Oh, Santos Basilio Magno y Gregorio Nazianceno,
vosotros, sois los hijos del Dios de la vida y
sus amados santos. Asceta del desierto, que,
en vuestro libro “Constituciones”, las reglas
volcasteis, más elevadas para, la santidad
alcanzar en la vida religiosa. Amado como erais
por cristianos, judíos y paganos, haciendo
carne el amor de Dios y, diciendo a los cuatro
vientos: “Óyeme cristiano que no ayudas al pobre:
tú eres un verdadero ladrón. El pan que no
necesitas le pertenece al hambriento. Los
vestidos que ya no usas le pertenecen al
necesitado. El calzado que ya no empleas le
pertenece al descalzo. El dinero que gastas
en lo que no es necesario es un robo que le
estás haciendo al que no tiene con que comprar
lo que necesita. Si pudiendo ayudar no ayudas,
eres un verdadero ladrón”. Por vuestra parte,
vos, Gregorio, obispo fuisteis de Sancina, en
Constantinopla y, finalmente, de Nacianzo.
Defendisteis con ardor de corazón la divinidad
del Verbo y por ello os llamaron “Teólogo”. Y,
hoy, hay alegría en la Iglesia por celebrar en
conjunto vuestra santa memoria. Y, bien dicho,
porque hay de todo en la viña del Señor, pero
vosotros, brilláis con corona de luz, como
premio a vuestra grande entrega de amor y fe;
Oh, Santos Basilio Magno y Gregorio Nazianceno.
vosotros, sois los hijos del Dios de la vida y
sus amados santos. Asceta del desierto, que,
en vuestro libro “Constituciones”, las reglas
volcasteis, más elevadas para, la santidad
alcanzar en la vida religiosa. Amado como erais
por cristianos, judíos y paganos, haciendo
carne el amor de Dios y, diciendo a los cuatro
vientos: “Óyeme cristiano que no ayudas al pobre:
tú eres un verdadero ladrón. El pan que no
necesitas le pertenece al hambriento. Los
vestidos que ya no usas le pertenecen al
necesitado. El calzado que ya no empleas le
pertenece al descalzo. El dinero que gastas
en lo que no es necesario es un robo que le
estás haciendo al que no tiene con que comprar
lo que necesita. Si pudiendo ayudar no ayudas,
eres un verdadero ladrón”. Por vuestra parte,
vos, Gregorio, obispo fuisteis de Sancina, en
Constantinopla y, finalmente, de Nacianzo.
Defendisteis con ardor de corazón la divinidad
del Verbo y por ello os llamaron “Teólogo”. Y,
hoy, hay alegría en la Iglesia por celebrar en
conjunto vuestra santa memoria. Y, bien dicho,
porque hay de todo en la viña del Señor, pero
vosotros, brilláis con corona de luz, como
premio a vuestra grande entrega de amor y fe;
Oh, Santos Basilio Magno y Gregorio Nazianceno.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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2 de Enero
San Basilio Magno y Gregorio Nazianceno
Doctores de la Iglesia
San Basilio Magno y Gregorio Nazianceno
Doctores de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de los santos Basilio Magno y
Gregorio Nazianceno, obispos y doctores de la Iglesia. Basilio, obispo
de Cesarea de Capadocia (hoy en Turquía), apellidado “Magno” por su
doctrina y sabiduría, enseñó a los monjes la meditación de la Escritura,
el trabajo en la obediencia y la caridad fraterna, ordenando su vida
según las reglas que él mismo redactó. Con sus egregios escritos educó a
los fieles y brilló por su trabajo pastoral en favor de los pobres y de
los enfermos. Falleció el día uno de enero de 379. Gregorio, amigo
suyo, fue obispo de Sancina, en Constantinopla y, finalmente, de
Nacianzo. Defendió con vehemencia la divinidad del Verbo, mereciendo por
ello ser llamado “Teólogo”. La Iglesia se alegra de celebrar
conjuntamente la memoria de tan grandes doctores. (379)
Etimológicamente: Basilio = Aquel que es un rey, es de origen griego.
