¡Oh!, San Josafat de Lituania; vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo. Y, aquél, a quien vuestra
madre, os enseñó a mirar en el crucifijo, al Crucificado
y en ella, el misterio de la vida y del amor hacia los demás.
Y, por ello, vuestra mortificación aquella, en la que,
soportabais a los ásperos e incomprensivos, con especial
dulzor, del cielo caído, y, con paciencia y amor, convertíais
sus corazones a la “luz de la fe”. “Sé que ustedes quieren
matarme y que me atacan por todas partes. En las calles,
en los puentes, en los caminos, en la Plaza Central, en todas
partes me han insultado. Yo, no he venido en son de guerra
sino como pastor de las ovejas, buscando el bien de las
almas. Pero, me considero verdaderamente feliz de poder
dar la vida por el bien de todos ustedes. Sé, que estoy a
punto de morir, y ofrezco mi sacrificio por la unión de
todas las iglesias bajo la dirección del Sumo Pontífice”.
Así, respondisteis a vuestros agresores. Y, cuando fuisteis
capturado así: “Por favor, hijos míos, no golpeen a mis
ayudantes, que ellos no tienen la culpa de nada. Aquí estoy
yo para sufrir en vez de ellos”. Al oír esto los jefes
de la sedición gritaron: “¡Que muera el amigo del Papa!”
y se os lanzaron contra vos. Os atravesaron de un lanzazo,
os pegaron un balazo, y os arrastraron por las calles
de la ciudad y os echaron al río Divna. Lo maravilloso
de ésto, es que, después los verdugos se convirtieron a
la fe católica y pidieron perdón de su terrible crimen.
Felizmente, “Dios es mi juez”, vuestro nombre significa,
y, en verdad, así fue, y juzgado fuisteis y Él, viendo
vuestro martirio de gloria lleno, os ciñó, corona de luz,
como premio a vuestra entrega de amor. Santo Patrono,
de los que trabajan por la unión de todos los cristianos;
¡oh!, San Josafat de Lituania, “Juzgado por el Amor a Dios”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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12 de Noviembre
San Josafat de Lituania
Mártir
Año 1623
San Josafat de Lituania
Mártir
Año 1623
La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos (Tertuliano).
Josafat es una palabra hebrea que significa “Dios es mi juez”. La
nación de Lituania es ahora de gran mayoría católica. Pero en un tiempo
en ese país la religión era dirigida por los cismáticos ortodoxos que no
obedecen al Sumo Pontífice. Y la conversión de Lituania al catolicismo
se debe en buena parte a San Josafat. Pero tuvo que derramar su sangre,
para conseguir que sus paisanos aceptaran el catolicismo.
Nació en 1580, de padres católicos fervorosos. Su madre le enseñó a
mirar de vez en cuando el crucifijo y pensar en lo que Jesucristo sufrió
por nosotros, y esto le emocionaba mucho y le invitaba a dedicar su
vida por hacer amar más a Nuestro Salvador.
De joven entró de ayudante de un vendedor de telas, y en los ratos
libres se dedicaba a leer libros religiosos. Esto le disgustaba mucho al
principio al dueño del almacén, pero después, viendo que el joven se
dedicaba con tanto esmero a los oficios que tenía que hacer, se dio
cuenta de que las lecturas piadosas lo llevaban a ser más bueno y mejor
cumplidor de su deber. Y tanto se encariñó aquel negociante con Josafat,
que le hizo dos ofertas: permitirle casarse con su hija y dejarlo como
heredero de todos sus bienes. El joven le agradeció sus ofrecimientos,
pero le dijo que había determinado conseguir más bien otra herencia: el
cielo eterno. Y que para ello se iba a dedicar a la vida religiosa.
Para su fortuna se encontró con dos santos sacerdotes jesuitas que lo
fueron guiando en sus estudios, y lo encaminaron hacia el monasterio de
la Sma. Trinidad en Vilma, capital de Lituania, y se hizo religioso,
dirigido por los monjes basilianos en 1604. Al monasterio lo siguió un
gran amigo suyo y personaje muy sabio, Benjamín Rutsky, que será en
adelante su eficaz colaborador en todo.
En 1595 los principales jefes religiosos ortodoxos de Lituania habían
propuesto unirse a la Iglesia Católica de Roma, pero los más fanáticos
ortodoxos se habían opuesto violentamente y se habían producido muchos
desórdenes callejeros. Ahora llegaba al convento el que más iba a
trabajar y a sacrificarse por obtener que su nación se pasara a la
Iglesia Católica. Pero le iba a costar hasta su propia sangre.
Josafat fue ordenado de sacerdote, pero su vida siguió siendo como la
del monje más mortificado. Muchas horas cada día y cada noche dedicadas
a la oración y a la lectura y meditación de las Sagradas Escrituras y
de los libros escritos por los santos. Como penitencias aguantaba los
terribles fríos del invierno y los calores bochornosos del verano sin
quejarse ni buscar refrescantes.
