¡Oh!, Santa Rebeca, vos sois la hija del Dios de la vida,
y, su amada santa, que, honor hicisteis al significado
de vuestro nombre: “vencedora por su belleza”. Humilde,
como erais, todo lo dejasteis e hicisteis de sirvienta.
Sí, bella erais, pero más vuestra de alma que, juego hacían
con vuestro carácter, vuestra melodiosa voz, y el de, dueña
ser, de una vida espiritual singular. Os negasteis a
vuestros esponsales porque amabais más, la monástica vida.
Y, así fue. Las montañas del Líbano saben de vos y de
vuestras enseñanzas. Confiasteis en Dios, siempre, y así,
pudisteis superar dolores y muerte. Bajo vuestro hábito,
salvasteis a un niño, a costa de vuestra propia vida.
Os unisteis a la Congregación de las Madres Libanesas
Maronitas, que, de vuestro agrado fue, y os quedasteis
hasta el final de vuestros días, y, aunque, ciega y
paralítica, dabais a Dios gracias, por aquellas pruebas.
Jamás, la luz de vuestro bello rostro, dejó su brillo,
tampoco, vuestra alma, que recogida fue por el Señor,
para premiada ser con corona de luz por vuestro amor;
¡oh!, Santa Rebeca, “la belleza de Dios en la tierra”.
y, su amada santa, que, honor hicisteis al significado
de vuestro nombre: “vencedora por su belleza”. Humilde,
como erais, todo lo dejasteis e hicisteis de sirvienta.
Sí, bella erais, pero más vuestra de alma que, juego hacían
con vuestro carácter, vuestra melodiosa voz, y el de, dueña
ser, de una vida espiritual singular. Os negasteis a
vuestros esponsales porque amabais más, la monástica vida.
Y, así fue. Las montañas del Líbano saben de vos y de
vuestras enseñanzas. Confiasteis en Dios, siempre, y así,
pudisteis superar dolores y muerte. Bajo vuestro hábito,
salvasteis a un niño, a costa de vuestra propia vida.
Os unisteis a la Congregación de las Madres Libanesas
Maronitas, que, de vuestro agrado fue, y os quedasteis
hasta el final de vuestros días, y, aunque, ciega y
paralítica, dabais a Dios gracias, por aquellas pruebas.
Jamás, la luz de vuestro bello rostro, dejó su brillo,
tampoco, vuestra alma, que recogida fue por el Señor,
para premiada ser con corona de luz por vuestro amor;
¡oh!, Santa Rebeca, “la belleza de Dios en la tierra”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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23 de Marzo
Santa Rebeca
1832 – † 1914
Santa Rebeca
1832 – † 1914
Rebeca significa “vencedora por su belleza” y viene de la lengua
hebrea. Esta joven nació en Himalaya el 29 de junio de 1832. Era hija
única. Su madre murió cuando rebeca tenía apenas 6 años. Su padre quedó
sin trabajo, y ella se fue de sirvienta a una familia de Damasco aunque
de origen libanés. Después de cuatro años volvió a casa. Su padre se
había casado de nuevo.
Rebeca tenía entonces 15 años. Era bella, de buen carácter y de una
voz melodiosa, de una religiosidad profunda y humilde. Su tía materna
quería que se casara con su hijo. Hubo riñas en la familia porque ella
se negó. En el fondo de su alma soñaba con hacerse monja. En 1856 hizo
sus votos religiosos. A los dos años, la enviaron al seminario de los
jesuitas como cocinera. Aprovechó no obstante sus momentos libres parta
profundizar en el estudio de la lengua árabe.
Después anduvo por muchas escuelas de la montaña libanesa enseñando
el catecismo. Hubo revueltas políticas. Ella, confiando en Dios, superó
los instantes en que vio morir a personas. Salvó a un niño bajo su
hábito.
Marchó después al convento de la Congregación de las Madres Libanesas
Maronitas (1871-1914). Tanto le gustó esta Congregación, que se quedó
en ella. Cayó enferma y la enviaron a Beirut para que se curase. Se
alivió su dolor por algún tiempo. Para probar su santidad, tuvo las
pruebas de su ceguera y parálisis.
Nunca, sin embargo, perdió la luz de su bello rostro. Llena de
méritos y ante la admiración de todos, murió el 23 de marzo de 1914.
Juan Pablo II la declaró santa el diez de junio del 2001.
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