¡Oh!, San Jerónimo Emiliani, vos, sois el hijo del Dios
de la vida, su amado santo, y, el que, lustre disteis
al significado de vuestro nombre Jerónimo: “nombre sagrado”.
Cayó Castelnouvo y también vos, y encarcelado fuisteis
con cadenas en manos y pies. Y, así, vuestra conversión
empezó, en la soledad de la cárcel, meditando las palabras
de Nuestro Señor Jesucristo, una y otra vez: “¿De qué
le sirve a un hombre ganar todo el mundo, si se pierde a
sí mismo?” Y, bastó, aquél instante para que vos, la
santidad buscaseis y pidiendo con fervorosa fe, a María,
Madre de Dios y Señora Nuestra. Y, ella, os escuchó y
os liberó de todos los grilletes, en especial de los que
os ataban al mundo. Y, luego, libre ya, y ante los pies
de Nuestra Señora de Treviso, renunciasteis a vuestras
armas y prometisteis en adelante, propagar su devoción,
en señal de gratitud, por doquiera que anduvieseis. Los
huérfanos y los niños, que la peste había dejado, por vos,
atendidos eran de solícita manera, tanto que hoy, en el
mundo todo, os conocen como “Patrono de los huérfanos”,
“paño de lágrimas”, “corazón de Cristo” y más. Fundador
de los Padres Somascos, realidad hicisteis las palabras
de Cristo, cuando dijo: “Todo el que reciba a un niño
en mi nombre, me recibe a Mí. Quien regale aunque sea un
vaso de agua, en razón a que es discípulo mío, no quedará
sin recompensa. Todo el bien que habéis hecho a los demás,
aun a los más humildes, lo recibo como si me lo hubierais
hecho a Mí personalmente”. Y, así, y luego de gastar vuestra
santa vida en buena lid, voló vuestra alma al cielo, para
coronada ser, con corona de luz como premio, a vuestra
increíble entrega de amor. Padre amoroso, guía y “Santo
Patrono de todos los Niños Huérfanos del mundo entero”,
¡Oh!, San Jerónimo, “amor vivo de Cristo por los niños”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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08 de Febrero
San Jerónimo Emiliani
Fundador de los Padres Somascos (1537)
Jerónimo significa: “un nombre sagrado” (Jero = sagrado, Nomo = nombre). Jerónimo nació en Venecia, Italia, el año 1486. De joven fue militar y
llegó a ser comandante de las fuerzas que defendía la ciudad de
Castelnouvo de Quero. Las fuerzas enemigas francesas, muy superiores en
número, lograron tomar a Castelnouvo y Jerónimo cayó prisionero, y
encarcelado en un calabozo con cadenas en manos y pies. Y éste fue el
golpe de gracia para su conversión.
Hasta entonces había llevado una vida muy mundana, pero en la soledad
de la cárcel se dedicó a meditar en aquellas palabras de Jesús: ¿De qué
le sirve a un hombre ganar todo el mundo, si se pierde a sí mismo? Y se
propuso dedicar su vida entera y todas sus energías a tratar de
conseguir su propia santificación y la salvación de muchos otros.
Estando en la tenebrosa prisión, y viendo que humanamente no tenía
remedio para aquella aflicción, se dedicó a rezar con toda fe a la
Santísima Virgen María para que le consiguiera de Dios su pronta
liberación. Y he aquí que de la manera más inesperada son quitadas las
cadenas de sus manos y de sus pies y logra salir sin que los guardianes
se le opongan. En el silencio de la cárcel había encontrado la amistad
con Dios por medio de la oración y la meditación.
Reconociendo que su liberación de la cárcel era un favor
especialísimo de la Sma. Virgen, se dirigió ante la imagen de Nuestra
Señora en Treviso y a sus pies dejó sus cadenas y sus armas de militar,
como recuerdo y agradecimiento y se propuso propagar incansablemente la
devoción a la Madre de Dios.
Por aquellos tiempos apareció en Italia una serie de apóstoles
formidables que se propusieron, iluminados por el Espíritu Santo,
enfervorizar al pueblo en la piedad, y dedicar el mayor número posible
de personas a obras de caridad en favor de los necesitados. Algunos de
estos santos fueron: Santa Catalina de Génova, San Cayetano, San Camilo
de Lelis, San Bernardino de Feltre, San Felipe Neri, San José Calazans, y
Santa Angela de Merici. Un verdadero “sindicato” de apóstoles de la
caridad. A ellos se unió San Jerónimo.
