¡Oh!, San Arsenio, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y, su amado santo y el que disteis
brillo al significado de vuestro nombre: “fuerte,
valeroso y valiente”. Fuerte, en el combate
de la fe, valeroso, en el silencio de los días
y de las noches del desierto, y, valiente,
en la palabra y el buen consejo; pues, vuestros
dichos y refranes, hasta hoy, el caminar iluminan
de vuestros fieles. Cierta vez, la voz de Dios,
os dijo: “Apartaos del trato con la gente y
huid a la soledad”. Y, en el acto, al desierto
marchasteis a orar y a penitencia hacer, todo,
por el hombre de mundo. Rica herencia os dejaron
y vos, dijisteis: “antes de que él muriera en
su cuerpo, yo morí en mis ambiciones y avaricias.
No quiero riquezas mundanas que me impidan
adquirir las riquezas del cielo”. Y, renunciando
a ellas, a los pobres las disteis. La gente,
en oración constante os veía, las noches todas.
Y, los sábados, la noche caída, de rodillas
con los brazos en cruz, os desmayabais. “Muchas
veces he tenido que arrepentirme de haber
hablado. Pero nunca me he arrepentido de haber
guardado silencio”. Decíais vos, y agregabais:
“Siempre he sentido temor a presentarme al
juicio de Dios, porque soy un pecador”. ¿Para
qué abandoné el mundo y me hice religioso?
Y, os respondíais: “me hice religioso porque
quiero santificarme y salvar mi alma. Si esto
no lo consigo, he perdido totalmente mi tiempo”.
¿Dónde podremos encontraros ahora? Duda no
cabe: coronado de luz todo, en la casa del Padre,
como premio justo a vuestra entrega de amor y fe;
¡Oh!, San Arsenio, “fuerte, valeroso y valiente”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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19 de julio
San Arsenio
Monje
Año 450
Arsenio significa: fuerte, valeroso, valiente.
San Arsenio fue uno de los monjes más famosos de la antigüedad. Sus
dichos o refranes fueron enormemente estimados. Las gentes hacían viajes
de semanas y meses con tal de ir a consultarle y oír sus consejos.
Cuando el emperador Teodosio, el Grande buscaba un buen profesor para
sus dos hijos, el Papa San Dámaso le recomendó a Arsenio, que era un
senador sumamente sabio y muy práctico en los consejos que sabia dar. Y
así durante diez años tuvo que estarse en el palacio imperial tratando
de educar a los dos hijos del emperador, Arcadio y Honorio. Pero se dio
cuenta de que el uno era demasiado atrevido y el otro demasiado apocado,
y desilusionado de ese fracaso como educador de los dos futuros
emperadores dispuso dedicarse a otra labor que le fuera de mayor
utilidad para su santificación y salvación.
Y estando un día orando, en medio de una gran crisis espiritual,
mientras le pedía a Dios que le iluminara lo que debía hacer para
santificarse, oyó una voz que le decía: “Apártese del trato con la
gente, y váyase a la soledad”. Entonces dispuso irse al desierto a orar y
a hacer penitencia con los demás monjes de esa soledad.
Cuando llegó al monasterio del desierto, los monjes, sabiendo que
había estado viviendo tanto tiempo como senador y como alto empleado del
Palacio imperial, dispusieron ponerle algunas pruebas para saber si en
verdad era apto para esa vida de humillación y mortificación. El
superior lo recibió fríamente, y al llegar al comedor, no lo hizo sentar
a la mesa sino que lo dejó de pie, junto a su mesa. Luego en vez de
pasarle un plato de comida, le lanzó una tajada de pan al piso, y le
dijo secamente: “Si quiere comer algo, recoja eso”. Arsenio se inclinó
humildemente, recogió la tajada de pan y se sentó en el suelo a comer.
El superior, al observar este comportamiento admirable, lo consideró lo
suficientemente humilde como para ser recibido como monje y lo aceptó en
el monasterio, diciendo a los demás religiosos: “Este será un buen
hermano”.
Arsenio había pasado toda su vida en el alto gobierno y en lujosos
palacios, tratando con gente de mundo, y conservaba algunas costumbres
mundanas que los otros monjes no hallaban como corregírselas, porque le
tenían mucho respeto. Entonces dispusieron irlo corrigiendo
indirectamente, y poco a poco. Así por ejemplo, él acostumbraba montar
la pierna, mientras estaba rezando en la capilla. Y los demás para
quitarle la tal costumbre, le dijeron a un monje joven que mientras
rezaban tuviera la pierna montada, y que ellos le llamarían la atención
por eso. Y así lo hicieron, regañando fuertemente al joven por esa
actitud. Arsenio entendió muy bien la lección y se corrigió.