BASILIO nació en Cesarea, la capital de Capadocia, en el Asia Menor, a
mediados del año 329. Por parte de padre y de madre, descendía de
familias cristianas que habían sufrido persecuciones y, entre sus nueve
hermanos, figuraron San Gregorio de Nicea, Santa Macrina la Joven y San
Pedro de Sebaste. Su padre, San Basilio el Viejo, y su madre, Santa
Emelia, poseían vastos terrenos y Basilio pasó su infancia en la casa de
campo de su abuela, Santa Macrina, cuyo ejemplo y cuyas enseñanzas
nunca olvidó. Inició su educación en Constantinopla y la completó en
Atenas. Allá tuvo como compañeros de estudio a San Gregorio Nacianceno,
que se convirtió en su amigo inseparable y a Juliano, que más tarde
sería el emperador apóstata.
Basilio y Gregorio Nacianceno, los dos jóvenes capadocios, se
asociaron con los más selectos talentos contemporáneos y, como lo dice
éste último en sus escritos, “sólo conocíamos dos calles en la ciudad:
la que conducía a la iglesia y la que nos llevaba a las escuelas”. Tan
pronto como Basilio aprendió todo lo que sus maestros podían enseñarle,
regresó a Cesárea. Ahí pasó algunos años en la enseñanza de la retórica
y, cuando se hallaba en los umbrales de una brillantísima carrera, se
sintió impulsado a abandonar el mundo, por consejos de su hermana mayor,
Macrina. Esta, luego de haber colaborado activamente en la educación y
establecimiento de sus hermanas y hermanos más pequeños, se había
retirado con su madre, ya viuda, y otras mujeres, a una de las casas de
la familia, en Annesi, sobre el río Iris, para llevar una vida
comunitaria.
Fue entonces, al parecer, que Basilio recibió el bautismo y, desde
aquel momento, tomó la determinación de servir a Dios dentro de la
pobreza evangélica. Comenzó por visitar los principales monasterios de
Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia, con el propósito de observar y
estudiar la vida religiosa. Al regreso de su extensa gira, se estableció
en un paraje agreste y muy hermoso en la región del Ponto, separado de
Annesi por el río Iris, y en aquel retiro solitario se entregó a la
plegaria y al estudio. Con los discípulos, que no tardaron en agruparse
en torno suyo, entre los cuales figuraba su hermano Pedro, formó el
primer monasterio que hubo en el Asia Menor, organizó la existencia de
los religiosos y enunció los principios que se conservaron a través de
los siglos y hasta el presente gobiernan la vida de los monjes en la
Iglesia de oriente. San Basilio practicó la vida monástica propiamente
dicha durante cinco años solamente, pero en la historia del monaquismo
cristiano tiene tanta importancia como el propio San Benito.
Lucha contra la herejía arriana
Por aquella época, la herejía arriana estaba en su apogeo y los
emperadores herejes perseguían a los ortodoxos. En el año 363, se
convenció a Basilio para que se ordenase diácono y sacerdote en Cesárea;
pero inmediatamente, el arzobispo Eusebio tuvo celos de la influencia
del santo y éste, para no crear discordias, volvió a retirarse
calladamente al Ponto para ayudar en la fundación y dirección de nuevos
monasterios. Sin embargo Cesárea lo necesitaba y lo reclamó. Dos años
más tarde, San Gregorio Nacianceno, en nombre de la ortodoxia, sacó a
Basilio de su retiro para que le ayudase en la defensa de la fe del
clero y de las Iglesias.