En 1531 se propagó por Italia la terrible peste del cólera. Jerónimo
vendió todo lo que tenía, incluso los muebles de su casa, y se dedicó a
atender a los enfermos más abandonados. El mismo tenía que cavarles las
sepulturas y llevarlos al cementerio, porque casi nadie se atrevía a
acercárseles, por temor al contagio. También él se contagió de la
terrible enfermedad, pero por favor de Dios logró curarse.
Miles y miles de niños pobres quedaron huérfanos y desamparados, por
la muerte de sus padres en la epidemia de cólera. Entonces Jerónimo se
dedica a recogerlos y a proporcionales alimento, vestido, hospedaje y
educación, todo totalmente gratis. De casa en casa va pidiendo limosnas
para poder ayudar a sus niños huérfanos. Muchos le colaboran. Levanta
dos grandes edificios; en uno recibe a los niños y en el otro a las
niñas. Y como muchas mujeres ante la absoluta miseria se han dedicado a
la prostitución, entonces el santo funda una Casa para mujeres
arrepentidas y allí aprenden costura, bordados y otras artes para
ganarse la vida honestamente.
Varios de sus amigos y colaboradores deseaban dedicarse por completo a
la obra de atender a los niños huérfanos y desamparados, y con ellos
fundó el santo una nueva comunidad, en Somasca, cerca de Milán. El
nombre de esta congregación religiosa fue de “Servidores de los pobres”,
pero en recuerdo al sitio donde se efectuó su fundación, ahora se llama
la Comunidad de los Padres Somascos. En la actualidad tienen unas 75
casas en el mundo con unos 500 religiosos, y se dedican
preferencialmente a educar niños desamparados.
Las gentes decían que la vida de Jerónimo Emiliani estaba toda hecha
de caridad. Que de él se podía repetir (en sus debidas proporciones) el
elogio que fue hecho de Jesús: “Pasó su vida haciendo el bien” (Hech.
10,38). Nadie que viniera a pedirle un favor quedaba sin ser atendido.
Lo llamaban “el paño de lágrimas” de los que sufrían y lloraban. No
reparaba en ningún sacrificio con tal de hacer el bien, especialmente a
los niños más pobres, para los cuales se sacrificaba hasta el extremo
con tal de conseguirles maestros, alimentos y toda clase de ayudas
espirituales y materiales.
Y Dios premiaba su oración, su caridad y su sacrificio, permitiéndole
obrar frecuentes milagros. A muchos enfermos los cuidaba como
especializado y amable enfermero, y a varios otros les colocaba las
manos sobre su cabeza y los curaba de sus enfermedades.
La fama de sus milagros se extendió por todos los alrededores de las
ciudades donde trabajaba. Viajaba por los campos predicando misiones, y
en los ratos libres se iba a trabajar con los campesinos y aprovechaba
la confianza y el cariño que éstos le tenían, para darles buenos
consejos y ponerlos en amistad con Dios.
Volvió a propagarse la peste del cólera y San Jerónimo volvió a
dedicarse a curar enfermos, a llevarles alimento y vestidos y a enterrar
personalmente a los muertos llevándolos sobre sus hombros. Pero se
contagió de la violenta enfermedad y en pocos días estuvo agonizante.
Era el buen amigo que ofrecía su vida por sus amigos.
Cuando apenas tenía 56 años de edad, murió santamente el 8 de febrero
de 1537. Después de muerto hizo numerosos milagros y el Papa Clemente
XIII lo declaró santo en 1767. Después el Pontífice Pío XI lo declaró
Patrono de los niños huérfanos en 1928.
Propósito
Recordaré una frase de Jesús que animaba mucho a San Jerónimo para dedicarse al apostolado: “Todo
el que reciba a un niño en mi nombre, me recibe a Mí. Quien regale
aunque sea un vaso de agua, en razón a que es discípulo mío, no quedará
sin recompensa. Todo el bien que habéis hecho a los demás, aun a los más
humildes, lo recibo como si me lo hubierais hecho a Mí personalmente” (Mt. 25,40).
Señor Jesús; haz que nuestro corazón sea tan generoso para
ayudar a los niños pobres y necesitados como lo fue tu Corazón Santísimo
y el corazón de los grandes santos que dedicaron su vida al bien de la
juventud abandonada.
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