su amado y ejemplar santo. Los negocios administrasteis
de singular manera, tanto que, el rey, os nombró su hombre
de confianza. Honores, riquezas y poder despreciasteis y,
nunca os impresionó la grandeza, pues teníais con vos, vuestra
devoción y fidelidad a la práctica de la cristiana vida. San
Ildefonso, dice de vos, así: “aunque vestía secular, vivía como
un monje”. Y, como el día sucede a la noche, así, Dios, os propuso
un cambio y con voluntad y humildad, dejasteis vuestros bienes,
los afanes del mundo, las comodidades y la familia. Os resististeis
a aceptar la distinción de arzobispo, pero, Toledo, os necesitaba
después de la muerte de Aurasio. Y, así, reformasteis el estamento
eclesiástico, mejorasteis estado secular y cuidado del culto divino.
Como obispo no olvidasteis jamás a los más necesitados, y vuestro
discípulo y sucesor Ildefonso dejo huella en pluma: “Las limosnas
y misericordias que hacía Eladio eran tan copiosas que era como
si entendiese que de su estómago estaban asidos como miembros
los necesitados, y de él se sustentaban sus entrañas”. Negociasteis
con Sisebuto, jefe judío de entonces sobre la convivencia entre
las comunidades de judíos y cristianos, causa fija de conflictos
religiosos y de desorden social. Así, pues y luego de haberos gastado
en buena lid, voló, vuestra alma al cielo, para coronada ser de luz,
como justo premio a vuestra entrega grande e increíble de amor;
¡oh!, San Eladio de Toledo, “viva amor y caridad de Cristo Jesús”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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18 de Febrero
San Eladio de Toledo
Arzobispo
Martirologio Romano: En Toledo, en Hispania, san Eladio, que,
después de haber dirigido los asuntos públicos en el palacio real, fue
abad del monasterio de Agali y, elevado después al obispado de Toledo,
se distinguió por los ejemplos de caridad (632).
Arzobispo importante por su cometido entre los visigodos toledanos de
su tiempo. Tuvo el buen gusto de admitir al diaconado a san Ildefonso
que le sucedería también en la sede arzobispal de Toledo. Pasó dieciocho
años al servicio de los cristianos como sucesor de los Apóstoles, desde
que murió Aurasio, su antecesor en el mismo ministerio, y construyó
también el templo de santa Leocadia.
Su padre llevó antes que él su nombre y ocupaba un cargo importante
en la Corte. En familia de buenos cristianos nació Eladio, en Toledo,
pasando la segunda mitad del siglo VI. Llega a sobresalir tanto en el
cuidado de los negocios y tan merecedor es de confianza que el rey lo
nombra administrador de sus finanzas ¡un antecedente de los ministros de
Hacienda de hoy!
No se le sube a la cabeza de mala manera el honor, ni las riquezas,
ni el poder que su cargo conlleva. No, no se dejó deslumbrar por la
grandeza. Desde siempre era conocida su devoción y la fidelidad a las
prácticas de vida cristiana. San Ildefonso dice de él que «aunque vestía
secular, vivía como un monje». Y no le faltaba razón, porque
frecuentaba el retiro monacal del monasterio Agaliense próximo a Toledo y
algo se le pegaría.
Entre los afanes de las cuentas, recaudaciones, ajustes y
distribución de dineros le llega la hora de la vocación a cosas más
altas. Hay un cambio de negocio y quien lo propone es el Señor. Con
voluntad desprendida deja bienes, afanes terrenos, comodidades, familia y
mucho honor. Tomado hábito, a la muerte del abad, los monjes le eligen
para esa su misión.
Después viene otra muerte, porque así vamos pasando los hombres. Se
resiste Eladio a aceptar la distinción de arzobispo, pero la silla
toledana necesita un sucesor después de la muerte de Aurasio. Los años
no son obstáculo para reformar el estamento eclesiástico, mejorar el
estado secular y cuidar el culto divino. Como obispo no puede olvidar a
los más necesitados en lo material porque sin caridad no hay
cristianismo creíble; y es en este punto donde su discípulo y sucesor
Ildefonso escribe: «Las limosnas y misericordias que hacía Eladio eran
tan copiosas que era como si entendiese que de su estómago estaban
asidos como miembros los necesitados, y de él se sustentaban sus
entrañas»; este era un motivo más para cuidar la austeridad de su mesa
arzobispal, debía ser frugal en la comida para no defraudar a los
pobres.
Aún tuvo más entresijos su vida; negoció delicadamente con Sisebuto
la ardua cuestión que planteaba la convivencia diaria entre las
comunidades de judíos y cristianos que era fuente permanente de
conflictos religiosos y de desorden social. Murió el 18 de febrero del
año 632.
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