Cuando lo sorprendía una espantosa tormenta de lluvias, truenos y
rayos en pleno viaje, lo ofrecía todo por sus pecados. Cuando los pobres
estaban en grave necesidad se iba de casa en casa pidiendo limosnas
para ellos, y la humillación de estar pidiendo la ofrecía por sus
pecados y por los de los demás pecadores. Pero su especial mortificación
era soportar las gentes ásperas e incomprensivas, sin demostrar jamás
disgusto ni resentimiento.
Fue nombrado superior del monasterio, en Vilma, pero varios de los
monjes que allí vivían eran ortodoxos y antirromanos. Con gran
paciencia, mucha prudencia y caridad llena de finura y de santa
diplomacia, se los fue ganando a todos. Ellos se dieron cuenta de que
Josafat tenía el don de consejo, y le iban a consultar sus problemas e
inquietudes y sus respuestas los dejaban muy consolados y llenos de paz.
Con sus sabias conferencias los fue convenciendo poco a poco de que
la verdadera Iglesia es la católica y que el sucesor de San Pedro es el
Sumo Pontífice y que a él hay que obedecer.
Con razón los enemigos de la religión lo llamaban “ladrón de almas”.
Como jefe de los monasterios tenía el deber de visitar las casas que
pertenecían a la religión. Una vez fue a visitar oficialmente una casa
donde vivían unos 200 hombres que decían que se dedicaban a la religión,
pero que en verdad no llevaban una vida demasiado santa. El jefe de esa
casa salió furioso a recibirlo con unos perros bravísimos, anunciándole
que si se atrevía a entrar allí sería destrozado por esas fieras. Pero
el santo no se acobardó. Les habló de buenas maneras y los logró
apaciguar. Ellos habían determinado echarlo al río, pero después de
escucharlo y al darse cuenta de que era un hombre de Dios, santo y
amable, aceptaron su visita, se hicieron sus amigos y aceptaron sus
recomendaciones. Las gentes decían: “Ahora sí que se repitió el milagro
antiguo: Daniel fue al foso de los leones y estos no le hicieron nada”.
En 1617, fue nombrado arzobispo de Polotsk, y se encontró con que su
arzobispado estaba en el más completo abandono. Se dedicó a reconstruir
templos y a obtener que los sacerdotes se comportaran de la mejor manera
posible. Visitó una por una todas las parroquias. Redactó un catecismo y
lo hizo circular y aprender por todas partes. Dedicaba sus tiempos
libres a atender a los pobres e instruir a los ignorantes. Las gentes lo
consideraban un gran santo. Algunos decían que mientras celebraba misa
se veían resplandores a su alrededor. En 1620 ya su arzobispado era otra
cosa totalmente diferente.
Pero sucedió que un tal Melecio se hizo proclamar de arzobispo en vez
de Josafat (mientras este visitaba Polonia) y algunos revoltosos
empezaron a recorrer los pueblos atizando una revuelta contra el santo,
diciendo que no querían obedecer al Papa de Roma. Muchos relajados se
sentían molestos porque san Josafat atacaba a los vicios y a las malas
costumbres.
En 1623, sabiendo que la ciudad de Vitebsk era la más rebelde y
contraria a él, dispuso ir a visitarla para tratar de hacer las paces
con ellos. Sus amigos le rogaban que no fuera, y varios le propusieron
que llevara una escolta militar. Él no admitió esto y exclamó: “Si Dios
me juzga digno de morir mártir, no temo morir“. El recibimiento fue
feroz. Insultos, pedradas, amenazas. Cuando una chusma agresiva lo rodeó
insultándolo, él les dijo:
“Sé que ustedes quieren matarme y que me atacan por todas partes. En
las calles, en los puentes, en los caminos, en la Plaza Central, en
todas partes me han insultado. Yo no he venido en son de guerra sino
como pastor de las ovejas, buscando el bien de las almas. Pero me
considero verdaderamente feliz de poder dar la vida por el bien de todos
ustedes. Sé que estoy a punto de morir, y ofrezco mi sacrificio por la
unión de todas las iglesias bajo la dirección del Sumo Pontífice”.
Los enemigos se propusieron poner una trampa al santo para poderlo
matar. Le enviaron un individuo que todos los días llegaba a su casa,
mañana y tarde a insultarlo. Al fin uno de los secretarios del arzobispo
detuvo al insultante para que no faltara más al respeto al prelado, y
esta era la señal que los asesinos buscaban. Inmediatamente dieron voz
de alarma en toda la ciudad, reunieron la chusma y se lanzaron a
despedazar a todos los ayudantes de San Josafat.
Cuando él vio que iban a linchar a sus colaboradores, salió al patio y
gritó a los atacantes: “Por favor, hijos míos, no golpeen a mis
ayudantes, que ellos no tienen la culpa de nada. Aquí estoy yo para
sufrir en vez de ellos”.
Al oír esto los jefes de la sedición gritaron: “¡Que muera el amigo
del Papa!” y se lanzaron contra él. Le atravesaron de un lanzazo, le
pegaron un balazo, y arrastraron su cuerpo por las calles de la ciudad y
lo echaron al río Divna. Era el 12 de noviembre de 1623. Meses después
los verdugos se convirtieron a la fe católica y pidieron perdón de su
terrible crimen.
El Papa ha declarado a San Josafat, Patrono de los que trabajan por la unión de los cristianos.
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