Se llevó a cabo una reconciliación entre Eusebio y Basilio; éste se
quedó en Cesárea como el primer auxiliar del arzobispo; en realidad, era
él quien gobernaba la Iglesia, pero empleaba su gran tacto para que se
diera crédito a Eusebio por todo lo que él realizaba. Durante una época
de sequía a la que siguió otra de hambre, Basilio echó mano de todos los
bienes de todos los bienes que le había heredado su madre, los vendió y
distribuyó el producto entre los más necesitados; mas no se detuvo ahí
su caridad, puesto que también organizó un vasto sistema de ayuda, que
comprendía a las cocinas ambulantes que él mismo, resguardado con un
delantal de manta y cucharón en ristre, conducía por las calles de los
barrios más apartados para distribuir alimentos a los pobres.
Obispo de Cesárea
El año de 370 murió Eusebio y, a pesar de la oposición que se puso de
manifiesto en algunos poderosos círculos, Basilio fue elegido para
ocupar la sede arzobispal vacante. El 14 de junio tomó posesión, para
gran contento de San Atanasio y una contrariedad igualmente grande para
Valente, el emperador arriano. El puesto era muy importante y, en el
caso de Basilio, muy difícil y erizado de peligros, porque al mismo
tiempo que obispo de Cesárea, era exarca del Ponto y metropolitano de
cincuenta sufragáneos, muchos de los cuales se habían opuesto a su
elección y mantuvieron su hostilidad, hasta que Basilio, a fuerza de
paciencia y caridad, se conquistó su confianza y su apoyo.
Antes de cumplirse doce meses del nombramiento de Basilio, el
emperador Valente llegó a Cesárea, tras de haber desarrollado en Bitrina
y Galacia una implacable campaña de persecuciones. Por delante suyo
envió al prefecto Modesto, con la misión de convencer a Basilio para que
se sometiera o, por lo menos, accediera a tratar algún compromiso.
Varios habían renegado por miedo, pero nuestro santo le respondió:
¿Qué me vas a poder quitar si no tengo ni casas ni bienes, pues todo
lo repartí entre los pobres? ¿Acaso me vas a atormentar? Es tan débil mi
salud que no resistiré un día de tormentos sin morir y no podrás seguir
atormentándome. ¿Qué me vas a desterrar? A cualquier sitio a donde me
destierres, allá estará Dios, y donde esté Dios, allí es mi patria, y
allí me sentiré contento . . .
El gobernador respondió admirado: “Jamás nadie me había contestado
así”. Y Basilio añadió: “Es que jamás te habías encontrado con un
obispo”.
El emperador Valente se decidió en favor de exilarlo y se dispuso a
firmar el edicto; pero en tres ocasiones sucesivas, la pluma de caña con
que iba a hacerlo, se partió en el momento de comenzar a escribir. El
emperador quedó sobrecogido de temor ante aquella extraordinaria
manifestación, confesó que, muy a su pesar, admiraba la firme
determinación de Basilio y, a fin de cuentas, resolvió que, en lo
sucesivo, no volvería a intervenir en los asuntos eclesiásticos de
Cesárea.
Pero apenas terminada esta desavenencia, el santo quedó envuelto en
una nueva lucha, provocada por la división de Capadocia en dos
provincias civiles y la consecuente reclamación de Antino, obispo de
Tiana, para ocupar la sede metropolitana de la Nueva Capadocia. La
disputa resultó desafortunada para San Basilio, no tanto por haberse
visto obligado a ceder en la división de su arquidiócesis, como por
haberse malquistado con su amigo San Gregorio Nacianceno, a quien
Basilio insistía en consagrar obispo de Sasima, un miserable caserío que
se hallaba situado sobre terrenos en disputa entre las dos Capadocias.
