la vida y su amado santo, el hombre aquél, que
hicisteis honor al significado de vuestro santo
nombre: “floreciente”. Así, os describe vuestro
discípulo y admirador, san Atanasio. Un día vos,
os conmovisteis por las palabras de Jesús, en la
eucaristía, quien dijo: “Si queréis ser perfecto,
id y vended todo lo que tenéis y dadlo a los pobres”.
Y, así, lo hicisteis, llevando una vida, apartada
del mundo y afincada entre sepulcros del desierto,
proclamando la eterna victoria de la resurrección
de la vida. Y, la vuestra con su ejemplo, se propagó
pronto y muchos hombres, os siguieron y encontraron
oración y trabajo en vuestro monasterio, donde
fuisteis, amoroso padre de vuestros monjes, a viva
imagen de Dios y de vuestro santo bautismo. Aunque
no fuisteis hombre de estudios, demostrasteis
con vuestra monástica vida, lo esencial de ella,
es decir, una vida bautismal riquísima y despojada
de aditamentos superfluos y vanos. Y, Dios, al final
de vuestra vida, os premió, coronándoos con corona
de luz eterna, como premio justo a vuestro amor;
oh, San Antonio Abad, “floreciente en amor de Dios”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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17 de enero
San Antonio
Abad
San Antonio
Abad
Conocemos la vida del abad Antonio, cuyo nombre significa
“floreciente” y al que la tradición llama el Grande, principalmente a
través de la biografía redactada por su discípulo y admirador, san
Atanasio, a fines del siglo IV.
Este escrito, fiel a los estilos literarios de la época y ateniéndose
a las concepciones entonces vigentes acerca de la espiritualidad,
subraya en la vida de Antonio -más allá de los datos maravillosos- la
permanente entrega a Dios en un género de consagración del cual él no es
históricamente el primero, pero sí el prototipo, y esto no sólo por la
inmensa influencia de la obrita de Atanasio.
En su juventud, Antonio, que era egipcio e hijo de acaudalados
campesinos, se sintió conmovido por las palabras de Jesús, que le
llegaron en el marco de una celebración eucarística: “Si quieres ser
perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres…”.
Así lo hizo el rico heredero, reservando sólo parte para una hermana,
a la que entregó, parece, al cuidado de unas vírgenes consagradas.
Llevó inicialmente vida apartada en su propia aldea, pero pronto se
marchó al desierto, adiestrándose en las prácticas eremíticas junto a un
cierto Pablo, anciano experto en la vida solitaria.
En su busca de soledad y persiguiendo el desarrollo de su
experiencia, llegó a fijar su residencia entre unas antiguas tumbas.
¿Por qué esta elección?. Era un gesto profético, liberador. Los hombres
de su tiempo -como los de nuestros días – temían desmesuradamente a los
cementerios, que creían poblados de demonios. La presencia de Antonio
entre los abandonados sepulcros era un claro mentís a tales
supersticiones y proclamaba, a su manera, el triunfo de la resurrección.
Todo -aún los lugares que más espantan a la naturaleza humana – es de
Dios, que en Cristo lo ha redimido todo; la fe descubre siempre nuevas
fronteras donde extender la salvación.
Pronto la fama de su ascetismo se propagó y se le unieron muchos
fervorosos imitadores, a los que organizó en comunidades de oración y
trabajo. Dejando sin embargo esta exitosa obra, se retiró a una soledad
más estricta en pos de una caravana de beduinos que se internaba en el
desierto.
No sin nuevos esfuerzos y desprendimientos personales, alcanzó la
cumbre de sus dones carismáticos, logrando conciliar el ideal de la vida
solitaria con la dirección de un monasterio cercano, e incluso viajando
a Alejandría para terciar en las interminables controversias
arriano-católicas que signaron su siglo.
Sobre todo, Antonio, fue padre de monjes, demostrando en sí mismo la
fecundidad del Espíritu. Una multisecular colección de anécdotas,
conocidas como “apotegmas” o breves ocurrencias que nos ha legado la
tradición, lo revela poseedor de una espiritualidad incisiva, casi
intuitiva, pero siempre genial, desnuda como el desierto que es su marco
y sobre todo implacablemente fiel a la sustancia de la revelación
evangélica. Se conservan algunas de sus cartas, cuyas ideas principales
confirman las que Atanasio le atribuye en su “Vida”.
Antonio murió muy anciano, hace el año 356, en las laderas del monte
Colzim, próximo al mar Rojo; al ignorarse la fecha de su nacimiento, se
le ha adjudicado una improbable longevidad, aunque ciertamente alcanzó
una edad muy avanzada.
La figura del abad delineó casi definitivamente el ideal monástico
que perseguirían muchos fieles de los primeros siglos. No siendo hombre
de estudios, no obstante, demostró con su vida lo esencial de la vida
monástica, que intenta ser precisamente una esencialización de la
práctica cristiana: una vida bautismal despojada de cualquier
aditamento.
Para nosotros, Antonio encierra un mensaje aún válido y actualísimo:
el monacato del desierto continúa siendo un desafío: el del seguimiento
extremo de Cristo, el de la confianza irrestricta en el poder del
Espíritu de Dios.
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