San Arsenio se hizo famoso por sus penitencias extraordinarias. Un
día llegó un alto empleado del imperio a llevarle un documento en el
cual se le comunicaba que un senador riquísimo le dejaba en herencia
todas sus grandes riquezas, y que se fuera a reclamarlas. El santo
exclamó: “Antes de que él muriera en su cuerpo, yo morí en mis
ambiciones y avaricias. No quiero riquezas mundanas que me impidan
adquirir las riquezas del cielo”. Y renunció a todo esto en favor de los
pobres.
Con frecuencia pasaba toda la noche en oración. Los sábados al
anochecer empezaba a rezar de rodillas con los brazos en cruz y
permanecía así hasta que caía por el suelo desmayado. Tenía 40 años
cuando abandonó el palacio imperial donde tenía todas las comodidades,
para irse a un tremendo desierto, donde todo faltaba. Desde los 40 años
hasta los 95 años estuvo orando, ayunando y haciendo penitencias en el
desierto, por la conversión de los pecadores, la extensión de la
religión y el perdón de sus propios pecados.
Como hombre de mundo y de política que había sido, sentía una gran
inclinación a tratar con la gente y a charlar con los demás, y en cambio
hacía todo lo posible por retirarse del trato con todos, y vivir en la
más completa soledad. Cuando un día el superior le llamó la atención
porque no se prestaba a quedarse a charlar con las numerosísimas
personas que iban a consultarle, le respondió: “Dios sabe que los quiero
con toda mi alma y que gozo inmensamente charlando con ellos, pero como
penitencia tengo que abstenerme lo más posible de las charlatanerías.
El Señor me ha dicho que si quiero santificarme tengo que hacer la
mortificación de apartarme del trato con las gentes”. En verdad que a
cada persona la lleva Dios a la santidad por caminos diversos. A unos
los hace santos haciendo que se dediquen totalmente a tratar con los
demás para salvarlos, y a otros les ha pedido que con el sacrificio de
no tratar tanto con la gente, le ganen también almas para el cielo.
Por muchos siglos han sido enormemente estimados los dichos o frases
breves que San Arsenio acostumbraba decir a las gentes. Desde remotas
tierras iban viajeros ansiosos de escuchar sus enseñanzas que eran
cortas pero sumamente provechosas.
Recordemos algunos de sus dichos
“Muchas veces he tenido que arrepentirme de haber hablado. Pero nunca
me he arrepentido de haber guardado silencio”. “Siempre he sentido
temor a presentarme al juicio de Dios, porque soy un pecador”.
El religioso debe preguntarse frecuentemente: “¿Para qué abandoné el
mundo y me hice religioso? y responderse: Me hice religioso porque
quiero santificarme y salvar mi alma. Si esto no lo consigo, he perdido
totalmente mi tiempo” (Esta frase ha conmovido a muchos santos. Por ej.
San Bernardo la tenía escrita así en su habitación: “Bernardo: ¿a qué
viniste a la vida religiosa? – Quiero salvar mi alma y santificarme”).
San Arsenio pedía consejos espirituales a monjes que eran muchísimo
más ignorantes que él. Le preguntaron por qué lo hacía y respondió: “Yo
sé idiomas, literatura, filosofía y política, pero en lo espiritual soy
un analfabeto. En cambio estos religiosos que no hicieron estudios
especiales, son unos especialistas en espiritualidad y de ello saben
mucho más que yo”.
Un religioso le preguntó por qué los sabios del mundo que conocen
tantas ciencas y han leído muchos libros son tan ignorantes en lo que se
refiere a la santidad, y en cambio tanta gentecita ignorante progresa
tan admirablemente en lo espiritual, y el santo respondió: “Es que la
ciencia infla y llena de orgullo, y en un corazón orgulloso Dios no hace
obras de arte en santidad. En cambio los humildes conocen su debilidad,
su ignorancia, y su insuficiencia, y ponen toda su confianza en Dios, y
en ellos sí hace prodigios de santificación Nuestro Señor”.
Arsenio era muy conocido por su presencia venerable. Alto, flaco,
bien parecido, con una barba larguísima y muy blanca, su hermosa figura
descollaba majestuosamente entre los demás monjes. Y su santidad
superaba a la de los demás compañeros. Las gentes lo veneraban
inmesamente y sus consejos han sido apreciados por muchos siglos. Que
Arsenio ruegue por nosotros y nos consiga una santidad como la suya.
De toda palabra indebida que diga una persona, tendrá que rendir cuentas el día del juicio. (Jesucristo, Mt. 12,36).
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Arsenio_7_19.htm)
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