Mientras el santo defendía así a la iglesia de Cesárea de los ataques
contra su fe y su jurisdicción, no dejaba de mostrar su celo
acostumbrado en el cumplimiento de sus deberes pastorales. Hasta en los
días ordinarios predicaba, por la mañana y por la tarde, a asambleas tan
numerosas, que él mismo las comparaba con el mar. Sus fieles
adquirieron la costumbre de comulgar todos los domingos, miércoles,
viernes y sábados. Entre las prácticas que Basilio había observado en
sus viajes y que más tarde implantó en su sede, figuraban las reuniones
en la iglesia antes del amanecer, para cantar los salmos. Para beneficio
de los enfermos pobres, estableció un hospital fuera de los muros de
Cesárea, tan grande y bien acondicionado, que San Gregorio Nacianceno lo
describe como una ciudad nueva y con grandeza suficiente para ser
reconocido como una de las maravillas del mundo. A ese centro de
beneficencia llegó a conocérsela con el nombre de Basiliada, y sostuvo
su fama durante mucho tiempo después de la muerte de su fundador. A
pesar de sus enfermedades crónicas, con frecuencia realizaba visitas a
lugares apartados de su residencia episcopal, hasta en remotos sectores
de las montañas y, gracias a la constante vigilancia que ejercía sobre
su clero y su insistencia en rechazar la ordenación de los candidatos
que no fuesen enteramente dignos, hizo de su arquidiócesis un modelo del
orden y la disciplina eclesiásticos.
No tuvo tanto éxito en los esfuerzos que realizó en favor de las
iglesias que se encontraban fuera de su provincia. La muerte de San
Atanasio dejó a Basilio como único paladín de la ortodoxia en el
oriente, y éste luchó con ejemplar tenacidad para merecer ese título por
medio de constantes esfuerzos para fortalecer y unificar a todos los
católicos que, sofocados por la tiranía arriana y descompuestos por los
cismas y la disensiones entre sí, parecían estar a punto de extinguirse.
Pero las propuestas del santo fueron mal recibidas, y a sus
desinteresados esfuerzos se respondió con malos entendimientos, malas
interpretaciones y hasta acusaciones de ambición y de herejía. Incluso
los llamados que hicieron él y sus amigos al Papa San Dámaso y a los
obispos occidentales para que interviniesen en los asuntos del oriente y
allanasen las dificultades, tropezaron con una casi absoluta
indiferencia, debido, según parece, a que ya corrían en Roma las
calumnias respecto a su buena fe. “¡Sin duda a causa de mis pecados,
escribía San Basilio con un profundo desaliento, parece que estoy
condenado al fracaso en todo cuanto emprendo!””
Sin embargo, el alivio no había de tardar, desde un sector
absolutamente inesperado. El 9 de agosto de 378, el emperador Valente
recibió heridas mortales en la batalla de Adrianópolis y, con el ascenso
al trono de su sobrino Graciano, se puso fin al ascendiente del
arrianismo en el oriente. Cuando las noticias de estos cambios llegaron a
oídos de San Basilio, éste se encontraba en su lecho de muerte, pero de
todas maneras le proporcionaron un gran consuelo en sus últimos
momentos. Murió el 1º de enero del año 379, a la edad de cuarenta y
nueve años, agotado por la austeridad en que había vivido, el trabajo
incansable y una penosa enfermedad. Toda Cesárea quedó enlutada y sus
habitantes lo lloraron como a un padre y a un protector; los paganos,
judíos y cristianos se unieron en el duelo.
San Gregorio Nacianceno, Arzobispo de Constantinopla, en el día del
entierro: “Basilio santo, nació entre santos. Basilio pobre vivió pobre
entre los pobres. Basilio hijo de mártires, sufrió como un mártir.
Basilio predicó siempre con sus labios, y con sus buenos ejemplos y
seguirá predicando siempre con sus escritos admirables”.
Setenta y dos años después de su muerte, el Concilio de Calcedonia le
rindió homenaje con estas palabras: “El gran Basilio, el ministro de la
gracia quien expuso la verdad al mundo entero indudablemente que fue
uno de los más elocuentes oradores entre los mejores que la Iglesia haya
tenido; sus escritos le han colocado en lugar de privilegio entre sus
doctores.
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